Probablemente los políticos y militares democráticos compartieran conmigo la sospecha de que los peronistas seguían existiendo. Era preciso vacunarlos cuanto antes, darles una inyección, alguna especie de suero antitetánico, de manera que no pasaba día sin que se divulgaran nuevos latrocinios y perversiones de Perón y su círculo de cómplices.
Nunca antes había escuchado la palabra “latrocinio”, señal de que mi vieja debía tener razón: volvía a hablar por radio la gente culta y capaz, como Augusto Bonardo y Arturo Frondizi.>
Fuente: Revista Zoom
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