Es necesario pensar en la acusación de corrupción. No en la corrupción sino en la acusación. En la extensión infinita que adquiere la acusación; en la máscara sagrada que se pone el acusador aunque sea un canalla; en la prepotencia moral que solo circula y dice y no piensa y ataca e insiste y reproduce lo mismo: una acusación ciega y a repetición; ciega de tanto diario, de tanta red y de tanta pantalla al palo.
Dos modos para acusar: singular, de a uno, caso por caso; o acusación plena, no a un sujeto sino a una entidad más amplia, de agrupación, de construcción colectiva. La historia argentina da cuenta de estos dos modos: de acusación casuística (desde Federico Pinedo en 1935 a María Julia Alsogaray en los noventa o López con sus bolsos en 2016); y de acusación totalitaria (Yrigoyen, Perón y Néstor y Cristina Kirchner).>
Fuente: SOCOMPA
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