16 de Octubre – Ya salió el Boletín Nº 76 del CEAM. Para verlo haz sigue el enlace mas abajo.
Secciones: Editorial de la Comisión de Exiliados Argentinos en Madrid, Leyes Reparatorias, Argentina, Juicios, España, Internacional, Opinión, Cultura/Historia Popular. Para imprimir el Boletín en formato PDF clic aca. Ver mas noticias e información en nuestra pagina.Boletin del CEAM Nº 76
Notadel CEAM: Un reflejo a la epidemis del ëbola. Editorial: El desolado porvenir”, José Manuel Caballero Bonald
Albert Camus escribió La peste a poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial, casi al mismo tiempo que el Tribunal de Nuremberg juzgaba a los criminales de guerra nazis. El novelista tenía entonces 32 o 33 años y dirigía el periódico Combat, que fue también el nombre del grupo de la Resistencia al que perteneció durante la ocupación alemana.
Las heridas de la guerra aún no habían cicatrizado del todo y algunas incluso parecían haber cerrado en falso. Se trata pues de unos años claves en la historia social y cultural de Europa y de un tramo decisivo en la peripecia humana y literaria de Camus. Basta repasar las crónicas que escribió entre 1944 y 1948 –publicadas en 1951 con el título Actuelles- para comprender hasta qué punto afectaba a su autor la abrupta encrucijada histórica de aquellos años medioseculares.
Camus prefirió siempre el denuedo del jugador solitario a la estrategia de los ventajistas. De militante de la resistencia contra toda clase de esclavitudes, pasó a defenderse de los acosos de la irracionalidad en su propio reducto de francotirador. Sobrellevó con probidad impecable el riesgo de ocupar unas tribunas ideológicas de las que iba a ser consecutivamente desalojado. Sus intrépidas denuncias de las sevicias del nazismo o el franquismo pero también de las asechanzas dogmáticas del comunismo eran lo más parecido que había a una impugnación de doble filo.
Pero él no dudó en desenmascarar a quienes se negaban a esgrimir la inteligencia como único punto de partida del decoro de ser libre. Una honradez tan sin fisuras cumplía así en cierto sentido el enojoso papel de acentuar las culpas de los otros. Y eso tampoco se lo iban a perdonar.
La peste (1947) constituye, con El extranjero (1942), El mito de Sísifo (1943) y El hombre rebelde (1951), el corpus fundamental de la obra de Camus. Esas dos primeras novelas establecen una palmaria correlación de fuerzas con sus otros escritos políticos y filosóficos, es decir, con el íntegro programa de témoin de la liberté que movilizó siempre la vida y la literatura de Camus. Sus personajes de ficción vienen a ser como el trasunto de otros tantos seres humanos inmersos en las adversidades de nuestra historia social. Esa galería de héroes –o antihéroes- creados por el autor de La peste determinan efectivamente un inventario de herederos de los infortunios y desajustes morales que traspasó la guerra a la vida cotidiana.
La mayoría de los comentaristas de La peste le ha atribuido una directa intención alegórica. Se trata, sin duda, de una hipótesis que no por verosímil deja de ser contingente. En sentido estricto La peste es la historia minuciosa y terrible de una epidemia que se abate sobre Orán y deja a la ciudad argelinas angustiosamente aislada del mundo.
La vinculación metafórica entre el flagelo atroz de la peste y el exterminio brutal de la guerra parece bastante plausible. El bacilo de la enfermedad puede representar aquí el germen destructivo de una abyecta realidad histórica. Nada se opone a admitir esa parábola sobre una concreta devastación humana. La memoria se convierte así en una especie de antídoto para atajar el avance de un porvenir desolado. Pero lo que más netamente remite a un presunto alcance simbólico de La peste es la conducta de los personajes que comparecen en sus páginas y se enfrentan a una tragedia colectiva.
Camus describe la propaganda terrorífica de la epidemia valiéndose de un realismo implacable, situando a los habitantes de Orán frente a la crueldad de un destino que afecta sin distinción a culpables e inocentes.
Todos son prisioneros en una misma espantosa cárcel, todos cumplen una idéntica condena. La única solución es la lucha solidaria: combatir el mal supone toda una apelación a la solidaridad. La voluntad de seguir viviendo es ya como una dignificación humana frente al absurdo, un acto de rebeldía contra la injusticia de la muerte.
El censo de personajes de la novela responde a una muy profusa diversidad de caracteres. La población musulmana queda llamativamente al margen, o apenas destaca por omisión. En términos precisos, sólo un grupo de franceses protagoniza la historia infernal de la ciudad argelina asolada por la epidemia. Y entre ellos, constituyendo el eje de ese sector social oranés, Bernard Rieux, el médico que se dedica con abnegación modélica a luchar contra la peste y conduce ese monólogo dramático que vertebra toda la novela. Al final, Camus opta por confesar que Rieux es el verdadero autor de la crónica, un artificio algo enfático y no del todo imprescindible.
Aunque La peste sea, en efecto, una crónica, el texto va más allá de sus simples fronteras genéricas y ocupa otros espacios articulados a lo que podría ser la investigación moral de los distintos acontecimientos. Ese presunto sustrato alegórico de la trama argumental se enriquece así con otros muchos aportes filosóficos y sociológicos. El novelista cronista ha procurado en todo momento contrastar testimonios ajenos y dar sus propias respuestas a los comportamientos de unos personajes implicados de uno u otro modo en la tragedia.
A veces se tiene la impresión de que todos esos personajes son el propio Camus repartido en otros tantos intérpretes de los hechos. Es entonces cuando se hace más ostensible la idea de que Orán bajo la peste muy bien puede simbolizar a París durante la ocupación alemana. Enfrentarse a la epidemia equivale, por tanto, a luchar contra la iniquidad. Podría decirse que la elección básica de la novela consiste en un severo recordatorio de esa iniquidad. Tal vez por eso, finalice Camus su crónica –cuando ya ha sido erradicado el mal- alertando del carácter inextinguible de la peste y de la posibilidad de que un día “despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.