La destitución de Dilma Rousseff es lo que se ha dado en llamar un “golpe blando”. Es decir, un golpe sin efusión de sangre (esta puede producirse después) y sin tanques en la calle, pero fraguado desde el conglomerado político-judicial y los oligopolios de la prensa, sea en su versión escrita, radial o televisiva.
>>>La Batalla no ha terminado. Las falencias de los gobiernos del PT en Brasil o del kirchnerismo en la Argentina, cada cual a su modo, pasaron por su incapacidad para forjar ese proyecto y por el temor –derivado de la composición de clase de sus cuadros dirigentes- de romper los tabiques de la vieja política. Es una ingenuidad –o un renuncio deliberado- presumir que se puede amansar al establishment: al igual que sus amos externos este no tolera una reforma que recorte sus privilegios de no mediar una amenaza clara a su supervivencia, como la que “reformó” al capitalismo en los años 30 y después de la segunda guerra mundial, cuando la sombra del comunismo lo forzó a hacer concesiones que, al menos en una parte del mundo, produjeron “los treinta gloriosos”: los años de la sociedad del bienestar, que se extendieron hasta mediados de la década de 1970.>>>
Fuente: Perspectivas
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