2 de Septiembre – El golpe institucional en Brasil demuestra que el establishment es intratable e irreductible a cualquier política de cambio así sea de lo más moderada. Por Enrique Lacolla.

La destitución de Dilma Rousseff es lo que se ha dado en llamar un “golpe blando”. Es decir, un golpe sin efusión de sangre (esta puede producirse después) y sin tanques en la calle, pero fraguado desde el conglomerado político-judicial y los oligopolios de la prensa, sea en su versión escrita, radial o televisiva.

>>>La Batalla no ha terminado. Las falencias de los gobiernos del PT en Brasil o del kirchnerismo en la Argentina, cada cual a su modo, pasaron por su incapacidad para forjar ese proyecto y por el temor –derivado de la composición de clase de sus cuadros dirigentes- de romper los tabiques de la vieja política. Es una ingenuidad –o un renuncio deliberado- presumir que se puede amansar al establishment: al igual que sus amos externos este no tolera una reforma que recorte sus privilegios de no mediar una amenaza clara a su supervivencia, como la que “reformó” al capitalismo en los años 30 y después de la segunda guerra mundial, cuando la sombra del comunismo lo forzó a hacer concesiones que, al menos en una parte del mundo, produjeron “los treinta gloriosos”: los años de la sociedad del bienestar, que se extendieron hasta mediados de la década de 1970.>>>
Fuente: Perspectivas
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