Desde que el tío Polo andaba escondido, las comidas en lo de mi tía se habían vuelto muy aburridas, como si todos estuviesen más apagados, tristes o idos, como mi tía. Por más que el tío Rodolfo repitiese, a su manera, lo que había creído entender de las fundamentadas exposiciones del doctor Rofo, nadie parecía prestarle la menor atención. Mi viejo comía en lo de mi tía únicamente los domingos, a las apuradas, antes de ir a la cancha, y mi vieja lo hacía también algunos pocos mediodías. Después de tomar mate y secretear en el patio, volvía a casa a preparar la cena. Sólo quedaba mi tía para contradecir al tío Rodolfo, pero la mayor parte del tiempo mi tía parecía estar en otro planeta o haber quedado fijada en el momento del tiempo en que el grupo de infantes de Marina y comandos civiles se habían aparecido en el patio a preguntarle por una bomba.
>>>En cuanto terminé con la cuarta milanesa –así como la ven, ida y todo, mi tía seguía haciendo las mejores milanesas del mundo– corrí al bar, donde mi tío y sus amigos se habían reunido alrededor de la inmensa Zenith a válvulas. Al igual que el teléfono, la Zenith había pasado a ser responsabilidad exclusiva de Pablito Serún, quien se abocaba durante horas a manipular el ojo mágico para sintonizar una novela o, los domingos, escuchar a Fioravanti.>>>
Fuente: Revista ZOOM
http://revistazoom.com.ar/flotaba-en-el-aire-un-clima-de-nocaut/