21 de Septiembre – ¡Cuidado! ¡Eróstrato anda suelto! . Por E. Raúl Zaffaroni

Introducción
Raúl Zaffaroni reflexiona en esta nota sobre la historia universal del magnicidio, desde Eróstrato en adelante; y advierte que la controversia política verbalmente llevada al extremo de la opción de “amigo-enemigo» impone un motor de odio que, si bien es oral, genera el magma que llama al “borderline” a dar el paso al acto.
Por E. Raúl Zaffaroni* (para La Tecl@ Eñe)
La palabra “magnicidio” es usual entre historiadores y divulgada periodísticamente, porque la criminología no reparó mucho en este delito. En general suele entendérselo como el homicidio de una persona de alta significación política, aunque también de alguien famoso, si se quiere incluir el caso de John Lennon. El concepto se vuelve más difuso cuando se incluyen hechos de linchamiento (Eloy Alfaro en Ecuador en 1912; Villarroel en Bolivia en 1946) y aún más si se incluyen las ejecuciones de autoridades constitucionales derrocadas como el caso de Madero y Pino Suárez en México (1913). 
Dentro de este concepto poco elaborado no se ensayó una tipología útil preventivamente. Lo cierto es que, en su variopinta aparición, algunos respondieron a fuertes conspiraciones, como la serie de zares rusos victimizados. Otros los motivaron venganzas por hechos ordenados por las víctimas, como el de Ramón Falcón en nuestro país, el del dictador García Moreno en Ecuador en 1875, el del presidente Guillaume de Haití en 1915 (mandó ejecutar a cientos de opositores, entre ellos a un expresidente) y los de los dictadores Anastasio Somoza (1956), Carlos Castillo Armas (1957) y Rafael Leónidas Trujillo (1961). Estos hechos pueden corresponder al famoso tiranicidio legitimado por el derecho natural del siglo de oro español.>
Fuente: La Tecla Eñe
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