Epigramas de la servidumbre (VI)

Una cuestión de tránsito: el espacio y el tiempo de los flujos.
La guerra fue nuestra mejor escuela de logística.
Cuando terminamos de transportar tropas y vituallas nos dedicamos a transportar mercancías.
Así contribuimos a recuperar el mundo al final de la contienda.
De algo nos sirvieron los sesenta millones de cadáveres.
Aprendimos a ser eficientes a la hora de atender los requerimientos de los consumidores:
la cantidad exacta, en el lugar indicado, justo a tiempo.
Una cuestión de tránsito: del arte de la guerra al arte del servicio.

Epigramas de la servidumbre (V)

Tiempo atrás, fuimos las aves y los truenos.
Donde hubo alas, hoy pesan las cadenas.
Al vuelo esbelto lo sucedió el herrumbre indecoroso.
El ruido noble que provocaba un reverencial estremecimiento
fue suplantado por este humillante murmurar de sílabas inhábiles.
Éramos la dicha y el pesar de los augures,
hoy somos el augurio de la banalidad.
Servíamos al César, y así seguimos.

Epigramas de la servidumbre (IV)

A los que creen saber qué es la muerte
haz la prueba de enseñarles a amar:
quizás entonces puedan morir tranquilos.

Pero no hagas la prueba de enseñarles a morir:
corres el riesgo de que se enamoren de ti
o que te maten.

Epigramas de la servidumbre (III)

A un filósofo lo puedes hacer responsable por sus conceptos.
A un poeta lo puedes hacer responsable por sus versos.
A un político lo puedes hacer responsable por sus acciones.
A un esclavo... ¿qué responsabilidad puede caberle a un esclavo?

«De poesía y poetas: la otra lengua» -Arturo Borra

-I-
 
En una conferencia en Buenos Aires, en 1947, el escritor polaco Witold Gombrowicz comenzaba su conferencia con una afirmación polémica:
“A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces”[i].
Como condición de partida, este intelectual cáustico no dudó en tensar la cuerda: si una poética sobrevive a la diáspora, puede que entonces algo de ella permanezca. Dejaré de lado por ahora la alusión a “todo ornamento y filigranas verbales”, lo que nos llevaría a la problemática de la estilizaciones retóricas del discurso poético. Lo que en cambio quisiera plantear, en primer lugar, es el debate referido a la compleja relación entre «poesía» y «comunidad lingüística» como parte de un vínculo más amplio entre «literatura» y «sociedad». En su afirmación, Gombrowicz hurga en esa complicidad presupuesta entre poeta y público, propia de participar en una misma comunidad de hablantes. Sin embargo, el autor reclama extranjería al poeta, salirse del propio idioma.
Unos párrafos más adelante, no duda de forma provocativa en arremeter contra la «poesía pura», sosteniendo “(...) que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado (...)”[ii]. Gombrowicz admite incluso un cierto aburrimiento (aunque sea un aburrimiento solemne) ante los ejercicios poéticos de “pobreza dentro de la nobleza”.
Contraponer a ese aburrimiento una poética del divertimento sería, sin embargo, errado. Lo que reclama este escritor es de otra índole: quebrar el “convenio de la mutua discreción”, para dar lugar a una escritura poética interesante. Una poesía del divertimento distrae y más pronto que tarde, termina resultando irrelevante. Ante los excesos de poeticidad –referidos a la sustracción de todo elemento apoético del discurso poético- Gombrowicz lanza otra provocación: el afán de estilización culmina en servidumbre a una forma rígida, tan “sagrada y consagrada” que se diluye como medio de expresión. La máquina poética se ha convertido, como tantas otras, en un fin en sí mismo. El decir poético ha devenido jerga, esto es, lenguaje profesionalizado:
“Los poetas escriben para los poetas. Los poetas son los que rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen la sociedad contemporánea”[iii].
 
La consecuencia de este aislamiento social de los poetas es doble: (i) hasta los creadores más mediocres adquieren “dimensiones apocalípticas”, transformando lo insignificante en cuestiones trascendentes y, (ii) los poetas, ante sus enemigos, no saben defenderse. Autoafirmación, indignación, lamento, son respuestas típicas ante los ataques de otros grupos y personas. Y sin embargo -argumenta el autor- tanto más valioso es el enemigo para nuestra formación: “(...) sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la universalidad”[iv]. Como remate, Gombrowicz no ahorra ironía: los poetas, con sus actitudes aristocráticas y orgullosas, se arrogan una cierta superioridad que, por lo demás, el otro no está dispuesto a aceptar. En un juego de espejos endogámico, el poeta no sólo no asume que puede que haya un exceso de versificación, sino que además termina considerando a los miembros de la comunidad poética una “muchedumbre de seres excepcionales” (sic).

Ante esta situación, alega el autor, podríamos optar por hablar desde abajo. Y aunque no todos los poetas extranjeros hablan desde esa posición, ni todos los locales desde una posición altiva, lo cierto es que es imposible hablar desde la paridad –o incluso desde la humilde petición de ser escuchado y acaso reconocido- si no hay un desplazamiento básico, que es también disconformidad con lo hallado: el que nos sustrae de la familiaridad de la recepción. Podríamos entonces desprendernos de la ilusoria autoridad que nos arrogamos y asumir nuestra radical insuficiencia, sacudiendo las formas rígidas que nos abruman.


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Epigramas de la servidumbre (I)

Querer es siempre querer lo imposible.
No hay otro modo:
el deseo abre juego desde la negación.
Juega a no jugar, y juega en serio.

Epigramas del emperador (XXX y último)

No he sido lo suficientemente claro en esta oscuridad de hoy, donde serpientes y manzanas recrean mutuamente la fábula del poder.
Lo reconozco.
Y me recuerdo paladeando el halago, ahora que olvidé cómo halagar al paladar.
Ya mi lengua ha perdido la capacidad de degustar: sólo me queda una baba insulsa y un hilito de silencio.
Nada más.

Comunicación y literatura (I): decir lo indecible - Arturo Borra

                                    -I-

                                                “Hay que escribir aquello que no se puede hablar”.
                                                                                                A. Comte-Sponville[i]
 

Que hay un vínculo entre «comunicación» y «literatura» es sencillo de explicitar. Lo literario es, ante todo, un hecho de lenguaje, y allí donde el lenguaje se actualiza en una práctica social específica como es la práctica literaria, hay «comunicación», si por ello entendemos producción de sentido de unos sujetos (individuales y colectivos) determinados. Podría señalarse así una concurrencia válida entre dos campos que se desbordan mutuamente[ii].

La afirmación, sin embargo, no resulta ni arriesgada –por carecer de novedad- ni demasiado interesante –por tener pocos detractores en la actualidad, salvo para quienes pretenden que la escritura literaria es un fenómeno que no está dirigido más que a uno mismo-. Es cierto que no faltan discursos de corte individualista (habitualmente prologados por el enunciado denegatorio “no escribo más que para mí”) incluso en el espacio literario, pero el hecho mismo de apelar al campo del lenguaje los muestra ya implicados en una relación social, en la que un sujeto, en el mismo momento de afirmar su independencia absoluta del Otro, la niega pragmáticamente, al dirigirse a alguien, al llamar a otros a la escena, sea para ahondar en sus motivos y finalidades (colindantes al acto de escribir), sea para constituirlo como lector (de sus creaciones verbales). Extraña comunicación ésta que niega al Otro y a los otros, e incluso que, bajo pretexto de no interesarse por éstos, los apabulla con su retórica auto-referencial. La coherencia que hay que reclamar a esta posición ideológica no es la petición de un silencio a secas o el llamado a una retórica muda, puesto que al fin y al cabo dicho sujeto bien puede escribir con fines no-literarios, puramente catárticos o terapéuticos[iii]. Pero desde el momento mismo en que la escritura desarrolla pretensiones literarias, desborda la experiencia privada de los sujetos. De ahí que el gesto más coherente de este tipo de escritura que no reclama ningún destinatario es, en última instancia, el mutismo público[iv]. De la misma manera, contraponer una «poesía del conocimiento» a una «poesía de la comunicación» es erróneo, puesto que no hay conocimiento posible sin unas específicas relaciones sociales de producción de sentido, esto es, sin una práctica de intercambio comunicativo. Dicho en otros términos: todo conocimiento tiene como condición de posibilidad la comunicación intersubjetiva, de la que resultan productos discursivos determinados que, en determinados contextos histórico-culturales, identificamos como literarios. Toda poética (sea experiencial o metafísica, sentimental o conciencial, horizontal o vertical, realista u onírica, oficial o resistencial, ensimismada o comunitaria, por usar algunas dicotomías vigentes en el campo poético español contemporáneo[v]) presupone unas concretas relaciones de sentido que exceden cualquier intencionalidad comunicativa. Dicho en otros términos: el autor forma parte de un proceso semiótico del cual no sólo no es su punto privilegiado (como «origen» o «fuente») sino que además ni siquiera controla plenamente en términos de lo que produce. Los efectos de sentido que una producción textual genera en destinatarios específicos (no necesariamente previstos por el texto en cuestión) desbordan claramente las anticipaciones subjetivas, cuestionando así la idea de un «sujeto soberano» que gobernaría la lógica de la relación comunicativa. En esta dirección, cabe sostener que “(...) la necesidad crucial de la teoría literaria, en la actualidad, es desarrollar instrumentos conceptuales capaces de hacer justicia a la experiencia postindividualista del sujeto en la vida contemporánea misma, así como en los textos”[vi].


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Epigramas del emperador (XXIX)

Hay sonrisas que espantan.
La frivolidad es un acto de maldad.

Epigramas del emperador (XXVIII)

Cuando dejes la tierra, la tierra te dejará.
Cuando abandones tu sitio, tu sitio te abandonará.
Cuando olvides tu nombre, te nombrará el olvido.
El olvido es un sitio polvoriento, abandonado y mudo.




Epigramas del emperador (XXVII)

¿Qué se necesita para que un hombre, o una mujer, se dejen caer de rodillas y supliquen con fervor?
Un buen discurso, retórica. Una espada afilada, infantería. Imágenes sugestivas, erótica. Ese sentimiento de cansancio, abatimiento, que algunos llaman culpa. Algo de dolor. Algo de miedo. Y el tiempo, la historia, los linajes, las supercherías.




Epigramas del emperador (XXVI)

Maldecir no es igual que decir mal. Los poetas malditos sostienen que la poesía puede cambiar el mundo. Es posible, pero yo sólo he visto que el mundo ha cambiado a la poesía. Para mal. Para decir mal. No para maldecir. Benditos los poetas que dicen bien, cuando maldicen.

Epigramas del emperador (XXV)

En la cripta que habitas no caben palabras limpias. Escribes garabatos que son sombras dormidas. La oscuridad es tu oquedad. La oquedad es el todo de tu torpe vacío.
No necesitas guardianes en la puerta de la cripta. Ninguna palabra escapará. Ninguna palabra te ha de salvar la vida. A nadie habrás de librar.
Al borde de esa cripta, lo percibo, sólo el silencio es peligro.

2a. Adenda para el vigésimo cuarto epigrama del emperador

Vigila, están disimulando.

Epigramas del emperador (XXIV)

Epigrama escrito a propósito de una moraleja de Kurt Vonnegut que reza:
"Somos lo que simulamos ser, así que debemos tener cuidado con lo que simulamos ser".

¿Ser sin simulacros? ¿Hacer sin disimular? ¿Ser lo que se hace? ¿Hacer lo que sea?
Lo que hacemos no alcanza para disimular lo que simulamos ser.

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Epigramas del emperador (XXIII)

De la importancia de ciertas distinciones

Descubrir que no importa
el nombre, la ascendencia;
no importa si es política
de izquierda, de derecha;
no importa la bandera:
la roja, azul o negra;
no importan los lugares:
la celda, el campo abierto;
no importa si es el sexo
del macho o de la hembra;
si es dios o es el demonio,
si es noche o si amanece;
no importan las maneras,
ni el rango, ni los grados;
no importa quien lo ejerza:
el poder es lo mismo,
el poder es lo otro,
igual y diferente.

Epigramas del emperador (XXII)

El pillaje en la historia es rutina,
y es la rutina un pillaje
día a día.

Epigramas del emperador (XXI)

Si aún conservas intacta tu fe en el progreso, no olvides que a los humanos les ha sido dado el don del desengaño. También esto significó un avance respecto de épocas en que las mejores ilusiones alentaron las peores vilezas, y la sangre malgastada fue un escarnio a los beatos.

Epigramas del emperador (XX)

Hay quienes desean pero no actúan, y hay quienes actúan sin desear. Unos y otros son igualmente responsables por lo que sucede. Por todas partes brota la miseria. Por todas partes se cosecha mezquindad.

Epigramas del emperador (XIX)

Tenemos certezas para afirmar que el presente será mañana pasado. Pero no la tenemos para afirmar que pasado mañana habrá algún presente.

Apuntes críticos sobre la belleza artística (Arturo Borra)

En el presente artículo se cuestiona el sentido clásico de lo bello -recluido en un mundo espiritual idealizado-, para repensarlo en el contexto de elaboración de un proyecto artístico crítico. Antes que un mero rechazo de toda forma de belleza, se discute la posibilidad de reincluir esa cualidad dentro de una constelación estética que no se desentiende de la crítica del presente y de la enunciación de otras formas de institución social.

En suma, se apunta a la resemantización de lo bello en el arte, cuestionando el típico idealismo artístico que, en su afán de belleza, tiende a encubrir el sufrimiento humano y a ponderar las virtudes del alma en un mundo social marcado por la desdicha. El arte tiene una responsabilidad política: contribuir en la producción de otro mundo posible, en el que la belleza no sea un simple consuelo a la penuria corporal.


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Epigramas del emperador (XVIII)

Un filósofo diagnosticó la enfermedad del siglo veinte: la normalidad. Cabía entonces un modo de salud: la anormalidad.
En nuestro siglo, la anormalidad es de lo más normal. Ya no hay salud posible.

Poesía, crítica y acción instituyente -Arturo Borra

En el presente artículo se indaga acerca de la relación entre poesía, crítica y política, a partir de la problematización efectuada por T. Adorno en diversas ocasiones.

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Perejilaida. La Gesta de Perejil (2)

En la primera escena vimos como Don Rodrigo Rato volando sobre su Bultaco llevaba la funesta noticia de la invasión a la moncloa donde Aznarez se hallaba jugando al Paddle. Pasemos ahora a la Segunda escena del cantar al otro lado del estrecho, en la que se desvelan las reales causas de la conquista del Perejil.



Sale el sol por Antequera y en Palma va a declinar,
la luna corre de espaldas por el cielo a iluminar
sobre olmos que están secos, sobre campos sin sembrar,
sobre valles embalsados y otros por urbanizar,
sobre ríos y cigüeñas, al otro lado del mar,
las sombras de lo que ocurre unos días más atrás.
Se asoma a los alminares y las plazas de Rabat,
entre grillos y rumores, entre albercas y azahar,
la noche en la que celebra el rey moro su esponsal.
Tras las ventanas reales a dos voces se oye hablar,
lo que se dicen los reyes agora vais a escuchar:

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Epigramas del Emperador (XIII)

La verdad del carcelero:
cuanto más grande la jaula,
más pequeño el prisionero.

Perejilaida. La gesta del perejil

Pedid y se os concederá: Efectivamente esta vicesatrapía de papeles traspapelados halla en su poder copia mecanografiada de la gloriosa Peregilaida que antaño cantara la Hesperpéntica Hépica Hispánica bajo el despótico reinado de Aznarez I, y que nadie difundió aunque sus señorías parlamentarias y gentes de los medios pudieran leerla, y aún recitarla algún que otro despistado como el que esto escribe, tras hacerse con el texto por ‘patafísicas casualidades. Por cierto que la viva voz da a esta composición satírico épica toda su fuerza, y no puede esta insignificancia si no recordar con nostalgia y alegría aquellas veladas en que algunas congregadas desplegaron todo su buen hacer declamatorio y dramático para hacer vivir tan sonada gesta. El texto viene firmado "Jose", y en torno a su composición y autoría hay diversas especulaciones, basadas en las diferentes copias mecanografiadas de Gormaz, Arbeteta y Villaalbilla. Oscilan entre la hipótesis del único rápsoda poseido por ingente ingesta de noticiosos y la creación colectiva por acumulación de Juglares zurdos y gamberros. El anonimato, pues, que todo cantar de gesta requiere como presentación está servido. Como “la gesta del Perejil” cuenta con sus buenos ochocientos versos, inauguramos la serie de su difusión por entregas semanales, respetando las escenas que ofrece el propio texto, para recreo de las generaciones presentes y ejemplo de las venideras.

Primera Entrega. A este lado del Estrecho.

Folgando está Don Rodrigo Rato en la horilla de tajo
con el cava en la encimera, los pies en el cartapacio,
escuchando los rumores armoniosos del estadio,
los ojos en las pelotas que de bando van cambiando
según juegan y retozan sus deditos con el mando.
La pantalla saca pechos henchidos de noticiario
y de esta manera le habla tan propia de prensa y radio:
"

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Claridades Enunciativas (VI)

Se considera ahora oportuno, ya que fue mencionado en parte por Termidor, dejar aquí escrito lo que sigue, tal y como pudo escucharse en boca de Rosa y Chicho, juglares y enormísimos cronopios ( Quien tenga oidos lo oiga, quien tenga boca lo cante) :

La lengua suelta,
la lengua suelta,
de la niñez me queda
la lengua suelta
y me explico al momento
cuando me dejan:
y cuando no,
me lo aprendo y lo canto
de viva voz.

Dicen que son mis coplas
del diecinueve
porque digo que es blanca
la blanca nieve
Yo no me enfado
que mi siglo parece
que no ha empezado.


...

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Todos los turistas son feos (y II)

Propongo a sus insignificancias, sátrapas congregados, dos nuevas piezas para continuar este nuestro viaje. Como comprobarán, se trata de abrir trampillas a distintas dimensiones viajeras y viajantes. Más abajo figura un enlace a la entrega anterior, como otras cuestiones de índole puramente técnico. Como siempre, se espera su siempre benevolente colaboración.


6.
“Más peligroso que un chileno trazando fronteras” – un taxista en Ushuaia. La réplica chilena, que imagino inversa pero casi idéntica. Estos pueblos y ciudades en la vastedad del territorio nacional: pueblos y cárceles fronterizos de ocupación. Las calles bonaerenses a tiralíneas: ese orden sobre el plano que se desvanece apenas levantas la cabeza. La autovía que separa San Telmo de Boca. Las arrugas de las sábanas como una nueva categoría de límite. En fin, este viaje saturado de fronteras (tan prácticas y estúpidas, las pobres). Y de pronto, la clara conciencia de que la frontera, la costura y la cicatriz es lo que une los cuerpos que intenta separar.

¿A qué? ¿A qué quedaré, pues,
unido?


7
En una de las terrazas del café Hafa, mirando al estrecho, frente a la costa española, rodeado de marroquíes que toman té, rezan y juegan al parchís, observo bien alrededor y luego a ese supuesto punto y juraría que el mar es siempre el mar y la gente es la gente y por más que miro no encuentro la diferencia y no soy capaz de encontrar la maldita, la puta raya.

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Sobre claridades enunciativas (3)

Pues ahí van, entonces, otros dos polos por peteneras de Manuel Balmaseda.

Éste de una vez que estuvo preso:

Grande castigo a mi cuerpo,
Todos los días le dan,
Para que diga cositas
Que mi boca no dirá.


Y este otro tras su salida de la cárcel:

Yo me senté en una piedra,
Por no tené aonde sentarme;
¡La piedra al verme tan probe,
Se partió por no aguantarme!


Y este último, bonus-track, para cortar purita la respiración por amor:

Se acabaron mis pulmones,
No los pueo reponé,
Estoy ético y me muero,
Por causa de una mugé.

Sobre claridades enunciativas (2)

Para los archivos de la Vicesatrapía anti-hermética de esclarecimientos y desocultaciones para la conservación de la voz popular, y también para el público dominio, va aquí esto de Manuel Balmaseda:

Los jerais por las esquinas
Con velones y farol,
En alta voz se desían:
¡Marerarlo, que es caló!


(Nota: los jerais son los payos castellanos; marerar es matar; y caló es gitano).

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Sobre claridades enunciativas

Visto que algunas han mostrado interés en la cuestión sobre la claridad enunciativa de una siempre posible poesía política popular, rescato aquí algunos es-propios de Isabel Escudero para ejemplificarla. Huelga decir que la congregación invita a continuar la lista de estos versos que se colectivizan ellos solos.

Es-propios


Es propio de la Realidad
ser poca y no ser verdad.

Es propio de las Santas
que les broten rosas
del tajo de la garganta.

Es propio de la libertad
ser dada y provisional.

Es propio de las Culturas
firmar en las sepulturas.

Es propio de las ideologías
servirse de policías.

Es propio del esclavo
irse pareciendo al amo.
(y al contrario)

Es propio del alma mía
ser Valor y mercancía.

Vicesatrapía anti-hermética de esclarecimientos y desocultaciones para la conservación de la voz popular.

Todos los turistas son feos (I)

A imitación de los, siempre interesantes, Epigramas del Emperador, se inicia aquí otra serie de textos. El resultado de la serie completa, con las correciones, trasposiciones, ampliaciones y disgresiones que a sus insignificancias les parezcan convenientes, conformarán un libro colectivo y anónimo cuya publicación, en primera edición, se realizará (contando con el permiso de la administración de este sitio) electrónicamente en la Biblioteca del MLRS.

Dado que corre por cuenta de esta vicesatrapía iniciar el juego, nos permitimos, además, establecer una única regla. Las ampliaciones, correciones, disgresiones, contusiones e infracciones que sus insignificancias generen a partir de cada entrega, deben sujetarse temáticamente al contenido del texto en prosa que abajo se reproduce y que vendrá a constituir el prólogo o epílogo del antedicho libro colectivo y anónimo. No es necesario aclarar que también esta prosa es, a su vez, modificable.

Esperando, como siempre, su entusiasta participación, iniciamos aquí este "Breve elogio del viaje".

1. Todos los turistas son feos.
Cuando estamos vivos,
cuando estamos vivos,
sólo cuando estamos vivos
con el plomo de la belleza
derramado en los ojos,
sabemos aún que la vida
bulle
con su magnífica confusión.

Viajamos entre golpes,
esquivamos a los viajeros golpeados,
recogemos despertando
las migas de pan ahogadas en sangre,
y sin embargo
rogamos que el camino sea largo
para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.

Porque no nos importa el estar ya
sino el ir yendo.

Porque no olvidamos de qué está hecho el camino,
no olvidamos.


2. Elogio del viaje.

El tiempo abre la boca
y (no sé bien)
perfila un bostezo
un mordisco
una sonrisa.

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Epigramas del emperador (VII)

Don Pedro Calderón de la Barca pensaba que la vida es ilusión. Hace ya años, algunos acotaron ese pensamiento; escribieron: salvo el poder, todo es ilusión. Luego, otros, ampliaron la acotación: imaginaron que todo es poder, incluso la ilusión. En estos asuntos, es fácil entusiasmarse.




Adenda para el séptimo Epigrama del Emperador:

Si fuera cierto que sólo las tautologías son verdaderas, por una razón de gusto, aboliría los pleonasmos.



Epigramas del emperador (VI)

Hagas lo que hagas, no existe más que el dinero. Si hablas, si oras, si recitas, si escribes: que sea por dinero. Si comes, si bebes, si lloras, si amas: cultiva tu estilo dinerario. Y si no hay paga, nada hagas. La moneda bruñida será el espejo de tu alma, la fiduciaria imagen de tu imagen.

Epigramas del emperador (V)

El felino es clemente con su presa hasta un momento bien determinado: cuando está persuadido que nadie ni nada puede negarle su victoria. Entonces, clava sus dientes y desgarra la carne. Lo mismo hace el sufrimiento con los humanos. No obstante, hay una diferencia: siempre habrá alguien dispuesto a aceptar que la víctima aún puede sufrir un poco más.

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Epigramas del emperador (II)

Hay formas de procacidad que asumen el terror. No hablo de la pornografía de unas fotos soeces; hablo de la tortura en las cárceles. Ya no selecciona a sus presas, el depredador.

Epigramas del emperador (I)

Iniciamos con esta entrada una serie, la cual optamos por titular Epigramas del emperador, tal como figura en el título. En lo que respecta a los epigramas, pues decir que tienen una larga historia. Y si de alguien podemos tomar un epígrafe, nadie mejor que Marcial, por aquello de darle al césar lo que es de dios.

"no obra honradamente quien se manifiesta ingenioso en el libro de otro"
Marco Valerio Marcial



Hay palomas y halcones, pero no queda ningún zorzal, ni un solo gorrión. Es tan fácil la muerte que ya no cría fama. Mantenerse con vida: ¿bastaría eso para la gloria? ¿A quién le importa?





¡Con qué facilidad los cirujanos se convierten en enterradores! Hoy día hasta las guerras se declaran quirúrgicas.




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