Engranajes de la megamáquina

De Adolf Eichmann a Claude Eatherly De los campos de exterminio al piloto de Hiroshima

La historia es sabia mientras no esté manipulada, nos puede enseñar muchas verdades, pero parece que olvidamos rápido o no nos gusta reflexionar sobre ella. Dos acontecimientos y dos vidas paralelas que confluyen en el tiempo y que están unidas inexorablemente gracias a su poder de destrucción y devastación humana. La vida de estos dos personajes de bandos «enfrentados», que realmente perseguían un único fin, la dominación del hombre sobre el hombre. Sus funciones como engranajes de la maquinaria, tanto de guerra y exterminio como política y económica; el patriotismo exacerbado y la ceguera provocada por la propaganda mediática dirigida por los Estados, conseguían acrecentar una fe ciega en su deber y mimetizarse en el contexto donde se desarrollaban los acontecimientos, es decir, hacerse una pieza más de esa gran máquina sin importarles a donde se dirige y su porqué. Eran un mecanismo más y no veían las dimensiones de lo que generaban o podían generar, su responsabilidad individual se diluía al no «ver» las consecuencias de sus acciones. Aunque en algún caso no siempre era así, ya que, somos seres que sienten y piensan, somos humanas aunque nos pese, por lo que podemos reflexionar y analizar nuestras acciones para saber que hemos conseguido y si es humano y digno lo que hacemos o hemos hecho.

El de Adolf Eichmann no fue este caso. Eichmann fue un Teniente Coronel de la SS nazis además de ser el responsable directo de la «solución final» y de los transportes de deportados a los campos de concentración alemanes para su destrucción industrial. Por lo tanto, fue el encargado de la organización de la logística de transportes del Holocausto. Al finalizar la guerra Eichmann consiguió fugarse a Argentina pero al poco tiempo fue localizado por agentes del Mossad y fue llevado a Israel para ser juzgado y ejecutado posteriormente. Peter Malkin, el agente del Mossad que le detuvo, declaró «lo más inquietante de Eichmannn es que no era un monstruo, sino un ser humano» o «Eichmann era un hombrecito suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros… pero él organizó la matanza», más que matarlos les llevó a la muerte. Al final de su vida Eichmann se defendió argumentando que únicamente se limitó a ejecutar ordenes de sus superiores (Himmler y Hitler) ya que debía cumplir las estadísticas que le exigían, y los judíos (también gitanos, comunistas, anarquistas) eran para él simples «estadísticas». Exponía en su juicio «No hice nada por mi propia iniciativa. Yo me limité a cumplir órdenes de Hitler y de Himmler, y mi papel se limitaba a cuestiones de horarios y transportes» o también «Tras la conferencia de Wansee, yo no me creía culpable, después de esa conferencia mis sentimientos eran como los de Poncio Pilatos, no era culpable de lo que ocurría, lo hicieron los dirigentes supremos del Estado», aunque también se sabe que a finales de la guerra su superior Himmler decidió acabar con los asesinatos masivos de judíos pero Eichmann continuó dando órdenes de que se siguieran produciendo. Eichmann era el gestor de las deportaciones a los campos de exterminio para su eliminación institucional e industrial en las cámaras de gas, una pieza maestra en la maquinaria nacionalsocialista, pero sólo eso una simple pieza, pero, que sin ella, la máquina fallaría. Realmente no se consideraba culpable de los millones de asesinatos de personas en los que él participaba y gestionaba. Su responsabilidad individual en estos hechos era negada pues para él los ejecutaba la maquinaria estatal Nazi, y aunque él era integrante de esa maquinaria y participaba en ella, no se sentía responsable de esas millones de muertes, pues no las había ejecutado el mismo (ya que no hubiera podido). Sin la infraestructura político-militar-industrial que habían generado los Nazis nunca se habría podido realizar, pero aún dada su pertenencia a un rango elevado del aparato de aniquilamiento institucional-industrializado, siguió negando su responsabilidad ante los 6 millones de muertes que producían, no los sentía ni veía, pero ahí estaban, y su colaboración era innegable. Estos dirigentes y ejecutores eran hombres serviles que aceptaban esos trabajos como cualquier otro y que se excusaban apelando a las órdenes recibidas y a la lealtad; también aspiraban a altos cargos de poder pues eran ambiciosos y les daba igual perder su humanidad. «Perdidos» por la división del trabajo y la segmentación del proceso global ejecutaban las órdenes dadas, las cuales en su conjunto se transformaban en una máquina totalitaria que aplastaba como un rodillo sus objetivos basándose simplemente en el principio de las máquinas: el máximo rendimiento. Como diría el filosofo Günther Anders, «se convierten en co-maquinales. La máquina originaria se expande, se convierte en megamáquina».

Claude Eatherly fue el opuesto antagónico de Eichmann, pues acabó asumiendo esa responsabilidad individual aunque la máquina le dijese que había sido ella quien lo hizo. Eatherly fue un oficial de la Fuerza Aérea del Ejército de los EE.UU durante la 2º Guerra Mundial y fue el piloto del avión Escalera al Cielo que participo, dando la orden al Enola Gay, en el lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima en Japón el 1945. No participó en Nagasaki. Años más tarde, Eatherly se empezó a sentir culpable y horrorizado por las miles de muertes que la misión en la que participaba había generado. Eatherly comenzó a sufrir pesadillas donde creía ver los rostros desfigurados de quienes se abrasaban en el infierno de Hiroshima, y un día intentó quitarse la vida en un hotel de Nueva Orleans consumiendo una gran cantidad de somníferos. Poco después ingresaría en el hospital militar de Waco no experimentando mejoría alguna. Con el tiempo comenzó a cometer algunos delitos «para que fuera castigado», en un atraco que realizó no se llevó nada, y tras su juicio, ingresa en un hospital militar para recibir tratamiento psiquiátrico. Los tormentos de su conciencia fueron tratados como fenómenos patológicos. El llamado «héroe de Hiroshima» pasa a ser llamado el «piloto loco de Hiroshima», y con el tiempo comenzó a relacionarse con círculos pacifistas y a cartearse con Günther Anders que era un conocido pacifista e impulsor del movimiento internacional antinuclear. Incluso llego a enviar billetes en sobres y enviarlos a Hiroshima o a mandar cartas a Japón declarándose culpable o pidiendo perdón. Por lo que las autoridades militares no tardaron en reaccionar y lo condenaron a la más severa reclusión en el hospital de Waco para intentar silenciarle y deslegitimarlo, poniendo siempre trabas y obstáculos a su salida. Sus cartas a Japón pidiendo perdón y su publicidad antiatómica molestaban bastante a las autoridades militares estadounidenses y que mejor manera de anularlo que psiquiatrizando su conducta, encerrarlo y medicarlo. Eatherly también era uno de esos engranajes de la maquina y por tanto pertenecía a ella, pero no era ella en su totalidad. Él se quería hacer responsable de las 200.000 muertes que hubo en Hiroshima pero en realidad todos sabemos que fue el aparato de guerra estadounidense y sus instituciones. Esa culpabilidad viene de su humanidad, de su responsabilidad como ser humano de «hacerse cargo» de sus actos, no busca difuminarse en la maquina y en su funcionamiento, acaba derrumbándose al darse cuenta de los horrores cometidos y su implicación en ellos. Eatherly se sentía culpable de haber causado 200.000 muertes pero ¿es posible sentir dolor por la muerte de 200.000 personas? Ni él ni nadie puede, pues no estamos preparados para concebir algo tan grande, no podemos llegar a representárnoslo en nuestra conciencia. Al no poderlo concebir no lo podemos hacer frente y por ello el arrepentimiento que sentía Eatherly no era suficiente y por eso acabó reaccionando con pánico y desorientación. Pero también es un hecho que refleja que su salud moral sigue viva. Esa conciencia del problema implica responsabilidad, al contrario de Eichmann que negaba su culpabilidad y se la achacaba a la maquinaria ya que el «sólo seguía ordenes de sus superiores». Además, el piloto de Hiroshima era anteriormente reconocido como un héroe en su país gracias a su misión nuclear, para dar un golpe en la mesa ante el mundo. A él le parecía angustioso ver que todos le veían como a un héroe mientras él mismo se veía como un monstruo, y como dice Günther Anders «tuvo que idear y hacer uso de otros métodos para conseguir que se le diese su castigo» (los atracos simulados) mientras Eatherly asumía «en realidad la sociedad no puede aceptar la realidad de mi culpa sin reconocer al mismo tiempo que su culpa es mucho más profunda».

Eatherly es el polo opuesto a Eichmann, no es su «hermano gemelo», pues aunque los dos participaran en sendos genocidios, sólo el primero reconoce que «aquello en lo que yo sólo he participado es también algo que yo he hecho», mientras que Eichmann declaraba «yo no fui más que una pieza más de aquella maquina» o «me limité a seguir ordenes» que son argumento que todas nosotras solemos utilizar para tranquilizar nuestras conciencias. En la actualidad estos argumentos son bastante empleados, desde el trabajador de una fábrica de misiles al científico que diseña nuevos componentes químicos que luego serán utilizados para fabricar armas. También podríamos poner ejemplos más de calle, como el policía que reprime y tortura «porque es su trabajo y recibe órdenes» o el agricultor que utiliza pesticidas y transgénicos «porque maximiza los beneficios o le dan subvenciones», así podríamos hablar de miles de casos, de cada trabajo o cada cargo, configurándose una fuerte cadena jerarquizada que abarca todos los aspectos de esta vida tecnificada. Podemos estar trabajando en una cadena de montaje poniendo tornillos a una pieza que luego servirá a aviones militares para bombardear ciudades y mientras nosotras sin tener idea de lo que estamos haciendo, o trabajar en una empresa realizando programas informáticos que luego puedan ser utilizados para rastrear personas y eliminarlas… muchos trabajos científicos y técnicos son luego empleados para el arte de la guerra y muchos descubrimientos militares son trasladados a lo civil.

Con independencia del país industrializado en el que nos encontremos viviendo y de la política que ostente «nos hemos convertido en criaturas de un mundo tecnificado». La maquinización del mundo nos ha llevado a convertirnos en simples piezas mecánicas de la Megamáquina (Estado, Capital y Técnica unidos), del imperio de la «máquina total» que avanza hacia lo que llaman Progreso. Con la división del trabajo nos hemos convertido todas en trabajadoras asalariadas que no nos interesa en absoluto el efecto de nuestro trabajo, ni su efecto final, nos limitamos a desempeñarlo lo mejor que podemos para que no nos despidan y poder cobrar a final de mes. Acabamos siendo mera piezas sustituibles de la maquinaria y no queremos ver las consecuencias que producimos, tanto a nosotras mismas como humanas o a la propia naturaleza. La división y la especialización del trabajo se han transformado en una estricta división de responsabilidades ya que la gente acaba siendo prisionera de sus trabajos especializados y están separados del efecto final que provocan. Todos acabamos siendo en su gran medida «Hijos de Eichmann» como decía Günther Anders, unos hijos de la maquina cada vez más deshumanizados y aislados artificialmente. La tecnificación de nuestra existencia nos ha llevado sin saberlo e indirectamente a ser simples engranajes especializados y reemplazables, y ante ello podríamos vernos implicados en acciones cuyos efectos nos vemos incapaces de preverlos incluso imaginarlos. Ésta situación está cambiando nuestra moralidad, y nos trae la posibilidad de que seamos inocentes culpables; esta nueva situación moral podría llevarnos a la catástrofe personal y mundial, pues «las magnitudes de los efectos de nuestra acción excede con mucho de nuestras facultades psíquicas, en concreto de nuestra imaginación». Porque el triunfo de la técnica ha transformado nuestro mundo (aunque esté inventado y construido por nosotras mismas) en tal enormidad y complejidad que nos es difícil crearnos una representación de todo ello, por lo qué ha dejado de ser realmente «nuestro», pues no llegamos a comprenderlo en su totalidad ya que tampoco entendemos los procesos de los que formamos parte, siendo así sujetos ajenos a su funcionamiento y su comprensión, por tanto haciéndonos ajeno a él. La alienación que produce la técnica, se da y se dará en todos los sistemas políticos que funcionen como la megamáquina, ya sean capitalistas o socialistas, si sus mecanismos de producción, distribución y control son los mismos. No se puede simplemente responsabilizar a la máquina de los hechos ni tampoco reprocharnos a nosotras mismas como piezas individuales, sin la maquinaria sabemos que jamás se hubieran realizado los objetivos que se marcaron en aquella época; pero sin las piezas individuales sí lo hubieran hecho, pues gracias a la economía de mercado y al dinero siempre habrá nuevas piezas en el mercado de trabajo para poder sustituirlas, y en vez de un Eichmann o un Eatherly estaríamos hablando de otros personajes con la misma función.

Ponemos estos dos ejemplos antagónicos pero de similar consideración y relevancia en la Historia, para hacer entender que nuestro mundo moderno funciona de idéntica manera, ya sea desde la política, la economía o la ciencia, mientras la tecnificación y su control avanzan de forma rigurosa y firme hacia el máximo rendimiento y el crecimiento infinito. Vamos perdiendo nuestra humanidad para transformarnos en apéndices de la Megamáquina, que a pesar de nuestra individualización social, acabamos acoplándonos y uniéndonos a la gran masa mecanizada y asalariada. Podemos continuar y hacer como si no hubiese pasado nada, o continuar y más tarde arrepentirnos, pero seguiremos arrastrándola y cerrando los ojos ante la barbarie que producimos en serie. Nuestra sociedad se rige como una máquina, y ésta máquina de la que hablamos no es tan abstracta como parece, sólo tenemos que fijarnos a nuestro alrededor y observar, ver en lo que nos estamos transformando y como estamos transformando el mundo en un espejo de nosotras mismas, es decir, enfermo. Estamos destrozando la naturaleza y nuestro mundo aunque no nos creamos participes de ello. Aunque la maquina siga funcionando sin nosotras y seamos sustituibles, siempre tendremos la esperanza de la difusión y el sabotaje; la maquina sin Nosotras (Todas) no es nada y se puede llegar a colapsar y parar sí se rompen muchos engranajes, pero para ello tendremos que tener Conciencia de lo que ocurre y de cómo funcionan las cosas en este mundo. ¿Queremos ser hijos de Eichmann?

Daniel Cuéllar

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