Y sin embargo se mueve

Marasmo

Tras un año de la entrega de armas de ETA Militar y en una década marcada por su proceso de desaparición, en una cascada controlada de acontecimientos que hacía verosímil la existencia de un plan, poco queda de aquella percepción de hoja de ruta, expresión tan al gusto por aquellas fechas.

Desde la esfera política, la refundación paralela, con la puesta en marcha primero de la coalición Bildu, la conversión de las estructuras políticas de la llamada izquierda abertzale en el relegalizado partido Sortu, y la reformulación con la recogida de segmentos expelidos durante el tiempo de Batasuna en la estructura conjunta actual EH Bildu, no ha añadido grandes activos al bloque abertzale que iba a tomar la iniciativa en el ámbito político. Su pírrica victoria ha sido estabilizar su cuota de votantes y de electos, y colocarse otra vez como segunda fuerza del nacionalismo vasco y como primera de la izquierda, por delante de un desinflado Podemos. Mantener esa posición de cara al próximo ciclo electoral que nos acecha y pasearla como triunfo, es a fecha de hoy su audaz proyecto.

En cuanto al autotitulado «Proceso de Paz», en el que el colectivo «Artisans de la paix» ha ejercido de amable comparsa, y al que se le suponía ser respondido con una justicia transicional por parte de los poderes estatales, que impusiera en lo judicial, a través de una interpretación amable del Código, penas menores para los procesos en curso y en lo policial una relajación de sus labores, a la vez que en lo penitenciario se daban pasos y gestos hacia un acercamiento y agrupamiento de los militantes presos, nada de aquel «Proceso» se ha ido materializando en el Estado español, asistiendo por el contrario a casos onerosos como el encarcelamiento de los jóvenes de Altsasu, en un medio hostil hasta a mínimos de garantías, como la libertad de expresión. Mientras, los movimientos iniciados en el estado francés parecen obedecer más a las necesidades internas de la nueva derecha en el poder y su gestión del Estado de Guerra contra el llamado yihadismo en el hexágono que a una voluntad política que obedezca a algún tipo de pacto o plan conjunto. La disolución de ETA como organización sería la culminación de la pretendida hoja de ruta, que no parece haber llegado a ninguna parte.

Desde la disidencia interna al bloque, la numantina labor de los entornos irredentos de ATA para arrancar una amnistía que surja de la movilización popular, pese a su esfuerzo militante, no ha conseguido lograr sino algunos destellos, relacionados con la situación extrema de presos muy incardinados en sus localidades de origen, y se mantiene minoritaria pero activa. Su perfil sigue sin ser nítido o parecer propio, ofreciendo aún la imagen de agrupación de diferentes malestares internos, rugoso perfil que poco le ayuda para liderar un proceso de masas del tipo del que precisa.

A falta de un aliento propio, la esfera política vasca que gira alrededor de la cuestión nacional como eje se ha ido alimentando de los acontecimientos del Procés catalán, lo que ha traído ciertamente momentos de movilización social variada y solidaria en EHk durante las semanas posteriores al referéndum del 11S, como las inmediatas caceroladas, alimentada por las imágenes de la contundencia policial y la determinación popular de defensa de los colegios electorales.

Con todo, la movilización solidaria se fue desinflando en el curso de los meses, toda vez que el protagonismo de aquellos hechos se iba transfiriendo a los partidos políticos independentistas y a sus dirigentes y se iba difuminando la potencia de los movilizados, mientras se mantenía el desconocimiento de la naturaleza de los instrumentos populares organizativos que habían posibilitado tamaña movilización, situación en la que las estructuras abertzales que dinamizaban la protesta local se encontraban cómodas, focalizadas en promover de todo aquello básicamente la premisa del «derecho a decidir», que apoye los referéndums en los feudos locales.

El show parlamentario de la Declaración de Independencia confería el protagonismo a los partidos y a sus pactos, mientras la calle pasaba a un segundo plano, para poco después desaparecer del foco. Así, la desobediencia popular había pasado de ser civil a ser la de la clase política catalana, y las nuevas elecciones y el encarcelamiento o exilio de algunos dirigentes, junto con sus maniobras, consiguieron distanciar la solidaridad social vasca, de un proceso que ya no se podía fácilmente compartir.

El reactivamiento de las acciones ofensivas por parte de los Comités de Defensa de la República en primavera y la represión desatada, podría volver a traer esos vientos solidarios con una coyuntura que habrá que tratar de analizar más allá de la solidaridad antirrepresiva o de la consigna independentista para explicarse un fenómeno político complejo que, como ironizaba una compañera libertaria catalana, ha producido escenas tan insólitas como la de políticos en prisión o la de anarquistas votando (en blanco).

Así las cosas para el marasmo de los anhelos transformadores, el gran logro de la derecha nacionalista vasca ha sido crear una percepción de país, hecha a su imagen y semejanza. Los cuidados para mantener un tejido productivo industrial, cercano a un 30% del total y relacionado con una clase capitalista autóctona afín a su proyecto, el despliegue paralelo al régimen autonómico de un amplio estado asistencial que ha dado empleo profesional a sus vástagos y que mantiene su actividad pese a sus recortes y el destino de recursos institucionales para paliar los casos más extremos de necesidad social, proporciona la imagen de un país con relativa estabilidad en su proyecto capitalista y bien posicionado relativamente en el conjunto de la UE, en la que los índices de paro son sensiblemente menores que en el estado español y las rentas son también notablemente más altas.

De este modo, la reacción popular contra la derecha predadora clásica, como la navarra, y que aupó nuevas mayorías políticas, no tiene cabida en una sociedad como la vascongada en la que la gestión jeltzale basa su victoria en el clientelismo de una considerable porción social, cercana al 40% de los asalariados, con rentas superiores a los 25.000 euros anuales. En consecuencia, la imagen de país se construye en base a los intereses de esta minoría numérica, que educa por separado a sus hijos en la enseñanza concertada, trabaja en buenos puestos, viaja en avión o si lo hay en el futuro TAV y se recrea en la ficción que le ofrece de sí misma la televisión pública vasca en la que aparece su segmento como si de la totalidad de la población se tratara. Los números amañados que posibilita la democracia representativa, en la que un 20% del voto permite gobernar en mayoría, se concreta en el caso vascongado que con sus 350.000 sufragios casi siempre fieles sobre un censo electoral de 1.700.000, se permita afianzar la hegemonía política y económica de su proyecto.

Temblores

Sin embargo, nuevos seísmos sacuden ya el suelo vasco. La movilización de los pensionistas, cuyo número llega los 650.000 en Hegoalde, tiene como principal virtud visibilizar la mayoría social perjudicada por este modelo económico. Esta emergencia ha sido combatida desde instancias gubernamentales y mediáticas abundando en inflar los números con datos como la pensión media percibida o su relativa mayor cuantía respecto a las percibidas en el estado español, pese a que la realidad recuerde que un 60% de los pensionistas vascos no ingresan los mil euros mensuales, y sin olvidar que en este importante segmento social se pueden y deben constatar también otras evidencias, como la brecha de género, que en el caso vasco hace que la pensión media de las mujeres sea casi un 45% menor que la de los hombres.

En cuanto a la naturaleza del proceso reivindicativo y analizando también que los tramos relativamente altos de las jubilaciones vascas tienen que ver con el entramado industrial y con también con su desmonte parcial en décadas pretéritas, puede darse razonamiento del discurso manejado en el interior del movimiento de los pensionistas, en el que sigue insistiendo en una lógica de crecimiento continuado, similar a la lógica movilizatoria de subida salarial característica de sus protagonistas en su época laboral activa. Aun así y a decir verdad, los discursos de sus portavoces han hecho propios los tópicos de la recuperación económica, del saqueo de los corruptos como fuente de la crisis capitalista, en la incuestionabilidad del Estado del Bienestar, y en otras obviedades del ciudadanismo más ramplón, que difícilmente pueden ser compartidos desde un propósito anticapitalista y libertario.

Pero a su vez, asistimos a la movilización de un colectivo que insiste también en lógicas de solidaridad, recordando que sus ingresos son soporte de ayuda familiar y que se mueven por las generaciones futuras, recordando que el ingreso es garantía para el mantenimiento de los lazos sociales y que su lucha se proyecta más allá de su colectivo, hablando de dignidad y de futuro más allá de la propia vida. De este modo, las importantes movilizaciones del día 17 con cerca de 200.000 personas en las cuatro capitales, llenaron las calles con este colectivo y también con otros sectores precarizados, constituyendo una manifestación conjunta de la Euskadi sojuzgada e invisibilizada, la de la los humildes, la de la Sociedad del Malestar, la de los excluidos de un modelo que se pavonea sobre un cuerpo social empobrecido, cuya sola presencia colectiva en suelo público impugna la mentira sobre la que se edifica el cuento de la derecha nacionalista.

También en Marzo, la huelga total feminista del 8 consiguió condicionar tanto el tejido productivo como el reproductivo y poner en cuestión muchos presupuestos. Como primer acierto, el día 8 con ya cuarenta años de manifestaciones vespertinas, se transformaba reinventándose al alza en una movilización que tenía como objetivo nada menos que paralizar la vida cotidiana del patriarcado en toda su extensión. El horizonte de una renovada llamada internacional de las iguales, también ayudó al éxito de la propuesta. El hecho fue que miles de mujeres interrumpieron sus rutinas y salieron juntas a las calles, siendo las manifestaciones de las capitales vascas las más numerosas de las realizadas por estos lares desde una convocatoria feminista y, merced a la distribución horaria mundial, símbolo mediático y acicate de la jornada global.

La huelga del 8, como propuesta que afectaba a todos los órdenes de la vida, cuestionó también el repertorio de la huelga general descolocando de las rutinas a propias y extraños, emergiendo un nuevo tipo de movilización que causó una grata incertidumbre, regalándonos imágenes clarificadoras como la estatua del lehendari Agirre a la que se le colocó un delantal. En sus próximas ediciones, este tipo de protesta se irá asentando, marcando nuevas formas que afectarán a terrenos en teoría privados hasta ahora inéditos para la práctica de la huelga. En cuanto a la composición de las movilizadas, es de destacar la presencia activa de mujeres muy jóvenes, muchas de ellas participantes en mayor o menor medida de pequeños y flexibles grupos feministas, sitos en centros de enseñanza o barriales, atareados hasta la fecha con la concienciación y la denuncia, contando con un favorable aliento institucional y acostumbrados a ejercer como correa de transmisión de campañas promovidas desde efemérides o instancias externas. El grito más coreado de las movilizaciones de la mañana «gora borroka feminista», afirmándose en el camino de la confrontación, deja clara la insatisfacción de estas mujeres, hijas de unas políticas de colaboración con las instituciones que duran ya más de treinta años y que se muestran inútiles para noquear las cotidianas opresiones.

La alabanza a la potencia del movimiento feminista desde instancias gubernamentales posteriores a la gran protesta, son una nítida llamada a la mediación e interpretación para el Poder desde el movimiento de este fenómeno, que reedite las políticas de colaboración que ya se han demostrado superadas y que han desembocado en demasiadas ocasiones en la cooptación. La nueva ola del feminismo, tendrá que eclosionar barriendo las anteriores apuestas y rutinas, de las que el envejecido movimiento previo forma necesariamente parte.

Junto a los seísmos, también hay que constatar la progresiva quietud, del movimiento social alrededor de la crisis migratoria y de refugiados, que alcanzó no hace tanto gran extensión e impacto pero que no ha conseguido transformar la empatía natural con la crisis humanitaria en solidaridad organizada, ni volver el foco hacia las expresiones locales y cotidianas de las causas que provocan la guerra y la migración. La construcción de un muro en suelo vasco, alrededor de las instalaciones del Puerto de Bilbao que dan acceso al ferry que comunica con Gran Bretaña, junto con las exportaciones de armas desde las mismas, constituyen un punto de apoyo material y simbólico explícito para la reactivación del movimiento, que confluye así con el tejido activista antimilitarista e internacionalista. Por otro lado, la guerra y revolución en la Rojava kurda y del movimiento local alrededor de la misma, nos recuerda la complejidad más allá de los fáciles esquemas antimperialistas o doctrinales de las luchas en curso, lo que nos obliga a repensar desde una óptica libertaria el tacticismo, mientras que el rosario de bajas de una guerra real que se ceba constante con compañeras y allegados, desplazados y combatiendo en el conflicto, pone contra las cuerdas a la hueca solidaridad ejercida como mera consigna ideológica.

Calma creativa es la que se ha ganado a pulso la ocupación del barrio de Errekaleor gasteiztarra, que supo con gran inteligencia colectiva, enfrentar con intransigencia su realidad de ocupación frente a las provocaciones institucionales a las que hizo recular gracias a una elaborada articulación de los más variados apoyos sin por ello tener que dejar pelos en la gatera. La campaña de reivindicación de la ocupación como forma de vida alternativa en su estricto sentido, supo movilizar en su ciudad a los diferentes estratos afectos a la alteridad anticapitalista, además de contar con la movilización de sus iguales en el resto de EHk. La victoria de Errekaleor cuenta la potencia de la ocupación cuando se articula como movimiento, capaz de condicionar las agendas del poder y de vencer sus pulsos.

Aunando enraizamiento en el territorio y ocupación la proliferación posible de nuevas ZADs1 en el conjunto de EHk, toda vez que, por ejemplo, las obras del TAV se reactiven con mayor brío gracias a nuevas inversiones, y su posible coordinación entre las diversas ZADs futuras y ya presentes de ambos lados de la muga, abre nuevas posibilidades a la reactivación de la protesta antidesarrollista. Junto a estas luchas puede crearse nuevamente una comunidad de lucha, que haga de sus aprendizajes durante el conflicto su cemento constitutivo. El asamblearismo habrá de ser reinventado mediante nuevas experiencias de lucha; la apelación a una esencia asamblearia comunal vasca, los recurridos destinos del Batzarre y el Auzolan, es un grito en el desierto tras la industrialización y urbanización de nuestras sociedades como se ha verificado en previos intentos movilizatorios. Es el proceso de lucha quien reconstruye con su práctica el tejido de la propia comunidad que se va creando golpe a golpe a su alrededor.

Con lo expuesto al inicio podría parecer que la calma chicha es el rasgo dominante en el oasis vasco. Sin embargo, un nuevo ciclo de protestas se está acercando. La varia gestión capitalista, la de la derecha moderna en el estado francés, la de rancio abolengo español o la de la nacionalista vasca, se topará con serios obstáculos, obstáculos que hasta la fecha solo han asomado sus contornos, pero que se muestran como fuertes pilares sobre los que construir próximas barricadas.

JtxoEstebaranz

NOTA:

1. ZAD(Zona a Defender) NdR.

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