CEPRID

¿Por qué resurge de nuevo del fascismo?

Jueves 5 de marzo de 2015 por CEPRID

John Pilger

CEPRID

Traducción: Red Roja

El reciente 70 aniversario de la liberación de Auschwitz fue un recordatorio del gran crimen del fascismo cuya iconografía nazi quedó incrustada en nuestra conciencia. El fascismo se conserva como historia, como el estremecimiento ante los camisas negras marcando el paso de la oca, su terrible e indiscutible criminalidad. Sin embargo, en las mismas sociedades liberales, cuyas élites guerreristas nos instan a no olvidar nunca, se encubre el creciente peligro de una nueva especie de fascismo; ése es su fascismo.

Los Jueces del Tribunal de Nuremberg decían en 1946: “La iniciación o comienzo de una guerra de agresión… no es solo un crimen internacional, es el mayor crimen internacional y sólo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí el mal acumulado de todos ellos."

Si los nazis no hubieran invadido Europa, ni Auschwitz ni el Holocausto habrían sucedido. Si los Estados Unidos y sus satélites no hubieran iniciado su guerra de agresión en Iraq en 2003, casi un millón de personas estarían vivas hoy en día; y ni el Estado islámico, ni ISIS, nos tendrían hoy esclavizados con su salvajismo. Ellos son los descendientes del fascismo moderno, destetados con las bombas, los baños de sangre y las mentiras que constituyen ese teatro surrealista conocido como noticias.

Al igual que en el fascismo de los años 30 y 40, grandes mentiras se prodigan con la precisión de cronómetro, gracias a unos omnipresentes medios repetitivos y, por omisión, a su resuelta censura. Véase la catástrofe en Libia.

En 2011, la OTAN efectuó 9700 "ataques aéreos" contra Libia, de los cuales más de un tercio fueron dirigidos a objetivos civiles. Se utilizaron ojivas de uranio; las ciudades de Misrata y Sirte fueron bombardeadas y quedaron arrasadas como alfombras. La Cruz Roja identificó fosas comunes y la Unicef informó de que "la mayoría [de los niños asesinados] eran menores de diez años".

La sodomización pública con una bayoneta "rebelde" de la que fue objeto el presidente libio Muammar Gaddafi, fue acogida por la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, con gritos de alegría y la expresión: "Vinimos, vimos, murió." Su asesinato, así como la destrucción de su país, se justificó con la acostumbrada gran mentira de que estaba planeando un "genocidio" contra su propio pueblo. "Sabíamos – dijo Obama – que si esperábamos un día más, Benghazi, una ciudad del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que hubiera resonado en toda la región y manchado la conciencia del mundo."

Fue una patraña de las milicias islamistas ante su derrota por parte de las fuerzas gubernamentales libias. Le dijeron a Reuters que aquello iba a ser "un verdadero baño de sangre, una masacre como la que vimos en Ruanda". Difundida el 14 de marzo de 2011, la mentira propició la primera chispa para el infierno de la intervención de la OTAN, descrito por David Cameron como una "intervención humanitaria".

Armados y entrenados en secreto por el servicio de operaciones especiales aerotransportado británico, el SAS, muchos "de los rebeldes" se harían del ISIS, cuyo última entrega de vídeo muestra la decapitación de 21 trabajadores cristianos coptos secuestrados en Sirte, la ciudad destruida a petición suya por los bombarderos de la OTAN.

Para Obama, David Cameron y el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, el verdadero crimen de Gaddafi era la independencia económica de Libia y su intención declarada de parar la venta de las mayores reservas del petróleo del África en dólares estadounidenses. El petrodólar es un pilar de poder americano imperial. Gaddafi se atrevió a planificar la creación de una moneda común africana basada en el oro, establecer un banco universal para África y promover la unión económica entre los países pobres con recursos naturales. Fuera o no cierto, la sola idea resultaba intolerable para EEUU precisamente cuando se disponía "a entrar" en África y sobornar a gobiernos africanos "con alianzas" militares.

Tras el ataque de la OTAN al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad, Obama, según Garikai Chengu, "confiscó más de 30 mil millones de dólares del Banco Central de Libia, que Gadafi había destinado para la creación de un Banco Central Africano, y todo el oro destinado a respaldar el dinar africano".

La "guerra humanitaria" contra Libia se basó en un modelo muy aceptable para los sentimientos liberales occidentales, especialmente de los medios de comunicación. En 1999, Bill Clinton y Tony Blair enviaron a la OTAN para bombardear Serbia, porque, según su mentira, los serbios estaban cometiendo "genocidio" contra la población albanesa en la provincia secesionista de Kosovo. David Scheffer, embajador en misión especial para crímenes de guerra [sic], afirmó que unos "225.000 hombres de etnia albanesa de edades comprendidas entre 14 y 59 años, podrían haber sido asesinados”. Tanto Clinton como Blair evocaron el Holocausto y "el espíritu de la Segunda Guerra Mundial". Los heroicos aliados de Occidente eran el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), cuyos anteriores crímenes fueron dejados de lado. El ministro de Exteriores británico, Robin Cook, les dijo que podían llamarle a cualquier hora a su teléfono móvil.

Con el bombardeo de la OTAN sobre Serbia, gran parte de la infraestructura serbia quedó en ruinas, junto con escuelas, hospitales, monasterios y la estación de televisión nacional. Equipos forenses internacionales descendieron sobre Kosovo para exhumar la evidencia del "holocausto". El FBI no encontró ni una sola fosa común y se fue a casa. El equipo forense español hizo lo mismo, su jefe airado denunció "una añagaza semántica de la maquinaria de la propaganda de guerra". Un año más tarde, un tribunal de las Naciones Unidas sobre Yugoslavia publicó el recuento final de los muertos en Kosovo: 2788, entre combatientes de ambos bandos, serbios y gitanos asesinados por el ELK. No hubo genocidio. El "holocausto" era una mentira. La información sobre el ataque de la OTAN había sido un fraude.

Detrás de esta mentira había una seria decisión. Yugoslavia era una federación excepcionalmente independiente, multi-étnica, que se habían destacado como un puente político y económico durante la Guerra Fría. La mayor parte de sus servicios y empresas eran de propiedad pública. Esto era inaceptable para una Comunidad Europea en expansión, sobre todo para la recién unida Alemania, que planeaba su incursión hacia el este para captar su "mercado natural" en las provincias yugoslavas de Croacia y Eslovenia. Entre tanto, los europeos se reunieron en Maastricht en 1991 para planificar su desastrosa zona euro; llegaron a un acuerdo secreto: Alemania reconocería Croacia. Yugoslavia estaba condenada.

En Washington, EE.UU. vio que a la economía yugoslava en aprietos se le negaban préstamos del Banco Mundial. La OTAN, por entonces una reliquia de la casi extinta Guerra Fría, fue reinventada como ejecutor imperial. En la conferencia de 1999 de Rambouillet sobre Kosovo, celebrada en Francia, los serbios fueron sometidos a tácticas arteras. El acuerdo de Rambouillet incluía un Anexo B secreto que la delegación de Estados Unidos insertó el último día. Implicaba la ocupación militar de la totalidad de Yugoslavia - un país con amargos recuerdos de la ocupación nazi - y la puesta en práctica de una "economía de libre mercado" más la privatización de todos los activos del gobierno. Ningún estado soberano podría firmar esto. El castigo fue inmediato; bombas de la OTAN cayeron sobre un país indefenso. Fue el preludio de las catástrofes de Afganistán e Irak, de Siria y Libia, de Ucrania.

Desde 1945, más de un tercio de los miembros de las Naciones Unidas - 69 países - han sufrido de una u otra manera a manos del moderno fascismo de América. Han sido invadidas, sus gobiernos derrocados, sus movimientos populares reprimidos, sus elecciones subvertidas, sus pueblos bombardeados y sus economías despojadas de toda protección y sus poblaciones sometidas a un asedio paralizante con las conocidas "sanciones". El historiador británico Mark Curtis estima que el número de muertos se cifra en millones. En todos los casos, fue previamente desplegada una gran mentira.

"Esta noche, por primera vez desde el 11-S, nuestra misión de combate en Afganistán ha terminado." Estas eran las palabras con que Obama abría la conferencia de 2015 sobre el Estado de la Unión. Sin embargo, unos 10.000 soldados y 20.000 contratistas militares (mercenarios) siguen en Afganistán en una misión indefinida. "La guerra más larga en la historia de Estados Unidos está llegando a una conclusión responsable", dijo Obama. De hecho, murieron más civiles en Afganistán en 2014 que en cualquier otro año desde que la ONU tiene registros. La mayoría de ellos - civiles y militares -, asesinados en la época de Obama como presidente.

La tragedia de Afganistán rivaliza con la criminal epopeya cometida en Indochina. En su muy citado libro ’El Gran Tablero de Ajedrez: Primacía Americana y sus imperativos geoestratégicos ’, Zbigniew Brzezinski, el padrino de la política de Estados Unidos desde Afganistán hasta la actualidad, escribe que si Estados Unidos ha de controlar Eurasia y dominar el mundo, no puede sostener una democracia popular, ya que "la búsqueda del poder no es un objetivo que despierte la pasión popular... La democracia es enemiga de la movilización imperial." Y está en lo cierto. Como WikiLeaks y Edward Snowden han desvelado, la vigilancia y el estado policial están usurpando la democracia. En 1976, Brzezinski, entonces Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, demostró su criterio al asestar un golpe mortal a la primera y única democracia de Afganistán. ¿Quién conoce esta historia decisiva?

En la década de los 60, una revolución popular arrasó a Afganistán, el país más pobre en la tierra, derrocando en 1978 los vestigios del viejo régimen aristocrático. El Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) formó un gobierno y presentó un programa de reformas que incluía la abolición del feudalismo, la libertad de todas las religiones, la igualdad de derechos para las mujeres y la justicia social para las minorías étnicas. Más de 13.000 presos políticos fueron liberados y los archivos de la policía quemados públicamente.

El nuevo gobierno introdujo la atención médica gratuita para los más pobres; se abolió el peonaje, se puso en marcha un programa de alfabetización masiva. Para las mujeres, las ganancias fueron increíbles. A fines de 1980, la mitad de los estudiantes universitarios eran mujeres, y las mujeres representaban casi la mitad de los médicos de Afganistán, una tercera parte de los funcionarios públicos y la mayoría de los docentes. "Todas las niñas", recordó Saira Noorani, una mujer cirujano, "podían ir a la escuela secundaria y a la universidad. Podíamos ir a donde queríamos y vestirnos a nuestro gusto. Íbamos a los cafés y al cine a ver la última película de la India los viernes y escuchar la música más actual. Todo empezó a ir mal cuando los muyahidines empezaron a ganar. Se pusieron a matar maestros y a quemar escuelas. Estábamos aterrorizados. Fue curioso y triste ver que estas eran las personas que Occidente apoyaba. "

El gobierno del PDPA estaba respaldado por la Unión Soviética, a pesar de que, como más tarde admitió el ex secretario de Estado Cyrus Vance, "no había evidencia de complicidad alguna soviética [en la revolución]". Alarmados por la creciente confianza de los movimientos de liberación en todo el mundo, Brzezinski decidió que si Afganistán tenía éxito en el marco del PDPA, su independencia y progreso representaban "la amenaza de un ejemplo prometedor".

El 3 de julio de 1979, la Casa Blanca en secreto autorizó 500 millones de dólares en armas y logística para apoyar a los grupos tribales "fundamentalistas" conocidos como los muyahidines. El objetivo era el derrocamiento del primer gobierno laico y reformista de Afganistán. En agosto de 1979, la embajada de Estados Unidos en Kabul informó que "los intereses más importantes de Estados Unidos... pasaban por la desaparición del gobierno PDPA, a pesar de lo que ello podía significar de revés para futuras reformas sociales y económicas en Afganistán".

Los muyahidines fueron el origen de al-Qaeda y del Estado islámico. Incluido el líder muyahidín Gulbuddin Hekmatyar, que recibió decenas de millones de dólares en efectivo de la CIA. La especialidad de Hekmatyar fue el tráfico de opio y arrojar ácido a la cara de las mujeres que se negaban a llevar el velo. Invitado a Londres, fue celebrado por la primera ministra Thatcher como un "luchador por la libertad".

Estos fanáticos podrían haber permanecido en su mundo tribal si Brzezinski no hubiera lanzado un movimiento internacional para promover el fundamentalismo islámico en Asia Central y así socavar la liberación política laica y "desestabilizar" a la Unión Soviética, con la creación, como escribió en su autobiografía, de "unos cuantos focos de agitación entre los musulmanes”. Su gran plan coincidió con las ambiciones del dictador paquistaní, el general Zia ul-Haq, de dominar la región. En 1986, la CIA y la agencia de inteligencia de Pakistán, el ISI, comenzaron a reclutar a gente de todo el mundo para unirse a la yihad afgana. El multimillonario saudí Osama bin Laden era uno de ellos. Los agentes que eventualmente habían de unirse a los talibanes y al-Qaeda, fueron reclutados en una universidad islámica en Brooklyn, Nueva York, y se les dio entrenamiento paramilitar en un campamento de la CIA en Virginia. Fue la llamada "Operación Ciclón". Su triunfo tuvo lugar en 1996, cuando el último presidente PDPA de Afganistán, Mohammed Najibullah - que había ido antes a la Asamblea General de la ONU para pedir ayuda - fue colgado de una farola por los talibanes.

El "culatazo" de la Operación Ciclón y de algunos de sus “alborotados musulmanes", fue el 11 de septiembre de 2001. La Operación Ciclón se convirtió en la "guerra contra el terror", en la que innumerables hombres, mujeres y niños perderían sus vidas en el mundo musulmán, desde Afganistán a Irak, Yemen, Somalia y Siria. El mensaje del ejecutor [The Enforcer] era y sigue siendo: "O estás con nosotros o contra nosotros".

El hilo común del fascismo, del pasado y del presente, es el asesinato en masa. La invasión estadounidense de Vietnam tuvo sus "zonas de fuego libre", "recuento de víctimas" y "daños colaterales". En la provincia de Quang Ngai, desde donde informé, muchos miles de civiles ("gooks [asiáticos]") fueron asesinados por los EE.UU.; sin embargo, sólo se recuerda la masacre de My Lai. En Laos y Camboya, el mayor bombardeo aéreo en la historia produjo una ola de terror señalado aún hoy por el espectáculo de un rosario de cráteres de bombas que, vistos desde el aire, parecen monstruosos collares. El bombardeo aportó a Camboya su propio ISIS, liderado por Pol Pot.

Hoy en día, la mayor campaña del mundo contra el terror exige la inmolación de familias enteras, de invitados a una boda o asistentes a un funeral. Son las víctimas de Obama. Según el New York Times, Obama hace su selección a partir de una "lista asesina" que la CIA le presenta todos los martes en la Sala de Situación [Sala de emergencias] de la Casa Blanca. Decide entonces, sin una mínima justificación legal, quién vivirá y quién morirá. Su arma de ejecución es el misil Hellfire lanzado desde un avión no tripulado conocido como dron; este misil abrasa a sus víctimas y adorna la zona con sus restos. Cada "éxito" está registrado en una pantalla de una consola lejana como un "BugSplat" [mata moscas].

"En lugar de soldados marchando al paso de la oca, hoy tenemos la aparentemente más inofensiva militarización total de la cultura” - escribió el historiador Norman Pollock. “Y – prosigue - en lugar del líder grandilocuente tenemos a un reformista fallido que trabaja alegremente en la planificación y ejecución de asesinatos sin dejar de sonreír un instante".

El hilo que une el viejo fascismo con el nuevo, es el culto a la superioridad. "Siento el excepcionalismo americano en cada fibra de mi ser", dijo Obama, evocando las declaraciones de fetichismo nacional de la década de los 30. Como el historiador Alfred W. McCoy ha señalado, fue el devoto de Hitler, Carl Schmitt, quien dijo: "El soberano es el que decide la excepción." Esto resume el americanismo, la ideología dominante en el mundo. El que no se haya reconocido como una ideología depredadora es un logro, igualmente reconocido, de un lavado de cerebro. Insidiosa, no declarada, presentada ingeniosamente como la ilustración vigente, su vanidad inspira la cultura occidental. Crecí en un régimen cinematográfico de la gloria americana, casi toda ella era una distorsión. No tenía ni idea de qué era el Ejército Rojo que había destruido la mayor parte de la maquinaria de guerra nazi con un coste de hasta 13 millones de soldados. Mientras que las pérdidas estadounidenses, incluyendo las del Pacífico, fueron 400.000. Hollywood invirtió las cifras.

La diferencia ahora es que se invita a los espectadores a retorcerse las manos ante la "tragedia" de los psicópatas estadounidenses que tienen que matar a personas en lugares distantes - al igual que el propio Presidente los mata. La forma de ejecución de la violencia de Hollywood, se puede concretar en el actor y director Clint Eastwood, que fue nominado este año a un Oscar por su película, ’American Sniper’, sobre un asesino con licencia y chiflado. El New York Times lo describió como un "cuadro patriótico, pro-familia, que rompió todos los récords de asistencia en su presentación".

No hay películas heroicas que traten el abrazo al fascismo por parte de Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos (y Gran Bretaña) fueron a la guerra contra los griegos que habían luchado heroicamente contra el nazismo y se resistían al avance del fascismo griego. En 1967, la CIA ayudó a subir al poder a una junta militar fascista en Atenas - como lo hizo en Brasil y en la mayor parte de América Latina. A alemanes y a europeos del este que habían actuado en connivencia con la agresión nazi y los crímenes contra la humanidad, se les dio refugio en EE.UU. Muchos fueron mimados y sus talentos recompensados. Wernher von Braun, por ejemplo, fue el "padre", tanto de la terrorífica bomba V-2 nazi, como del programa espacial de Estados Unidos.

En la década de 1990, cuando las ex repúblicas soviéticas, Europa del Este y los Balcanes se convirtieron en puestos avanzados militares de la OTAN, a los herederos de un movimiento nazi en Ucrania se les dio su oportunidad. Responsables de la muerte de miles de judíos, polacos y rusos durante la invasión nazi de la Unión Soviética, el fascismo ucraniano fue rehabilitado y su "nueva ola" saludada por el “ejecutor” [enforcer] como "nacionalista".

Esto tuvo su apogeo en 2014, cuando el gobierno de Obama gastó 5000 millones de dólares en un golpe de Estado contra el gobierno electo. Las tropas de choque eran neonazis conocidos como el Sector derecho y Svoboda. Entre sus líderes, estaba Oleh Tyahnybok, quien reclamó una purga de la "mafia de judíos de Moscú" y "otra escoria" como son los gays, las feministas y los de la izquierda política.

Estos fascistas ahora forman parte del gobierno golpista Kiev. El primer vicepresidente del Parlamento de Ucrania, Andriy Parubiy, líder del partido de gobierno, es co-fundador de Svoboda. El 14 de febrero, Parubiy anunció que estaba volando a Washington par conseguir "que EE.UU nos dé armas modernas de alta precisión". Si lo consigue, será visto como un acto de guerra por parte de Rusia.

Ningún líder occidental ha dicho nada sobre el resurgimiento del fascismo en el corazón de Europa - con la excepción de Vladimir Putin, cuyo pueblo perdió 22 millones de personas con la invasión nazi a través de la frontera de Ucrania. En la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, la Subsecretaria de Estado de Asuntos Europeos y de Eurasia de Obama, Victoria Nuland, despotricó contra los líderes europeos por oponerse al armamento estadounidense del régimen de Kiev. Se refirió al ministro de Defensa alemán, como "el ministro de derrotismo". Fue Nuland la que planeó el golpe de Estado en Kiev. La esposa de Robert D. Kagan, una figura líder "neocon" y co-fundadora del Proyecto de extrema derecha para un Nuevo Siglo Americano, fue asesora de política exterior de Dick Cheney.

El golpe de Nuland no consiguió su plan. A la OTAN se le impidió apoderarse de la histórica, legítima, base rusa de aguas cálidas, la Base Naval de Crimea. La población mayoritariamente rusa de Crimea - anexionada ilegalmente a Ucrania por Nikita Kruschev en 1954 - votó abrumadoramente por volver a Rusia, como lo habían hecho en la década de 1990. El referéndum fue voluntario, popular y bajo observación internacional. No hubo invasión.

Al mismo tiempo, el régimen de Kiev se volvió contra la población de etnia rusa en el este con la ferocidad de una limpieza étnica. Desplegó a milicias neonazis a la manera de las Waffen-SS, que bombardearon y sometieron a las ciudades y pueblos al asedio. Utilizaron como arma la hambruna masiva, les cortaron la electricidad, les congelaron las cuentas bancarias, paralizaron la seguridad social y las pensiones. Más de un millón de refugiados huyeron a través de la frontera con Rusia. En los medios de comunicación occidentales, toda esta gente se convirtió en un pueblo que trataba de escapar a "la violencia" causada por la "invasión rusa". El comandante de la OTAN, el general Breedlove - cuyo nombre y acciones podrían haber sido inspiradas en el Dr. Strangelove de Stanley Kubrick - anunció que 40.000 soldados rusos se habían "concentrando". En la era de la evidencia a través de los satélites, no se mostró ninguna prueba.

Estas personas de habla rusa y bilingües de Ucrania - un tercio de la población – llevan mucho tiempo luchando por una federación que refleje la diversidad étnica del país y su autonomía e independencia de Moscú. La mayoría no son "separatistas", sino ciudadanos que quieren vivir con seguridad en su patria y se oponen a la toma golpista del poder en Kiev. Su rebelión y autoproclamación de "estados" autónomos son una reacción a los ataques de Kiev contra ellos. Poco de esto se ha explicado al público occidental.

El 2 de mayo de 2014, en Odessa, 41 personas de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede sindical con la policía delante. El líder del Sector Derecho, Dmytro Yarosh, elogió la masacre como "el día más brillante de nuestra historia nacional". En los medios de comunicación estadounidenses y británicos, este caso fue notificado como una "tragedia turbia", resultado de "enfrentamientos" entre "nacionalistas" (neo-nazis) y "separatistas" (gente que estaba recogiendo firmas para un referéndum por una Ucrania federal).

The New York Times enterró la historia, despachándola como mensajes de propaganda rusos sobre las políticas fascistas y antisemitas de los nuevos clientes de Washington. The Wall Street Journal condenó a las víctimas - "Probable incendio mortal provocado por los rebeldes, dice el Gobierno". Obama felicitó a la Junta por su "moderación".

Si Putin hubiera cedido a la provocación y venido en su ayuda, su papel de "paria" pre-juzgado por Occidente habría justificado la mentira de que Rusia estaba invadiendo Ucrania. El 29 de enero, el máximo comandante militar de Ucrania, el general Viktor Muzhemko, sin darse cuenta, desautorizó la base misma del argumento de Estados Unidos y de la UE para las sanciones contra Rusia, cuando dijo en una conferencia de prensa enfáticamente: "El ejército ucraniano no está luchando contra unidades regulares del Ejército ruso" . Había "ciudadanos" que eran miembros de "grupos armados ilegales", pero no hubo invasión rusa. Esto no fue noticia. Vadym Prystaiko, viceministro de Relaciones Exteriores de Kiev, llamó a la "guerra a gran escala" contra Rusia con armas nucleares.

El 21 de febrero, el senador estadounidense James Inhofe, republicano de Oklahoma, presentó un proyecto de ley que autorizara a enviar armas americanas al régimen de Kiev. En su presentación en el Senado, Inhofe utilizó unas fotografías con las que alegaba que tropas rusas pasaban a Ucrania, fotos que repetidamente ha sido demostrado que eran falsas. Era una reminiscencia de los falsos planos de Ronald Reagan de una instalación soviética en Nicaragua, o las pruebas falsas de Colin Powell ante la ONU de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

La intensidad de la campaña de desprestigio en contra de Rusia y la presentación de su presidente como una pantomima de villano es algo diferente a todo lo que yo he conocido como reportero. Robert Parry, uno de los periodistas de investigación más destacados de Estados Unidos, que reveló el escándalo Irán-Contra, escribió recientemente: "Ningún gobierno europeo, salvo la Alemania de Adolf Hitler, ha llegado a enviar tropas de asalto nazis para hacer la guerra contra su propia población nacional, pero el régimen de Kiev lo hizo y lo sigue haciendo deliberadamente. Sin embargo, a través de medios de comunicación, espectro político de Occidente, ha habido un cuidadoso esfuerzo para encubrir esta realidad hasta el punto de ignorar los hechos perfectamente documentados... Si usted se pregunta cómo el mundo podría encontrarse con una tercera guerra mundial – como fue el caso hace un siglo de la 1ª guerra mundial– no tiene más que mirar la locura de Ucrania manifiestamente indiferente a los hechos o a la razón”.

En 1946, dijo el fiscal del Tribunal de Nuremberg de los medios alemanes: "El uso que los conspiradores nazis hicieron de la guerra psicológica es bien conocido. Antes de cada gran agresión, con algunas pocas excepciones basadas en la conveniencia, iniciaban una campaña de prensa calculada para debilitar a sus víctimas y preparar al pueblo alemán psicológicamente para el ataque ... En el sistema de propaganda de Hitler la prensa diaria y la radio eran las armas más importantes ". En The Guardian del 2 de febrero, Timothy Garton-Ash hace un llamamiento, en efecto, a una guerra mundial. "Putin debe ser detenido", decía su titular. "Muchas veces sólo las armas pueden parar las armas." Reconoció que la amenaza de guerra podría "alimentar una paranoia rusa de cerco"; pero que eso estaba bien. Comprobó el equipo militar necesario para este trabajo y aseguró a sus lectores que "Estados Unidos tiene el mejor equipo".

En 2003, Garton-Ash, profesor en Oxford, insistía en la propaganda que llevó a la masacre en Irak: “Saddam Hussein, como [Colin] Powell ha documentado, tiene almacenadas grandes cantidades de terribles armas químicas y biológicas, y muchas más que tiene escondidas. Intenta incluso hacerse con bombas nucleares." Alabó a Blair como un auténtico "intervencionista liberal cristiano gladstoniano". En 2006, escribió: " Después de Irak, ahora nos enfrentamos a la próxima gran prueba de Occidente: Irán."

Estos arrebatos - o como el mismo Garton-Ash prefiere decir, su " torturada ambivalencia liberal" -, no son distintos de los de esa élite liberal transatlántica que ha llegado a un acuerdo fáustico. El criminal de guerra Blair es su líder perdido. The Guardian, donde se publicó el artículo de Garton-Ash, publicó un anuncio a toda página del bombardero americano Stealth Bomber. Con la imagen amenazadora del monstruo de la factoría Lockheed Martin, iban estas palabras: "El F-35 GRANDE. Para Gran Bretaña.". Este "kit" Americano costaría a los contribuyentes británicos 1,3 mil millones de libras; sus predecesores, los modelo F, ya habían masacrado a gente por todo el mundo. En sintonía con su publicidad, un editorial de The Guardian exigía un aumento del gasto militar.

Una vez más, hay un proyecto serio. Los gobernantes del mundo quieren a Ucrania no sólo como una base de misiles; quieren también su economía. El nuevo ministro de Finanzas de Kiev, Nataliwe Jaresko, es un ex alto funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos encargado de "inversiones" de EEUU en el extranjero. Se le concedió a toda prisa la ciudadanía ucraniana. Quieren a Ucrania también por su abundante gas. El hijo del vicepresidente Joe Biden, está en la junta de la mayor compañía de petróleo, gas y fracking de Ucrania. Los fabricantes de semillas transgénicas, empresas como el infame Monsanto, también quieren el rico suelo agrícola de Ucrania.

Pero por encima de todo, lo que quieren es al poderoso vecino de Ucrania: Rusia. Quieren balcanizar o desmembrar Rusia y explotar la mayor fuente de gas natural del planeta. Como se derrite el hielo del Ártico, quieren el control del Océano Ártico y sus riquezas energéticas y la larga frontera terrestre ártica de Rusia. Su hombre en Moscú antes era Boris Yeltsin, un borracho que entregó la economía de su país a Occidente. Su sucesor, Putin, ha restablecido a Rusia como nación soberana: este es su crimen.

La responsabilidad de todos nosotros es clara. Consiste en identificar y exponer las mentiras insensatas de los belicistas y no estar nunca en connivencia con ellos. Hay que volver a despertar los grandes movimientos populares que provoquen escisiones en los estados imperiales modernos. Lo más importante, es evitar que conquisten nuestra mente, nuestra humanidad, nuestro amor propio. Si permanecemos en silencio, ellos van a ganar la batalla... Un holocausto se asoma.

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