CEPRID

Fuego en la acrópolis

Sábado 21 de febrero de 2009 por CEPRID

Movimiento Anti-Imperialista

CEPRID

En el momento de escribir estas líneas (enero de 2009) aún crepitan las llamas de la rebelión que estalló en Grecia a principios de diciembre, tras el asesinato por la policía de un joven estudiante de 15 años, nueva afrenta de nuestros explotadores que, por una vez, tuvo respuesta. Aunque ésta aún queda muy lejos de lo que sucederá cuando la burguesía tenga que rendir cuentas de todos sus crímenes, ha tenido la virtud de amenizar nuestra gris y rutinaria existencia de esclavos en unas fechas en las que suele estar programada, para mayor gloria de las estadísticas macroeconómicas, la principal orgía consumista del año. No obstante, el acontecimiento ha tenido el suficiente impacto, y más aún en un contexto en que todavía está fresca en nuestra retina la permanente rebelión de la racaille francesa, como para que, en este marco, bien pueda anunciar el establecimiento de otro ambiente social en la Europa imperialista tras más de dos décadas de continuado banquete neoliberal. Además, la rebelión, con el apoyo activo o la indisimulada simpatía de grandes sectores de las masas griegas, ha tenido un calado de una entidad suficiente como para poner una vez más en evidencia a los especimenes políticos que hegemonizan el espectro autodenominado revolucionario.

Comencemos por el Partido Comunista de Grecia (KKE), una de las organizaciones que forman esa tríada europea, junto al Partido Comunista Portugués y al Partido del Trabajo de Bélgica, que tan abiertamente es admirada y puesta como ejemplo de “comunismo revolucionario” por la derecha republicana de nuestro movimiento en el Estado español. No cabe duda que observar su actitud en una situación de abierta crisis social sirve, no sólo para evidenciar a los revisionistas griegos, sino también a sus furibundos admiradores patrios, a los que (afortunadamente para ellos) una situación social local menos explosiva les da un mayor margen para hacer gala de su monótono radicalismo verbal.

Es sabido que, como resultado de su negativa para extraer consecuentemente lecciones de la experiencia revolucionaria del Ciclo de Octubre, fruto del paradigma espontaneísta-economicista del que beben todos estos grupos hermanos se desprende un esquema de la revolución que pone el acento en las “condiciones objetivas” (reducidas a su aspecto meramente económico). Así, el escenario que sirve de base para la acción revolucionaria es preferentemente una crisis económica, detonante para la crisis social que permite a la vanguardia, organizada como partido, transformarla en crisis revolucionaria. Ése es sucintamente el esquema del que bebe la tradición de la Komintern. En él la labor de la vanguardia queda reducida a una permanente “acumulación de fuerzas” en espera de que las “condiciones objetivas” económicas, cual deus ex machina, vengan en ayuda de la revolución. Esta “acumulación” se intenta realizar utilizando preferentemente la legalidad burguesa, con el parlamento como meta y termómetro de este trabajo. El complemento de esta labor es la confección de toda suerte de “programas mínimos” de reformas, mejor cuanto más alejados de la revolución proletaria se encuentren, desde el más estrecho y mezquino sindicalismo hasta la solemne proclamación de los bondadosos valores cívicos de una república. Por supuesto, en todo este camino de apuntalamiento izquierdista del mundo burgués (reproducción de la posición objetiva del obrero como sujeto despojado a través de la política sindicalista, y de la democracia burguesa a través del ciudadanismo interclasista de la república) hay mucho espacio para clamar por la “práctica”, la “aplicación creativa” de los principios, etc., y enviar a la hoguera del manido izquierdismo a quien pudorosamente se atreva a sugerirles que este descarado seguidismo del proceso social espontáneo no se corresponde, ni tan siquiera semánticamente, con el concepto de vanguardia forjado por el comunismo.

Pero centrémonos en uno de los fetiches más célebres y socorridos para estos oportunistas, que no tardan en espetar a los que ellos denominan dogmáticos: la pretensión de que, frente al “manual revolucionario”, ellos basan su política en el análisis de la “realidad concreta”. ¿Es esto así o más bien resulta, como sospechamos, una frase más? Las posiciones del KKE ante el inicio de la revuelta, y que marcan su política a lo largo de la misma, resultan sumamente interesantes al respecto.

Como ya hemos señalado, la participación de este tipo de oportunistas en el circo electoral se suele justificar, aquí, en Grecia y en el resto del mundo, en la socorrida “acumulación de fuerzas”. Debido a que no hay un ambiente social propicio y a que la clase obrera no se interesa por el comunismo, les parece legítimo reforzar este desinterés presentando al comunismo como una marca electoral más a competir en el saturado mercado de la política burguesa. Arguyen que sirve para dar a conocer y familiarizar a las masas con el comunismo, cuyos símbolos son reducidos a mera marca electoral y su discurso, muy rebajado ya de fábrica, a mitin de campaña; también, señalan, es útil como índice del estado de ánimo de las masas.

Aún alguien podría ser indulgente con esta apología del cretinismo parlamentario y pensar que las organizaciones que lo sustentan lo hacen obligadas por las actuales y poco propicias circunstancias, pero que “llegado el día” de la crisis social y de la efervescencia de las masas actuarán haciendo honor al nombre que usurpan.

Pues bien, tenemos que después de largos años de relativa estabilidad social de repente aparece esa crisis económica salvífica, además de una magnitud sin precedentes en muchas décadas, y que en algunos lugares deja paso a la crisis social y a un enorme grado de conflictividad. En Grecia las masas se agolpan en las calles, atacan a la policía y a los símbolos gubernamentales y económicos, generando un auténtico vacío de poder.

Ante ello ¿qué ofrece uno de esos serios “puntales revolucionarios de Europa” que dicen es el KKE? En una resolución de su Comité Central de seis puntos al inicio de la revuelta, tras la retahíla de inofensivos lugares comunes de denuncia sobre el “autoritarismo”, la “represión” y el “recorte de derechos” (¡juramos que no hemos leído ni una sola vez en toda la resolución la palabra “capitalismo” o alguno de sus derivados!), y tras sembrar la duda sobre “enmascarados y encapuchados, formados en las entrañas del Estado” (una constante histórica de todos los partidos revisionistas el acusar de “esbirro de la reacción” a todo lo que a su izquierda tiene una mínima relevancia social o política), acaban en su sexto y último punto diciendo:

“La situación exige estar muy alerta en vista de la posibilidad de adelanto electoral, para que los partidos del sistema bipartidista sufran un gran golpe. (…) El pueblo debe dar a ND y al PASOK una buena lección en las próximas elecciones. (…) El primer paso en esta dirección es el fortalecimiento del KKE en todos los campos.”

¡Toda esta historia para acabar remitiendo la crisis social y el vacío de poder hacia su canalización a través del parlamento burgués! Todo el horizonte de una revuelta a gran escala reducido a castigar en las urnas a los partidos de gobierno. Ése es el célebre “análisis de las condiciones concretas y de la realidad específica” de nuestros oportunistas: el parlamento como única meta de su actividad, ¡la misma receta y la misma práctica tanto en situaciones de estabilidad social como en las de crisis! ¿Quién aplica aquí manuales dogmáticamente? ¿Quién es el teólogo incapaz de aplicar más que el esquema de sus sagradas escrituras?

Por supuesto, desde el MAI censuramos este esquema de la revolución como consecuencia de la crisis y la resistencia espontánea de las masas, agotado con el fin del Ciclo de Octubre, pero es que los farsantes ni siquiera son consecuentes con las periclitadas concepciones a las que siguen tozudamente aferrados.

Más coherentes con la resistencia espontánea como base para un accionar radical aparecen los anarquistas, que han sido el verdadero corazón de la rebelión. Desde luego, poco podemos añadir nosotros al viejo contencioso entre marxismo y anarquismo. El relativo auge de esta corriente en los últimos años dentro del reducido espectro de la extrema izquierda no es sino un síntoma más del fin del Ciclo y de la crisis y desprestigio del marxismo, que ha hecho que muchos sectores de la vanguardia se vuelvan hacia viejas concepciones que ya tuvieron sobrada oportunidad para ponerse a prueba y que también fracasaron, incluso de forma más prematura que el seudomarxismo reformista y dejando un menor legado de experiencia revolucionaria. Sin embargo, el actual momento de popularidad de esta tendencia entre la vanguardia es probable que sea un estadio necesario tras el naufragio del Ciclo, esa “expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero”, como acertadamente caracterizara Lenin el anarquismo. Sólo indicar a los eufóricos anarquistas que, del mismo modo que ellos se imaginan que la historia ya dictó sentencia con el marxismo, la diosa Clío es una crítica implacable y no dejará pasar impunes los fracasos y la impotencia. Y, desgraciadamente, no nos cabe duda de que ése será el resultado a medio plazo de la gran revuelta en Grecia. Consideramos que ello es así porque, independientemente de otras diferencias, el anarquismo también bebe de ese mismo viejo paradigma, acentuándolo más incluso, que pone el peso principal de la acción revolucionaria en la espontaneidad de las masas. A ello se une su proverbial incomprensión de la naturaleza del hombre como conjunto de relaciones sociales e históricas, al que, por el contrario, entienden como una mónada aislada capaz de forjarse a sí mismo cual Robinson en plena consonancia con el liberalismo burgués. De ello se desprende su aversión por la teoría y organización revolucionarias, lo que les impide cerciorarse de la paradójica posición de vanguardia que efectivamente ha ocupado en esta revuelta y actuar en consecuencia. Mucho nos tememos que de la vid de la rebelión sólo va a germinar el vinagre de la impotencia y la frustración. De todos modos, la revuelta ha puesto de manifiesto algún punto interesante más. Por un lado, la enésima confirmación de lo que defendíamos en nuestra Carta abierta: la tendencia objetiva de la crisis social hacia la creación de vacíos de poder en las áreas urbanas. Esta verdad la sosteníamos frente a quienes negaban la posibilidad de la Guerra Popular en el occidente imperialista sustentándose con argumentos de corte economicista, basados en la estructura productiva y demográfica, que son incapaces de pensar este tipo de estrategia en otro lugar que no sean las zonas rurales. Vuelvan a mirar la realidad honestamente señores, si un movimiento espontáneo y muy rudimentariamente organizado, caótico, como dicen orgullosamente los anarquistas griegos, ha sido capaz de poner contra las cuerdas a un gobierno imperialista y generar auténticas zonas liberadas en las urbes, ¿de qué no será capaz la forma superior de organización del proletariado, el Partido Comunista aplicando Guerra Popular?

Por otro lado, la probada incapacidad de los actores políticos, tanto revisionistas como anarquistas, para llevar la rebelión más allá de ridículos “castigos parlamentarios” o de una permanente algarada en la calle, muestra la limitación intrínseca de la resistencia espontánea de las masas, aún a gran escala y cuando sus motivaciones apuntan a objetivos políticos (como el derrocamiento del gobierno griego de turno), para servir de plataforma a la construcción de un movimiento revolucionario. En todo caso, su funcionalidad para la revolución sólo será tal si ya existe ese movimiento mínimamente configurado y constituido desde instancias diferentes a la resistencia, como sólo puede ser la concepción proletaria del mundo y una, por mínima que sea, experimentación de sectores de las masas con formas de Nuevo Poder. La experiencia revolucionaria de las masas no se basa en su hastío o indignación y en las subsecuentes manifestaciones de éstos, sino en que empiecen a tomar las riendas de su vida, en toda su amplitud, a través de formas de organización política independientes de los mecanismos del capital. Es decir, como ya hemos repetido en muchas ocasiones, las masas se posicionan con la revolución, no desde la resistencia sino desde la experiencia de su dictadura de clase. Es por ello que una verdadera línea de masas comunista, una vez reconstituida la ideología revolucionaria y cohesionado un amplio sector de la vanguardia en su torno, ha de tener como objetivo la construcción de los mecanismos que permitan este tipo de experimentación, lo que, en las primeras fases, seguramente se tenga que hacer de manera clandestina. El barrio de Exarjia en Atenas, las banlieues, las zonas periféricas y más deprimidas de las grandes ciudades, donde la presencia institucional del Estado burgués es prácticamente nula, son zonas abonadas para este tipo de trabajo; y son lugares que existen permanentemente, no dependiendo de cataclismos económicos ni de la resistencia puntual de las masas, sino que son el primer síntoma evidente de la crónica crisis del sistema capitalista en su fase imperialista.

Desde la cuna de la civilización y democracia occidentales, erigidas siempre sobre la esclavitud, tanto la antigua como la moderna asalariada, nos ha llegado otro síntoma evidente del agotamiento del modelo civilizatorio sustentado sobre la división de la humanidad en clases. De nosotros depende sembrar las semillas de una nueva civilización. Ello pasa hoy por la reconstitución ideológica y política del comunismo sobre la base del Balance del Ciclo de Octubre.


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