CEPRID

Guión de la catástrofe en Asia

Lunes 25 de junio de 2012 por CEPRID

Geidar Dzhemal

CEPRID

Traducción directa del ruso de Arturo Marián Llanos

La vida política internacional del último decenio transcurre bajo el signo de una furiosa campaña de propaganda contra el programa nuclear de Irán. El Occidente desesperadamente intenta crear la sensación de que Irán está a punto de fabricar su bomba nuclear. El escándalo continuamente alimentado por los medios de comunicación mundiales antiiraníes, así como por distintas estructuras burocráticas internacionales como el Organismo internacional de la Energía Atómica (OIEA) y algunos burócratas en activo y retirados tienen el carácter tan poco adecuado que muchos se dan cuenta de que el objetivo de Occidente es muy distinto. La campaña contra el átomo iraní no es más que una cortina de humo, en realidad se trata de derrocar el régimen que no le gusta a la “comunidad internacional”. En seguida surgen varias preguntas. Este mismo Occidente “mantuvo la vista gorda” ante las armas nucleares de India y de Paquistán. Más aún, en su momento la Unión Soviética se opuso desesperadamente a la perspectiva de la aparición de la bomba nuclear china. Parecía que Occidente debería de haber unido sus esfuerzos a los de la Unión Soviética, pero este apoyo a Moscú no se produjo, más bien al contrario: China obtuvo la ayuda occidental, también en esta dirección. No es un secreto que los científicos nucleares franceses contribuyeron notablemente en el desarrollo de las tecnologías nucleares por parte de la República Popular China, no solo de la bomba, sino también en la creación de los submarinos nucleares chinos. En cuanto a India, se sabe que su programa nuclear se apoyaba en la ayuda de Israel y de Suráfrica.

Al mismo tiempo, los Estados Unidos en forma de ultimátum obligaron cerrar sus programas nucleares a Brasil, Argentina y Chile, que de hecho ya habían recorrido todo el ciclo preparatorio y estaban en el umbral de la creación del “arma absoluta”. En otras palabras, los Estados Unidos no podían permitir un conflicto nuclear en su “bajo vientre” (se sabe que entre los países latinoamericanos existen muchos problemas sin resolver, por lo que cada tanto surgen confrontaciones armadas). Por lo que se puede sacar la siguiente conclusión: el Occidente ha permitido la aparición de armas nucleares en el Extremo Oriente y el sudeste de Asia, pero puso todo su esfuerzo en impedir que aparecieran en el Próximo Oriente, América Latina y… Europa – a excepción de Gran Bretaña y Francia, que entraron en el “club nuclear” como potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. En todo el resto del territorio de Europa – que ahora incluye los países del antiguo Pacto de Varsovia – las armas nucleares están bajo el control de las fuerzas de ocupación norteamericanas.

Si unos estados tienen las bombas atómicas y otros no es que “a alguien le interesa”. En otras palabras, hace falta que los países en los que vive la mitad de la población del globo terráqueo posean las armas nucleares. Es justamente aquella parte del mundo que al día de hoy se desarrolla con mayor dinamismo, que representa el polo “real” de la economía mundial, en tanto que es el productor de las mercancías. Y que en el sentido político juega cada vez más el papel del centro alternativo para la realización del proyecto de la historia mundial. Los dos países más grandes de este espacio desde antiguo se oponen geopolíticamente. En este contexto conviene recordar que en el siglo XIX Inglaterra (y, por lo tanto, India británica) aparecía como un enemigo a muerte del Imperio Celeste: aquel opio por el que se llevaron a cabo “las guerras del opio” contra Beijing (Pekín), se cultivaba precisamente en India. Al mismo tiempo los Estados Unidos procuraban colaborar con China activamente, entre otras cosas a través de la preparación activa de los cuadros antimonárquicos. La misión protestante norteamericana en Shanghái preparaba los cuadros para el futuro Kuomintang, o sea, creaba en realidad las bases de la futura social-democracia china.

La confrontación actual entre India y China no es únicamente la herencia del siglo XIX, cuando dos potencias anglosajonas aparecían como moderadoras; este conflicto tiene una historia de más de mil años y está relacionado con la lucha de la monarquía confuciana contra la difusión del budismo procedente de la India en su país. India siempre actuaba en el papel del enemigo espiritual e ideológico, mientras que el norte (turcómanos, mongoles) representaban un peligro puramente militar.

El Occidente no solamente permitió armarse a los dos grandes estados de Asia. También trató con benevolencia el problema de la no proliferación con respecto a Corea del Norte y Paquistán. Ambos países son aliados de la República Popular China y poseen misiles – que pueden portar las cabezas nucleares y cuyo alcance es suficiente para alcanzar los objetivos en la región del Extremo Oriente y Sudeste de Asia, pero que no tiene suficiente radio de acción como para representar el peligro para la parte occidental de Eurasia. India también tiene un aliado – Israel, que posee misiles cuyo alcance supera casi el doble la distancia de Tel-Aviv a Islamabad, en otras palabras, Israel podría participar perfectamente en la guerra nuclear entre los países surasiáticos. El tercer jugador nuclear en la coalición antichina podría ser Rusia, y Occidente trata activamente de conseguirlo. Un paso serio en esta dirección fue el apoyo prestado por Rusia a la agrupación de la OTAN en Afganistán. El tránsito a través del territorio ruso, además de significar la participación en la guerra de la OTAN contra el pueblo afgano, representa una potencial acción poco amistosa en relación a Pekín. Es también muy elocuente la comparación de la dinámica de la colaboración técnico-militar entre Rusia y China por un lado, y de Rusia con India, por otro.

Claro que contra China, Corea del Norte y Paquistán se ha formado una coalición más amplia, que supera con mucho el marco de los países mencionados, en posesión de armas nucleares. En ella también entra Japón, cuya flota de momento supera las posibilidades de las Fuerzas Navales chinas; Corea del Sur, capaz de neutralizar a su otra mitad en la península; Vietnam, cuya enemistad con China no es menos antigua que el enfrentamiento chino-hindú; Taiwán que por motivos obvios se convertirá en uno de los eslabones del cerco a la República Popular China; Australia y Nueva Zelanda, que ya hoy llevan a cabo actividades antichinas, incluyendo los juegos militares y maniobras conjuntas con India y Japón; Filipinas, que tiene una disputa territorial con la gran potencia comunista; por último, los estados nada despreciables de Malasia e indonesia, que hablan el mismo idioma y tienen el mismo problema con la diáspora china en sus países. En la práctica toda la parte oriental de la Gran Eurasia y Oceanía se alinean contra China, lo cual no es de extrañar: “gracias” a China el crecimiento industrial de esta región es sustancialmente menor de lo que podría ser, sin mencionar que, debido a los esfuerzos propagandísticos de Occidente, entre los pueblos que rodean a China ha arraigado el mito del “peligro chino” que amenaza su seguridad.

¿Acaso aquellas fuerzas cosmopolitas de Occidente que quieren organizar el cambio radical del modelo de civilización, utilizando los cataclismos geoestratégicos controlados, no tienen miedo a desatar una guerra termonuclear? ¿Acaso están dispuestos a asumir el riesgo de perder la ventaja en altas tecnologías, cosa que podría ocurrir en el caso del intercambio de golpes nucleares y la correspondiente onda electromagnética? En primer lugar, los especialistas están convencidos que la “ceguera” de los medios electrónico-digitales a consecuencia de las explosiones nucleares solo tendrá consecuencias a corto plazo. Según la intención de los estrategas occidentales el duelo nuclear entre, por un lado China y Paquistán y por otro de India, Israel y posiblemente Rusia, tendrá un carácter limitado y breve, suficiente para colapsar la infraestructura de estos estados, pero demasiado periférico, para representar un peligro para Occidente. Como resultado de este intercambio de golpes morirán de inmediato millones de personas, cientos de millones se encontrarán en la situación del caos incontrolado, de obligada emigración, acompañada de hambre y de epidemias. La parte más poblada del planeta recibirá un terrible golpe, el potencial productivo de India, Paquistán y los países limítrofes será destruido.

Sin duda, semejante guerra causará enormes conmociones político-sociales en las demás regiones del mundo, en primer lugar, paradójicamente en las regiones económicamente más desarrolladas. Europa y América han creado la economía de consumo, sacando la producción a los países con la mano de obra más barata. El colapso en el sudeste de Asia causará el déficit de las mercancías en aquellos países que consumen a escala gigantesca las mercancías chinas, surcoreanas, taiwanesas, malasias y otras. Como consecuencia de este déficit de mercancías habrá mercado negro, se producirá el derrumbe de las divisas, la revuelta social – todos aquellos elementos, aunque mucho más reforzados, que caracterizaron la situación político-económica de Europa al término de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo piensa el Club Tradicionalista (el verdadero artífice de la “globalización” – N. del T.) resolver el “problema islámico”? Ya que la guerra nuclear entre China, India y Paquistán, con la probable participación de Israel, no afectará al principal bloque de los territorios en los que está situado el Islam. El potencial humano y organizativo del mundo islámico (si no contamos a Paquistán, así como, posiblemente, las regiones islámicas próximas que sufrirían las consecuencias de la guerra asiática) quedará fundamentalmente intacto…

El Club Tradicionalista – la élite cosmopolita occidental tiene en cuenta la posible amenaza del factor islámico con el fondo de la profunda crisis política en su propio espacio y las consecuencias del cataclismo asiático para el resto del mundo. Pero el Occidente cuenta con dos factores que, en su opinión, podrán neutralizar el mundo islámico. En primer lugar, los tecnólogos políticos que trabajan para los tradicionalistas, quieren crear para este momento el “califato” – gigantesco ghetto civilizatorio para los musulmanes, que estará totalmente controlado por la cúpula gobernante puesta en el poder. Lo más probable es que la estructura de gobierno de este “califato” se apoye en los gobernantes árabes de origen aristocrático tradicional y con una orientación estrictamente salafista. Con la creación de esta formación inevitablemente se producirá un importante conflicto salafista-chií que determinará el destino político-religioso de Irán. Conviene recordar que Irán no siempre fue chiita: hasta el año 1500 era un país sunita más. Otro factor que deberá neutralizar a los musulmanes, serán las consecuencias de la guerra nuclear desde oriente: la catástrofe humanitaria del subcontinente indio y China con millones de refugiados y otros problemas subyacentes, en opinión de los estrategas occidentales, deberán absorber por completo la atención, los recursos y el potencial de maniobra política del mundo islámico. Lo mismo inevitablemente se refiere a Rusia, independientemente de si participará en el conflicto contra China o de si – cosa poco probable – conservará su neutralidad.

El caos en Eurasia y grandes disturbios populares en Europa y los Estados Unidos permitirán a la élite cosmopolita intentar en un tiempo muy corto pasar a la nueva formación político-social, que pondrá el punto final en la prolongada disputa entre el capitalismo y el socialismo, borrando del mapa a ambos proyectos.

Claro que esto no significa que todo será exactamente así. No se trata más que de los planes de la élite del club, que tienen serias posibilidades de su realización en esta forma. Pero estos planes aún pueden ser frustrados por la heroica y entregada resistencia de todas las “personas de buena voluntad”.

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