Cuando se trata de adivinar cómo transformará el progreso tecnológico nuestra vida en el futuro, no nos suelen faltar las grandes imágenes. En los últimos años existe sobre todo una gran visión que ha suscitado fervor, y que no es otra que la de la próxima revolución industrial: la «industria 4.0». A modo de recordatorio, digamos que la primera Revolución Industrial fue el resultado del incremento de la productividad debido al empleo del vapor –primero en Gran Bretaña, donde los sectores textil y minero fueron los motores de la industrialización, más tarde en el continente, donde la construcción de las vías férreas se convirtió en un resorte similar. Una segunda oleada penetra en Alemania a finales del XIX con el auge de la electricidad como recurso energético y con la cientificación de la producción, y esto en relación tanto con las técnicas de fabricación como con los nuevos productos y la organización industrial (taylorismo, fordismo). La tercera Revolución Industrial –o Revolución Digital, mejor dicho– resultó, por su parte, del formidable desarrollo de las tecnologías de la información. Sus características más notables son la expansión mundial del ordenador como medio de trabajo, de comunicación y de ocio, y la organización sobre base informática de las empresas y las máquinas autorreguladas, las cuales pueden ejecutar procesos de trabajo de forma independiente. Ahora bien, ¿qué novedades nos va a traer la supuesta cuarta Revolución Industrial?
La euforia se desvanece
Para describir en una sola frase la idea que estuvo detrás de la solución «Industria 4.0» dada por el Gobierno Federal Alemán en 2013, diríamos lo siguiente: flexibilización de la producción –sobre la base, claro está, de las últimas innovaciones tecnológicas de la información. Lo que traducido a términos más concretos quiere decir que las rígidas cadenas de montaje, sólo rentables a partir de un número elevado de piezas, serán sustituidas por unidades menores, conectadas entre sí mediante el trabajo en red –y fáciles de combinar. En este «internet de las cosas», las unidades intercambiarán constantemente toda clase de datos sobre su estado particular, sus tareas actuales, las capacidades disponibles, los pedidos pendientes, etc. De modo que los procesos productivos podrán controlarse de una manera más flexible, podrán reconocerse antes tanto los errores como las dificultades y, finalmente, la sobrecapacitación en una tarea será reconducida hacia otra distinta. Una vez ya establecida, esta fábrica «inteligente» y en red ha de combinar las ventajas de la fabricación masiva –bajos costes por pieza y un alto grado de ocupación de las capacidades– con la elaboración en pequeñas series. Productos individualizados, producidos a precios competitivos y de alta calidad para los exigentes clientes del futuro.
Todo esto lo consideramos, naturalmente, desde tres perspectivas distintas: desde la económica (reducción de costes y maximización del beneficio), la nacional (búsqueda de garantías al nivel de la competencia internacional, frente a los países de bajos salarios, sobre todo) y la técnica (factibilidad). Respecto de los primeros dos aspectos, el paso a la «industria 4.0» se justifica como una necesidad absoluta, con el habitual entusiasmo por las posibilidades técnicas de por medio. En este nuevo entorno productivo, sin embargo, la cuestión del ser humano y sus condiciones de trabajo se quedan sospechosamente en la sombra. Puede argumentarse, para empezar, que la «industria 4.0» no dará ese gran salto cuántico tantas veces prometido, sino que irá poco a poco, en pequeños pasos. Aunque anualmente se destinen millones de ayudas para promover el desarrollo de hardware y software, de prototipos modelo y de iniciativas varias, los resultados son bastante humildes aún, y el ánimo rupturista de comienzos de la era de las grandes corporaciones high-tech se ha trocado en un optimismo sostenido. Los estándares unificados que permitirían la interconexión de todas las cadenas de producción de valor no han llegado todavía a los gremios. El desarrollo podría discurrir de un modo más bien pausado y, según en qué ámbito o en qué empresas, de manera muy diversa. Porque son las grandes multinacionales de las tecnologías electrónicas y de la información como Siemens, Bosch y T-System, o de fabricantes de software como SAP, las que mayor interés tienen en ello. Empresas que no sólo aspiran a su propia adaptación a las innovaciones, sino que además esperan, como ofertantes de sus respectivas tecnologías, poder abrir nuevas opciones de ventas. Lo más probable es que, en los años venideros, se dé una proliferación de fábricas «inteligentes» tal y como ha ocurrido en la industria automovilística, la cual pretende garantizar su cuota de mercado –con la computerización de sus sistemas de producción en series fuertemente individualizadas. En las pequeñas y medianas empresas, por contra, que en no pocos sectores, como por ejemplo en la construcción de máquinas y de módulos, no se basan sino en la pequeña cadena de montaje o incluso en la fabricación individual, la revolución prevista podría tener lugar a la manera, si acaso, de un patchwork de innovaciones puntuales, y esto debido a los elevados costes que acarrea una reorganización completa de los procesos de producción. Las pequeñas start-ups (empresas de plantilla reducida) han empezado ya a usar tecnologías como las de la impresora 3D, a fin de asegurar su nicho de mercado.
Flexibilización, atomización, precarización
Pero aun cuando este avance sea más contenido de lo que toda la plétora de innovaciones quiere hacernos creer, para las trabajadoras tendrá sus consecuencias: la palabra clave parece ser aquí la «flexibilización», con la que se reforzará una tendencia establecida desde hace ya bastante tiempo: de una «relación laboral normal» en su forma clásica (indefinida, a tiempo completo, con proporción de ocupación y de rango, con un sueldo regulado) se pasa a una forma «abierta», precaria, de empleo. Lo que se traducirá en plantillas fijas más reducidas y, sobre todo, compuestas de expertos altamente cualificados como ingenieros, personal-IT (especializado en tecnologías de la información), químicos, etc. –los únicos capaces de construir y gestionar la compleja arquitectura de las fábricas en red. Alrededor de todo ello, una periferia de servicios y competencias suprimidas –asesoría, atención al cliente, mantenimiento, logística, pequeñas y medianas empresas que trabajan con vistas a un proyecto, pero también freelancer y autónomos, quienes, como puede observarse ya desde hace años, compiten entre sí hasta la autoexplotación, o aparentes autónomos, ya que su dependencia respecto de la magnanimidad o los favores de un empleador cualquiera es total. La mayor carga de trabajo se la llevan, con toda probabilidad, las trabajadoras peor cualificadas. Se verán desplazadas, en parte, por todas y cada una de las innovaciones técnicas que alteren la producción en adelante, y se encontrarán en un segmento del mercado laboral cada vez más reducido, donde las opciones de empleo seguras y duraderas disminuirán constantemente –y donde el trabajo temporal saldrá ganando. Si la finalidad de toda campaña de innovación consiste en flexibilizar la producción, ello no puede no afectar a las relaciones de producción existentes. Las empresas high-tech no podrán prescindir de la infraestructura y del nivel de formación de los países occidentales más desarrollados, pero temen, al mismo tiempo, los altos costes derivados de su contratación y las protestas y reivindicaciones de sus empleadas.
Los procesos productivos predeterminados, al parecer tan intensivos en trabajo, pero tan poco asociados a un determinado saber-hacer, van a seguir consolidándose, tal y como han hecho hasta ahora, en aquellos lugares donde los salarios sean los más bajos posibles, de modo que la «industria 4.0» no tendrá repercusión alguna en este sentido. Para poder arreglárselas con una situación tan extremadamente oscilante, los centros productivos deberán también adaptarse a tales circunstancias. La flexibilización de la producción en los países de altos salarios será deslocalizada, de esta manera, junto con parte del riesgo empresarial, lo que tiene como consecuencia que sólo se beneficiarán de ello aquellas empresas proveedoras que, debido a las condiciones legales de sus enclaves, no necesiten prestar demasiada atención a los derechos de las trabajadoras. Y, por si fuera poco, hay otro factor que podríamos sumar a la creciente complejidad y a la carga de trabajo: cuando la producción se organiza como una gran red de trabajo, la diferencia entre cliente y empleado desaparece. También sus datos son de especial relevancia para los sistemas de vigilancia de la industria 4.0. Esto no sólo supondrá dolores de cabeza desde la perspectiva de la protección de datos; permitirá también un micromanagement en toda regla y sofisticado a más no poder –como sabemos ya gracias a Amazon. Podemos contar, asimismo, con un incremento notable de las enfermedades psicológicas derivadas de las condiciones de trabajo. Y hay que lamentar además, desde un punto de vista sindical, que el grado de organización, ya en claro retroceso desde hace no pocas décadas, seguirá disminuyendo. Si las previsiones arriba esbozadas terminan por cumplirse, en el futuro será cada vez más difícil para las empleadas organizarse sindicalmente y resistir frente a la desmesura del nuevo universo laboral. Y es de temer que queden separadas en tres grupos: en el primero, expertas bien formadas y remuneradas, por las cuales competirán las empresas ofreciéndoles las mejores condiciones, y que no tendrán por qué adherirse a sindicato alguno; en el segundo, empleadas precarias y a tiempo parcial, pseudo-autónomas y pseudo-independientes, que competirán entre ellas; y en un tercer grupo, la gran masa de las «manos superfluas», que como desempleadas caerán en las redes de protección social, y de cuya rivalidad tenderán a aprovecharse. Como se echa de ver, por lo tanto, el aislamiento, la competencia y la inseguridad, determinantes para las condiciones laborales de la gran mayoría, dificultarán en grado sumo su organización sindical.
La necesidad de nuevas formas de lucha
En definitiva, la «industria 4.0» está dando todavía sus primeros pasos, pero implica ya una tendencia generalizada que las grandes multinacionales y los gobiernos de todo el mundo desean ardientemente, y que se verá fomentada y reforzada por todos los medios a su disposición. Los pronósticos de futuro están aún dibujados, por decirlo de alguna manera, en la arena –y que acierten, eso puede ser antes la excepción que la regla. En todo caso, y más allá de cómo se llegue a materializar, la «industria 4.0» transformará de arriba a abajo las condiciones en que trabajamos y vivimos. Como sindicato, debemos observar con atención el proceso y preguntarnos cómo vamos a enfrentarnos a él. Si no queremos ser únicamente espectadores de esta historia, debemos desarrollar nuevos instrumentos y nuevas formas de lucha que, a pesar de las cambiantes circunstancias, refuercen la solidaridad entre las trabajadoras –a fin de que ellas mismas consigan sus objetivos, tanto en la pequeña empresa como en el mundo entero.
Christian Schmidt
Publicado en: Direkte Aktion (FAU) nº 230 , Julio/Agosto de 2015
Internet de las cosas
He aquí la visión: frigoríficos que compran leche y queso por sí solos; lavadoras que limpian justo cuando la corriente está más barata; una carne que guarda todos los datos acerca de su producción y distribución –en el internet de las cosas, como se pued apreciar, los objetos se vuelven inteligentes y son capaces intercambiar información a través de la red. Su objetivo: unificar los mundos virtual y real. A la base de todo ello, la tecnología RFID, mediante la cual las mercancías y los aparatos no sólo contienen su propia identidad en forma de código, sino que pueden abarcar también toda clase de estados, e incluso realizar acciones por cuenta propia.
El internet de las cosas juega asimismo un papel importante en el ámbito de la logística: cada contenedor, cada palé y cada paquete viene equipado con un banco de datos digital. Éste permite a los objetos almacenar información sobre sus prioridades –en estos momentos, de hecho, pueden ya tomar decisiones in situ, y encontrar el camino mejor hacia su destino.
Jürgen Mümken
Smart factory (fábrica inteligente)
Para que la fábrica del futuro (smart factory) llegue a ser más flexible, eficiente e inteligente, aparatos y productos deben hablar entre sí. La comunicación entre el ser humano, las máquinas y las cosas se ha convertido así en uno de los momentos centrales de esta cuarta revolución industrial.
Un regimiento de máquinas organizadas autónomamente –nos encontramos ahora en la smart factory del Centro de Investigación Alemán de Inteligencia Artificial (DFKI), en Kaiserslautern– muestra cómo se transforma, con ello, la producción. En una cadena de montaje prototípica se producen, en aras de la investigación, «buscadores de llaves» –pequeños llaveros que permiten recuperar las llaves del coche cuando se han perdido. En principio, se diseña para cada «buscador de llaves» un programa de ordenador distinto que incluye las necesidades particulares del cliente. Necesidades que son almacenadas en diminutos chips de radio. Mediante este programa, el «buscador de llaves» se pone en contacto directo con la parte robótica del vehículo, como si preguntase: ¿Quién tiene tiempo para mí? ¿Alguien puede prestarme su atención, por favor? Obviamente, éstos se ponen de acuerdo en los pasos a seguir. La autonomía de los procesos de producción es, dicho de otra manera, la gran promesa de la industria 4.0. En los montajes de la industria automovilística, sin ir más lejos, las carrocerías son equipadas desde hace ya tiempo con transpondedores. Éstos contienen información no sólo sobre la carrocería, sino también sobre todo aquello que debe ocurrir durante la producción. Los transpondedores se comunican, en la cadena, con las máquinas y las trabajadoras. Ambos, máquina y ser humano, leen, analizan y seleccionan la información, de tal manera que, al final del montaje, todo lo que estaba ya predeterminado en el aparato en cuanto a los detalles del modelo termina por materializarse. El problema de la smart factory está en cómo controlar los omnipresentes flujos de información. Pues con la autonomía se incrementa la necesidad de comunicación en las naves industriales –entre infinidad de productos, cientos de robos, incontables aparatos y máquinas. El producto, por poner tan sólo unos ejemplos, informa de que quiere ser pintado de amarillo; el robot, que estará listo en un plazo de diez minutos; y el motor de la taladradora que pronto se irá para el otro barrio, como quien dice. El producto inteligente regula el propio proceso de producción. La identificación por radiofrecuencia (RFID) de cada una de las piezas, y todo ello en el formato estandarizado de procesamiento de datos, proporciona las bases para hacerlo.
Jürgen Mümken
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