INTRODUCCIÓN
Desde finales de 1991 el gobierno de Bosnia-Hercegovina venía solicitando el despliegue de una fuerza internacional de paz ante el deterioro acelerado de la situación en la república y las abiertas amenazas de guerra de los líderes serbios. En abril de 1992 el secretario general de Naciones Unidas enviaba a Marrack Goulding, sub-secretario para operaciones de mantenimiento de paz, a estudiar sobre el terreno las posibilidades de despliegue. Tras su visita a Sarajevo, Goulding desaconsejaba el despliegue en Bosnia, y de hecho la mayor parte del contingente del cuartel general de UNPROFOR (Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas) instalado en Sarajevo para su operación en Croacia, es retirado de la capital bosnia.
Este pequeño contingente inicial dio comienzo ya a la acelerada carrera de desprestigio de la ONU en Bosnia. Para el mes de junio los ciudadanos de Sarajevo comenzaban a mirar con desprecio a UNPROFOR y, frustrados por su neutralidad lo comparaban con el ejército yugoslavo. En palabras de un vecino de Sarajevo:
«Están actuando como el ejército federal al principio de la guerra… decían que formaban un tapón entre las etnias y en realidad ayudaban al agresor. UNPROFOR dice tratar a ambas partes igual, es decir a los agresores y a las víctimas. Así sólo ayuda al agresor, que es el más fuerte» (El País, 21-VI-92)
Ya en agosto de 1992 los cascos azules se enfrentaban en Sarajevo a «un clima cada vez más hostil». «En Sarajevo todos odian ya a las tropas de la ONU», se afirmaba en El País (14-VII-92).
Las condiciones que habían llevado a la ONU a desestimar el despliegue de una fuerza de paz seguían vigentes, si no agravadas, con la consolidación de la ocupación militar serbia de la mayor parte del país. Lo que había cambiado era el impacto de los medios de comunicación sobre la opinión pública internacional. De esta manera, la misión de UNPROFOR en Bosnia se echa a andar más por la necesidad de los gobiernos occidentales de responder a la alarma de su propio público, que por tratarse de la respuesta adecuada a la situación real sobre el terreno.
Desde entonces UNPROFOR ha visto ampliado su mandato, aumentado su contingente hasta más de 38.000 soldados (incluyendo unos 1.200 españoles) y su presupuesto hasta 140 millones de dólares al mes. Sin embargo, tras tres años de despliegue, cuanto mayor desarrollo alcanza la misión militar de la ONU, más insostenibles se hacen las contradicciones que la atenazaban desde el primer momento.
Desafiando la evidencia del deterioro de la situación y la impotencia de los cascos azules, las fuentes oficiales se empeñan en defender la utilidad y logros de UNPROFOR. Los portavoces gubernamentales evitan cualquier valoración rigurosa de la misión y se esfuerzan en su lugar en ofrecer a la opinión pública occidental una imagen de utilidad y altruismo de sus fuerzas armadas. Como la Revista Española de Defensa (publicación oficial del ministerio), que no deja pasar una oportunidad de publicar fotografías de soldados españoles, por ejemplo, con niños bosnios en brazos o descargando medicamentos entre las ruinas de un Mostar devastado. Más allá de las necesidades reales de las víctimas de la guerra, Bosnia se convierte en motivo de una vasta campaña de imagen para ejércitos como el español, que ven sumarse a sus tradicionales problemas de legitimidad el vacío estratégico de la post guerra fría.
Nada habría de malo en mejorar la imagen si en justicia la labor realizada lo mereciera. Sin embargo, un repaso de la realidad de la misión militar española y el conjunto de UNPROFOR sobre el terreno tomando en cuenta el punto de vista de la población afectada y sus necesidades de protección nos lleva a cuestionar el optimismo y autocomplacencia de la versión oficial.
LA INEPTITUD DE LAS FUERZAS ESPAÑOLAS ANTE LA LIMPIEZA ÉTNICA
El punto más oscuro de la misión militar española consiste en su ineptitud ante la limpieza étnica de las fuerzas croatas llevada a cabo en Hercegovina occidental en su presencia, durante el período de su despliegue y en la zona bajo su responsabilidad. Las acciones del HVO (milicias croatas de Bosnia) con el apoyo directo del HV (ejército croata), alentadas por los mapas del plan Vance-Owen de partición de Bosnia, incluyeron la destrucción de Mostar (otorgado a las fuerzas croatas en dicho plan), expulsiones masivas, internamiento en campos de concentración y tácticas de terror generalizadas contra decenas de miles de civiles bosnios. Todo ello, por así decirlo, delante de las narices de los soldados del Spabat (batallón español de UNPROFOR).
El HVO-HV estableció los principales campos de concentración para el internamiento masivo de bosnios (Dretelj, Gabela, Rodoc y otros) en un radio de unos 15 kilómetros en torno a las bases españolas de Med Jugorje y Dracevo en el valle del río Neretva. De acuerdo con la información de la comisión de derechos humanos de la ONU, en el verano del 93 aproximadamente 15.000 personas permanecían recluidas en estos centros en condiciones de «abrumadora brutalidad y degradación» en las que torturas y ejecuciones sumarias eran comunes. En su esfuerzo por borrar la presencia histórica de la cultura musulmana, las fuerzas croatas destruyeron así mismo en este período la mayor parte de las mezquitas de la región. Tal es el caso de la mezquita de la localidad de Visici, dinamitada y sus escombros hechos desaparecer a golpe de bulldozer, a la distancia de unos dos kilómetros de la base española de Dracevo.
El 30 de junio de 1993 son detenidos en Mostar 6.300 bosnios musulmanes. Ese mismo día se retira la compañía de la legión desplegada en la ciudad. Cuando más necesaria era su presencia para la protección de la población civil, las tropas españolas abandonan la ciudad temiendo por su propia seguridad tras las amenazas del HVO-HV. Los métodos con los que la milicia croata disuadió la presencia de los cascos azules españoles incluyeron un hostigamiento continuado desde el mes de abril y la muerte de dos oficiales en mayo y junio (tenientes Arturo Muñoz y Francisco Jesús Aguilar). García Vargas culpaba de estas muertes directamente al presidente croata Tudjman, pues la presencia del contingente español, decía el ministro de defensa, «no favorece sus planes de limpieza étnica en Hercegovina», y los datos disponibles «hacen pensar que se trata de acciones militares organizadas, por lo que no caben excusas por parte croata». El gobierno español protestó en aquél momento con firmeza ante el croata, no por sus crímenes sistemáticos contra la población civil, sino por la muerte de dos de sus soldados, y finalmente accedió a acuartelar sus efectivos y no obstruir la limpieza étnica en marcha.
Este período coincidía con la «operación Irma», a la que el gobierno español se sumaba para la evacuación de un reducido número de niños bosnios en medio de un despliegue mediático espectacular. Los oficiales de la DRISDE (Dirección de Relaciones Informativas y Sociales de la Defensa) se empleaban así mismo en el control de la información, y se ocupaban «cuidadosamente de impedir el contraste de esta realidad con entrevistas directas a la tropa», para evitar una repercusión negativa en la imagen de la misión de estos momentos de decaimiento.
De acuerdo con estimaciones de Naciones Unidas, para el mes septiembre la cifra total de bosniacos «limpiados» en la zona de Mostar estaba entre 45 y 55.000 personas. Una cantidad indeterminada murió por disparos del HVO-HV al cruzar el puente hacia el sector este de la ciudad. Allí, unas 50.000 personas sufrían bombardeos de morteros, carros de combate, lanzadores múltiples y aviación, a una media de 200 a 400 obuses y entre 10 a 15 muertes diarias, mayormente civiles. La munición era suministrada con regularidad desde Croacia a través de las rutas bajo teórico control del Spabat, cuya apertura y vigilancia habían sido los motivos del discurso oficial para justificar su mismo despliegue. Ante los bombardeos la tarea de los soldados españoles se limitaba básicamente a observar la operación con sus prismáticos desde las mismas colinas en que el HVO-HV disparaba sus baterías y apuntar el número de impactos para sus informes.
Esta situación llevó a la población sitiada a retener a los cascos azules españoles que entraron acompañando un convoy de ayuda a finales de agosto (el primero en dos meses) en demanda de protección. La retención, a pesar de ser duramente condenada por los mandos españoles, efectivamente disminuyó la intensidad de los ataques croatas, logró centrar la atención internacional en la destrucción de la ciudad, y dio lugar al establecimiento de una patrulla permanente de cascos azules dentro del área asediada. De esta manera, los propios bosnios tuvieron que forzar a los cascos azules mediante la retención y ante las protestas de sus jefes, a cumplir su función de protección en Mostar-este.
En noviembre del 93, al cumplirse un año de su inicio, la misión española atravesaba sus peores momentos y a pesar de que su continuidad no estaba clara, fuentes gubernamentales admitían que «España no está en condiciones de retirarse, si no quiere perder el prestigio ganado en el último año».
El Mostar asediado llegó a considerarse «el mayor campo de concentración de Bosnia» por sus dramáticas condiciones de vida. Todo ello en presencia del batallón español y con su perfecto conocimiento, lo que llevó al primer ministro de Bosnia a expresar su descontento y afirmar en mayo de 1994 que «hay muchas indicaciones de que los soldados españoles han tomado partido por los extremistas croatas en Mostar»
El círculo de la ignominia se completa cuando algunas de las víctimas de la limpieza étnica croata y la ineptitud de las fuerzas españolas llegan refugiados a España. Aquí se encuentran con que mientras ellos y ellas son considerados como, en palabras de Miguel Ángel Mazarambroz, embajador español para misiones de paz de la ONU, «gente anclada en unos odios históricos permanentemente recordados en su memoria elefantiásica» los soldados que asistieron pasivos a la agresión son homenajeados como «héroes de la paz», se les dedica desfiles militares, o se les concede la Cruz del Mérito Militar con distintivo azul.
LA ACTITUD DE LOS MANDOS: NEUTRALIDAD Y REVISIONISMO
El manual práctico de las fuerzas británicas para los mandos de operaciones de paz sobre el terreno desarrolla en detalle la idea de neutralidad como elemento central para el éxito de estas misiones.
Esta neutralidad se construye a partir de un relato severamente distorsionado del desarrollo del conflicto en el que, en primer lugar, su dramatismo queda neutralizado con todo tipo de eufemismos burócratico-militares, y sobre todo, se fuerza una revisión, una redefinición de sus términos evitando señalar la responsabilidad de las fuerzas serbias y croatas (cuyas principales masacres no se mencionan) y subrayando en su lugar los episodios de no cooperación con UNPROFOR de las fuerzas bosnias.
Sobre la conveniencia para los agresores serbios de esta neutralidad, baste recordar que ha sido el propio líder serbio y reconocido criminal de guerra Radovan Karadzic, quien ha elogiado la labor española declarando: «tenemos la mejor opinión del contingente español en Bosnia y de la diplomacia española. España es la más imparcial». Desde Belgrado el primer ministro yugoslavo (serbio) Radoje Kontic se mostraba igualmente agradecido por la actuación de los soldados españoles, «muy correcta» desde su punto de vista, pues «ha habido cascos azules de otros países con los que no hemos tenido la misma suerte en cuanto a comportamientos concretos y a la exquisita neutralidad que están manteniendo los soldados españoles».
La propia aceptación de la situación militar sobre el terreno por parte de los mandos de Naciones Unidas les lleva a su vez a demandar a las fuerzas bosnias la misma actitud de resignación, y a culparles por resistirse a aceptar los mapas del genocidio. Como me confiaba un oficial sueco destinado en el cuartel general de UNPROFOR en febrero de 1994:
«Las promesas de ataques aéreos o levantamiento del embargo son un error, no hacen más que alentar a los musulmanes en lugar de que entiendan la situación y firmen. Lo que hay que hacer es presionar a los musulmanes para que firmen, son gente intransigente y sin escrúpulos que están utilizando o su propio población en Sarajevo para presentar su situación como víctimas… cuando la realidad es mucho más complicada». (Oslobodenje – SOS Balkanes, nº 4 – 94).
Siguiendo esta lógica nos encontramos con que las fuerzas que han acudido a socorrer a las víctimas de la guerra, ante su incapacidad de hacerlo de una manera eficaz, terminan culpando a las propias víctimas por no rendirse a sus agresores. Ciertamente, una vez desatada la guerra, mentiras y violencia, nadie tiene las manos limpias, y también las fuerzas bosnias han estado implicadas en crímenes contra la población civil. Pero pretender que los bosnios tienen la misma responsabilidad que sus agresores es un insulto, en primer lugar a las víctimas, y además a la inteligencia de cualquier observador mínimamente informado.
En el caso español debe añadirse que la pretensión de los mandos y fuentes oficiales de culpar por igual a bosnios y croatas de los combates que ellos mismos presenciaron es especialmente inaceptable, dado que entre las víctimas de la brutalidad de el HVO-HV se encuentran, como se ha explicado, varios soldados españoles asesinados por las fuerzas croatas en su empeño por ahuyentar testigos de sus campañas de limpieza étnica.
Diego Arria, ex-representante de Venezuela en el consejo de seguridad y uno de los pocos diplomáticos que ha abordado con honradez el tema bosnio, llamaba la atención sobre uno de los aspectos más chocantes de la misión de los cascos azules: la condescendencia y simpatía entre los mandos militares de UNPROFOR y los del ejército serbio.
Arria, a la luz de su visita a Srebrenica en los peores momentos de la ofensiva serbia de 1993, se quejaba de que UNPROFOR «trataba a los serbios como los regulares, los legales, y a los musulmanes como irregulares, los ilegales», en contra de todas las resoluciones de la ONU estableciendo el criterio diametralmente opuesto.
Lejos de preocuparse por la gravedad de esta observación, el coronel Carvajal venía a confirmarla y reconocer su propio distanciamiento con la milicia bosnia y sintonía con los mandos serbios, al afirmar en el mismo foro:
«En los bosnios musulmanes esos militares no existían y podías encontrarte un jefe de cuerpo de ejército que su profesión era químico o su profesión era ingeniero aeronáutico y al día siguiente los volvías a ver de paisano. Es decir, que no había unos interlocutores absolutamente militares. Otra cosa diferente es la parte serbia con la que no teníamos demasiados conflictos y que eran militares procedentes de carrera»
Preguntado por dos destacados mandos militares serbios con responsabilidad sobre la limpieza étnica y crímenes contra la población civil en Hercegovina oriental (general Grubac y coronel Milosevic) el coronel Carvajal no escondía su respeto por ellos: «no tengo conocimiento de su implicación en crímenes de guerra… las veces que tuvimos necesidad de contactar con ellos fueron unos contactos absolutamente cordiales y muy serios, los dos son profesionales».
Parece que la mentalidad de los mandos de UNPROFOR les impide entender que son precisamente lo que ellos consideran «militares de carrera» y «profesionales del ejército» los causantes de la destrucción que ha llevado a los cascos azules a Bosnia.
Un ejemplo más reciente lo han ofrecido los cascos azules holandeses tras la toma y limpieza étnica de Srebrenica en su presencia en julio de 1995. Su comandante, Karremans, declaraba al llegar a Holanda que en este conflicto «no hay buenos y malos» y se refería al general Mladic, con quien acababa de tratar en Srebrenica la expulsión de la población bosniaca, como «un maestro de la estrategia y un comandante muy capaz». Con Posterioridad los medios de comunicación revelaron que los soldados holandeses veían con desagrado la población local y líderes de Srebrenica, y preferían relacionarse con las fuerzas serbias, a quienes se referían como «profesionales».
Las paradógicas relaciones entre los agresores y quienes acudieron en teoría a socorrer a los agredidos no ha pasado desapercibida para David Rieff, autor de uno de los mejores estudios sobre el papel de la comunidad internacional en este conflicto. En opinión de este veterano periodista en Bosnia, «muchos funcionarios de la ONU sobre el terreno no sólo temían sino que admiraban a las fuerzas serbias», debido a una cierta «solidaridad de casta»: «los oficiales de UNPROFOR consideraban a los serbios verdaderos soldados, gente como ellos mismos, no los civiles glorificados que uno se encontraba generalmente entre los comandantes en el lado del gobierno bosnio». En este sentido, continúa Rieff, «para los mandos de UNPROFOR dedicarse a insistir, como hacían en sus informes, mensajes a Nueva York y unos a otros, que los serbios eran soldados tan espléndidos, era tanto un acto de amor a sí mismos como una evaluación militar».
Más allá de su mandato de protección, de las resoluciones del Consejo de Seguridad condenando a las fuerzas serbias, y de todas las atrocidades que ellos mismos han presenciado, los mandos de UNPROFOR sienten un inconfesable afecto por sus colegas del ejército serbio. Un sentimiento que encuentra su origen en una compleja mezcla de identificación militar, un cierto esprit de corps compartido, y la admiración por el bando vencedor en la guerra, unidas a una necesidad de redefinir los términos reales del conflicto para ocultarse a sí mismos y a la opinión pública la vergüenza de su fracaso.
Xabier Agirre Aranburu
(Donostia)
(Extracto)