REPARTO DEL TRABAJO. UNA POLÉMICA DE MODA

La propuesta sobre la reducción del tiempo de trabajo surgió en Europa a finales de los 70 como intento de atajar el alarmante crecimiento del desempleo. Esta propuesta se presentaba en base a medidas como la reducción de la jornada laboral, la quinta semana de vacaciones anuales o el año sabático.

El debate reapareció nuevamente en otoño de 1993. La propuesta del presidente de la patronal francesa de reducir la jornada laboral en un 20% y salarios en un 15% como medida para frenar el paro, que en ese momento superaba en Francia los 2 millones y medio de personas, se vio continuada poco después por el acuerdo entre la empresa Volkswagen y los sindicatos, consistente en reducir un 20% jornada y salarios para evitar miles de despidos.

Una de las primeras voces que entraron en liza desde el Estado Español fue la del presidente del Círculo de Empresa-rios, Espinosa de los Monteros, manifestando que la reducción del 20% de la jornada sólo sería viable si viniese acompañada por una reducción del 25% de los salarios.

La opinión del canciller alemán Kohl, acerca de que la solución del desempleo no pasaba por trabajar menos sino por trabajar más, influyó en la toma de postura del PP que se mostró contrario a considerar el reparto del trabajo como un camino razonable para afrontar el problema del paro.

En las dos últimas elecciones generales, Izquierda Unida recoge en su programa electoral el reparto del tiempo de trabajo como una medida primordial en la lucha contra el paro. El partido socialista ha organizado jornadas sobre este tema y Felipe González defendió en la campaña electoral de las elecciones generales celebradas en 1996, las virtudes del reparto del trabajo.

ALGUNAS PRECISIONES SOBRE ESTA POLÉMICA

La actual propuesta de reparto del tiempo de trabajo no tiene nada que ver con la reivindicación tradicional del movimiento obrero de reducir la jornada laboral. El paso histórico de las jornadas de trabajo de 12 ó 14 horas hasta la de 8 horas, supuso una lucha por la apropiación de la plusvalía, con la finalidad de reducir la explotación a la que el capital sometía al trabajo. Los avances en esta lucha trajeron una mejora de la salud y del tiempo disponible para la vida individual y social de los trabajadores.

Por el contrario, la actual reivindicación del reparto del empleo no está ligada a la mejora de las condiciones de vida de quienes trabajan, sino a la reducción del paro y al ir acompañada por reducción del salario, sólo sirve para repartir el paro entre las personas paradas y las ocupadas.

El actual escenario político y económico mundial dista mucho del que había en los años 70 cuando surge por primera vez este debate. Ahora, la globalización del capitalismo sin fuerza alguna que se le oponga, establece el aumento de la productividad y de la competitividad como condiciones para que cualquier medida sea «racional» y por lo tanto posible. Lo que no sirve para aumentar la capacidad de vender los propios productos en el mercado, es inviable. La solución de cualquier problema humano o social debe cumplir la condición de no lesionar el aumento de los beneficios del capital. En este sentido, hablar de disminución de la jornada sin reducción del salario es políticamente imposible.

La polémica sobre el reparto del tiempo de trabajo se sustenta en nociones que requieren ser criticadas. Una de ellas es la identificación entre trabajo y empleo, otra la de considerar al trabajo como un bien escaso.

TRABAJO NO ES LO MISMO QUE EMPLEO

El trabajo es todo gasto de energía humana tendente a satisfacer necesidades personales y sociales. No todo el trabajo está en el mercado. Las actividades socialmente útiles que se realizan fuera de la relación mercantil, como el trabajo doméstico o cualquier trabajo motivado por el parentesco, la solidaridad o el amor, deben ser tenidos en cuenta a la hora de hablar de reparto del tiempo de trabajo.
Considerar trabajo sólo a la actividad humana que se realiza a cambio de una renta, supone una reducción que condena a la invisibilidad a casi seis millones de mujeres que realizan trabajo doméstico en el Estado español.

Confundir trabajo con empleo sienta las bases para que el problema del paro aparezca como algo cuya solución sea el pleno empleo asalariado. Esta identificación no sólo contribuye a mantener la subordinación social de las mujeres sino que también impide enfocar el verdadero problema, que no es tanto el reparto del trabajo como el reparto del producto social y las condiciones políticas necesarias para ello.

EL TRABAJO NO ES UN BIEN ESCASO

Mirando a nuestro alrededor comprobamos la situación de ignominia y carencia de lo más elemental en la que se encuentra la cuarta parte de la humanidad. Habiendo tantas necesidades por cubrir y tantos recursos improductivos, ¿cómo se puede decir que el trabajo es escaso?.

La falacia que nos presenta el trabajo como un bien escaso se apoya en la irracionalidad del sistema capitalista. En realidad, el trabajo es el que crea el dinero, el capital. Dicho de otra manera, es el trabajador el que crea al empresario. Sin embargo en el mundo capitalista, este fenómeno se presenta al revés. Parece que es el capital el que crea al trabajo. De ahí la frase engañosa: «los empresarios son los que crean puestos de trabajo».

La escasez de trabajo, el paro, tiene su fundamento en la situación política que permite que los empresarios puedan decidir en exclusiva acerca del uso de la riqueza social acumulada. El paro se debe a la potestad de los empresarios para decidir lo que se produce, como se produce, cuándo y dónde. El haber sustraído del debate democrático estas decisiones es la causa última del paro y sobre todo de sus funestas consecuencias, la pobreza y la exclusión social.

UNA TORMENTA EN UN VASO DE AGUA

Todas las opiniones sobre el reparto del tiempo de trabajo que no pongan en el primer plano las condiciones políticas y culturales que permiten no sólo que la sociedad funcione así, sino que además dicho funcionamiento parezca lógico y natural, tienen la ventaja de animar las tertulias pero el inconveniente de tener poca influencia sobre la realidad.
Así, propuestas aparentemente científicas, como la recientemente formulada por Michel Rocard, eurodiputado socialista y ex-presidente del gobierno francés, parecen viables. Rocard propone la reducción del 20% de la jornada sin reducción salarial. El aumento de los costes de esta solución sería financiado por el ahorro en subsidios de paro, el aumento de las cotizaciones sociales de los nuevos empleados y el crecimiento de la productividad marginal debido a la disminución de la fatiga por la menor duración de la jornada.
Todas estas fórmulas llenas de cálculos e hipótesis son pura palabrería. Están basadas en la esperanza de que quien tiene el poder las aplique. Sin embargo no hay síntomas para esperar que los dueños del capital financiero y transnacional, ese espectro que se nutre de millones de vidas humanas y que se ha constituido en el principal sujeto de la modernidad, tengan propósitos de enmienda y moderen su vertiginosa huida hacia delante.

No hay rastros para suponer que los poderes políticos y culturales colonizados por el poder económico, tengan vocación y recursos para embridar a esas inmensas acumulaciones de poder que suponen las masas de dinero potenciadas por la informática y las telecomunicaciones.

La pérdida de legitimidad de un sistema cada vez más injusto e irracional, mientras no se enfrente con un movimiento social antagonista, se suple con el simulacro de los medios de difusión de masas, la automarginación de los ciudadanos y la represión hacia las minorías que desobedezcan.

Es ingenuo esperar que el poder disciplinario que supone el paro, la pobreza y la necesidad, en manos de los poderosos, para obligar a los humildes a aceptar ser explotados cuando, como y donde decida el capital, vaya a ser cedido gratuitamente a costa de disminuir los beneficios.

Esta polémica contiene un alto grado de ficción porque basta con tener acceso a los medios de difusión para que cualquiera, incluido Felipe González responsable de la mayor catástrofe que han sufrido los trabajadores en el estado español en los últimos 25 años, pueda dar opiniones sobre el reparto del tiempo del trabajo.

El ruido de los debates técnicos sobre la relación entre el descenso de la jornada, el salario y la productividad, contrasta con el silencio de los 3,6 millones de parados, de los 3,2 millones de precarios, del millón de personas que sufren un paro encubierto en base a los contratos a tiempo parcial, del millón de hogares en los que todos sus miembros están en paro, de las casi 50.000 personas encerradas en esos depósitos de sufrimiento que son las cárceles.

He aquí el problema de fondo de esta polémica: Que está en manos de políticos, empresarios e intelectuales de la clase media y no en manos de quienes padecen la falta de trabajo y por lo tanto de salario y medios de vida.

Mientras se produce la discusión ya se está realizando el reparto del tiempo del trabajo que interesa al capital. Los expedientes de regulación de empleo a costa del erario público, el millón de personas con contrato a tiempo parcial, el hecho de que uno de cada 3 asalariados entre y salga constantemente del mercado del trabajo y los 5,8 millones de mujeres que, haciendo trabajo doméstico, reciben por parte de las encuestas el ofensivo calificativo de inactivas, nos enseñan que mientras nosotros discutimos ellos construyen la sociedad a su medida.

COMO CONCLUSIÓN

A pesar de que la polémica sobre el reparto de tiempo del trabajo corre el riesgo de quedarse en un ejercicio teórico para una izquierda en apuros, o un recurso de marketing electoral, es preciso reconocer que presenta algunos aspectos de interés.

Por un lado, pone sobre la mesa el hecho de que el paro constituye una realidad tendencialmente irreversible, que la productividad del sistema permite que el producto social aumente con una cantidad menor de trabajo humano, lo cual permitiría que todos viviéramos dignamente con menos horas de trabajo que, en suma, la vida de muchísima gente ha dejado de estar dominada por el tiempo del trabajo y sin embargo las relaciones sociales siguen dominadas por la reproducción del capital.

Hablar del reparto del tiempo del trabajo supone una ruptura con uno de los mitos más queridos por la vieja izquierda que identifica el bienestar social con el empleo masculino con ocho horas de trabajo de por vida, que permite un alto nivel de consumo. Estas teorías neokeynesianas constituyen una evocación nostálgica de un capitalismo pasado frente a la potencia del despliegue del capitalismo real.

Olvidar que lo que pasó en Europa entre los años 50 y los 70, se explica por condiciones políticas y económicas que hoy no existen, y que además sólo pasó en Europa, es decir, que el nivel de vida de los trabajadores europeos fue a costa del saqueo del tercer mundo y supuso su acomodación al capitalismo en base a un consumo insolidario e inviable ecológicamente, olvidar todo esto, es olvidar demasiado. El tiempo de v da no debe estar regido por el tiempo del trabajo. Más bien al contrario, el trabajo es para la vida. Cualquier polémica que separe el tiempo de vida del tiempo de trabajo es buena culturalmente.

Las polémicas sobre el reparto del tiempo de trabajo y el reparto de rentas, sobre el salario social universal y la equiparación de los derechos políticos a los derechos sociales, entre otras, tienen mucho interés para hacer emerger nuevos valores lmprescindibles en un proyecto de sociedad más humana. La atención y el apoyo a múltiples experiencias de economía alternativa, social, ecológica y comunitaria, desempeñan también un importante papel en este sentido.
Sin embargo todo esto se quedará en la marginalidad y cumplirá únicamente un papel de apariencia de pluralismo político del sistema, sino se consigue organizar una fuerza que impida que la economía sea el principio rector de la vida social. En esta fuerza tienen un papel insustituible los millones de personas excluidas por la lógica económica.

El problema no es el reparto del tiempo de trabajo sino la situación política que permite que los ricos controlen el trabajo de los pobres. Para que las opiniones sean algo más que palabras, deben estar sustentadas en una fuerza. La fuerza sola no conseguirá más que intercambiar los papeles entre opresores y oprimidos, pero los valores y las razones sin fuerza, sólo servirán como bálsamo para las conciencias sensibles.

C.A.E.S.
(Madrid)

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