CEPRID

La traición de Arabia Saudita va más allá de un acercamiento a Israel

Domingo 18 de septiembre de 2016 por CEPRID

Iqbal Jassat

MEMO

Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés

Toenadering es un término en afrikaner que fue utilizado burlonamente por la derecha para describir la cercanía implícita existente entre el antiguo gobierno del Partido Nacional durante el apartheid y los líderes del Congreso Nacional Africano (ANC). El objetivo era desacreditar las reuniones secretas con el ANC durante la era del apartheid en Sudáfrica.

En los viejos y malos tiempos del apartheid en nuestro país, las consignas advertían al volk afrikaner que “Swart deelname meen swart oorname” (“la participación negra llevará a la toma del poder negra”). Esta retórica refleja un periodo en la turbulenta historia de Sudáfrica en el que la lucha por el corazón y el alma del Afrikanerdom era una prioridad.

En última instancia, la fuerza de la razón prevaleció y vimos la aparición de un sistema democrático. A pesar de las tácticas de miedo desplegadas por las fuerzas reaccionarias, Sudáfrica permanece en la trayectoria para colmar las justas aspiraciones de todos sus habitantes.

Hoy en día, bien podemos decir que Arabia Saudita está haciendo “toenadering” con Israel y preguntar si esto es un problema que atañe únicamente a la Casa Saud o si tiene ramificaciones más amplias para los palestinos y musulmanes de todo el mundo. El contexto del “toenadering” de Arabia Saudita con el Estado sionista es completamente diferente al ejemplo sudafricano, y es esencial demostrarlo.

Por ejemplo, los palestinos ofendidos por los encuentros de Riad con los israelíes se oponen naturalmente a ellos debido a la continua ocupación militar de su tierra por Israel; no pueden ser considerados, por mucho que forcemos la dialéctica, como de derechas. De hecho, lo verdadero es lo opuesto. Por otra parte, Arabia Saudita está gobernada por un régimen despótico no electo mientras que Israel es la encarnación del neo-apartheid. Ambos comparten credenciales como poderes represivos, autocráticos, y cuentan con beligerantes fuerzas militares; ambos tienen un poderoso aliado en los EEUU, a la vez que invierte en ellos equipándoles con armas de destrucción masiva.

Además de promover los intereses de los conglomerados industriales-militares de Occidente, ambos regímenes se utiizan como núcleos para desestabilizar Oriente Medio bajo la premisa de la “guerra contra el terror”. No sorprende entonces que la oposición legítima a ellos esté ilegalizada.

En el caso de Israel, los movimientos de resistencia como Hamás o la Yihad Islámica son criminalizados como “terroristas”. Lo mismo ocurre en el caso de Arabia Saudita, donde la disidencia interna está perseguida y grupos como los Hermanes Musulmanes son declarados también como terroristas. Estas políticas engañosas se justifican por estar orientadas a cumplir el deseo occidental de librar al mundo de terrorismo y terroristas.

La otra diferencia importante es que el “toenadering” con el ANC dio lugar al final del apartheid, mientras que las aperturas de los saudíes están orientadas a reforzar el apartheid en Israel mientras que además se previene contra la intromisión en el reino de las fuerzas progresistas y democráticas.

La conspiración contra la “primavera árabe” –que hicieron tanto Tel Aviv como Riad- es especialmente evidente en Egipto. Los saudíes e israelíes no solo conspiraron para socavar el gobierno democráticamente electo encabezado por Mohamed Morsi, sino que también participaron activamente facilitando el golpe militar liderado por Abdel Fatah Al Sisi. Esto supuso un gran revés para la democracia en el mundo árabe, seguida de la invasión de Libia y el asesinato de Muamar Gadafi, que cercenó de forma efectiva cualquier esperanza de que un proceso democrático pudiese sobrevivir.

¿Le suena extraño? De hecho, lo es. Sobre todo para aquellos que están atrapados en la percepción de que la Casa Saud debe ser antagonista a los ocupantes israelíes de la mezquita de Al-Aqsa; y más aún para los musulmanes que creen tontamente que la monarquía saudí tratará de liberar el noble santuario.

Ahora que esta vana esperanza se ha desvanecido en medio de las señales que indican que el “toenadering” es en realidad peor de lo que parece, un susurro gradual, casi dubitativo, comienza a oírse, cada vez más fuerte y mejor articulado. La Casa Saud está acusada de nada menos que traicionar la causa palestina y las aspiraciones musulmanas de todo el mundo de liberar Al-Aqsa de la ocupación israelí.

Cuando el régimen colonial de asentamientos fue impuesto en el territorio palestino, seguido de la ocupación de Jerusalén -donde se encuentra Al-Aqsa-, los musulmanes de todo el mundo compartieron un sentimiento común de pérdida. La liberación de la Al-Aqsa se ha convertido en un sinónimo de la lucha palestina por la libertad.

Mientras que Arabia Saudita se acerca a la frontera de la normalización de relaciones con Israel, Riad espera que su política de comprar el apoyo de las comunidades musulmanes desde Johannesburgo a Yakarta y de Londres a Lisboa, le inmunice contra estas críticas y contra reacciones violentas. El ser los custodios por defecto de la Sagrada Kaaba en la Meca y la mezquita del Profeta Mohamed (la paz sea con él) en Medina, permite al reino saudí cierto grado de liberación respecto a la Ummah musulmana. Reteniendo el poder para decidir quién y cuántos musulmanes pueden entrar en estos lugares sagrados ejercen una herramienta para mantener a los fieles bajo control y en el temor a la élite gobernante.

Por otro lado, los palestinos, decepcionados con la impotencia saudí, nunca estarán del todo sorprendidos ni conmocionados. Su experiencia con los dictadores árabes, ya sea en Egipto o Arabia Saudita, les ha abocado a no esperar mucho de los traidores.

Además, como cuerpo colectivo, la Liga Árabe posee un demostrado historial de absoluta complacencia y absoluta falta de vertebración de una oposición respecto a la beligerancia israelí. Por consiguiente, sería ingenuo pensar que el grupo llegará a condenar en algún momento próximo a Arabia Saudita por su “toenadering”; es sabido además que muchos de sus miembros también han capitulado vergonzosamente frente a la hegemonía israelí en la región.

Estas limitaciones, afortunadamente, no se aplican a los activistas, escritores e intelectuales palestinos ni a su altamente politizada sociedad civil. Tampoco se aplica a los musulmanes de todo el mundo. Todos ellos son capaces de enfrentarse a la traición de Arabia Saudita en solidaridad con la búsqueda palestina de libertad y justicia. Muchos lo harán aún a riesgo de ser excluidos de las peregrinaciones a la Meca, Medina y Jerusalén. Lo verán como un precio a pagar si resulta necesario para acercar un paso más la liberación de Palestina y la Mezquita de Al-Aqsa.


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