El dinero en la economía capitalista

Nota previa. Este es uno de los textos que Albert Mason presentó a la comisión de moneda de la rca (Red de Colectivos Autogestionados) en 2013. Posteriormente, el texto fue incorporado a una ponencia mucho más extensa que sirvió de base para fundar La Canica. Muchas de las ideas desarrolladas por Albert Mason en Dinero Mágico y en No podemos tener canicas están contenidas aquí de forma más didáctica y sintética. Sirva, pues, de resumen de los dos artículos.

El dinero es una consecuencia de la división del trabajo. La división del trabajo, caracterizada por la producción de cosas con el propósito de intercambiarlas (es decir, la producción de mercancías) es un acontecimiento histórico inseparable del dinero.

La utilidad social del dinero se comprende mejor si intentamos imaginar todo un sistema de intercambio sin él, remontándonos al trueque.

La complicación del trueque, también llamado intercambio directo, es que requiere una doble coincidencia de necesidades para lograrse: Imaginemos que un sujeto «A» se propone hacer un intercambio porque necesita unos zapatos y le sobra un martillo. En esas circunstancias, sólo podrá obtener los zapatos que necesita cuando encuentre a un sujeto «B» a quien casualmente le haga falta un martillo y le sobren un par de zapatos en ese preciso momento, ni antes ni después. Y este es el ejemplo de trueque más simple posible. Ahora, imaginemos a alguien a quien le sobran cientos de zapatos: un zapatero. Esta persona, que por medio de la división del trabajo se dedica a fabricar zapatos para intercambiarlos por otros productos y servicios necesarios para su subsistencia, ¿cuántos días tardaría en dar con otras personas que quieran sus zapatos a cambio del pan, la verdura o el combustible que él necesita diariamente para vivir?

La doble coincidencia de necesidades, esa condición de todo trueque, es un obstáculo para el intercambio de bienes y servicios que las sociedades de la antigüedad solventaron mediante la progresiva utilización de mercancías de aceptación generalizada como medio de cambio: puntas de lanza, conchas de moluscos, plumas, abalorios, sal… Desde el momento en que esas mercancías pasaron a ser mercancías de referencia para efectuar intercambios se convirtieron en dinero.

El dinero, cuyo origen se data en el neolítico, nació pues en forma de mercancía, de objeto intercambiable. Miles de años después, el dinero no sólo no ha abandonado la forma de mercancía, sino que se ha transformado hoy bajo el capitalismo en la forma más concentrada de mercancía, en mercancía pura, puesto que no tiene utilidad alguna más allá de la de su «intercambiabilidad». Cualquier dinero anterior a este que manejamos hoy tenía un valor de uso distinto a su utilidad como objeto intercambiable. La punta de lanza servía para cazar cuando dejaba de usarse como dinero. Incluso el oro servía para la joyería cuando dejaba de ser dinero. Pero el dinero capitalista no tiene utilidad alguna más que como dinero, es decir, como mercancía de referencia para el intercambio de productos y servicios.

En paralelo a la transformación histórica del dinero en mercancía pura ha ido operándose una progresiva sublimación1 del dinero: de las mercancías consuetudinarias (puntas de lanza, sal, conchas) a los metales acuñados; de los metales acuñados al papel respaldado por metales; del papel respaldado por metales al papel sin más; del papel a la tarjeta de crédito (que ya no es un soporte del dinero sino un transmisor para apuntar transacciones entre cuentas bancarias)… El dinero actual se ha volatilizado, ya casi es aire. Sólo un 10% de los intercambios que se realizan en el mundo se efectúan con papel moneda. El resto, el 90% de las transacciones mundiales, se realizan mediante asientos contables en cuentas bancarias por medios telemáticos.

La corporeidad del dinero, el hecho de que el dinero naciera en forma de mercancía y haya tenido desde su origen hasta hoy un soporte material –sal, conchas, metal, papel, etc.- es la causa principal de que se lo continúe confundiendo desde entonces con una mercancía. Detrás de toda justificación teórica del dinero capitalista está la confusión deliberada entre dinero y mercancía. Aunque hoy en día ya no haya ninguna necesidad de billetes o monedas, el hecho de que se emitan todavía tiene un valor simbólico fundamental para la supervivencia del capitalismo2: los billetes impresos y monedas acuñadas perpetúan la ficción de la materialidad del dinero. Si el dinero perdiera por completo la materialidad, si el dinero sólo fuera una serie de apuntes en cuentas telemáticas, el dinero empezaría a conceptualizarse rápidamente entre la población como lo que es en realidad: una simple unidad de medida, como el litro o el metro.

Y una unidad de medida, llámese euro, kilo o litro, no puede acumularse ni prestarse con intereses. No podríamos hablar de escasez o abundancia de dólares como no podemos hablar de escasez o abundancia de millas o pulgadas. Sin embargo, la mercancía euro puede prestarse contra interés, acumularse. Se puede monopolizar la fabricación de la mercancía dólar y programar a conveniencia su escasez o abundancia.

Todas estas características del dinero mercancía propio del capitalismo anulan su función social, que es facilitar los intercambios de productos y servicios, y lo convierten en un instrumento de dominación. Pero este es menos un problema del dinero que del capitalismo, que corrompe todos los instrumentos e instituciones de utilidad social para perpetuarse. En las escuelas de un régimen capitalista se enseña a obedecer en lugar de a pensar libremente. El urbanismo capitalista diseña estructuras arquitectónicas para el aislamiento y control social en lugar de crear espacios de relación y convivencia colectiva, etc.

El capitalismo no sólo ha corrompido históricamente el dinero, y por lo tanto los intercambios indirectos; también los trueques, los intercambios directos. Por el documental The Money Fix, emitido en las jornadas de moneda alternativa de la rca, hemos llegado a conocer un club de trueque que servía para dar salida a excedentes de producción de empresas capitalistas. Los pioneros comerciantes responsables del genocidio norteamericano se aprovecharon de la ingenuidad de los nativos iroqueses trocando pieles –que luego colocaban en los mercados a precios suntuarios- por whiskey barato o productos que creaban otro tipo de adicciones y dependencias (por ejemplo, rifles, que suscitaban la necesidad constante de pólvora). Más revelador aún es el «truck system», un sistema capitalista de pago en especie por el que los empleados obtenían a cambio de su trabajo habitación en barracones y provisiones en almacenes corporativos. Se hizo popular en la cuna del capitalismo, Inglaterra, entre los siglos xviii y xix y se extendió como la pólvora en Estados Unidos, precisamente debido a la carencia de divisa nacional y la nula solvencia de los billetes bancarios.

De estos ejemplos se deduce que ninguna moneda social, ni siquiera la abolición del dinero, supondrán por sí solas el fin del capitalismo. Al capitalismo sólo se le destruye cortando sus tres cabezas: la propiedad privada de los medios de producción, la explotación laboral3 y el Estado.

En conclusión, el dinero no es una invención capitalista. Es muy anterior al capitalismo. El dinero no tiene autor. Es una creación social y, como todas las creaciones sociales importantes es difícil precisar hasta qué punto cada generación ha influido en él o ha sido influida por él.

Sabemos que un dinero concebido como mercancía, prestable contra interés, de emisión centralizada, acumulable y escaso, moldea personas miedosas, insolidarias, competitivas y propensas a la acumulación innecesaria.

Pero la cuestión que nos ocupa aquí es saber si personas que confían entre ellas, solidarias y cooperativas, pueden moldear un dinero concebido como unidad de medida y, por lo tanto, suficiente –ni escaso ni excesivo–, sin interés, no acumulable y descentralizado.

A diferencia de los compañeros y compañeras que nos antecedieron en el intento, en esta generación tenemos la tecnología para hacerlo.

NOTAS:

  1. Proceso físico por el que la materia pasa de estado sólido a gaseoso.
  2. Otra razón poderosa para que aún continúen imprimiéndose billetes es que la evasión fiscal sería prácticamente imposible si todos los intercambios tuvieran que anotarse en cuentas telemáticas nominales.
  3. En cualquiera de sus versiones (esclavitud, asalariado, etc.)
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