Ucrania ¿Una guerra por los recursos?

Bombas para los ucranianos, titanio para Airbus

En marzo de 2022, poco después de la invasión del Donbás a manos del ejército ruso, la empresa de aviación estadounidense Boeing anunciaba la suspensión de sus importaciones de piezas de titanio de Rusia. No le quedaba, en todo caso, muchas más alternativas ya que era más que probable que Rostec, su proveedor de titanio en dicho país (y fuente principal del armamento del Kremlin), se encontrara en los primeros puestos de la lista de empresas sancionadas a nivel internacional a causa de la guerra de Ucrania. Así fue, de hecho, al menos en un primer momento. Pero la dirección de Airbus presionó a los dirigentes europeos para conseguir que su empresa de colaboración con Rostec, VSMPO-Avisma, saliera de ella2. Al fin y al cabo, más de la mitad de las piezas utilizadas por Airbus provienen de un idílico valle de los Urales, el «Titanium Valley» de Verkhniaïa Salda, que se ha especializado en la fabricación de titanio de calidad aeroespacial. El CEO de VSMPO-Avisma, Sergei Chemezov, es un antiguo miembro de la KGB próximo a Putin y figura en muchas listas de personalidad rusas sancionadas, al igual que miembros de su familia3. También la empresa española Aernova Space depende desde 2014 de VSMPO-Avisma para aprovisionarse de titanio. De hecho en enero 2022 firmo un contrato con ésta que, a día de hoy, sigue garantizándole el suministro hasta el año 2028. Por todo lo anterior no es sorprendente que Guillaume Faury, el CEO de Airbus, haya afirmado con rotundidad que prohibir las importaciones de titanio de VSMPO-Avisma causaría más daños a la economía europea que a la rusa y, como decíamos, haya conseguido que ésta queda fuera de la listas de sancionadas.

Las ventas de titanio le garantizaron a Rusia en 2022 415 millones de dólares, según el Wall Street Journal. A finales de septiembre de 2022, tras un briefing a los inversores, Guillaume Faury aseguraba estar ya buscando otros proveedores, pero al mismo tiempo declaraba que «a la industria aeroespacial no le iría tan bien en un mundo sin titanio ruso.»4 En diciembre de 2022, el grupo anunció que dejaría de importar titanio «en cuestión de meses.»5 Hace muy poco, el 25 de febrero de 2023, los dirigentes europeos se reunieron para ampliar las sanciones a la economía rusa. El «comercio de bienes que generen beneficios sustanciales a la economía rusa» quedaron prohibidos, con una excepción: «No obstante lo dispuesto, las autoridades competentes pueden autorizar la importación, la transferencia o la exportación de (…) bienes a base de titanio usados en la industria aeronaútica para los que no existan distribuidores alternativos.»6

De este modo, Airbus ha conseguido renovar su derecho a subvencionar el esfuerzo de guerra ruso, sin importar que los ucranianos/as lleven todo el año viviendo bajo el asedio de los bombardeos. A finales de febrero, en una tribuna aparecida en la Aviation Week, un antiguo dirigente de Boeing llamaba la atención sobre la doble moral de la dirección de Airbus y el modo en que defiende que sancionar el titanio ruso perjudicaría mucho a la industria aeronaútica: «Ese tipo de argumentos ignoran que, después de la caída de la producción producida por la crisis de la Covid, en la actualidad los stocks de titanio son muy abundantes. En realidad, la industria no se ha encontrado jamás en una situación mejor para que la actual hacer frente a una exclusión de la empresa VSMPO del mercado.»7 Boeing compra titanio a China y a Japón mientras que, por su parte, Airbus acaba de absorber al grupo Aubert & Duval, especializado en aleaciones de titanio procedentes en parte de Senegal.

Ucrania, ¿una guerra por los metales?

El caso del titanio y de la industria aeronáutica no es más que un ejemplo de la manera en que las nuevas industrias de alta tecnología sobre las que se asientan nuestras economías nos están situando ante el riesgo de embarcarnos en un plazo relativamente breve en guerras por los metales que podrían llegar a ser como poco igual de mortíferas que las guerras por el petróleo que ya conocemos. Y es que todos los grandes proyectos industriales de la década, independientemente de si los impulsa China, Rusia o las potencias occidentales, dependen de un aumento exponencial del consumo de metales: tecnologías «descarbonizadas» tales como las baterías, pero también la digitalización, la industria espacial, etc.

Hasta cierto punto la guerra de Ucrania se puede considerar ya una guerra por los metales. Desde finales de los años 2000 los dirigentes europeos tratan de asegurar su cada vez más frágil acceso a materias primas clave para la industria. China ha construido ya monopolios sobre decenas de metales críticos, como las tierras raras hoy indispensables para la electrónica o los automóviles, y, al mismo tiempo, ha puesto en marcha una política exterior de recursos basada en sus «nuevas rutas de la seda». Gracias a ellas ha sido también capaz de implantar sus empresas mineras en numerosos países de África y de América latina a cambio de miles de millones de dólares destinados a financiar infraestructuras.

Rusia domina el mercado de níquel (utilizado para las aleaciones industriales o las baterías), de platino (para los catalizadores) y de paladio (esencial en las pilas de la combustible y la petroquímica). Además, garantiza sus necesidad futura de suministros a través de la presencia de la milicia Wagner en África, cuyas acciones paramilitares y conquistas diplomáticas vienen sistemáticamente acompañadas de contratos mine­ros8. Los Estados Unidos y Europa se enfrentan a una dura competencia y multiplican los acuerdos bilaterales para tratar de echar el guante a las reservas. Para ello, la Comisión europea acaba de completar dos grandes asociaciones estratégicas en torno a las materias primas: la primera con Canadá, un gran país minero, y la segunda, ratificada en julio de 2021, con… Ucrania.

Antes de la invasión rusa, Ucrania estaba de hecho destinada a convertirse en una suerte de paraíso minero para las industrias europeas. Se sitúa en el quinto puesto a nivel mundial a nivel de reservas de hierro, grafito y manganeso (dos elementos cruciales para la producción de baterías eléctricas). Cuenta con importantes yacimientos de litio, cobre, cobalto y tierras raras, que se utilizan tanto en el ámbito energético como para la electrónica o la industria militar. Es más, Ucrania es la sexta productora mundial de titanio. Hasta el inicio de la guerra, era precisamente en Ucrania donde las fábricas rusas del «Titanium Valley» se aprovisionaban para suministrar después piezas manufacturadas a los grandes grupos aeronaúticos. Y es que Rusia no cuenta con yacimientos de titanio en su territorio pero lleva siendo manufacturadora del titanio ucraniano desde la era soviética. Esta actividad se concentra en dos grandes instalaciones industriales: la fábrica de magnesio-titanio de Zaporijia (ZUMTC), cercana a la central nuclear, que produce esponjas de titanio para las piezas industriales; y la fábrica de Crimea Titan, en la frontera entre Kherson y Crimea, que produce polvo de dióxido de titanio que se utiliza como blanqueador en química. Las minas de titanio y las fábricas de transformación ucraniana se remontan a la era soviética. Bajo los gobiernos pro-rusos de Koutchma (2000-2005) y, después, Yanoukovitch (2010-2014), el grupo DF dirigido por Dimitri Firtash, cercano a Putin, gigante de la química y la metalurgia, realizó sustanciales inversiones en el sector del titanio ucraniano, que por otro lado se encuentra inmerso en un proceso de privatización. Pero el desplazamiento hacia posiciones pro-occidentales que produjo el Euro-Maïdan de 2014 supuso un obstáculo para los intereses de DF. Tras aproximarse a Europa, el estado ucraniano prescindió de las inversiones rusas. Por un lado, y preparándose para sus posteriores relaciones con Europa, a partir de 2014 Ucrania puso en marcha una ambiciosa política de privatización. No obstante, en lo que concierne a los intereses rusos –Crimea Titan y las minas de titanio de Irshansk y Vilnohirsk– procedió a un proceso de renacionalización y, en paralelo, concedió a la empresa ucrano-americana Velta Resources los permisos de explotación del resto de yacimientos de titanio del país9.

Occidente emboscado

En paralelo en lo anterior, y como paso previo a la asociación estratégica en torno a los metales con la Comisión europea, Ucrania comenzó a privatizar sus minas y su industria metalúrgica, a colaborar con los servicios geológicos europeos (EuroGeoSurveys) y americanos (USGS) y a realizar en inglés un «Atlas de la inversión» que catalogaba los yacimientos de metales críticos disponibles. Ucrania Invest listaba un total de 8761 yacimientos en 2021. A partir de 2016 el gobierno comenzó a conceder permisos mineros a través de subastas virtuales organizadas en inglés a través de internet. Entre 2018 y 2021 el número de permisos concedidos pasó de 150 a 377 y el número de subastas virtuales de 10 a 160. En 2019 Metinvest, la empresa metalúrgica de Rinat Akhmetov, el hombre más rico de Ucrania, se asoció al gigante suizo Glencore para explotar uno de los principales yacimientos de hierro del país situado en Shymanivske, no muy lejos de Zaporijia. En 2021, la empresa European Lithium obtuvo los derechos de explotación de los yacimientos de litio de todo el país, incluyendo los de Shevchenkivske, en el Donetsk. Las minas de grafito de la región de Mykolaïev, al sur del país, fueron concedidas a la empresa australiana Volt Resources.

Como es evidente, esta venta masiva del subsuelo y del sector metalúrgico en Ucrania a las empresas occidentales no fue muy bien recibida por Moscú. Rusia trata de reforzar su posición de gran exportador y para ello es imprescindible que garantice su acceso a los yacimientos y a las infraestructuras de transformación. Y por ello, según Olivia Lazard, del Instituto Carnegie, habría que situar la ofensiva en Ucrania «en el contexto más amplio de las maniobras del grupo Wagner, empresa mercenaria informalmente ligada al Kremlin cuyo propietario dirige también empresas de extracción como Lobaye Invest presentes en la actualidad en países africanos ricos en recursos minerales como Mozambique, Madagascar, la República Centroafricana y Mali.»10 La invasión rusa de Ucrania es también inseparable del descubrimiento en 2011 de yacimientos de gas de esquisto en el Donetsk y de petróleo y de gas en el mar Negro, frente a las costas de Crimea11. Los permisos de explotación se han concedido a las empresas americanas Shell y Chevron, lo que representa también un casus belli para Rusia. En conclusión, como muestra la investigación de Marc Endeweld12, la ofensiva rusa pretendía también evitar la conexión de las centrales nucleares ucranianas a la red europea. Heredadas de la URRSS, hasta la actualidad éstas seguían conectadas a la red rusa y bielorrusa. El cambio a la red europea, que iba a ser financiado por EDF13 habría permitido a Ucrania exportar su electricidad a buen precio en dirección a Europa. El desafío de hacerse con el control de los metales ucranianos se inscribe, por tanto, en el marco más amplio de una rivalidad geoestratégica por las materias primas y las infraestructuras energéticas entre Rusia, por un lado, y la Unión Europea y Estados Unidos, por otro.

Si el pueblo ucraniano ha decidido mayoritariamente liberarse de la tutela rusa y sueña con la independencia energética, se va a encontrar lastrado por los centenares de miles de millones de euros que los europeos y los estadounidenses les han concedido a lo largo de la guerra en la forma de préstamos. Sus financiadores esperan que Ucrania les devuelva el dinero a través de sus yacimientos, convirtiéndose así en una colonia minera y energética de las economías occidentales. Tras haberse enfrentado a la invasión rusa, los habitantes de los territorios que han denunciado la devastación ecológica ligada a los procesos extractivos (es el caso de la explotación de tierras raras en Azov, en el Donbás) y la contaminación de las acerías tendrán también que prepararse para luchar contra una fiebre minera que amenaza con convertir su territorio en una vasta zona de sacrificio.

Célia Izoard
(trad. de Adrián Almazán)

NOTAS:

  1. Este texto es una versión revisada del artículo «Occitanie: l’industrie finance la guerre de Poutine», que apareció en el periódico L’empaillé, en su número de primavera de 2023 (pp. 10-12)
  2. «Russian titanium Maker is Pulled Off Sanctions List», Wall Street Journal, 21/07/2022.
  3. C. Izoard, «Comment Aribus contourne le blocus de la Russie», www.reporterre. net, diciembre de 2022
  4. «Engine deliveries to Airbus picking up but supply-chain concerns remain», www.fightglobal.com, 23/09/2022
  5. «Airbus n’est pas encore débarrassé du titane russe», La Tribune, 01/12/2022
  6. «Further sanctions against Russia announced on one-year anniversary of Ukraine invasion», www.reedsmith. com, 27/02/2023
  7. «It Is Time To Sanction Russian Titanium», Aviation Week, 24/02/2023
  8. Sobre el grupo Wagner se puede consultar la Revue XXI, nº60, «Russafrique», 2022.
  9. C. Izoard, «Un enjeu caché de la guerre en Ukraine: les matières premières». www.reporterre.net, décembre 2022.
  10. «Russia’s Lesser-Known Intentions in Ukraine», Carnegie Europe, 14/06/ 2022.
  11. Idem.
  12. M. Endeweld, Guerres cachées: Les dessous du conflit russo-ukrainien, Seuil, 2022. Ver también Le Monde diplomatique, octubre 2022.
  13. Acrónimo de la empresa estatal de energía francesa: Electricité de France.
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