La trampa de la diversidad

«La trampa de la diversidad» es uno de los libros que más interés ha suscitado -en el Estado Español más que en Euskal Herria- en los últimos tiempos, por razones obvias. La irrupción y visibilidad de determinados discursos ha hecho de la imagen de la izquierda la diana de debates un tanto forzados, anecdóticos y en ocasiones incluso ridículos. A resultas de ello, el autor del texto, Daniel Bernabé, intenta poner en entredicho el discurso de la diversidad contraponiéndolo, en buena parte, al discurso universalista y moderno. En ese sentido, el texto tiene varios aciertos, como colocar la emergencia de estos elementos simbólicos en la incapacidad de la izquierda para transformar las realidades materiales, por señalar un ejemplo. Igualmente interesante es su vocación de poner sobre la mesa cómo la identidad diversa puede ser un producto más del mercado que la izquierda compra y cómo la competencia por ganar referencialidad entre estas identidades degenera a menudo en una cascada competitiva hacia la atomización total.

Sin embargo, el libro también contiene lagunas demasiado grandes, que convierten la reflexión, a menudo, en poco útil. La carencia fundamental del texto, para empezar, podría ser la ausencia de una definición de izquierda, pues aquí parece que la crítica oscila entre la izquierda parlamentaria y la izquierda twittera y facebookera, que generan ruido en las redes o en las academias, pero ninguna realidad concreta. Una presa sencilla para la mofa y la befa, por su carácter, en general, inconsistente y poco serio, pero que se aleja de todos los matices de la militancia entre ambas -justo donde puede ser interesante reflexionar-. Entre estas dos categorías, Bernabé apenas cita a las Kellys o a los arquetípicos militantes de sindicato y partido del siglo XX.

Otra de las debilidades que arrastra el texto consiste en que el autor atribuye buena parte de los males de la izquierda a la postmodernidad, la influencia del neoliberalismo que arrolla a la clase obrera y el brillo de la primacía angloamericana sobre todo el mundo. Lamentablemente, él mismo es un ejemplo de esto último. En sus mejores momentos, Bernabé conjuga a Owen Jones con el objeto de sus apreciaciones, no obstante, estos referentes tan lejanos le hacen perder pie respecto las realidades más cercanas y patentes.

Cuando crítica la corrección política, lo hace desde una óptica estadounidense que pasa por alto la propia realidad del Estado Español. En el reino de España los mecanismos de corrección política y coerción de las opiniones son muy anteriores y mucho más brutales que los del feminismo u otras identidades diversas y tienen mucho que ver con las políticas antiterroristas y la ideología de las víctimas. Criticar la corrección política a bulto en el Estado Español puede ser también un modo de lanzar piedras contra el propio tejado; las élites que manejan los medios de comunicación no han tenido más remedio que aceptar los consensos sociales generados a la fuerza, por ejemplo, por el feminismo. Igual que estas mismas élites han pergeñado engranajes represivos contra los chistes sobre acciones de ETA o contra la monarquía, han tenido que acatar los que se han impuesto desde una cierta horizontalidad. De hecho, los elementos penales que la legislación antiterrorista permite están muy presentes en la política ibérica y en la represión, y en ningún momento se reflejan en el libro, cuando son, precisamente, realidades tangentes, materiales y pertinentes.

Diferenciar entre lo políticamente correcto establecido por el poder y lo creado por el movimiento popular es un principio básico de la relación de fuerzas que conviene no perder de vista a la hora de encarar el debate que Bernabé propone, para no contribuir a la confusión reinante. 

En definitiva, «La trampa de la diversidad» posee la virtud de poner en jaque uno de los dogmas acríticos asumidos por la izquierda (la diversidad), no obstante, al tratar de afinar la salida a este laberinto, no muestra ningún camino claro. Por poner otro ejemplo, cuando en el debate sobre el velo islámico cita como antídoto el republicanismo o la laicidad, bien podría reparar en el modo parcial en que esos principios se ponen en práctica en la nación que más los reivindica, esto es, Francia, y el sesgo discriminador que el Estado ha sido capaz de imprimirles.

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