José Ardillo es conocido por su labor ensayística sobre cuestiones relacionadas con la crisis de nuestra civilización industrial, el cuestionamiento del desarrollo tecnológico o la libertad ante los límites naturales. Igualmente ha transitado el terreno de la novela y del cuento donde ha reflejado muchas de estas temáticas, a través de tramas cercanas a la literatura distópica o a la alegoría política. Como excepción, encontramos la novela Buenos días, Sísifo, que con un tono realista refleja la experiencia de la vida en el campo. Y Primera y última tierra (La Vihuela Ediciones, 2020), que aborda la ficción histórica, en este caso situada en el contexto de la Guerra Civil Española de 1936-1939. Hemos querido plantearle alguna cuestiones sobre este buen relato que hurga, desde una perspectiva original, en una herida histórica aún abierta.
P: ¿Cuál ha sido la motivación para escribir una novela ambientada en la Guerra Civil Española?
R: Escribir un texto de ficción sobre ese período histórico constituía para mí un reto, dada toda la literatura que existe sobre la cuestión. Evidentemente, ese reto no se presentaba para mí como un divertimento deportivo de «superar» lo ya hecho. Simplemente, me parecía que se podía poner de relieve algo importante señalando otros puntos de vista. Algo que había sido o soslayado o tratado de manera demasiado por encima tanto en la literatura como en la historiografía más conocida. La verdad es que desde hacía años arrastraba este proyecto… Había también imágenes y personajes que me visitaban en momentos insospechados. Todo ello fue tomando forma poco a poco y así fui construyendo un guión. Tenía la idea de crear un nuevo mito sobre la guerra y la revolución del 36, un mito que arrojara luz sobre aspectos menos valorados: la tierra tenía que ser el sustento del mito. Ese ha sido mi intento.
P: Muestras una visión poco idílica del proceso revolucionario, en el que los actores parecen en cierto modo a merced de los acontecimientos y de las propias miserias y grandezas políticas, sociales y humanas.
R: Durante mucho tiempo el problema de la historia oficial sobre la guerra civil fue su menosprecio sobre el fenómeno de la revolución social. Con el paso de los años se ha ido produciendo toda una bibliografía sobre la cuestión de la revolución, profundizando sobre diversos problemas, los enfrentamientos ideológicos, su proyección internacional, el alcance de sus logros, etc. En la novela la cuestión de la revolución social es fundamental, solo que se pone el énfasis en el campo y en el problema agrario. El proceso revolucionario era frágil, incierto, y estaba amenazado directamente por los que eran sus aliados forzosos, el Estado republicano y los comunistas, pero también desde el interior, por la propia rigidez de muchos militantes libertarios y por el propio impulso represivo y vengativo de muchos revolucionarios en los primeros meses de la guerra. El libertario Vernon Richards, en su libro Lecciones de la revolución española, ha dicho cosas al respecto que merecen ser recordadas. Algunos de estos errores se fueron corrigiendo, me parece, con el avance de la guerra pero al mismo tiempo la tenaza de la recuperación gubernamental y estalinista iba cerrándose sobre la revolución. Toda esta historia es ya de sobra conocida pero a mí me sirvió para ir construyendo el trasfondo de mi narración y apuntar en otra dirección. No me interesaba ensalzar sin más la revolución. Considero, no obstante, que los aspectos kropotkinianos y colectivistas de la revolución en el campo (en Aragón, en Cataluña y en otros lugares) siguen siendo una fuente de inspiración para nuestro presente. La revolución tenía una dimensión visionaria que cada vez se hace más evidente según nos sumimos en una crisis interminable donde no aparecen perspectivas…
P: ¿Cuál es el rol de los anarquistas en tu relato?
R: Un problema que yo veo desde hace mucho tiempo es que el movimiento libertario se ha inhibido de crear una narrativa propia sobre la guerra civil, de novelar lo que ocurrió, de construir un mito… algo así como pudo hacer un Max Aub desde su posición política particular cuando escribió su excelente ciclo de los Campos. Ramón J. Sender pudo haberlo hecho, pero sus vaivenes ideológicos y su situación personal supongo que se lo impidieron. En su Crónica del alba hay cosas muy interesantes sobre el anarquismo y la guerra, pero más bien errático. Es verdad que nos dejó la que tal vez sea la mejor novela corta sobre la guerra y la revuelta en el campo, el Requiem, que personalmente fue de lo primero que leí en mi adolescencia y que en relecturas posteriores seguramente me ha servido de inspiración… Digo todo esto porque creo que en la mayor parte de la literatura sobre la guerra, al menos la más conocida, los anarquistas son siempre vistos desde fuera. Yo he intentado escribir un poco más desde el interior pero, claro, con una distancia literaria, pues ni he vivido esa época ni me puedo considerar un militante anarquista. Pese a su ingenuidad o a esquematismos, los anarquistas que protagonizan sobre todo la segunda parte de mi novela se destacan, yo creo, por una cualidad esencial: son zarandeados por las circunstancias pero conservan su capacidad de actuar y reaccionar, no están dirigidos desde lejos, desde un tablero de mandos, como es el caso de los que les persiguen.
P: ¿Qué función cumple Manri, que parece ser de algún modo el hilo conductor de la novela, como personaje de personalidad un tanto tortuosa y con un estatus social ambiguo (terrateniente y a la vez partícipe del proceso colectivizador)? ¿Y su hermana Teresa?
R: El personaje de Manri es, digamos, la viga central de la trama, pero esta viga central es más simbólica que otra cosa. Quiero decir que dicho personaje ocupa un lugar central en un relato que tiene muchos centros. Es un personaje, además, que se niega a ocupar una casilla fija en un momento de la historia donde la demarcación ideológica es crucial… En cuanto a Teresa, su hermana, además de sufrir la marginación y el ostracismo propios de muchas mujeres de su tiempo, tiene tal vez el papel paradójico de llevar hasta el final lo que su hermano ha emprendido. El problema de Teresa es que no puede vivir sus propios sueños sino que tiene que vivir los sueños de un mundo de varones.
P: La tierra es un elemento fundamental de la historia que narras y que también lo fue durante la contienda civil ¿qué significado has querido dar a la misma?
R: La tierra es la imagen en torno a la cual gravita toda la historia, es la imagen omnipresente y por eso casi imperceptible. La tierra alude tanto al problema agrario (el conflicto social y político ligado a los problemas del campesinado) como a un bien imprescindible y ahistórico (o que trasciende la historia). Es la tierra que no pertenece a nadie pero que muestra en sus paisajes las heridas dejadas por los diferentes sistemas de organización social, y cuya malversación anticipa ya la cuestión de la degradación ecológica que tanto conocemos en nuestro presente.
P: Esta obra es una autoedición. ¿qué problemas acarrea autoeditarse en estos tiempos?
R: En principio debería hablar de las dificultades de editar y difundir libros de narrativa en los medios libertarios, pero eso es otra historia… La auto-edición, gracias al abaratamiento de los costes de producción de la impresión digital, y gracias a la existencia de una distribución alternativa y militante, es una posibilidad al alcance de la mano. Pero implica un trabajo considerable: además de escribir el texto, tienes que ocuparte de editarlo, hacer la promoción, contactar librerías, etc. En fin, mucho esfuerzo, sobre todo en mi caso, viviendo en Francia. Pero, en cualquier caso, es el único medio de que un libro que quieres compartir con la gente no se quede olvidado en un cajón…
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