A grandes rasgos se puede afirmar que la cuestión turística ha sido un campo pobre para la reflexión crítica y la acción política. Desde los mundos académicos más radicales y las luchas sociales se ha considerado que eso del turismo era algo frívolo, poco interesante y que poco tenía que ver con las luchas contrahegemónicas, primero en las fábricas de los años cincuenta y sesenta por parte del movimiento obrero, y luego en las anticapitalistas de diferente índole de la llamada globalización.
Probablemente, ello se deba en parte al hecho que los focos de la contestación se encontraba en los espacios centrales, lejos de las zonas de producción turística, y esas eran identificadas, en todo caso, como espacios de alienación consumista.
En este texto intentaremos apuntar algunas cuestiones acerca del capital turístico y su papel en el apalancamiento del capitalismo hispano después de la Guerra Civil.
A medida que se iba avanzando a lo largo del siglo XX, el territorio del Estado se iba consolidando como una pieza central del capital turístico europeo y mundial. Cabría preguntarnos qué ha pasado para que el Estado se haya convertido en la tercera potencia turística mundial, con cerca de sesenta millones de visitantes, y con cadenas hoteleras que se encuentran entre las treinta primeras de todo el planeta, y que además todo ello se haya llevado sin prácticamente conflicto social, sino más bien un amplio consenso social en torno al proyecto turístico.
Turismo y fascismo. Sobre la erosión moral del régimen, o más bien su salvación
A pesar que en el último cuarto de siglo XIX y principios del XX se empezaron a ver algunos viajeros por el Estado y también se construyeron algunos lujosos establecimientos en determinados emplazamientos, como el balneario de La Perla en Donostia, su alcance era muy limitado. El ascenso de la burguesía española y europea fue esencial para que determinadas zonas litorales se empezaran a transformar en incipientes urbanizaciones turísticas. Además, la euforia financiera de los locos años veinte repercutió no solo en el fortalecimiento de la burguesía, sino también en la búsqueda de nuevos espacios de acumulación, dándose ya por aquel entonces una incipiente burbuja turístico-inmobiliaria que paradójicamente se vería reforzada con la crisis del 1929.
El estallido de la Guerra Civil paralizó la vía turística-inmobiliaria al estilo de los años treinta, caracterizada fundamentalmente por su carácter elitista. Sin embargo, en plena guerra, los cerebros turísticos fascistas ya percibieron el poder propagandístico que acompaña al turismo, por lo que diseñaron las llamadas “Rutas de la Guerra”. Uno de esos cerebros fue Luís Antonio Bolín Bidwell, que había sido el encargado de contratar el Dragón Rapide[[El Dragon Rápide fue el avión que utilizó Franco el 18 de julio de 1936 para desplazarse desde Las Palmas hasta Tetuán con el objetivo de ponerse al mando del naciente Frente Nacional, promotor del golpe de estado contra la República.]] y cuyo linaje se encuentra ligado a la producción del paraíso turístico de la Costa del Sol. A pesar de que se suele apuntar que Franco diseñó su proyecto económico en base a una política autárquica, se obvia que ese giro vino debido a la pérdida de sus aliados después de la derrota del bloque fascista en la Segunda Guerra Mundial. Así, los fascistas españoles una vez aislados, no les quedó más remedio que optar por la vía autárquica. No obstante, los intentos para conseguir medios financieros externos e integrarse en el nuevo orden económico fueron incesantes.
Con el cambio de la lucha contra el fascismo hacia la lucha contra el comunismo, la España fascista fue integrada dentro del bloque americano-capitalista. Y dentro de esa integración, la vía turística de acumulación jugaría varios papeles simultáneos: económico, siendo una especie de Plan Marshall pero con sombrilla y crema de sol; geopolítico, asegurando el cordón anticomunista; propagandístico, legitimando el régimen en el exterior; sociopolítico, actuando de somnífero social mediante la difusión de la cultura consumista.
Para que el negocio turístico fructificara se tuvieron que tejer toda una serie de alianzas entre las clases dominantes de la Europa americana y la España fascista. En primer lugar, cabe tener en cuenta que una vez terminada la guerra, el turismo se convertiría en una válvula de reciclaje de las infraestructuras aeroportuarias, así como de las máquinas de guerra aéreas e incluso de los propios pilotos. En segundo lugar, una cantidad enorme de capitales, sobre todo aquellos robados por los nazis, tenían que limpiarse, además de los resultantes de la activación del capital europeo. Bajo esas premisas, el territorio español se convirtió en un centro privilegiado para reciclar capitales colocándolos en las zonas turísticas y entre esos hombres de negocios se encontraron oficiales nazis. Desde el Plan de Estabilización (1959) hasta el 1973, los visitantes extranjeros llegados se multiplicaron por diez y el número de turistas extranjeros alcanzó la cifra de 12 millones. Para poder ubicar esa avalancha se tuvo que preparar el territorio y el ritmo de construcción de las zonas turísticas fue frenético, pasando de unas 150 mil plazas a 1,3 millones. Muchos hoteles se financiaron con maletas de marcos y libras que los turoperadores clandestinamente cedían a los empresarios españoles. A cambio, estos debían colocar en esos hoteles a sus clientes. De esta manera se fueron forjando los grandes nombres del empresariado turístico español. Estos hombres de negocios presentaban un patrón común: una posición privilegiada en las estructuras caciquiles de cada región y por supuesto en las más altas instancias del régimen, además de buenos contactos con capitales internacionales.
Muerte del dictador, crisis y mutación del régimen
El oxígeno que recibió el régimen de mano del bloque europeo-americano permitió que este continuase hasta la extinción física de Franco. Por aquel entonces el capitalismo global pasaba por una profunda crisis que en el caso español se acentuó con la muerte del dictador. Los capitales, ante el temor de una oleada revolucionaria, huyeron hacia espacios más seguros. La industria turística era un laboratorio de las prácticas laborales que luego se fueron implantando en el resto de sectores: elevada precariedad, temporalidad, baja remuneración, dificultad para la organización sindical, etc. Además, era uno de los sectores más feminizados, lo cual se convertía en un factor más para la precarización de las condiciones de trabajo de este colectivo. Los trabajadores en muchas ocasiones eran “temporeros turísticos” que se desplazaban desde las regiones más deprimidas de la península a las zonas turísticas para la temporada.
A mediados de los setenta se produjeron las primeras movilizaciones. En Mallorca, uno de los principales yacimientos de “extracción turística”, hubo movilizaciones sindicales y ecologistas antiturísticas. Trabajadores se encerraron reclamando mejores condiciones laborales y el movimiento libertario ocupó Sa Dragonera[[Islote virgen de 288 hectáreas de extensión situado en la costa sur oeste de la isla de Mallorca. En 1977 fue ocupado por grupos libertarios y ecologistas para evitar un proyecto de urbanización. Ahora mismo es un Parque Natural]] para evitar la destrucción urbano-turística del islote. En pocos años los sueldos aumentaron espectacularmente, después de años estancados, y parecía que la “sociedad” iba a romper los planes de la clase capitalista. En esos momentos, las élites abrazaron la crisis como medicina para luchar contra el fantasma revolucionario. Los Pactos de la Moncloa fueron la “terapia de shock”, la heroína se ocupó de desmontar los colectivos autónomos más activos, y el capital turístico empezó a deslocalizar sus centros de producción hacia zonas menos agitadas. Así, a mediados de los setenta, capitales mallorquines saltaron hacia la península y Canarias.
Por otro lado, la creciente expansión del virus consumista, acompañado de nuevos instrumentos financieros, dieron pie a que las llamadas clases medias españolas empezaran a consumir turismo. Por aquel entonces, las empresas constructoras, que habían reconstruido las grandes urbes españolas después de la guerra, habían entrado en crisis. El “Un, Dos, Tres” y el pisito en la Manga del Mar Menor fueron una válvula de escape al capital constructor e inmobiliario y se fue consolidando una alianza intercapitalista entre promotoras, banca, constructoras y capital turístico.
La entrada del PSOE permitió imponer el proyecto neoliberal con una conflictividad social de baja intensidad. Y, con la entrada en la UE, los fondos europeos empezaron a regar las megainfraestructuras que conectarían los espacios urbanos, españoles y europeos con las zonas turísticas. Además, se combinaba una política monetaria (una peseta barata) y del suelo, que favorecía a la clase propietaria y hacían del territorio español un auténtico paraíso turístico-inmobiliario.
La entrada en la Europa del capital supuso un cambio estructural en el capitalismo hispano, con la redefinición del capital que acentuaría el papel de España en la división del trabajo como un espacio de producción turística e inmobiliaria. El desmantelamiento del tejido industrial y agrario fue acompañado de la articulación de la cultura del pelotazo financiero-inmobiliario. Las fiestas del 1992, Olimpiadas de Barcelona y Expo, culminaron ese proceso y fueron piezas clave en la redefinición del capital español. La construcción se había disparado en pocos años y en 1991 había unos 15 millones de viviendas, de las cuales un 12% eran secundarias, algo inédito en la sociedad española. Además, las llegadas de turistas se elevaron a 35 millones, mientras que la construcción de hoteles se había ralentizado en comparación a los años del “desarrollismo”. A pesar de ello, se alcanzaron 1,8 millones de plazas. Ello se debió en buena medida al hecho que la producción turística se empezaba a dirigir hacia la vía inmobiliaria, dando lugar a un incipiente turismo residencial.
Por otro lado, el capital turístico, aprovechando el nuevo marco del capitalismo global cada vez más financiarizado y la situación de crisis de deuda en la periferia del sistema-mundo, empezó el proceso de colonización turística del Sur Global. Los primeros capitales fueron los mallorquines: Sol Meliá en Indonesia y Barceló en la República Dominicana. Los empresarios celebraban que allí se encontraban como en “casa” en los “buenos tiempos”, es decir con la Dictadura.
De la “fiebre del oro” turístico-inmobiliaria la Gran Crisis
Después de las fiestas del 1992 se entró en una nueva fase de crisis que fue utilizada para rematar el proyecto financiero-inmobiliario español de cara a la entrada del euro. Las múltiples reformas laborales, con las políticas negociadoras sindicales, acabaron por hundir la capacidad de incidencia de la clase trabajadora, sumida en unas condiciones cada vez más precarizadas. De nuevo, el mundo turístico era laboratorio de las innovaciones del capital y los primeros contratos de las ETT se realizaron en el sector turístico. Paralelamente, ante la caída de los ingresos salariales, la capacidad de consumo de las clases populares se incrementó mediante la expansión de nuevos mecanismos financieros: el consumo por la vía del crédito.
Además, para reactivar la economía se llevaron a cabo una serie de devaluaciones de la peseta que agilizaron las ventas. La España barata era un potente atractivo no solamente para turistas, sino también para inversores. Antes de que entrara el euro, se tenían que limpiar los capitales excedentes europeos de dudosa procedencia, y España se vendía como la lavadora ideal. Para rematar la faena, Aznar lanzó la ley del suelo conocida como la del “todo urbanizable”, con lo que se tenían los elementos necesarios: dinero y suelo. Una vez entró en vigor el euro, España ya se había convertido en El Dorado turísitico-inmobiliario europeo, y la liberalización financiera global facilitó una cantidad ingente de capitales para que la “fiesta” no se parara.
En poco tiempo, un tsunami de cemento arrasó las costas españolas. Las megaurbanizaciones con hoteles, campo de golf y apartamentos fueron los productos ideales. Los Marina d’Or se sucedieron por las costas. Pero el tsunami se desplazó también a las zonas del interior peninsular con proyectos tan alucinantes como El Reino del Quijote en Ciudad Real. El ritmo de construcción fue frenético: el suelo sacrificado al “dios cemento” pasó de 6,7 millones de km2 en 1990 a 10,2 millones en el 2005 y el parque de viviendas alcanzó los 25 millones en el 2011, frente a los 17 del 1991. En esos años, al depender cada vez más de los ingresos urbanísticos, los gobiernos regionales y locales competían ferozmente entre sí para atraer hacia sus dominios la mayor cantidad posible de proyectos. Para ello se hizo lo imposible, lubricándose una amplia red de intereses que sorprendió a los media con la expansión del virus de la corrupción político-empresarial.
La fiesta del ladrillo tuvo como firme aliado al capital turístico que sirvió para legitimar numerosos megaproyectos y la construcción de establecimientos turísticos se disparó. En décadas anteriores se decía que la capacidad de alojamiento turístico estaba sobredimensionada, pero la fiebre financiera activó la construcción turística tanto en las zonas turísticas litorales como en muchas ciudades. El hotel de lujo se convirtió así en pieza clave de las políticas gentrificadoras urbanas, desde Barcelona a Bilbao. Bajo esas condiciones, se construyeron un millón de nuevas plazas turísticas, alcanzando los tres millones.
Las cadenas hoteleras surgidas en la dictadura fueron reforzando sus alianzas con el capital internacional, principalmente los turoperadores alemanes, y también se fueron juntando con entidades financieras del Estado. Esas cadenas controlan más del 50% de las habitaciones turísticas y entre las principales se encuentran las mallorquinas: Sol Meliá, Riu, Barceló e Iberostar. Además, las cadenas españolas han protagonizado la colonización turística de nuevas periferias, acompañadas por el brazo armado de la banca española y las empresas constructoras e inmobiliarias. De esta manera, la capacidad productiva de las cadenas españolas en el exterior suma unas 226 mil habitaciones, lo que significa un tercio de todas sus habitaciones.
Llegó la crisis y mandó a parar… o no
La explosión de la burbuja financiero-inmobiliaria ha dejado paisajes devastados por doquier: edificaciones sin terminar, urbanizaciones fantasma, etc. Con la paralización de la fiesta del ladrillo se expandió la crisis por todo el cuerpo social. Todo el entramado del capitalismo español se asentaba sobre la producción inmobiliaria, ilimitados medios financieros, y la explotación turística del espacio. Al propagarse la crisis por los estados centrales de la UE y al aumentar el paro, las clases populares fueron reduciendo el consumo turístico. Del máximo histórico de 58,6 millones de turistas de 2007 se pasó a 52 millones el 2010. El 2010 la crisis inmobiliaria había mutado en crisis de deuda y la clase dirigente aplicó el paquete de ajustes del manual del gestor neoliberal. El caso español se convertía en un caso de libro: primero fiesta financiera de las élites con un amplio consenso social, luego crisis y rescate de las élites, para finalmente articular un proyecto político en el que se refuerza la transferencia de la riqueza social hacia la clase capitalista.
Paradójicamente, así como ocurrió a principios de los noventa con la Guerra de los Balcanes, las revueltas en el Norte de África con las “primaveras árabes”, favorecieron la economía turística española. Así, se redireccionaron los flujos turísticos hacia las playas españolas y en el 2014 se celebraba el récord histórico de más de 60 millones de turistas. Ante la dificultad de relanzar una nueva vía de acumulación, la clase dominante ha centrado la llamada recuperación económica, entre otras dimensiones, en la intensificación de la explotación turística. Ello se ha llevado a cabo mediante diversas estrategias. En primer lugar, la modalidad del todo incluido se ha expandido por todas las zonas turísticas, donde la cadena de valor turístico queda cada vez más encerrada dentro de los guetos turísticos. De esta manera se reduce la circulación del gasto y por ende disminuye la participación de otros segmentos de la producción turística. Ello ha motivado una creciente conflictividad entre diferentes sectores, polarizándose la situación entre los grandes hoteleros y los pequeños comercios, bares y restaurantes, entre otros. En segundo lugar, las reformas laborales han acabado de dinamitar las condiciones laborales en el segmento turístico que es de los más precarios y peor remunerados.
En tercer lugar, al tener el capital financiero-inmobiliario múltiples proyectos turísticos en cartera, se han llevado a cabo cambios normativos para activarlos, o al menos despejarlos de cualquier obstáculo de cara al futuro y, sobre todo, para sacarlos de la categoría de “activos basura” de los balances contables de las entidades financieras. Entre estos casos están el fallido Eurovegas o el Barcelona World. Finalmente, muchas ciudades han adoptado la explotación turística como estrategia urbana de acumulación. De esta manera, las políticas se han orientado por un lado a publicitar la marca ciudad y por otro a mantener las calles “limpias”. La propaganda urbana recuerda a la franquista, de un turista un amigo, y las medidas seguritarias, que culminan con la “Ley Mordaza”, aseguran la tranquilidad de los clientes en las ciudades. Barcelona es uno de los proyectos urbano-turísticos más avanzados. Sin embargo, la ciudad-marca y la explotación turística del espacio ha chocado con la complejidad sociourbana, desembocando en conflictos que desbaratan esa vía de salida del capital. Las recientes revueltas en el barrio de Sants (Can Vies) y en la Barceloneta son buenos ejemplos.
La necesaria lucha contra el turismo. El caso de Mallorca.
Como bien se indica al principio de este artículo, el turismo generalmente no ha estado en la agenda de movilizaciones de los movimientos anticapitalistas. Incluso cuándo las consecuencias nefastas de la turistización son más que evidentes, sigue siendo una cuestión ignorada y su crítica se reduce a una serie de grandes empresas o a su mala planificación (turismo de masas versus turismo de calidad), sin tener en cuenta que la industria turística es la puntera a nivel mundial y su expansión se está haciendo a pasos agigantados y de la mano de la especulación financiera internacional. Y en este sentido, el caso de las Islas Baleares es paradigmático de las consecuencias que tiene la expansión del turismo: destrucción del medio ambiente y derroche de los recursos energéticos, precariedad laboral, aumento abrupto de la desigualdad social, privatización de los espacios comunes y públicos, aumento de la corrupción y del saqueo por parte de la clase dirigente, y aculturación y desintegración social.
Por lo que hace a Mallorca, la presión humana que tiene que soportar la isla en verano se está haciendo cada vez más insostenible para la población nativa: lo que antes eran playas vírgenes ahora son playas no urbanizadas pero masificadas dónde el nudista es el ente extraño y provocador; el campo esta en proceso de turistización mediante el boom de los hoteles rurales, los agroturismos y los alquileres turísticos; en muchos pueblos las plazas y las calles peatonales están invadidas por la terrazas de bares y restaurantes; las carreteras infestadas de coches de alquiler; cuando no el hecho de tener que pagar la factura de los residuos y el consumo energético que toda esta masa humana genera.
Con este panorama tan agresivo, desde la Coordinadora Llibertària de Mallorca ya hacía un tiempo que queríamos poner en nuestra agenda la problemática del turismo. Sobre todo después de volver a comprobar que el gran aumento de la afluencia de turistas soportado por las islas estos últimos años, paradójicamente ha ido acompañado por unos niveles de paro y explotación laboral nunca vistos en lo que llevamos de régimen democrático. Este hecho desmonta el discurso del poder de cuanto más turismo (o cuantos más turistas) mejor para todos. Algo que también ayuda a que nuestra crítica al turismo pueda ser más comprensible entre una población como la mallorquina, sometida durante décadas a la cancioncilla del turismo nos hará ricos.
Después de crear una comisión de la CLM para trabajar esta materia, ésta apostó por la idea de confeccionar un monográfico sobre el turismo que no solo criticara sus efectos negativos más evidentes, sino que también pusiera en cuestión a este sector del capitalismo que siempre ha disfrutado de tan buena prensa. Para tal empresa pudimos contar con la imprescindible colaboración de miembros del Grup d’Investigació sobre la Sostenibilitat i el Territori (GIST) de la Universitat de les Illes Balears (UIB), los cuáles ya hace tiempo que están investigando las consecuencias del turismo en las islas y la impresionante internacionalización de sus empresas más importantes (Melià, Riu, Barceló, Iberostar, Grupo Matutes).
Monogràfico “Tot inclòs. Danys I conseqüències del turisme a les nostres illes”.
Elegimos el nombre (“Todo incluido”) que hace referencia al impopular modelo de explotación turística que más utilizan las empresas hoteleras y que por extensión también indica la inclusión de gran parte de los problemas y agresiones que provoca el turismo. Después, dividimos el monográfico en cinco bloques (contexto histórico, procesos, conflictos actuales, impactos y crítica y alternativas). En el primero incluimos artículos para dar a conocer quienes son los principales actores que dominan el lucrativo negocio del turismo y por qué. En el segundo ya pasamos a problemáticas como la gentrificación que provoca el turismo así como a la marginación y banalización de la vida en el campo. Después, como tercer bloque incluimos un mapa central para situar los actuales conflictos relacionados con la explotación turística, el cual da paso al bloque de los impactos en el medio ambiente y en el trabajo. Para ya acabar con dos artículos desde puntos de vista antidesarrollistas y rupturistas, y una contraportada con una entrevista imaginaria y satírica al actual conseller de turismo.
Con mil copias a distribuir y todo un tour de presentaciones por diferentes espacios de la isla de Mallorca que también incluía una breve incursión a la isla vecina de Menorca, pudimos dar visibilidad al trabajo y conseguir gran repercusión entre los ambientes críticos y incluso entre la prensa convencional (reportaje sobre el turismo del Diari Ara-Balears). Además, para dar punto final a la campaña y para financiar el monográfico organizamos la “Fiesta Guiri”, que fue todo un éxito de participación y de imaginación.
En síntesis, la lucha contra el turismo parece que en Mallorca va cogiendo forma. Así pues, a rebufo del impulso crítico que lanzó la publicación surgió el Front Comú en Defensa del Territori, una pequeña plataforma de acción que ha juntado a activistas del entorno ecologista, independentista y libertario, y que ya ha protagonizado concentraciones de protesta en frente del Nikki Beach (un hotel de lujo que se ha apropiado de parte de la playa de Magaluf y que es representativo de la alianza entre los poderes públicos y privados) y en el super aeropuerto de Sont Sant Joan (para denunciar sarcásticamente el nuevo récord de turistas), entre otras.
No obstante, este no es más que un pequeño de paso de hormiga frente al monstruoso gigante que tenemos en frente, el cual ha conseguido encuadrar a las islas en el monocultivo turístico y en la total dependencia de este (Según la patronal Exceltur en el 2014 el turismo aportó el 45,5% del PIB Balear, la tasa con diferencia más alta del Estado. Y esto teniendo en cuenta que no incluye a sectores como la construcción y el comercio que están muy relacionados con el sector). Hay por tanto mucho trabajo a realizar y a largo plazo. En cualquier caso, la comisión sobre el turismo de la CLM ya tiene otras empresas de denuncia en marcha.
Ivan Murray Mas
Antoni Pallicer Mateu