Muchos de los que nos hacemos llamar radicales y revolucionarios criticamos los efectos de la sociedad sobre las personas y los animales y atacamos la ignorancia y la crueldad del sistema, pero raramente nos paramos a cuestionar la naturaleza de lo que todos aceptamos como «moralidad». ¿Podría ser que esta «moralidad» sea en sí algo criticable? Cuando afirmamos que la explotación de animales es «moralmente injusta» ¿qué significa? ¿Estamos tal vez aceptando sus valores y usándolos contra ellos, en lugar de crear una conducta moral propia?
A lo mejor te estás preguntando «¿Qué quieres decir? ¿Crear una conducta moral propia? Una cosa es moralmente justa o injusta; la moralidad no es algo que se pueda inventar, no es cuestión de mera opinión». Con esto estás aceptando uno de los principios más básicos de esta sociedad: que el bien y el mal no son valoraciones individuales, sino leyes fundamentales del mundo. Esta idea, un remanente de un cristianismo en defunción, está en el centro de nuestra civilización.
¿De dónde viene la idea de la «Ley Moral»?
La idea de la existencia de Dios y de su poder y autoridad absolutos han sido la base del establecimiento de una escala de valores, una moralidad y unas leyes universales, mantenidas por la ignorancia y el miedo al castigo.
Una vez superada históricamente esta idea de Dios, ya no existe una vara objetiva con la cual medir el bien y el mal. La mayoría de la gente aún parece pensar que una moralidad universal puede fundamentarse en algo distinto a las leyes de Dios: en lo que es bueno para las personas o para la sociedad, o en lo que nos sentimos llamados a hacer. Pero explicaciones acerca de lo que constituye una «norma moral universal» son difíciles de encontrar y normalmente los argumentos a su favor son más emocionales que racionales.
Los creyentes del bien y el mal quieren que creamos que hay cosas que son moralmente inamovibles en este mundo. Sostienen como verdad de este mundo que el asesinato está moralmente mal, del mismo modo que es verdad que el agua se congela a cero grados. Pero podemos investigar la temperatura de solidificación del agua: podemos medirlo y estar de acuerdo en que hemos llegado a una especie de verdad «objetiva» en la medida en que eso es posible. Por otra parte, ¿qué es lo que observamos cuando queremos investigar si es verdad que un asesinato está mal? No existe ninguna tabla de leyes morales en la cima de una montaña para que lo consultemos, lo único que tenemos son nuestros instintos y las palabras de un puñado de curas y autoproclamados expertos moralistas, muchos de los cuales ni siquiera se ponen de acuerdo. En cuanto a las palabras de curas y moralistas, si no pueden mostrarnos ninguna prueba fehaciente en este mundo, ¿porqué habría que creer sus afirmaciones? Y en relación a nuestros instintos, si sentimos que algo está bien o mal, eso puede que sea así para nosotras, pero eso no es prueba de que sea universalmente bueno o malo. Por lo tanto, la idea de que existen leyes morales universales es mera superstición.
Pero si el bien y el mal no existen, si nada contiene un valor moral intrínseco ¿Cómo sabemos qué hacer?
Fabrica tu propio bien y mal. Si no hay ninguna ley moral pendiente sobre nosotras, significa que somos libres para hacer y ser lo que queramos, y para perseguir nuestros sueños sin sentir culpabilidad o vergüenza alguna. Determina qué es lo que quieres en tu vida, y persíguelo; crea aquellos valores que sean justos para ti, y atente a ellos. No será fácil, los deseos arrastran en diferentes direcciones, van y vienen sin avisar, de modo que seguirles el paso y elegir entre ellos es una tarea difícil; por supuesto que obedecer instrucciones es más fácil, menos complicado.
Algunos confunden la afirmación de que debemos perseguir nuestros propios deseos con simple hedonismo. Pero de lo que estamos hablando aquí no son los deseos fugaces e insustanciales del típico libertino. Son los deseos más fuertes, las inclinaciones más profundas y duraderas de la persona: son los amores y odios más fundamentales los que deberían moldear sus valores. Y el hecho de que no haya ningún Dios para exigir que nos amemos mutuamente o que seamos virtuosas no significa que no debamos hacerlo por nuestro propio bien, si es que nos resulta gratificante (lo cual nos ocurre a la mayoría) y no por obediencia.
Pero ¿Cómo podemos justificar el vivir acorde a nuestra propia ética, si no podemos basarlo en verdades morales universales?
La moralidad ha sido justificada externamente durante tanto tiempo que hoy apenas sabemos cómo concebirla de otro modo. Siempre hemos tenido que afirmar que nuestros valores proceden de algo ajeno a nosotras, porque basar valores en nuestros propios deseos era tachado de maligno por parte de los predicadores de la ley moral. Aún hoy sentimos instintivamente que nuestras acciones deben ser justificadas por algo exterior y «superior» a nosotras, si no por Dios, entonces por la norma moral, por la ley estatal, por la opinión pública, la justicia, el «amor al hombre», etc. ¿Pero qué podría ser superior a nuestros deseos o proporcionarnos una mejor justificación para nuestros actos? ¿Deberíamos estar al servicio de algo ajeno, sin consultar nuestros deseos, aunque vaya contra de ellos?
Es en esta cuestión de la justificación donde tantas personas y grupos radicales se han equivocado. Atacan aquello que ven como injusticia no partiendo del hecho de que no quieren ver suceder tales cosas, sino partiendo de que es «moralmente injusto». Al hacerlo, buscan el apoyo de todos aquellos que aún creen en la fábula de la ley moral, llegando a considerarse los servidores de la Verdad. Desafortunadamente, a causa de siglos de condicionamiento, es tan bueno sentirse justificado por alguna «fuerza superior», obedecer la «ley moral», estar del lado de la «justicia» y luchar contra el «mal», que le resulta fácil a la gente quedar atrapada en su papel de agentes morales sin llegar preguntarse si la idea de una ley moral tiene sentido. Existe cierta sensación de poder que procede de la creencia de estar al servicio de una autoridad superior, la misma que atrae a las personas al fascismo.
Podemos comportarnos con compasión porque lo deseamos, no simplemente porque «dicta la moral». No necesitamos de ninguna justificación divina para cuidar de los animales y humanos o protegerlos. Solamente debemos sentir en nuestros corazones que es correcto, que es justo para nosotras, para tener todas las razones que necesitamos. De este modo, podemos justificar el actuar acorde a nuestra ética sin tener que basarla en verdades morales; sencillamente, no debemos sentir vergüenza por nuestros deseos sino que debemos sentir orgullo por ellos, lo suficiente como para aceptarlos por lo que son: las fuerzas que nos impulsan como individuos. Y, es cierto, nuestros valores no serán válidos para todo el mundo; pero son todo lo que tenemos y deberíamos atrevernos a seguirlos en vez de ansiar alguna imposible justificación superior.
¿Pero qué ocurriría si todo el mundo decidiera que el bien y el mal no existen? ¿No nos mataríamos unos a otros?
Esta pregunta presupone que la gente se abstiene de matarse entre ella simplemente porque se le ha enseñado que es malo hacerlo. ¿Es la humanidad de verdad tan condenadamente maliciosa y sanguinaria que si no estuviéramos restringidos por la superstición nos violaríamos y mataríamos entre todos? Es más probable que nuestro deseo de llevarnos bien sea al menos tan grande como nuestro deseo de ser destructivos. Hoy en día la mayoría de la gente sostiene la creencia de que la compasión y la justicia son moralmente correctos, pero esto ha ayudado bien poco a hacer del mundo un lugar más compasivo y justo. ¿No podría ser que estaríamos más dispuestas a seguir nuestras inclinaciones naturales hacia la decencia humana más, y no menos, si no sintiéramos que la caridad y la justicia son obligatorias? De cualquier modo ¿qué valor real tendría que cumpliéramos nuestro «deber» de ser bondadosos unos con otros, si sólo fuera así porque estamos obedeciendo imperativos morales? ¿No valoraríamos mucho más el tratarnos con consideración cuando queremos hacerlo, en lugar de actuar por un sentimiento de obligación?
Y si la abolición del mito de la ley moral causa por alguna razón más enfrentamiento entre los seres humanos ¿no sería eso mejor que vivir como esclavos de supersticiones? Si tomamos decisiones acerca de cuáles son nuestros valores y cómo los vamos a aplicar a nuestra vida, tendremos al menos la posibilidad de perseguir nuestros sueños y a lo mejor de disfrutar de la vida, aunque eso signifique luchar entre nosotras. Pero si escogemos vivir de acuerdo a reglas establecidas por otros, sacrificamos la oportunidad de elegir nuestros destinos y perseguir nuestros sueños.¿No es la libertad, incluso la libertad arriesgada, preferible a la esclavitud más protegida, a la paz comprada con ignorancia, cobardía y sumisión?
Además, echa un vistazo a nuestra historia. Tanto derramamiento de sangre, engaño y opresión que ha sido perpetrado en nombre del bien y del mal. Las guerras más sangrientas que se han disputado han sido entre oponentes que pensaban estar luchando cada uno del lado de la verdad moral. La idea de la norma moral no nos ayuda a convivir mejor; nos enfrenta en una disputa por la posesión de la norma moral «verdadera». No puede haber ningún progreso real en las relaciones humanas hasta que se reconozcan las perspectivas éticas y los valores de todo el mundo; en ese momento podremos finalmente comenzar a resolver nuestras diferencias y aprender a convivir, sin pelearnos por la totalmente estúpida cuestión de qué valores y deseos son los «correctos». Por tu propio bien, por el bien de la humanidad ¡deshazte de las nociones anticuadas del bien y del mal, y crea tus propios valores!
Resumen de un texto del colectivo Crimethinc
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