POESIA SOCIAL. JORGE RIECHMANN

Jorge Riechmann es uno de los máximos exponentes en el Estado de la poesía comprometida. Lo que sigue nos lo confirma plenamente.

«Arte es sensibilidad para lo necesario», escribió Valle. De aquí ya no podemos retroceder.

¿Poesía política? El problema puede abordarse a dos niveles:

(1) En la sociedad de clases, y en un mundo donde coexisten la plétora y el exterminio, toda poesía es política; todo poema toma posición (voluntaria o involuntariamente, por acción o por omisión) dentro de las luchas, los horrores y las esperanzas de su tiempo. Sólo en una sociedad sin explotación ni opresión podremos -quizá- comenzar a escribir poesía no política.

(2) La consideración anterior no pretende minimizar la distancia que media entre una canción de amor y un poema escrito contra la criminal multinacional del petróleo EXXON. Aquí mi respuesta sería: un poeta con dominio de su oficio. Con sangre (en lugar de horchata) en las venas y con un mínimo de decencia tendría que escribir ambos poemas -la canción de amor y la diatriba contra EXXON-. Ambos son necesarios. El poeta, como buen buzo, tiene que saber sumergirse a profundidades diferentes. Ni hay que reaccionar espasmódicamente frente a las propuestas que subrayan el valor de uso de la lírica, ni que tener miedo a los senderos difíciles por donde el explorador se aventura en soledad.
Lo repetiré: el poeta no es un sacerdote, es un productor. Parafraseando a Godard: no se trata de escribir poesía política, sino escribir políticamente poesía.

Nota al pie de página para cada poema: «Y mientras se escribía esto, muchos eran torturados. Y mientras se escribía esto, muchos carecían de amor. Y mientras se escribía esto, muchos morían de hambre».

Concibo la poesía -más y más cada día que pasa- como una faena de resistencia.

No ofrecer imágenes de reconciliación, sino enconar la herida de ser hombre.

Todo se decide en ese instante durante el cual depende de ti ser ascua viva o ceniza de la extinción.

¿Para qué escribir? Para que quede dicho. Nuestro dolor, nuestra cólera, nuestro desconsuelo y -desde la actitud del resistente- quizá nuestra esperanza.

La poesía es una propuesta de fuga. Propone una evasión de la falsificación de la existencia hacia un extrañamiento en la realidad. Es implacable, tiene poca paciencia, se compromete, no acepta compromisos.

«Crear cultura». ¿Seguir produciendo deleitosos cosquilleos anímicos para el bienestar de los noventa y nueve mandarines? ¿Seguir cultivando el despiojamiento intelectual dentro de las jaulas del parque de fieras -facultades de humanidades, tertulias, pequeñas editoriales- que magnanimamente ponen a nuestra disposición los amos?

A lo largo de tu vida te encontrarás una y mil veces en la tesitura siguiente: para conseguir una meta grande, pequeña o minúscula -la victoria de la Revolución, el acceso al Funcionarido, la buena marcha de la Empresa, conseguir un puesto de Trabajo, el fortalecimiento de la OTAN- se te conmina a que renuncies a tu humanidad, niegues tu dignidad de ser humano, des la espalda a esa porción de belleza y bondad que habías decidio intentar hacer tuya.
Y la distancia entre encanallamiento y dignidad humana es la que media entre un sí y un no.

Si dejamos de escribir poemas después de Auschwitz, cabe preguntarse si no consistirá precisamente en eso el definitivo triunfo de Auschwitz.

(Y por otra parte estamos ya mucho más allá. Eso sí, con exquisito envoltorio: «toda la vieja mierda» adecentada por las más posmodernas mercadotecnias. Bomba de neutrones, guerra nuclear limitada, terrorismo de estado para machacar sin contemplaciones a quienes osan dejar de marcar el paso, parados pintando 450 muñecas por 450 pesetas, la guerra es la paz, la humillación es la libertad, la plutocracia es la democracia, la explotación es la justicia, el encanallamiento es el honor. Encanallamiento: el producto que produce superabundatemente la tan celebrada productividad del capitalismo tardío. Nos lo tragamos todo sin rechistar).

Seguir escribiendo poemas mientras nos quede una brizna de aliento sin tronchar y sigamos viendo amapolas en los trigales.

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