PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE MATERIAS ANIMALES

Existe una visión integradora que comtempla al ser humano como un elemento más de la Biosfera, interrelacionado e interdependiente de todos los demás seres y del conjunto. Esto lleva al ser humano a situarse en el lugar que le corresponde para vivir en equilibrio con La Tierra. Sin embargo, en la mayoría de las culturas hace ya miles de años esta visión fue reemplazada por una concepción dominadora, destructiva (y autoaniquiladora) que presupone absurdamente que todo está hecho para el ser humano, que todo es de «su» propiedad.
Este absurdo nos lleva a producir en función del capricho o del máximo beneficio y, por tanto, de una forma que «enferma» La Tierra.

Así, la concepción dominadora se manifiesta de múltiples formas y una de ellas es la producción y consumo de materias animales (carne, pescado, lácteos, huevos, miel, cuero,…) que supone un lujo que es satisfecho a costa del Planeta, de los animales y de la salud y supervivencia de los propios seres humanos y de sus sociedades.

EL CONSUMO Y PRODUCCIÓN DE MATERIAS ANIMALES Y LA DESTRUCCIÓN DEL PLANETA

La producción y consumo de materias de origen animal, como ejemplo de la actitud dominadora del ser humano, provoca graves daños a La Tierra. Muestra de ello es que para conseguir 1 kg. de carne de vaca se necesitan 15 kg. de cereales y 15.000 litros de agua, mientras que bastarían 2.000 para producir 1 kg. de cereal. Del mismo modo, para obtener una caloría de carne se necesitan 78 calorías provenientes de combustibles fósiles, mientras que cada caloría obtenida a partir de la soja consume 2 calorías de combustible (este despilfarro existente también en la agricultura se debe a la agricultura actual de tipo intensivo. Existen otros tipos de agricultura más acordes con los ciclos ecológicos que no suponen un déficit energético).

Estos datos indican que transformar las proteínas vegetales en animales supone un gran derroche, que tanto ética como ecológicamente resulta inaceptable, pues supone explotar la Naturaleza y robar el alimento a otros seres. Una sociedad que realmente busque el equilibrio debería usar fuentes de alimentación más eficaces y menos costosas.

La búsqueda continua de nuevos pastos o de nuevas tierras para el cultivo de forrajes o cereales para animales ha contribuido a lo largo de miles de años de forma muy importante a la deforestación, y hoy en día continúa ayudando a la desaparición de las últimas selvas tropicales. Si la alimentación humana prescindiera de los productos animales, muchas de esas tierras, utilizadas actualmente para cultivos y pastos, no serían necesarias y podrían recuperarse bosques y otros espacios naturales.

Producir y consumir materias animales a partir de cereales o legumbres, en lugar de comer directamente estos vegetales supone, por tanto, mayor necesidad de producción y de suelos cultivados, justifica la agricultura intensiva y el uso de fertilizantes y demás productos agro-químicos y el consumo de grandes cantidades de energía.

La crianza intensiva de animales provoca además grandes cantidades de residuos orgánicos que no pueden ser asimilados por el suelo en tal cantidad (debido a la alta concentración de animales en espacio reducido), con lo cual se contaminan los suelos, los ríos y las aguas subterráneas, hasta el punto de que la ganadería contribuye a la contaminación del agua en una proporción tres veces mayor que la industria.

Por si esto fuera poco, la cabaña ganadera produce grandes cantidades de metano, un gas cuyo poder de efecto invernadero es muy superior al de CO2.

Por otro lado, en la actualidad la ganadería consume más agua que todo el resto de actividades humanas juntas (agricultura, industria, uso doméstico,…) y este despilfarro de agua junto con otros muchos existentes (producción industrial innecesaria, contaminación de aguas, agricultura industrial,…) justifica la construcción de grandes obras hidráulicas destructivas como pantanos, canales,…

Sin embargo, no sólo es la ganadería, sino también la pesca y la pisciacuicultura (ganadería con peces y mariscos) las que causan graves daños a La Tierra. La pesca intensiva está esquilmando los mares y además, más de la tercera parte de las capturas se utilizan para hacer harinas o piensos para la ganadería y pisciacuicultura, con el derroche añadido que esto supone. Igual-mente, la quinta parte de lo que se captura es destruido por tratarse de especies sin interés comercial que han quedado atrapadas en las enormes redes.

La desaparición de los bancos de peces por causa de la pesca, se pone de manifiesto en los distintos conflictos pesqueros entre países y se trata de disimular con la masacre de otros seres inocentes, como es el caso de las focas, a las cuales se pretende culpar de la destrucción de la vida marina provocada en realidad por el ser humano.

Ha de quedar claro de todos modos que el despilfarro que provoca la destrucción del Planeta, no se da sólo en el caso de la producción y consumo de materias animales. Por ello, debemos también realizar un cambio total en nuestros hábitos no solamente alimenticios, sino también disminuir nuestro consumo (de todo tipo de productos y servicios), hasta que consigamos que éste quede limitado a lo verdadero y estrictamente necesario. Para ello, evidentemente, debemos sustituir la actual escala de valores por otra que elimine la actitud dominadora que se da hoy en día en la sociedad humana.

EL CONSUMO Y PRODUCCIÓN DE MATERIAS ANIMALES: UNA FORMA DE ESCLAVITUD

Todo tipo de cría y utilización de animales en las sociedades actuales (agroganaderas, industriales, comerciales, tecnológicas,…) como, por ejemplo, la ganadería, la pisciacuicultura, etc. no es más que un mero reflejo de la actitud de Dominación inherente a dichas sociedades. Esta Dominación se da en base a la creencia en la supremacía humana absoluta de un grupo humano concreto sobre otros seres.

La dominación humana sobre los animales existe al menos, desde el surgimiento de las primeras culturas agroganaderas en el Neolítico (entre 10.000 y 5.000 años a. d. C.) y desde entonces toda cría y utilización de animales ha supuesto siempre la esclavitud, la tortura y, en muchas ocasiones, el asesinato de éstos.

Así, con el fin de conseguir productos animales, la ganadería ha controlado la conducta de los animales, impidiéndoles la movilidad y, por tanto, el pleno desarrollo de sus capacidades, alejándoles de su hábito natural, impidiendo las relaciones con sus congéneres, amputando sus cuerpos (se cortan apéndices con los que puedan autolesionarse o lesionar a sus compañeros a causa de los desequilibrios psicológicos ocasionados por su confinamiento, se les castra,…), asesinándoles sin posibilidad de defenderse,… es decir, atentando contra su libertad y su integridad física y psíquica.

No obstante, todos estos atentados contra la libertad de los animales son llevados al extremo con la llegada de la sociedad industrial que, basada en las leyes del mercado, considera a los animales como meras máquinas de producción, o como productos en sí mismos, consecuencia brutal de la idea de Poder y Dominación intrínseca a esta «civilización», anclada en una visión materialista y autoritaria de la Realidad.
De este modo, en las explotaciones intensivas se hacinan cientos o miles de animales en pequeños espacios, sin higiene ni luz natural, con dietas deficitarias, con medicación sistemática para que puedan soportar tales condiciones; se controlan sus ritmos vitales para maximizar la producción, se manipulan sus genes para conseguir individuos más productivos a costa de su salud y bienestar (ej. ubres hiperdesarrolladas que les impiden moverse).

La producción y consumo de animales o de productos derivados de éstos, no es en absoluto necesaria en la sociedad industrial bajo ningún concepto.

En muchas sociedades recolectoras-pescadoras-cazadoras el consumo de animales no suponía un dilema ético desde el punto de vista libertario (referente a la libertad de los animales cazados o pescados) ya que éstos vivían libres y tenían la oportunidad de defenderse o huir. Sin embargo, el consumo y producción de animales o de productos derivados de éstos en las sociedades agroganaderas, supone un atentado contra el derecho a vivir en Libertad de los animales (ganadería y pisciacuicultura) y por tanto debe ser rechazado.

Hemos de tener en cuenta que el uso de animales vivos supone siempre la esclavización y tortura de éstos, lo que es también absolutamente repudiable.

Frente a este grave problema moral, se hace necesaria la adopción de una nueva ética no dominadora, que respete el derecho a vivir en Libertad de todos los animales. Para ello es preciso un cambio global en las actitudes y formas de pensar tanto a nivel social como a nivel individual, rechazando cualquier tipo de actividad que implique esclavización, control, tortura. En definitiva, cualquier ejercicio del Poder humano sobre otros seres humanos y sobre los animales, así como todo tipo de destrucción sobre el Planeta.

EL SER HUMANO Y LA PRODUCCIÓN Y CONSUMO DE MATERIAS ANIMALES: HAMBRE Y ENFERMEDAD

Las consecuencias de la actitud dominadora del ser humano sobre los animales no sólo las pagan los propios animales esclavizados y asesinados, sino que revierten sobre la propia salud de los seres humanos y sus sociedades.

La dominación humana sobre los animales implica una visión jerárquica de la Realidad, que puede y suele trascender fácilmente las relaciones de poder de los humanos sobre los animales, favoreciendo la existencia y surgimiento de relaciones autoritarias entre los propios humanos.
De este modo, la violencia implícita que conlleva todo proceso de dominación humana sobre los animales supone un tipo de violencia más en una sociedad ya de por sí violenta en las relaciones entre humanos.

Si el concepto de Poder humano no existiera, no podría ser aplicado, ni sobre los propios humanos, ni sobre los animales, ni sobre La Tierra. Al existir este concepto aplicado sobre uno de ellos, se da pie a que se aplique sobre los otros dos.

El consumo y elaboración de materias animales en los países industrializados es un factor importante en la generación y mantenimiento del hambre en los países «pobres». Ya hemos comentado que para producir 1 kg. de carne de vaca hacen falta 15 kg. de cereales, y solamente el ganado vacuno consume un tercio del total del grano cosechado en el Mundo. Los 1.280 millones de cabezas de ganado vacuno que habitan hoy en día La Tierra consumen grano suficiente para alimentar a miles de millones de personas. Así, para que en los países ricos se satisfaga el lujo de saborear los productos animales, el capricho de tener coche, etc. en los países empobrecidos (por los primeros), la gente muere de hambre.

Esta obscenidad sólo puede mantenerse mediante otra obscenidad: la deuda internacional. Así, una transferencia de 50.000 millones de pesetas a los países «pobres» les supone a éstos en unos 10 años el pago del doble (100.000 millones) en concepto de intereses y reembolso del capital.

Pero también hemos de tener en cuenta las desigualdades comerciales; los países «pobres» en realidad son ricos en materias primas en muchas ocasiones, pero éstas se pagan a precios muy bajos, mientras que los productos manufacturados, tecnológicos,… que han de comprar son muy caros. Estos países han sido despojados de sus sistemas agrícolas y de sus semillas tradicionales y deben comprar maquinaria, semillas, pesticidas, etc. a las multinacionales. Por todo ello son incapaces de pagar todos los intereses, que se van acumulando, generando más intereses aún. De esta forma, la cantidad de dinero que deben devolver es varias veces superior a las transferencias iniciales. Esto supone una total dependencia de los países empobrecidos frente a las políticas económicas de los países industrializados y a los programas que el Banco Mundial y el FMI quieran imponer en estas zonas.

Por ello, África, por ejemplo, debe cultivar productos para la exportación que le son impuestos por los órganos económicos de los países industrializados: forrajes, pastos para el ganado y otras comodidades para el Norte, como el café, el cacao, etc.
Así se explica por qué los países empobrecidos, a pesar de tener gran producción agrícola, se mueren de hambre: son obligados a exportar su grano para el ganado de los países ricos o a criarlo ellos mismos para exportar después productos animales, tratando en vano de obtener ingresos para pagar la deuda externa.

Está pues claro que aunque es imprescindible que el Norte abandone su consumo de productos animales para acabar con el hambre de los países «pobres», también es necesario acabar con la dominación «neocolonial» que no es más que otra actitud dominadora del ser humano, en este caso contra el propio ser humano. Es decir, entre tod@s debemos ir creando un nuevo modelo de sociedad más solidario, que establezca relaciones igualitarias entre todas las comunidades y que permita a cada una de ellas desarrollar de forma libre su economía en base a las características de su entorno social y natural.

Eliminando la dominación y la explotación sobre los animales (evitando el consumo de productos animales evitamos también su producción) damos un importante paso en la eliminación de la dominación y las injusticias sobre los seres humanos (al no haber ganado que alimentar los países actualmente empobrecidos podrían comer su propio grano, en lugar de usarlo para piensos).

Mientras millones de seres humanos pasan hambre, entre otras razones, por dedicar el grano a la elaboración de productos animales, otros muchos millones de personas en el mundo industrializado mueren de enfermedades causadas o agravadas por el consumo de productos animales.

Dado que todo individuo humano forma parte de un entorno social y del Planeta, cualquier agresión a su salud también acarrea graves implicaciones para la salud de éstos.
Hay una serie de factores en los que se basa la salud humana (el ejercicio, la contaminación, el consumo de drogas y medicamentos, el estrés y, desde luego, la alimentación). No tenerlos en cuenta anula nuestra capacidad de prevención y autocuración y nos lleva a depender de los poderes Médico y Farmacéutico, los cuales supone nuevas causas de enfermedad, y de dominación sobre el individuo y sobre la sociedad (establecimiento de jerarquías, imperio de las multinacionales que imponen la actual concepción dominadora capitalista), dominación sobre los animales (vivisección) y dominación sobre la Naturaleza (contaminación de las multinacionales químicas y farmacéutica y de la radioterapia, control sobre los procesos metabólicos de los organismos, ingeniería genética,…).
Aunque muchos pueblos se han alimentado casi exclusivamente de carne, pescado o productos animales y su salud sería envidiable para cualquiera de l@s que vivimos en las actuales sociedades «hiperdesarrolladas», hemos de tener en cuenta que sus condiciones de vida y sus hábitos cotidianos eran muy diferentes a los nuestros (entorno saludable, mucho ejercicio físico, vida sin estrés…) por lo que no se puede pensar que si a ellos no les hacía daño el consumo de animales a nosotr@s tampoco nos lo hará.

En realidad está demostrado que el exceso de proteínas animales en la dieta, combinado con una alimentación pobre en vegetales y rica en alimentos refinados, así como la falta de ejercicio -tan comunes en la actualidad- provocan osteoporosis y problemas digestivos que a largo plazo pueden desembocar en ciertos tipos de cáncer.

Un ejemplo emblemático es el caso de la leche, que a pesar de se tradicionalmente considerada como un alimento esencial, no es adecuada para la necesidades de una persona adulta pues los lácteos provocan múltiples problemas: cólicos, diarreas, alergias, artritis,…

Las carnes y otros productos animales, por su alto contenido en colesterol y grasas saturadas, pueden generar problemas cardiovasculares así como obesidad y exceso de ácido úrico (gota).

Por otro lado, hemos de tener en cuenta que la mayoría de los productos animales en la actualidad son elaborados masivamente en condiciones deplorables, sin espacio, con luz artificial,… lo cual provoca estrés en los animales, lo que unido a la falta de higiene y a una alimentación desequilibrada, mina el sistema inmunitario de los animales, provocando frecuentes infecciones. Debido a esto, se hace necesaria la administración masiva de antibióticos y tranquilizantes en todas las explotaciones ganaderas industriales. La ingestión de antibióticos acumulados en los productos animales debilita a su vez el sistema inmunitario de quien los consume y los tranquilizantes acumulados provocan disfunciones metabólicas y circulatorias.

El clembuterol y las hormonas también son substancias ampliamente usadas para conseguir mayor producción en menor tiempo y con menor gasto. El clembuterol produce intoxicaciones muy graves y las hormonas alteran seriamente los procesos metabólicos.

Otro grave problema de todos los productos derivados de animales es que éstos acumulan en sus tejidos los tóxicos de los alimentos que toman, con lo que si el problema de la contaminación de los suelos y las aguas afecta a los productos vegetales, en el caso de los productos animales se agrava de forma alarmante, ya que la concentración de metales pesados, plaguicidas y sustancias organocloradas llega a niveles altamente peligrosos para la salud. Este es un problema que afecta también al pescado, que a pesar de ser considerado «más sano» que la carne, acumula gran cantidad de tóxicos debido a la contaminación de las aguas.

A pesar de todos los problemas que los productos animales suponen para la salud puede surgir el temor de que una dieta vegetariana estricta (sin ningún tipo de producto animal) sea insuficiente y produzca deficiencias alimentarias. Está demostrado que una dieta vegetariana estricta, equilibrada y basada en verduras, frutas, legumbres y cereales integrales contiene todos los nutrientes necesarios y elimina o reduce de manera considerable la mayor parte de los problemas causados por el consumo de productos animales.

Tras este análisis de uno de los principales y más graves ejemplos de Dominación: la producción y consumo de productos animales, podemos concluir que se hace necesaria la abolición, tanto por parte de la persona en su vida cotidiana como por parte de la sociedad en su conjunto, de la cría, posesión y uso de animales para cualquiera que sea su fin.

Existen numerosas experiencias que demuestran que es posible un modo de vida y una ideología-ética independientes de la explotación animal, aplicables aquí y ahora, en esta sociedad. Esta nueva forma de vida es el veganismo (no utilización de animales o productos derivados de ellos).

Rompamos las cadenas que nos atan a la Domina-ción, luchemos contra el Poder humano sea cual sea su forma, abolamos la explotación humana, animal y del Planeta, adoptemos una ética no dominadora. Avan-cemos en el veganismo libertario.
No seremos libres hasta que tod@s (humanos y no) lo seamos.

Allium

Bibliografía

– Aguilar, Miguel. «La dieta vegetariana». Ed. Temas de Hoy. 1990.
– Moore Lappé, Frances. «La dieta ecológica». Ed. Integral. 1998.
– Lewis, Stephen. «Una opinión sobre el impacto global del consumo de carne». Revista «Germen» nº 1.
– Singer, Peter. «Liberación animal». Ed. Cuzamil. 1985.
– Revista «Veganismo» nº 3. Asociación Vegana. 1996.
– «Make your next meal count». Animal Aid.
Sussman, Vic. «La alternativa vegetariana». Ed. Integral. 1978.

Comiendo con Alicia

Si tuviésemos que buscar un símil literario que definiese la actual forma de alimentarnos, un buen ejemplo lo encontraríamos en el capítulo: «Una merienda de locos» de «Alicia en el País de las Maravillas». Aunque no contemos con comensales tan estrafalarios como la Liebre Marcera o el Sombrerero Loco, cualquier desayuno, comida o cena actual es una verdadera comida de locos. Desde el punto de vista energético, la inmensa mayoría de los alimentos que llevamos a nuestros estómagos es un verdadero despilfarro. Y si en el análisis de los mismos excluimos la rentabilidad económica de unos pocos -claro está-, todo el sistema mundial de la alimentación sólo puede ser definido con un concepto:

irracionalidad llevada a su máxima expresión.

Comenzando con el despilfarro en la producción, la imposición a escala global de la dieta americana, altamente consumidora de carne, casi exclusivamente vacuna, significa que se debe invertir una media de 10 proteínas vegetales para producir una proteína cárnica. Pero además, el modelo intensivo de producción de cereales (que constituyen el 50% de la alimentación humana) implica un aporte energético enorme de fertilizantes y fitosanitarios, que contribuyen al proceso de erosión de las tierras fértiles y a la contaminación de aguas superficiales y acuíferos. La actual globalización económica provoca, por otra parte, que se destinen más y más tierras al monocultivo destinado a la exportación, lo que acarrea múltiples efectos sobre el conjunto de la humanidad: desde la pérdida de biodiversidad y la extensión de plagas, a la desaparición de la autosuficiencia y la consecuente inseguridad alimentaria de la mayoría de la población mundial.

Este tipo de producción se corresponde con un modelo de distribución y comercialización de productos alimentarios aún más irracional, si cabe. La creación de grandes redes de super e hipermecados implican una centralización del sistema de distribución de los productos, que deben ir, en primer lugar, a un gran almacén y de allí distribuirse a los distintos puntos de venta. Tomemos el ejemplo de la leche y pongamos que se re coge en una vaquería en Cantabria, se lleva par a su procesamiento y envasado a Aranda del Duero, de allí a la central de la cadena de supermercados (por esquemas de compras a gran escala) y, por último, es transportada al local en Cantabria donde uno adquiere el litro de leche. Si esto es racional, que venga algún economista neoliberal y me lo explique. Si alguien piensa que exagero, lo invito a que compruebe el tamaño del almacén central del Corte Inglés, entre Pinto y Valdemoro (esto último no es una figura retórica), es tan grande que figura en algunos mapas de la Comunidad de Madrid.

Según datos de la Unión Europea, el volumen del transporte mercancías aumentó, en el período 1986-91, en un 8%; sin embargo, las distancias recorridas por esas mercancías lo hizo en un 19%. Esa disparidad sólo puede ser explicada por una concentración de la distribución. Es de suponer que la implantación del Mercado Único en 1993 ha aumentado esta tendencia, aunque aún no disponemos de datos al respecto. La necesidad de un mayor transporte, muchas veces innecesario y normalmente por los sistemas más despilfarradores: carretera y, cada vez más, aéreo (que ha crecido en un 200% en los últimos 10 años), provoca el aumento de los fitosanitarios para su conservación y de los envases necesarios para su transporte. Hoy en día los envases constituyen una tercera parte del total de las basuras domésticas.

Toda la rentabilidad del sistema se basa en descargar sobre el conjunto de la sociedad los costes externos que él mismo acarrea: desde la contaminación provocada por la producción y transporte, al tratamiento de los residuos urbanos. Además, la concentración de la producción, transformación distribución y comercialización de estos productos provoca una serie de impactos sociales de gran trascendencia. Mientras las multinacionales de la alimentación aumentan sus enormes ganancias, millones de personas: campesinos e indígenas, trabajadores del campo y de las industrias de transformación, empleados y propietarios de pequeños comercios, ven destruirse sus medios de trabajo y son arrojados a las cunetas de unas autovías, por donde pasan camiones y más camiones, cargados con unos productos que ya, no sólo no producen, sino que difícilmente pueden consumir.

Viendo lo desolador del panorama, desde Aedenat, junto con la Plataforma Rural, estamos tratando de impulsar la formación de cooperativas de consumidores, que adquieran sus alimentos directamente a productores no integrados en la agricultura intensiva. Este modelo, muy desarrollado en Japón, es una forma de evitar, a pequeña escala, lo descrito más arriba. La formación de estas cooperativas es algo más que un mero cambio en las formas de consumo. Significa asumir un compromiso económico, social y ecológico por parte del productor y el consumidor. Implica que ambos tomen conciencia de la situación social y ecológica de la comunidad y la región donde viven y, sobre todo, crean en la asociación de los seres humanos como base para producir el cambio histórico que tanto necesitamos. Es también una manera de sacar el poco dinero que poseemos, de los circuitos del gran capital financiero, entramado con las transnacionales de la alimentación, que es el gran agente de todo el actual proceso de globalización económica.

Y si en el libro, Alicia al fin despierta de su sueño, a nosotros se nos hace difícil escapar de esta pesadilla. Sino intentamos dar algunos pequeños pasos, la Reina de Corazones, bajo la forma de alguna transnacional (Unilever, Nestlé, Cargill), nos terminará cortando la cabeza a todos.

Héctor Gravina
(Madrid)

[related_posts_by_tax posts_per_page="4"]

You May Also Like