En este artículo os ofrecemos un análisis crítico realizado en Bolivia sobre la práctica guerrillera en las últimas décadas en Latinoamérica.
Antes de desatar esta reflexión queremos aclarar que nosotras no nos pretendemos juezas de las mujeres y los hombres que han optado por la «lucha armada» en nuestra sociedad. Compartimos las motivaciones de una sociedad nueva, justa, vivible, que las y los han llevado a tales decisiones. Lo que planteamos con esta reflexión es la necesidad urgente de desmitificar, criticar y relativizar un método de lucha que goza de una aureola falsa de autenticidad y validez, aureola montada por hipócritas que desde una izquierda que se ha cerrado en la demagogia no se confronta con sus propios fracasos y ni siquiera asume las consecuencias. No le corresponde al aparato represor del estado, que tiene además las manos manchadas de sangre, opinar. Por eso estimo la necesidad urgente de cuestionar «la lucha armada» desde el territorio de la esperanza de construir una sociedad nueva.
El mito del varón guerrero
Salvador, Mesías, Conquistador, Invasor, Guerrillero… militar.
El mito del varón guerrero desde el Che, pasando por Marcos (El zapatista), los sandinistas legendarios y tantos otros. Todos ellos rodeados de poesía, de diarios de campaña y de historias de amor Imposible no han logrado humanizar la «lucha armada».
Lo militar es lo militar, lo militar es matar o morir, es cumplir órdenes y aspirar a darlas, es hacerlas cumplir a la fuerza y aprender a obedecer. ¿Por qué?, ¿De dónde nace el varón guerrero? ¿Quién los engendró; fue la guerra quien engendró al enemigo, o el enemigo quien engendró la guerra?.
Lo cierto es que dentro de la sociedad patriarcal la simbología militar forma parte de nuestro imaginario social. La guerra no es pues precisamente un hecho histórico, es una ficción que debe ser nutrida, por ser el mito sustentador y fundante de la sociedad organizada en torno del poder.
En todos los estados del mundo, todo varón debe dedicarse al aprendizaje y uso de las armas por un lapso de tiempo durante su juventud. Esta es la explicitación social de una de las jerarquías entre los géneros más reconocida. En la sociedad patriarcal todo varón deja de ser un semejante horizontal para pasar a ser un guerrero al servicio de algún tipo de poder, servicio que culturalmente le permite acceder a su condición de masculinidad jerárquica y autoritaria y tomar posesión de la mujer del enemigo. Las feministas no pretendemos interpelar, ni romper esta jerarquía accediendo al ejercicio de la violencia, sino cuestionando la necesidad de la guerra.
Como mujer me niego a ser contenedor de los galanes de fusil y pasamontañas, me niego a ser madre paridora de guerreros y guerrilleros, me niego a hacer de las armas y sus uniformes prolongación de mi cuerpo. Me niego a hacer la guerra, me gusta más hacer el amor, tan simple, tan subversivo, tan valiente como eso.
LOS EJÉRCITOS POPULARES: …DE LA SUPUESTA «POSESIÓN DE LA VOLUNTAD POPULAR» A LA SUPLANTACIÓN VIOLENTA DE ESA VOLUNTAD QUE PRETENDE PROTEGER…
El proceso por el cual los militantes de la lucha armada pasan de una posición de defensa de la voluntad popular hacia una suplantación de voluntad está compuesto por varios elementos que se interrelacionan en un entramado que tiene sin duda como eje fundamental el verticalismo y la jerarquía que impone «lo militar».
Nos parece fundamental hacer por lo menos un recuento de los elementos que a nuestro juicio componen este proceso de suplantación:
-en principio está «la teoría revolucionaria» que parte de un sujeto «el proletariado» como protagonista, sujeto que además de no encajar con las formaciones económicas, sociales y culturales los pueblos latinoamericanos es de por sí excluyente, puesto que en ninguna sociedad y en ninguna época histórica los y las oprimidas pueden ser sintetizados en un sólo grupo social.
-el otro elemento es la convicción de la necesidad de una «vanguardia», es decir pasar a la noción de un sujeto protagonista, a la noción de un grupo cualificado, mejor preparado y visionario que debe conducir y controlar el proceso. Este concepto de vanguardia resulta ser una especie de desdoblamiento del concepto inicial de sujeto protagonista, este desdoblamiento conlleva una doble exclusión. La consecuencia final de desdoblamiento en el comportamiento de «los sujetos concretos» es la alienación de su propia condición, es decir dejan de ser ellos mismos y ellas mismas para convertirse en soldados al servicio de la «revolución» y, por lo tanto, detentadores de la voluntad popular. O sea que para poder participar efectivamente las mujeres deben alienarse de su condición de mujeres, los y las estudiantes de su condición de estudiantes y así sucesivamente toda persona que no sea «un proletario», el mismo que viene a ser a su vez mistificacado y deshumanizado. Es ahí donde la «revolución» y «los revolucionarios», en masculino por supuesto, perdemos o pierden lo mejor que tenemos: la riqueza de la individualidad y de la propia iniciativa, la sabiduría que cada ser humana recoge en su vida personal, la afectividad que nos permite no absolutizar nada ni a nadie.
-por último está el manejo de las armas y de la lógica militar, es decir, el manejo de la guerra. Al constituirse el enfrentamiento armado y la «eliminación del otro» en lo principal y decisivo para la lucha, será el orden militar el de mayor importancia. Todo lo demás se supeditará, en la cúspide está «el comandante». Él es el que decide porque goza del ejercicio de la fuerza, goza del ejercicio de la violencia.
Esta lógica es la que ha producido en América Latina varios ensayos dolorosos de muerte más que de revolución. El caso de El Salvador o Nicaragua, Colombia o más cerca el caso del Perú. El asesinato de la líder feminista en el Perú es un ejemplo en el que insistimos por su proximidad y por su elocuencia.
La decisión de matar a María Elena Moyano una decisión invisible, no es el pueblo peruano, no es la necesidad de la revolución en el Perú, ni siquiera Sendero Luminoso, sino finalmente la persona que dentro de Sendero detenta el poder de decidir pero que lo hace a título de Sendero, en nombre «del pueblo peruano» y en servicio de «la revolución».
María Elena Moyano, 31 años, madre de 2 hijos de 11 y 12 años, dirigente de la Federación Popular de Mujeres de Villa el Salvador en Lima, Perú.
Sendero Luminoso había dispuesto que ese 16 de febrero se hiciera un «paro armado» en la ciudad de Lima. Paro Armado ha llamado Sendero Luminoso a los paros que ellos Imponen a la población, que consiste en Acciones Armadas en contra de quienes contravengan la orden de cesar las actividades productivas, caracterizan estos paros para inspirar terror y obediencia en la población y evaluar el ánimo de apoyo/terror de la población civil .
Una vez más María Elena se había colocado al frente, denunciando ese paro armado, llamando a la población a no respetarlo. La noche previa durmió fuera de su casa y fuera del barrio. Durante el día, sin embargo, regresó a Villa a participar en las actividades que algunos comités de mujeres habían organizado. Durante la fiesta de uno de los comités, Sendero entró armado con metralletas, obligó a las personas que estaban en el local comunal a que salieran fuera. Una vez que estuvo sola, mientras las mujeres y los hijos presenciaban la escena, la ametrallaron y luego la dinamitaron. (Información sobre la muerte extraída de “Hojas de Warmi”, Barcelona, junio 1992).
ESCOGER UNA FORMA DE MORIR Y NO UNA FORMA DE VIVIR: HEROÍSMO O PEGA EXISTENCIAL
«El mundo de los héroes -y ahí es tal vez, donde reside su debilidad- es un mundo unidimensional, que no comporta más que dos términos opuestos. nosotros y ellos, amigo y enemigo, valor y cobardía, héroe y traidor, negro y blanco. Este sistema de referencias se aviene bien a una situación orientada hacia la muerte pero no hacia la vida» Frente al limite Tzvetan Todorov, siglo XXI, pag. 20.
Cuestionar el heroísmo como valor es un acto de profunda irreverencia y de graves consecuencias, pues pareciera ser que todo lo que nos rodea está poblado de grandes y pequeños héroes que sin reparo alguno montan su altar.
La grave patología ya crónica de la política patriarcal boliviana que es el caudillismo está profundamente relacionada con esto del heroísmo. Todo caudillo nace del hecho de identificarse con un héroe. Bastaría leer una que otra entrevista de esas triviales que preguntan el signo zodiacal para darnos cuenta de los delirios de grandeza y de heroísmo que padecen «Los hombres» de «La política» nacional. Menos mal que como feministas ni nos damos a la tarea de curarlos, ni mucho menos a la de idolatrarlos.
Ahora particularmente queremos desvelar un tipo especial de heroísmo cual es el del «guerrillero».
El heroísmo del guerrillero es un valor que se presenta como substitutivo de «la vida» y que lógicamente tiene como condición la muerte. La figura latinoamericana más importante en este sentido ha sido el Che Guevara, que se reedita ya en varias generaciones y, lo peor de todo, en varias degeneraciones.
El héroe se convierte pues en una especie de esclavo de su «valor fundamental»; lo defiende, pero no tiene la libertad de abandonarlo, puesto que tal cosa se traduciría dentro esta lógica como una cobardía o una traición o un signo de debilidad. Muere por él, pero no tiene la libertad de cambiarlo, ni mucho menos de cuestionarlo. Un ejemplo de esto es el caso del libro escrito por Raquel Gutiérrez, presa política del EGTK, «Entre Hermanos». El momento en el que ella decide cuestionar timoratamente la validez de la lucha armada, se ve ella misma cuestionada no solamente por sus compañeros y compañeras de cautiverio sino peor aún por toda la izquierda que desde sus casas y desde su confort los aplaudía cómoda y cínicamente. Y es que el heroísmo no da lugar al cuestionamiento del valor, que es un absoluto; para cuestionar el absoluto hay que cuestionar primero el heroísmo. Es por esto que la otra condición básica del heroísmo es el conservadurismo, pues por encima de las personas concretas y a costa de los sueños y las necesidades de las personas concretas prolonga a las Instituciones y a los símbolos. De ahí el asunto de morir por la patria como un valor absoluto que se viene devorando ya miles de vidas en el mundo.
El hecho de ser guerrillero se presenta como algo absolutizante de la persona, la absorbe en su totalidad, se convierte en lo que nosotras hemos llamado «una pega existencial», sin embargo consideramos también que todo es cuestionable y que no hay uniforme, ni escudo que logre fundirse con la piel sensible y sensual de los humanos.
Planteamos pues como contrario y opuesto al heroísmo, no la adaptación resignada y pasiva, sino la transgresión. La transgresión es el ejercicio interminable y permanente de la des-adaptación, es ejercicio de creatividad, de individualidad. La transgresión no se aferra a un modelo porque de por sí niega la necesidad de un estereotipo, la transgresión no tiene un escenario privilegiado, sino la vida misma.
Es el sistema dominante, esclavizante, explotador y normalizador el que ha producido las armas como una necesidad para perpetuarse, por lo tanto es el que mejor las conoce, el que controla su mercado, el que se enriquece con ellas, El sistema fabrica las armas y las guerras. Según un informe del PNUD de 1994 el gasto militar mundial es igual al ingreso de la mitad de la población mundial. ¿No es en este contexto la «lucha armada» un juego del propio sistema en tanto en cuanto absorbe su misma lógica y usa sus mismos métodos?
María Galindo
(Extraído del periódico «Mujer Pública» – Bolivia)