NUESTRO DESPRECIO AL LAZO AZUL

(Escrito recogido en la Universidad del País Vasco)

Si afirmamos que es falso el pacifismo del lazo azul que nos quieren hacer creer, no es porque la violencia armada que llevan a cabo ETA o cualquier otra organización nos parezca incuestionable, sino porque pensamos que esto de las movilizaciones contra los «violentos» es un fenómeno manipulado que sólo sirve para distraer de la corrupción global y legal, en la que el juego del Capital se asienta; de la violencia cotidiana que el Estado y el Capital ejercen sobre las poblaciones, administrándoles la muerte en vida; de la prostitución generalizada o sumisión al dinero a la que se nos condena, en fin, para entorpecer una política de abajo que quiera alzarse contra el imperio del dinero.
Abrazáis las instituciones democráticas burguesas, proclamando vuestra fe en ellas, así aceptáis su violencia, la sumisión, el engaño. No hay poder que se sostenga sin su Ministerio de Mentiras, tanto para imponérselas a las poblaciones como para que se las traguen los propios servidores del Capital y el Estado con la más entera fe, si es que quieren funcionar como buenos servidores. El truco esencial es que la mayoría -que pronto se convierte en todos- haga lo que le tienen mandado, pero con la condición de que cada uno crea que lo hace por su gusto, por su voluntad. Se obedece como los siervos al Faraón, ¡igual! Nuestra producción de rascacielos; medios de transporte que no sirven para nada de lo que dicen. Nuestra proliferación de cosas insensatas sin ninguna utilidad real es, después de todo, lo mismo que la construcción de las pirámides para la eternidad. La misma mayoría, la misma ceguera, pero esta vez fundándose en la decisión, el gusto, la voluntad de cada uno.

Podéis poneos en cualquier bordillo de acera observando los atascos que se producen gracias al auto-personal (institución democrática por excelencia), y ya veréis como efectivamente todos (la mayoría) van más o menos a la misma hora y al mismo sitio, pero cada uno por su cuenta, con su coche y por su voluntad. Recordad que este cacharro que nos venden como medio de transporte (y que en realidad ha obligado a morir a medios de transporte útiles como el tranvía, el ferrocarril) exige el sacrificio finisemanal y vacacional, regular y progresivo, de miles de vidas, muchas más que todos los terrorismos juntos (aparte de tener que soportar la contaminación, las autovías, los impuestos, guerritas por gasolina allá en los límites del desarrollo…). Pero, claro, nos hacen creer que lo elegimos nosotros, cuando ha sido una imposición. Nadie había pedido el coche, es el imperio del desarrollo quien necesita la creación de necesidades a fin de mantener la ilusión de que el dinero sirve para satisfacer tales necesidades (que no lo eran), para seguir haciendo trabajar (sin necesidad), para divertir a las masas, en fin, para mover el Capital y mantener las instituciones del Estado. Luego, que mueran miles de personas sólo hace falta camuflarlo de imprudencia, de accidente, de casualidad, como algo natural que hay que resignarse a aceptar.

Otra cosa que nos quieren hacer creer es que, por medio de unas fiestas electorales cada X tiempo, en las instituciones burguesas se representa al pueblo. O sea, que el cómputo de opiniones individuales con respecto a unas caras y nombres que se le ofrecen equivale al pueblo. ¡Qué mayor mentira! Pues resulta que como el pueblo no es nada más que lo que está por debajo de cada uno, lo común, vamos, no hay Cristo que lo represente (no falta que le hace). La mayoría es la mayoría de nuestras opiniones (creadas y dirigidas por los medios de formación de masas, la familia, la escuela, en fin, la moral), que se dejan contar, que se dejan sumar y que producen un conjunto sobre el que el poder se asienta. Pero de ningún modo podemos confundirlo con la fuerza de negación latente en los corazones que no han sido totalmente sometidos a la fe. Esa fe en que cada uno sabe lo que quiere, que sabe a dónde va, esa fe en el futuro, a través de la cual se lleva a cabo la administración de la muerte.

Y ¿cómo lo hacen? Haciendo no vivir a la gente, creando un presente vacío con la excusa de un mejor futuro, un presente no vivido a cambio de su futuro, de su muerte, pues el futuro es siempre muerte no declarada (espera, tiempo vacío que hay que llenar con algo: aburrimiento). Fijaos en la propaganda, sobre todo en la de la banca (verdaderas iglesias de hoy en día). Fijaos cómo se interesa en que el niño tenga ya plan de ahorro, y si te descuidas de jubilación ¡Que empiece a sacrificarse por su futuro ya! (o que alguien lo haga por él, da lo mismo).

Fijaos también en cómo se ha transformado la noción de viajar: se nos hace pensar que el viaje quiere decir un tramo vacío para llegar a tal sitio de forma que ni por dónde, ni lo que pase durante el viaje importa nada. Se crea un tiempo vacío que hay que llenar con algo, claro (TV, música,…). El ideal que se persigue es que el viaje no sea más que un trámite burocrático. Este criterio se lo podemos aplicar a lo que nos venden como vida. Desde la niñez nos marcan metas hasta hacernos creer en sus mentiras y que las asimilemos como ideas propias. Así, nos llega la muerte sin darnos cuenta de lo que ha pasado.

El trabajo que se hace es verdaderamente inútil (puesto que no obedece a necesidades reales, sino a las necesidades del Capital). En cuanto a ese tiempo libre que se compra (ocio con trabajo, paz con guerra, gloria con sacrificios, riqueza con ahorros de uno o con la explotación de otros) no puede ser un tiempo de naturaleza distinta de la del tiempo de trabajo, guerra o penitencia. Este es un tiempo vacío. Así como la paz ganada con la guerra no es otra cosa que guerra no declarada, el llamado tiempo libre viene a ser descaradamente trabajo no declarado, contado de la manera más precisa en número de tiempo (verdadera moneda del dinero): 15 minutos de felicidad (en la sauna thailandesa), 2,5 días de felicidad (en la evasión finisemanal), 1 mes de felicidad (para tostarse al sol en el Mediterráneo): pero por lo bajo uno sabe que una ración de felicidad tiene que haber sido cortada y determinada por alguien, computada. Y eso se le ofrece al corazón como una mentira y a su deseo un insulto. Es mentira que se pueda vivir un trozo de vida libre a cuenta de un trozo de vida esclava; es simplemente que lo uno está en lo otro y que «La marca del precio cambia al bollo de gusto».

Y así estamos, ante un intento de administración de la muerte, de dominación perfecta, de reducción del pueblo a mera masa, y el que, a pesar de todo, siempre queda por debajo sin cerrar del todo, sin dejarse del todo reducir a ese conjunto y a esa idea. Es la guerra de la razón común contra la idea fija y dominadora.
Se podría hablar de las miserias que necesariamente crea el imperio del desarrollo más allá de sus límites, miserias por las que en gran parte se sostiene, pero que no nos deben llevar a olvidar que lo que aquí padecemos no es otra cosa que miseria adinerada, que hace que la mayoría viva de sustitutos: tome los pisos como casas, llame a los plásticos telas, aspire a no pagarse un chófer ni un vagón, sino a hacer él mismo de chófer y que le guste… Tendréis montones de ejemplos en vuestras vidas. Uno se va dando cuenta en la medida en que se va fijando.

Que quede claro que lo que se vende como paz no es sino la guerra y que el llamado sistema de libertades no es sino la misma dominación de siempre, progresada, perfeccionada.
Que caiga pues o se tambalee por lo menos a falta de lo que precisamente más necesita: nuestra fe.

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