MARCHA EUROPEA CONTRA EL PARO Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL

Decir que el paro es uno de los problemas centrales de nuestra sociedad, quizás el mayor problema, resulta una obviedad. Un problema social que se traduce en millones de problemas individuales y concretos, sufridos por personas de carne y hueso. Un problema que no se reduce a la merma o a la carencia de recursos económicos de esas personas, sino que va más allá, implica la negación de su derecho a un proyecto de vida, la falta de perspectivas, y expresa una enorme frustración y exclusión social.

Que el paro no tiene solución dentro del actual modelo de sociedad y de desarrollo es otra constatación cada día más evidente. No sólo no tiene solución, sino que cada momento el problema se agrava más y más.

El discurso de la competitividad como solución al problema del paro es radicalmente falso. En el actual estadio de desarrollo tecnológico, la competitividad y el aumento del beneficio empresarial no conlleva creación de empleo. En realidad, al producirse cada vez más con menos necesidad de mano de obra, los beneficios empresariales, aunque se traduzcan en inversión, lo son en tecnología cada vez más avanzada, de manera que la cantidad de oferta de trabajo, en lugar de crecer, disminuye.

Tampoco el desarrollismo, el incremento sin límites de la fabricación de productos o de la oferta de servicios, puede solucionar este problema. En nuestras sociedades la cuestión no radica en que se produzca poco. Bien al contrario, se produce demasiado, más de lo que se consigue vender con una cierta racionalidad. El desarrollismo está llevándonos al sin sentido de una sociedad del despilfarro, donde las reservas naturales se dilapidan y agotan, y donde la miseria más absoluta convive físicamente con el derroche. La globalización de la economía, la expansión del libre mercado mundial y la ampliación y profundización de los distintos mercados regionales (de los que la Unión Europea es el ejemplo más inmediato), contribuyen de manera cada día más clara a profundizar las desigualdades económicas y sociales y a alterar negativamente la continuidad del entorno ecológico.
La solución al paro se mantiene como promesa permanente y permanentemente incumplida. El discurso de la competitividad, el del desarrollismo o las múltiples soluciones que desde el mundo de la política se nos venden, no son en ningún caso ingenuos. Más allá de su probada ineficacia, esas promesas de futura creación de empleo a cambio de sacrificios para los trabajadores, ocupados o parados, generan mayores beneficios para unos pocos y notables perjuicios para la mayoría de la sociedad. El argumento de la competitividad exige y supone precarizar las condiciones de empleo y de contratación, incrementar los ritmos de trabajo, facilitar el despido, flexibilizar la actividad en el terreno horario funcional o geográfico, exagerar las exigencias para la percepción de un seguro de desempleo,… La competitividad supone, en definitiva, debilitar la capacidad de resistencia y de respuesta de los trabajadores y del conjunto social. En el otro lado, crecen los beneficios de las empresas, crece su omnímodo poder dentro de éstas y discursos insensatos y antisociales se convierten en indiscutibles. A cambio, lo vemos, el paro no desciende.

Evidentemente, no hay nada de ingenuidad en su discurso, ni mucho menos de error de cálculo: el capitalismo se ha adaptado perfectamente a esta situación, presionando y recortando derechos anteriormente conquistados; mientras, los trabajadores y las capas populares relajan su respuesta, se desaniman y pierden.

Pero no es sólo en el terreno de las relaciones entre los empresarios y los trabajadores donde el discurso de la competitividad degrada las condiciones de existencia y agrede a la mayoría social. Ese mismo discurso sirve para recortar cualquier conquista social y para conseguir un trasvase de la riqueza a favor de los intereses privados y minoritarios. Los recortes en la prestación por desempleo, la presencia de las empresas de contratación, el recorte de las pensiones, la política de privatización de las empresas públicas, la reducción del presupuesto en la sanidad y la enseñanza,….suponen una clara agresión y una pérdida del colchón social que aliviaba las situaciones de mayor injusticia que el sistema provoca, en aras de un priorización de esos intereses privados.

El impacto de toda esta situación lo estamos viendo y sufriendo. Las diferencias que separan a los beneficiarios y perjudicados por todo ello se reproducen a su vez hacia abajo generando amplias capas de pobreza, marginación y exclusión social, particularmente entre los sectores sociales más débiles: las mujeres, los jóvenes y las personas con baja cualificación profesional. Sus posibilidades de acceder a un puesto de trabajo digno y de normalizar su situación laboral y social se reducen hasta el extremo. A su vez, la competitividad se reproduce entre los trabajadores convirtiendo la lucha por el acceso al trabajo en un enfrentamiento de todos contra todos -ahí están las horas extras y el pluriempleo-, condenando a la marginalidad a esos grupos debilitados y haciendo recaer sobre ellos el estigma de un paro interpretado como simple fracaso personal. Todo ello, sin duda, expresa una vez más la victoria ideológica del capital, capaz de proyectar incluso dentro de las filas obreras y populares sus propios discursos competitivistas y excluyentes. En esa realidad, la responsabilidad de los sindicatos es singular, dado que aglutinando básicamente a trabajadores con empleo y a los intereses inmediatos de éstos, deben seguir asumiendo la tarea cara a dar respuestas eficaces en la lucha contra el paro, incluso si éstas entran en colisión con las de los trabajadores ahora activos. Es imprescindible crear y tomar conciencia de que este problema del paro está generando confrontación de intereses entre los trabajadores activos y parados. Ese es el principio de nuestros males y de nuestra derrota, la división y la lucha entre los mismos afectados por el problema, la máxima del «sálvese quien pueda». Además de la responsabilidad del capital y de todo su injusto sistema social, éste descansa en parte en la colaboración más o menos voluntaria o más o menos forzosa de cada trabajador, activo, parado o precarizado.
Cuanto hasta aquí se expone y denuncia, encuentra en el proceso político de la Unión Europea su manifestación más acabada. La Europa que se viene creando a partir de los designios de Maastricht lo es básicamente de los intereses económicos, que no de los sociales; de los intereses del capital, que no de los ciudadanos. Es el llamado «pensamiento único», que aquí se lleva a su máxima expresión. La casi totalidad de directrices que se aplican vienen gobernadas por un economicismo radical, aparente y falsamente técnico o neutral, que pretende la constitución de una unidad económica en el continente, sin reparar para ello en las consecuencias sociales. Economicismo ultraliberal, como mandan los tiempos que corren, partidario de acabar con los mecanismos correctores o equilibradores de lo social y de lo político sobre lo económico.

Semejantes políticas tienen traducciones inmediatas. El Estado del bienestar, la base real de la construcción europea en el último medio siglo, es cuestionado. Espacios económicos regionales sufren la acometida de los intereses de los centros de poder, disfrazados con el interés de todo el continente. Su resultado no es otro que desertización económica y empobrecimiento. Se ha visto esto tanto en distritos fabriles como mineros o como agro-pecuarios.
Decisiones cada vez tomadas más lejos, por poderes más incontrolados -la Comisión Europea, los eurócratas- que cada vez impactan (negativamente) más cerca del ciudadano. Esa es la realidad del conocido por «déficit democrático» de esta Unión Europea. Su inseparable acompañante -que lo es también de todo proceso de empobrecimiento y dualización social- es el retroceso de las libertades democráticas y la inversión de la apuesta desde los Estados: del bienestar social al control social, del gasto en hospitales y escuelas al gasto en policía y mecanismos de seguridad.

La Europa de Maastricht, la de la Comisión, la de la burocracia de Bruselas, la de las instituciones millonarias que para nada real sirven, la de los «lobbies» económicos dirigiendo en las sombras, no es la Europa de los ciudadanos, es la Europa del capital. La construcción europea es un proceso político complejo cuya forma definitiva estará directamente condicionada por la presión de las fuerzas que han actuado en su conformación. Sindicatos, asociaciones de interés social, ciudadanos, debemos tomar como propia la responsabilidad de decir mucho en esta situación, oponiéndonos a lo que sin nuestro concurso se está creando, y definiendo y presionando para que finalmente salga adelante un proyecto europeo asentado sobre los intereses de la mayoría de la sociedad y pueblos de este continente, y no sobre los intereses privados de las minorías de siempre.
En definitiva la irracionalidad y la injusticia que está extendiendo este ordenamiento de la sociedad han de ser cuestionadas y combatidas a cada instante.

Ahí es donde la voz y respuesta de los trabajadores y de los sectores populares se hace necesaria y urgente. Sólo impulsando otra lógica, la del reparto y la solidaridad, podremos reconducir la situación. Repartir el trabajo y repartir el beneficio social que éste produce. Reforzar las lazos y las redes de solidaridad interna de la sociedad, reaccionando ante cada propuesta tendente a desarticular conquistas y avances que mucho nos ha costado conseguir.
Mientras el capital apuesta por aumentar su beneficio a costa de la sociedad, ésta, y dentro de ella, particularmente, el sindicalismo y las organizaciones sociales, deben responder en favor de mayores cotas de reparto y de justicia social.
Los problemas sociales y humanos que origina el paro tienen solución, y ésta no debe postergase siempre para un futuro que nunca llega, que nunca llegará si no lo forzamos. A esas soluciones, a ese cambio de la lógica y del discurso, a construir cotidianamente esa sociedad diferente, más justa y racional, quiere y debe contribuir esta MARCHA.

Iniciativa Ciudadana «Ponte en marcha contra el paro y la exclusión social»

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