Ante el acentuamiento de las políticas represivas del PP y de los diversos aparatos del Estado español y las posteriores ilegalizaciones de organizaciones vinculadas a la izquierda abertzale, desde la revista Ekintza Zuzena queremos recoger nuestras propias reflexiones y valoraciones sobre el actual proceso histórico que vive Euskal Herria. Pensamos que en esta dura coyuntura social y política es fundamental realizar un análisis colectivo y posicionarnos desde una lógica de pensamiento y actuación antiautoritaria. Nuestro empeño no va a ser repetir la queja amarga acerca de la maldad intrínseca del Poder, el Estado y sus representaciones, sino mirar a nuestro lado y observar con honestidad y realismo las consecuencias que esta situación está provocando en nuestros ámbitos de lucha.
El llamado conflicto vasco está viviendo en los últimos tiempos una serie de acontecimientos que han agudizado aún más un ambiente social y político ya de por sí asfixiante, que hay que afrontar con un escaso margen de maniobra, después de que los aparatos del Estado hayan perdido cualquier vergüenza en golpear al enemigo separatista y eventualmente, a cualquier expresión radical que resulte molesta. Después de la tormenta represiva de cierres de sedes y locales, ilegalizaciones, detenciones, autos judiciales disparatados, manifestaciones prohibidas, etc. se ha llegado a una situación ante la que no se puede mirar a otro lado y nos obliga a pararnos a pensar y preguntarnos, ¿y ahora qué?.
Sabemos que los golpes van a seguir cayendo desde todos los lados y debemos resituarnos en este contexto de guerra total que se nos viene encima. Por un lado, se evidencia a medida que transcurre el tiempo, una parálisis y un anquilosamiento muy preocupantes dentro de nuestro espacio de afinidad y por extensión, en una izquierda social cada vez más fragmentada y desorientada. A pesar de que la democracia española ya se ha quitado todas las caretas, tenemos que seguir escuchando un discurso absolutamente garantista que hace referencia a la consecución de derechos y libertades siguiendo las reglas de juego democráticas. Conceptos surgidos de la jerga de los medios de información tales como ciudadanía, sociedad civil, opinión pública, etc., cuyo verdadero significado aún seguimos sin entender, son utilizados a todas horas por quienes pretenden buscarse un pequeño hueco dentro del espectáculo mediático-político del problema vasco. Hay sectores concretos que han preferido mantenerse en un proceso de institucionalización y normalización que apuesta por seguir utilizando las viejas formas de hacer política y ejercer una oposición legitimada a través de estructuras jerárquicas como partidos, sindicatos, oenegés o lobis de opinión. Todo aquel mensaje que se salga de estas lógicas impuestas socialmente se tacha de “marciano” y alejado de la realidad, pero pensamos, de todas maneras, que estamos en unos momentos de gran potencialidad para desmontar la mentira democrática y buscar la deslegitimación del Estado y todas sus instituciones.
Por otro lado, los llamados movimientos sociales están siguiendo seguidismo respecto a las respuestas que está dando la izquierda abertzale y con las típicas inercias movilizadoras de fidelidad en clave antirrepresiva. Hay una atrofia ideológica clarísima, ya que desde los diferentes colectivos no se está aportando un discurso propio y los intentos que se han realizado para superar esta situación, creando unas pautas autónomas de funcionamiento, han fracasado inmediatamente por su propia debilidad inicial. Los síntomas de perplejidad y frustración se observan a nuestro alrededor. Hay un desgaste y un queme importantes acumulados en los últimos años. Las sensaciones que se perciben no son muy positivas, ya que se está generando un sentimiento de resignación ante lo que nos está cayendo encima porque la correlación de fuerzas no es favorable a nuestros deseos de transformación. De algún modo, se está perdiendo el sentido vital de la resistencia, y los valores colectivos forjados en batallas pasadas están olvidándose en beneficio de la alienación y el individualismo que genera la esquizofrenia del día a día. Las luchas de los 90 ya han dado todo lo que podían dar de sí y los diferentes grupos y colectivos se han ido acomodando en sus propios chiringuitos y se han dejado de cuestionar sus propias dinámicas para tirar hacia delante sin demasiadas perspectivas. Las nuevas generaciones de militantes siguen repitiendo viejos errores, porque no ha existido una verdadera comunicación y transmisión de experiencias e información, y por ello los guetos activistas se mantienen cerrados en su propia lógica, sin demasiada preocupación por generar nuevos modelos críticos y transformadores. En este punto, habrá que reconocer la incapacidad y el fracaso de no haber ido construyendo una comunidad de lucha en la que la discusión y la actividad política cotidiana desarrollen otra línea de acción, al margen de los niveles de alta política que predominan en la actuación de la izquierda abertzale y contra todos aquellos intereses de la vieja extrema izquierda, que se va reconvirtiendo a sí misma en función de las modas ideológicas (inmigración, antiglobalización, exclusión social…)
En lo que se refiere a la respuesta social, a pesar de la gravedad de las medidas represivas, ésta no ha dejado de estar bastante limitada a los sectores que siempre se movilizan. La cuestión es que se observa una desconexión patente entre el tejido social y político que está organizado y una población precarizada que tiene otro tipo de preocupaciones y necesidades cotidianas. La gente de la calle ha interiorizado una posición de cierta comodidad en el primer mundo, con la posesión de bienes materiales y la posibilidad de acceder al ocio y al consumo masivo dentro de una sociedad cada vez más ordenada y estructurada. Sin embargo, hay que tener muy presente que se sigue viviendo de las rentas, tanto políticas como económicas, de generaciones anteriores; y de las ilusiones de la propaganda mediática, por lo que la crisis todavía se puede ocultar con el colchón social de la familia. De momento, se mantiene la protección de “Papá Estado” que proveerá mientras pueda. Pero el problema aparecerá cuando esta estructura asistencial sea más débil o inexistente y no tengamos ninguna mano a la que agarrarnos, porque no hayamos sido capaces de generar ejemplos sociales alternativos de apoyo mutuo y solidaridad social al margen del Estado. En este sentido, hay que tener en cuenta que el mensaje político actual de la izquierda independentista y de sectores cercanos es únicamente en clave nacional y con un tono populista. Es decir, solamente escuchamos conceptos como soberanismo y construcción nacional y ya casi ni se mencionan las situaciones de precariedad, paro, exclusión social, feminización de la pobreza, vivienda inaccesible, etc.; dándoles un carácter secundario, a pesar de que nos afectan a una parte importante de la población. Con el paso de los años, este antiguo lenguaje revolucionario se ha ido rebajando en su contenido con un claro sentido oportunista, para adaptarlo convenientemente a los cambios sociológicos que se han producido en la sociedad vasca. Al final parece ser que lo único que importa es construir un nuevo Estado y hacerse un hueco en la Europa del capital, adaptándonos lo mejor posible a los marcos establecidos. La aceptación muy extendida de que poner una etiqueta vasca a cualquier mercancía del mercado le otorga un valor de identidad, refleja que se está desarrollando un modelo social y cultural capitalista alejado de cualquier intención emancipadora. En este contexto, que no nos extraña que este pobre discurso se haya visto superado a la izquierda por parte del propio Gobierno vasco que, con la presencia de varios consejeros, funcionarios y asesores izquierdistas en las carteras de asuntos sociales, está desarrollando políticas asistencialistas relacionadas con la “renta básica” y otras medidas de cobertura social. Lo cierto es que la “construcción nacional” ya la está realizando el propio PNV con la creación paulatina de un entramado institucional basado en la ampliación del autogobierno y las competencias, el apoyo incondicional al empresariado y un fuerte presupuesto para la red de infraestructuras desarrollistas tales como el tren de alta velocidad, autopistas, pantanos, puertos deportivos, etc. La aceptación general de un nuevo marco político para este país se irá concretando a medida que estos proyectos se vayan afianzando y se hagan políticas pragmáticas que vayan calando en los sectores menos convencidos con este proceso de soberanía nacional.
Ante este panorama, desde el espacio autónomo-libertario y desde otros grupos y colectivos con los que existe afinidad, tenemos la necesidad acuciante de proponer nuevos lenguajes y maneras de actuar ante el futuro más cercano. Seguimos siendo un país muy popular pero cada vez menos alternativo, y habrá que plantear nuevos referentes éticos y políticos basados en el fortalecimiento de los espacios asamblearios y antiautoritarios. A partir de ahora, será imprescindible potenciar y reforzar con contenidos reales lo ya existente y desenmascarar todas las falsedades que se esconden detrás de las etiquetas alternativas e izquierdistas. Conociendo nuestras limitaciones y actuando sin complejos podemos crear nuevos discursos y acciones alejados del pobre lenguaje izquierdista y socialdemócrata y de las grandes estructuras centradas en imponer sus propias dinámicas. Ahora mismo las luchas están debilitadas y fragmentadas, sin que haya una base mínima de comunicación y trasvase de debates. Si al menos queremos empezar por construir una nueva comunidad, habrá que lanzar propuestas en este sentido (afrontar la represión a través de cajas de resistencia, experiencias al margen de la lógica del mercado, crear tejido social de apoyo mutuo, incidir en la acción directa, regenerar el sentido de la militancia…) Los ejemplos que nos llegan desde los países más desfavorecidos en este mundo capitalista globalizado nos indican que en los peores contextos de crisis y desesperanza colectiva hay gentes capaces de autoorganizarse y construir redes comunitarias solidarias y fuertes. Este conflicto va tan deprisa que no sabemos cuáles serán las siguientes sorpresas. Seguramente no resultarán muy agradables ni tampoco nos van a beneficiar, por lo que nuestras cabezas tendrán que estar más despejadas que nunca para afrontar con sentido y coherencia todo lo que ocurra. Tenemos que ver si queremos ser protagonistas de nuestra existencia y cómo vamos a participar en la vida cotidiana de nuestro entorno, porque se van a dar cambios importantes y todo se está reorganizando sin apenas oposición y sin que nuestras voces y nuestros deseos tengan repercusión. Por ello, desde tierras vascas, nos mantenemos en el empeño por extender la rebeldía y la desobediencia contra el Poder y el viejo mundo.
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