EL PARTO ES UNA CUESTION DE PODER

¿Por qué le estorba al Poder la sexualidad femenina? ¿Por qué necesita que el parto y el nacimiento sean dolorosos, y cómo consiguieron que fuera así?

La respuesta es: por la cualidad específica de la líbido materna y su función en la vida humana autorregulada, tanto en el desarrollo individual de cada criatura humana, como en las relaciones sociales, en la formación social.

Las producciones libidinales se producen en general para la autorregulación de la vida y para su conservación. La sensación de bienestar que producen sus derramamientos y acoplamientos es la guía -como antiguamente lo era la estrella polar para los navegantes- de que todo está funcionando armoniosamente, que todo va bien. La líbido femenino-materna se sitúa precisamente en el principio, para acompañar la aparición de cada ser humano, y es imprescindible para que el desarrollo de cada criatura sea conforme a su condición y al continuum humano; para producir el bienestar y la autorregulación de la vida.

en todos los mamíferos hay una impronta o atracción mutua entre la madre y el cachorro, pero en la especie humana, que somos una especie neoténica [[Los humanos somos una especie neoténica, que nacemos antes de tiempo. Si nos fijamos en otros mamíferos nada más nacer se levantan sobre cuatro patas y pueden andar. Pero al adquirir la posición erecta -ese cambio que cambió tantas cosas-, el canal del nacimiento de la hembra humana se hizo más estrecho; para nacer tenemos un giro espiral cabeza abajo, para poder pasar por el estrecho hueco que dejan los huesos pélvicos. Pero también tenemos que nacer con los huesos sin calcificar, en estado cartilaginoso, tan blandos que tardaremos un año en poder andar; y sin dientes, por lo que tendremos que alimentarnos durante bastante tiempo únicamente de la leche materna; con el sistema inmunológico sin capacidad autónoma de responder al medio exterior, por lo que necesitaremos de inmunoglobinas de la madre; etc. Es decir, necesitarmeos el cuerpo materno hasta terminar esta formación extra-uterina.]] con un prolongado período de exterogestación y no sólo de crianza, esta impronta se produce con una enorme producción libidinal para sustentar todo ese período de interdependencia. Como dice Balint [[Balint, M. “La Falta Básica”, Paidos, Barcelona, 1993 (1ª publicación: Londres y Nueva York 1979).]] se trata de un estado de simbiosis (y no una serie de acoplamientos puntuales) entre madre-criatura que necesariamente implica la mayor carga libidinal de todas nuestras vidas.

Esta especialmente fuerte carga libidinal, para contrarrestar el fenómeno neoténico y asegurar la supervivencia, explica el que las mujeres fueran las primeras artesanas y agricultoras, y el origen de la civilización humana, según informa ya la antropología académica [[Pepe Rodríguez, “Dios nació mujer”, Ediciones B., S.A., Barcelona, 1999. Ver por ejemplo también la obra del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould.]].

Porque la cualidad específica de la líbido materna es el devenir pasión irrefrenable por cuidar de la pequeña criatura (que es, por otro lado, quien la ha inducido); pasión por alimentarla, protegerla de la intemperie, del frío y de las sequías, para darle bienestar; esta pasión desarrolló la imaginación y la creatividad de las mujeres para recolectar, hilar, tejer, hacer abrigos, conservar y condimentar alimentos, hacer cacharros con barro, etc, etc. El cuidado de la criatura se convierte en la prioridad absoluta de la madre y a su lado, el interés por las demás cosas se desvanece. Es la condición misma, la cualidad de deseo y de la emoción materna, que para ese cuidado de la vida mana de los cuerpos maternos. Cualquier invento de amor espiritual no es sino una mala copia, un pálido reflejo de la intensidad, de la pasión y de la identificación absoluta del cuerpo a cuerpo madre-criatura. Y esta cualidad específica de la líbido materna no es una casualidad ni una arbitrariedad. El cuerpo materno durante la exterogestación es nuestro nexo de unión con el resto del mundo durante la etapa primal, porque desde ese estado de simbiosis se pueden reconocer nuestros deseos y necesidades; a la vez que ese estado potencia las facultades y energías necesarias para satisfacerlas.

Ahora bien, nuestra sociedad actual no tiene nada que ver con la vida humana autorregulada; desde hace 5.000 años vivimos en una sociedad que no está constituida para realizar el bienestar de sus componentes, sino para realizar el Poder. Y por eso al poder le estorba la sexualidad de la mujer, los cuerpos de mujeres que secretan líbido maternal.

Porque una sociedad con cuerpos femeninos productores de líbido materna es incompatible con todo el proceso cotidiano de represión que implica la educación de niños y niñas en esta sociedad. La socialización patriarcal exige que la criatura se críe en un estado de necesidad y de miedo; que haya conocido el hambre, el dolor, y sobre todo el miedo a la muerte, durante el parto por asfixia y luego por abandono, miedo este último que psicosomáticamente siente cualquier cachorro de mamífero cuando se rompe la simbiosis. Por eso la sociedad patriarcal se ha ocupado a lo largo de estos milenios de romper la simbiosis madre-criatura (Michael Odent) [[Odent, M. “El bebé es un mamífero”, Mandala, Madrid, 1990.]] para que nada más nacer la criatura se encuentre en medio de un desierto afectivo, de la asepsia libidinal y de las carencias físicas que acompañan a la ruptura de la simbiosis, para las que su cuerpo no estaba preparado. Desde este estado, que es el opuesto al de la simbiosis , se organiza la supervivencia a cambio de su sumisión a las normativas previstas por la sociedad adulta, a cambio de ser “un/@ niñ@ buen@”, es decir, que no llora aunque esté sol@ en la cuna, que come lo que decide la autoridad competente y no lo que la sabiduría de su organismo requiere; que duerme cuando conviene a nuestra autoridad y no cuando viene el sueño; que se traga en fin los deseos para, ante todo, obtener una aceptación de la propia existencia que ha sido cuestionada con la destrucción de la simbiosis; complaciendo a l@s adult@s y a nuestras descabelladas conductas, sometiéndose inocentemente a nuestro Poder fáctico, se acorazan, automatizan y asumen las conductas convenientes a esta sociedad de realización del Poder -llámese dinero etc.- Así comienza la pérdida de sabiduría filogenética de 3.600 millones de años y el acorazamiento psicosomático.
Es decir, que a la espiral de la carencia-miedo a carecer-miedo al abandono-miedo a la muerte, reaccionamos con la espiral del llanto-acorazamiento-sumisión.

El acorazamiento tiene dos aspectos básicos: 1) la resignación ante el propio sufrimiento (condición emocional para la sumisión) y 2) la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno (condición emocional para ejercer el poder). Es decir, que para sobrevivir en este mundo hay que congelar la sensibilidad emocional específica de las relaciones de ayuda mutua en la vida humana autorregulada: pérdida de la inocencia, pérdida de la confianza puesto que no hay reciprocidad: una congelación y un acorazamiento necesarios para luchar, competir e imponerse sobre el de al lado, en la guerra de conquista de posiciones, de escala de peldaños, de expoliación y de acaparación; porque aunque sólo pretendamos sobrevivir, en este mundo para no carecer hay que poseer, y para poseer de algún modo hay que robar y devastar, y para devastar y robar hay que ser capaces de ejercer la violencia contra nuestr@s herman@s.

Para lograr este acorazamiento psicosomático en cada criatura humana individual, hombre o mujer, y el aprendizaje de las conductas y de las estrategias fratricidas y jerárquico-expansivas de realización del Poder -lo que eufemísticamente se llama educación-, se necesitan cuerpos de mujeres que engendren y paran sin desarrollo sexual y libidinal.

La represión de la impronta y la prohibición de mimar y complacer a las criaturas está por ejemplo muy claramente expuesta en diversos textos bíblicos: mima a tu hijo y verás lo que te espera, doblégale cuando aún es tierno, etc., etc.; y la rebelión contra el padre se castiga en la Biblia con la pena de muerte.

Veamos la función de la líbido materna desde la perspectiva de las relaciones sociales:

En 1861 Bachofen [[Bachofen, J. J. “Mitología arcaica y derecho materno”, Anthropos, Barcelona, 1988. (1ª publicación, Stuttgart, 1861).]] escribió un libro en el que explica, basándose directamente en algunos autores de la Grecia antigua, la cualidad y la función social y civilizadora de la líbido maternal en las primeras sociedades humanas; lo que ahora ya la antropología con la nueva aportación de la “revolución arqueológica” está confirmando; Bachofen dijo que la fraternidad, la paz, la armonía y el bienestar de aquellas sociedades del llamado Neolítico en la Vieja Europa, procedían de los cuerpos maternos, de lo maternal, del mundo de las madres. No de una religión de las Diosas ni de una organización política o social matriarcal, sino de los cuerpos maternos [[Subrayamos este aspecto porque en las versiones castellanas de Bachofen , se viene traduciendo “mutterlich” (maternal), “muttertum” (entorno de la madre) y “mutterrcht” (derecho de la madre) por “matriarcado”. Sin embargo cuando Bachofen se quiere referir al “archos” femenino de la transición, utiliza el término de “gynecocratie”.]].

Es decir, que aquella sociedad no provenía de las ideas o del mundo espiritual, sino de la sustancia emocional que fluía de los cuerpos físicos y que organizaba las relaciones humanas en función del bienestar; y de donde salían las energías que vertebraban los esfuerzos por cuidar de la vida humana.
Esta vertebración de las relaciones humanas desde lo maternal, lo explica así la antropóloga Martha Moia [[Moia, M. “El no de las niñas”, laSal edicions de les dones, Barcelona, 1981.]]: “el primer vínculo social estable de la especie humana… fue el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz… El vínculo original diádico madre/criatura se expande al agregarse otras mujeres… para ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida…” unidas por una misma experiencia, formando lo que esta autora llama el “ginecogrupo”. En el ginecogrupo el vínculo más importante era el uterino, el haber compartido el mismo útero y los mismos pechos. Este es el origen del concepto de la fraternidad humana, que se ha sacado de sus raíces físicas y se ha elevado a lo sobrenatural, para corromperlo y prostituirlo. El vínculo uterino entre un hombre y una mujer era algo fundamental para la reproducción de las generaciones en una sociedad con sistema de identidad grupal, horizontal y no jerarquizada, sin concepto de propiedad ni de linaje individual-vertical; es decir, con conciencia de reproducción grupal. Por cierto, que todavía existen aldeas en rincones perdidos del mundo que continúan funcionando de este modo [[Ver artículo de Paka Díaz en “El semanal” del Diario La Verdad de Murcia, del 16-22 de Julio 2000, “Los Musuo, el último matriarcado”.]].

La díada madre-criatura y el despliegue de la líbido materna en los ginecogrupos creaba lo que Moia llama la urdimbre del tejido social, sobre la cual se entrecruzaba la actividad del hombre, la trama. Este encaje de urdimbre y trama daba como resultado ese tejido social de relaciones armónicas, por el que puede transcurrir la líbido autorregulada sin bloqueos ni trabas; un campo social recorrido por el deseo productor de la abundancia y no de la carencia [[Deleuze, G. y Guattari, F. “El anti-edipo, capitalismo y esquizofrenia”, Paidos, Barcelona, 1985.]]. La arqueología ha confirmado las relaciones armónicas entre los sexos y entre las generaciones de aquellas sociedades [[En esto ya no hay discusión, empezando por la misma Gimbutas.]].

Pues no estamos hablando de teorías abstractas: nos referimos a civilizaciones humanas que se han descubierto que existieron desde el 10.000 a.C., geográficamente ubicadas entre el sur de Polonia y el norte de Africa, y desde los Urales hasta la península Ibérica, que se sepa.

En cambio el tipo de sociedad esclavista que consiguieron imponer las oleadas de pastores seminómadas indoeuropeos que empezaron a asolar las antiguas aldeas y ciudades matrifocales, a partir del 4.000 a.C., al principio esporádicamente [[Gimbutas, Mellaart, Eisler, Rodríguez, etc.]], no buscaban el bienestar y la armonía sino la dominación para extraer, acaparar y acumular las producciones de la vida; es decir, crear Poder, a cualquier precio, con toda la violencia necesaria y con los quebrantamientos de la autorregulación de la vida que sus objetivos requisieran, con tal de sedimentar su Poder contra esta vida humana autorregulada. Para esto, para devastar, luchar, conquistar, expoliar y acaparar se requiere un tejido social distinto del que se crea para el bienestar y conservación de la vida, partiendo de lo maternal. Un tejido de guerreros, de jefes de guerreros, de linajes de guerreros, de esclavos, de jefes de esclavos, de líneas de mandos, de mujeres disciplinadas y dispuestas a acorazar y adiestrar criaturas, es decir, de cambiar la maternidad por la construcción de los linajes verticales y organizar la crianza de esos futuros guerreros dispuestos a matar y esclavos dispuestos a dedicar sus vidas a trabajar para los amos; mujeres enseñadas para enseñar a sus hijos a negar sus deseos, a paralizar sus úteros y a hacer lo mismo que ellas.

Es decir, una sociedad con madres patriarcales, que no son verdaderas madres sino un sucedáneo de madres, que no crían a su prole para el bienestar y para su integración en un tejido social de relaciones armónicas que ya no existen, sino para el de la guerra y la esclavitud [[Sobre el matricidio, ver particularmente la obra de Victoria Sau: “La maternidad: una impostura”, Revista Duoda, Nº 6, Barcelona, 1994; “El vacío de la maternidad”, Icaria, Barcelona, 1995, entre otr@s.]]. Como dice Amparo Moreno, sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas “lo que no se debe ser” desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y la canalice hacia “lo que debe ser”, no podría operar la ley del Padre que simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa “lo que debe ser” [[Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín Nº 4, Madrid, diciembre 1989.]].

Entonces tenemos que la destrucción de lo maternal no sólo destruye algo básico en el desarrollo físico y psíquico de cada criatura sino también y correlativamente, lo básico de nuestra condición social y de nuestra sociedad.
A lo largo de 3.000 años tuvieron lugar guerras de devastación de las pacíficas ciudades y aldeas matrifocales, durante las que se exterminaron generaciones enteras de hombres que las protegieron con sus vidas; guerras durante las cuales se esclavizaron generaciones de mujeres que vivían plenamente su sexualidad y parían con placer; generaciones con las que “desapareció la paz sobre la tierra”, según la expresión de Bachofen porque con ellas desapareció el tejido social, el espacio y el tiempo en el que la maternidad es posible.

Según Gerda Lerner [[Lerner, G. “La creación del patriarcado”, Crítica, Barcelona, 1990.]], l@s niñ@s fueron la primera mano de obra esclavizada, por la facilidad de manejarlos y de explotarlos. A las mujeres de las aldeas conquistadas se las mantenía vivas para la producción de mano de obra, montándolas y preñándolas como al ganado. Y así empezó la maternidad sin deseo, por la fuerza bruta.

La consolidación y generalización del patriarcado fue un proceso discontinuo y largo, que fueron no décadas, ni siglos, sino varios milenios. Tras las guerras venían las treguas, las fronteras, el rearme, la vida bajo la amenaza y la presión del enemigo, es decir, los períodos de guerra “fría”, durante los que se crean las formas de sumisión voluntaria de la mujer, producto de diferentes pactos, basadas en las incentivaciones sociales y en el chantaje emocional, pero también en la búsqueda de situaciones que fueran el menor mal posible para ellas y para las criaturas.
Además la agresividad del guerrero o la docilidad del esclavo o de la esclava reside, desde luego, en que lo sea desde su más tierna infancia; pero también depende del arte de combinar el látigo y el hambre con incentivaciones, mitos engañosos y chantajes emocionales, de los que tenemos abundantes pruebas, no sólo arqueológicas, sino escritas, como el famoso Código de Hammurabi [[El código de hammurabi son 282 leyes (con un prólogo y un epílogo) grabadas sobre un falo de basalto de 2,01 m., que se encuentra en el Museo del Louvre; estas leyes regulan ya un sistema de propiedad y de adopción pormenorizado. Edición de Federico Lara Peinado en Tecnos, Madrid, 1986.]], rey de Mesopotamia en el 1.800 a.C., en un estadio ya avanzado de la transición.
En los orígenes del patriarcado la paternidad era adoptiva, esto es, los primeros patriarcas adoptaban [[Sobre el origen adoptivo de la paternidad, véase por ejemplo el estudio de Assann en el Antiguo Egipto: en Tellenbach, H. Et al. “L’image du père dans le mythe el l’historie”. PUF, Paris, 1983.]] a sus seguidores o filios entre los niños mejor educados y preparados para las guerras y el gobierno de los incipientes Estados, y las mujeres adquirían un rango en función del que adquirían sus hijos e hijas (esposas, concubinas, esclavas), de manera que incluso su supervivencia y la de sus criaturas dependían a menudo de su firmeza en el adiestramiento de éstas. Esto es un ejemplo de un tipo de incentivación que va conformando la madre patriarcal; la mujer que subordina el bienestar inmediato de sus hij@s a su preparación para el futuro éxito social, en una sociedad jerarquizada y competitiva; y además que tiene su cuerpo disciplinado para limitar su líbido sexual a la complacencia falocrática.
Según se va desapareciendo la sexualidad específica de la mujer y se va consolidando la maternidad sin deseo y la madre patriarcal, se van institucionalizando formas de matrimonio porque ya se puede predecir a priori que una muchacha será, como se suele decir “una buena madre y una buena esposa” y que criará a su prole de forma adecuada. En realidad, el matrimonio y la paternidad tal cual la conocemos hoy data del Imperio Romano.

Entre los engaños míticos está la satanización de la sexualidad de la mujer. Como dice la Biblia: la maldad es por definición lo que mana del cuerpo de la mujer. “De los vestidos sale la polilla y del cuerpo de la mujer la maldad feminil”, dice la Biblia; y también que “ninguna maldad es comparable a la maldad de la mujer”. La mujer tiene que sentir vergüenza de su cuerpo incluso ante su marido, que debe cubrirse de velos, considerarse impura. Esto es una percepción efectivamente paralizante de los cuerpos. La mujer seductora y seducible, voluptuosa, sólo puede ser una puta y una zorra, absolutamente incompatible con una buena madre, cuyo paradigma es una virgen que engendra sin conocer varón y que tolera resignadamente la tortura y la muerte de su hijo en sacrificio al Padre.

Con las generaciones se va perdiendo la memoria sobre la otra manera de vivir y de parir, la otra percepción del cuerpo de la mujer, cuyo rastro, retrospectivamente, podemos encontrarlo en tres lugares: en el Hades (a donde enviaron lo que no debe ser y debe permanecer oculto), en el infierno (a donde va todo lo que es maligno), y también en lo más hondo de nuestro ser psicosomático.

La milenaria represión sexual de la mujer, acompañada de toda clase de torturas físicas y psíquicas, es algo relativamente bien conocido. Pero quizá no es igualmente sabido que esa represión ha tenido por objeto impedir que irrumpa nuestra sexualidad. Porque para que una mujer se preste voluntariamente a hacer de madre patriarcal hay que eliminar la líbido materna, para lo cual hay que impedir el desarrollo de su sexualidad desde su infancia.

Así se consuma el matricidio histórico, somatizándose en el cuerpo de cada mujer generación tras generación. Como dice Amparo Moreno, cada vez que parimos, afirmamos la vida que no debe ser, bloqueamos la capacidad erótico-vital de la criatura, para a continuación adiestrarla de acuerdo con el orden establecido [[Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín Nº 4, Madrid, diciembre 1989]].

Esta es una maldición de Yavé: paralizar los úteros para paralizar la producción libidinal de la mujer y cambiar el tejido social de la realización del bienestar por el tejido social de la dominación y de la jerarquía.

Tras la devastación de la sexualidad y la paralización del útero se construye “el amor materno” espiritual, destinado ante todo a neutralizar y reconducir las pulsiones y los deseos que puedan impedir la represión y el adiestramiento de las criaturas; y junto a ese “amor”, se construye la imagen de la madre abnegada y sacrificada, dedicada a la guerra doméstica de vencer la resistencia de las criaturas a formar parte de este tejido social.

La “cualidad” del “amor” espiritual es la de neutralizar la compasión y el con-sentimiento que puedan irrumpir y agrietar las corazas, y que puedan llegar a hacer imposible la represión y el sacrificio de l@s hij@s al Padre, al Espíritu Santo, al Capital, al Estado, al sistema de enseñanza obligatorio, etc., etc.

porque, en cambio, el amor que nos sale de las vísceras, a diferencia del que dicen que sale del alma escondida tras los cuerpos acorazados, sólo sabe complacer y aplacer a l@s hij@s y es incompatible con el sufrimiento y con la angustia que presiden su socialización.

Casilda Rodrigáñez
(Extracto de la ponencia titulada “Tender la Urdimbre. El parto es una cuestión de poder”)

NOTA: Para más información ver el texto “La sexualidad de la mujer”, de Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro, publicado en E. Z. nº 25.

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