“Decís que habéis hecho una revolución… pero, ¿por dónde ha pasado si en lugar alguno vimos sus huellas? Un incendio deja tras de él cenizas; entonces, las cenizas del antiguo régimen ¿dónde están?”
Claude Tillier, “No, no hubo revolución en Julio”, 1844
A pesar de que las trazas dejadas por la manifestación del 16 de marzo son por ahora invisibles, no vamos a negar que la manifestación en sí haya sido un éxito. En efecto, centenares de miles de manifestantes hicieron caso omiso del montaje policial intimidatorio y expresaron pacíficamente su rechazo a la “Europa del capital”. El hecho de que el Orden no dejase de reinar en Barcelona, antes, durante y después del evento, ha disminuido el triunfo pero en absoluto lo ha anulado. Algún aguafiestas aducirá que el derecho a manifestarse se había comprado con la promesa de no acercarse a la zona vallada donde se reunían los jefes de Estado, pero l@s “anticapitalistas” no pretendían provocar hechos revolucionarios, sino más bien pronunciarse rotundamente contra la cumbre y “demostrar que hay dos mundos en Barcelona, el de la gente y el de los gobiernos protegidos de forma militar”. Eso lo han conseguido.
Ahora bien, que el mundo “de la gente” haya inquietado lo más mínimo al otro, está por ver. Veámoslo.
Las premisas de la anticumbre de Barcelona venían dadas por los pasados sucesos de Génova y la celebración del Foro Social Mundial en Porto Alegre. Aunque much@s “anticapitalistas” no quisieron enterarse, las distintas reacciones ante la “tolerancia cero” del gobierno Berlusconi acarrearon una imparable escisión en el “movimiento” antiglobalización. Su socorrida pluralidad ya no podía disimular la separación entre buen@s ciudadan@s, pacífic@s y dialogantes, respetuos@s con el Capital y el Estado, y mal@s ciudadan@s, violent@s y antisociales, que cuestionaban globalmente el sistema. Los líderes de l@s primer@s -l@s otr@s no tenían- arremetieron contra l@s segund@s, por un lado acusándol@s de policías y por otro, lamentando que la propia policía no hubiese dado cuenta selectiva de ell@s (en Barcelona se escucharán voces semejantes). El sector ciudadanista del Genoa Social Forum, que agrupaba, liderados ideológicamente por Attac, a partidos estilo Rifundazione Comunista, ONGs y grupos neoleninistas como los Tute Bianche, enseñó su verdadero rostro incitando a la delación y señalando a la policía los rebeldes. No se trataba pues de la parte “reformista” del movimiento antiglobalizador sino de una cuña de la dominación dentro del mismo. Sus propios programas, nacidos de la crisis que las políticas neoliberales habían provocado en los Estados de la Unión Europea, se concretaban en adhesión al régimen dominante. La regularización estatista de los excesos del capitalismo se transmutaba en apología de la economía de mercado y de las instituciones. El deseo de una mayor atención a los temas sociales por parte de los gobernantes, el anhelo de una reforma del capitalismo, se convertía en una defensa cerrada de la propiedad privada y del Estado. El infame Luca Casarini ya dijo en su momento que “El Estado ya no es el enemigo a derribar, sino el homólogo con el que tenemos que discutir” (Il Gazzetino, 23-IV-98). René Passet, presidente del consejo científico de Attac, nos obsequiaba con otra revelación: “Llegamos incluso -¿quién lo hubiera creído?- hasta reconocerle al mercado algunas virtudes cardinales: al liberar las energias individuales, confiere al sistema un dinamismo y una creatividad que nadie ha podido hacer en su lugar; al multiplicar los centros de decisión, le dota de una flexibilidad y de una capacidad de adaptación tal que permite oponer al obstáculo mil diferentes respuestas, rodearlo, digerirlo y salir del paso regenerado (…) Por lo tanto, no podemos privarnos impunemente de las virtudes de la libre iniciativa individual” (“Éloge du mondialisme”, Fayard, 2001). El capitalismo era pues -¿quién lo hubiera creído?- un semillero de federalismo y autonomía, un manantial de la eterna juventud. El complemento político de tan pasmosa innovación sociológica era la democracia europeista, superación de las contradicciones de una federación de Estados-nación. Para el MRG “el debat constitucional europeu ha de ser un terreny prioritari d’intervenció de l’esquerra alternativa (…) La democràcia ha de ser una exigència radical que escampi la sobirania popular a tots els nivells de les institucions polítiques comunitàries i estatals. Davant del fantasma d’una carta atorgada per les oligarquies europees, ha de defensar el dret dels europeus a constituir-se com a ciutadans en un autèntic procés constituent on hi hagi decisions dels parlaments estatals però també la convocatòria d’una Assemblea Constituent Europea” (“El futur polític de la Unió Europea i l’Esquerra alternativa”, Emergències, num. 1, noviembre de 2001)[[Para el MRG “el debate constitucional europeo ha de ser un terreno prioritario de intervención de la izquierda alternativa (…) La democracia tiene que ser una exigencia radical que extienda la soberanía popular a todos los niveles de las instituciones políticas comunitarias y estatales. Frente al fantasma de una carta otorgada por las oligarquías europeas, tiene que defender el derecho de los europeos a constituirse como ciudadanos en un auténtico proceso constituyente en el que haya decisiones de los parlamentos estatales, pero también la convocatoria de una Asamblea Constituyente Europea” (“El futuro político de la Unión Europea y la Izquierda alternativa”).]]. Pero ¿Qué sentido tienen hoy conceptos como “soberanía popular” o “democracia” si su aplicación depende de los parlamentos y de los Estados, los foros políticos de la oligarquía financiera? Usan el calificativo de “democrático” como alternativa a “revolucionario”. Recordando a Engels, que decía que la democracia era la tabla de salvación de todos los reaccionarios, diremos que la “democracia” es la figura retórica de tod@s cuant@s desean prosperar dentro de las instituciones. Quien usa tal lenguaje es un provocador y un agente del orden capitalista.
Después de lo de Génova, la iniciativa correspondió al buen ciudadanismo, que, superando la crisis que el alarde represor de sus dirigentes causó en sus crédulas bases, convocó el Foro Social Mundial en la ciudad de Porto Alegre. El 11 de Septiembre había revitalizado la idea del Estado como gestor de la globalización, por lo que el ciudadanismo aprovechó la ocasión para demostrar que el capitalismo podía tener rostro humano, aireando la administración del PST de la municipalidad de Porto Alegre y del Estado de Rio Grande do Sul. Una vía suave “hacia el progreso y la solidaridad” era factible, o sea, que podía darse en condiciones como las brasileñas la combinación entre capitalismo nacional, administración socialdemócrata e intereses transnacionales. Con tal de que los servicios públicos se mantuviesen era “posible un mundo diferente”, es decir, un capitalismo “diferente”. El programa no era nuevo. Para países en vías de ser devorados por la globalización el ciudadanismo postulaba el desarrollo de una burguesía nacional íntimamente asociada a la burocracia estatal, que debía reclamar un espacio en las instancias mundiales al lado de la elite globalizadora. Poco importa que el imperio globalizante fuese incubado por décadas de proteccionismo estatal, a la sombra del cual la automatización destrozó el mercado del trabajo y posibilitó los enormes beneficios de las finanzas. La crítica se centraba en el neoliberalismo, no en sus padres putativos. El ciudadanismo no hurga en el pasado neoliberal de l@s polític@s y nunca cuestiona las relaciones sociales dominantes, ni las instituciones políticas, ni el aparato represivo, ni siquiera la propia globalización; simplemente opone “una globalización alternativa” basada “en la cooperación y la solidaridad” a una “globalización financiera liberal”. Dicho de manera más exacta, propone “gobernar la globalización” desde dentro, en lugar de combatirla desde fuera. Samir Nair, eurodiputado, pidió muestras del mismo “realismo” al movimiento contracumbres a la hora de criticar la globalización: “no se volverá atrás en lo que concierne al desarrollo del comercio mundial. Esto significa que la globalización no debe ser satanizada. Hoy sirve al poderío brutal y a la riqueza arrogante, pero también puede convertirse en un instrumento al servicio del bien público, del interés general” (“Después de Porto Alegre”, El País, 12-II-2002).
El desembarco de la jetset socialdemócrata y neoestalinista en Porto Alegre reveló finalmente el objetivo oculto del FSM, que no era otro que el relanzamiento de la desacreditada “izquierda” política, principal responsable de la desarticulación del movimiento obrero y de las prácticas desregularizadoras. La patética Leire Pajín, de la Comisión Ejecutiva del PSOE, notaba que se hacía imprescindible fomentar “la pasión cívica por participar en la vida pública”. Lo de menos era el asociacionismo ciudadano sino el que éste buscase aliad@s entre l@s socialdemócratas. A cambio “la izquierda debe conseguir que los ciudadanos se sientan representados en cada decisión que se toma en democracia, para que no crean que su opinión sólo importa en elecciones” (“Porto Alegre, otro mundo es posible”, El País, 15-II-2002). Personajes como Kofi Annan, Saramago, Eric Toussaint o Garzón otorgaban al foro ciudadanista un aire oficial e integrado que le consagraba como interlocutor cívico del orden mundial impuesto tras el 11 de septiembre. En tales circunstancias no resultaba extraño que el pobre Bové fuera señalado como extremista. La estrategia de la nueva alianza entre ciudadanistas, oeneger@s, partidos políticos y sindicatos forjada en Porto Alegre, aspirará a recuperar el movimiento antiglobalización, transformándolo en una cantera electoral y creando ex nihilo una jerarquía de dirigentes, disimulad@s como “portavoces” o “representantes”. ¿Cómo si no se ha forjado la fama postiza de un Agnoletto, de un Bello, de un Aguiton y de tantos otros arribistas?
El organismo diseñado para la tarea recuperadora fue el llamado Foro Social de Barcelona, que en noviembre de 2001 creó Attac junto con la chusma estalinista y socialdemócrata, y al que se sumaron l@s catalanistas, l@s verdes, los sindicatos y las ONGs. El manifiesto del FSB reflejaba la moderación extrema de todas las partes y no mencionaba ni una sola vez la palabra capitalismo. De hecho denunciaba solamente “el actual modelo de globalización neoliberal” y quienes lo suscribían se comprometían “a trabajar por un nuevo modelo solidario y democrático, con reglas y derechos”, lo cual servía de poco para enardecer a las multitudes. La presentación pública del FSB corría el peligro de ser un fiasco, por lo que sus promotores decidieron “confluir” en la manifestación del 16 organizada por la Campaña contra la Europa del Capital, no sin tratar de hacer desaparecer lo de “contra el Capital” y de intentar arrancar una declaración de condena de las “formas de protesta violentas”. Todo ello en vano. Asistió tanta gente a la manifestación que el cortejo foral no pudo salir ni sus líderes hacerse la foto de rigor, cosa preocupante pues indicaba que la clase media catalana, su base social, se pasaba de momento al “anticapitalismo” simbólico y les dejaba compuest@s y sin desfile.
La Plataforma Contra la Europa del Capital fue la principal organizadora de la contracumbre de Barcelona y a ella hay que atribuir sus méritos y sus fallos. A pesar de que los colectivos “anticapitalistas” tenían un peso notorio en la Plataforma los contenidos de su manifiesto no se alejaban demasiado de los del manifiesto del Foro. En ningún momento se pronunciaban contra el capitalismo, ni pedían su abolición, sino solamente su control; las clases desaparecían frente al “conjunto de la ciudadanía” y la lucha de clases se evaporaba ante una lucha contra “las políticas neoliberales”. Ni siquiera discrepaban en el europeismo de circunstancias: “queremos construir OTRA EUROPA para que otro mundo sea POSIBLE: Una Europa donde sea la ciudadanía y no el mercado quien controle la economía, con reparto de la riqueza y del trabajo, mediante políticas económicas que tengan como fin satisfacer las necesidades sociales de las personas y la protección de su patrimonio ambiental y cultural. Una Europa que anteponga la libertad y la igualdad de las personas, y su extensión a toda la población mundial, a cualquier otro objetivo. Una Europa en que la democracia participativa sea una realidad, que permita el desarrollo de los derechos culturales, lingüísticos y políticos de las personas y de los pueblos, incluido el de autodeterminación.” (“Manifiesto de la campaña contra la Europa del Capital- Cataluña 2002”). En fín, una declaración de buenas intenciones con concesiones al nacionalismo, lo suficientemente ambiguas como para contentar a todas las ONGs del mundo y perfectamente compatibles con cualquier constitución estatal, lo que explica que no figurase ni en éste ni en ningún otro manifiesto de la Plataforma una sola palabra en contra del Estado. Para que no faltara de nada, también salía con la cantinela de la “otra globalización”, en vista de lo cual, cómo podía chocar que un funcionario del Banco Mundial dijese al día siguiente de la manifestación que “el movimiento antiglobalización y el banco comparten el mismo objetivo” y que “sólo hay algunas discrepancias en el método” (El País, 19-III-2002).
La misma “pluralidad” o quizás la existencia todavía disimulada de un divorcio entre “portavoces” y bases, responsables de que las metas “contra el Capital” pareciesen las de cualquier partido burgués, condujeron a la táctica pacifista de las jornadas anticumbre, táctica a la que llamaremos “de juego floral”. El primer paso consistía en pactar con la Delegación del Gobierno y la Policía los lugares, los recorridos y los horarios. Tenían que ofrecer garantías de que sus intenciones eran pacíficas y sensatas: “Hemos decidido romper la confrontación… No queremos impedir la reunión de jefes de Estado, lo que queremos es protestar contra esa reunión y hacerles recapacitar para que cambien sus políticas” (la oenegera Gabriela Serra en El Mundo, 14-II-2002). Para ello l@s “anticapitalistas” estaban dispuest@s a colaborar con la obra de los maderos mediante un servicio de orden que contuviese a l@s “incontrolad@s”. La “manicacerolada” y el “reclamar las calles” del día 9 tuvo el éxito que puede esperarse de la transposición mecánica de tácticas empleadas por otra gente en otros países en contextos muy especiales, totalmente diferentes a lo que se daba en Barcelona. La “jornada de acción descentralizada” del 15 corrió igual suerte. Se quería hacer de Barcelona “una telaraña de resistencias” “ignorando la militarización de la Diagonal” y de este modo “visibilizando las resistencias barriales y sectoriales”. Resultaba que avanzar por la Diagonal hacia la zona vallada atraería a la policía y así se “invisibilizaría” la reivindicación en “el espacio mediático”. había que “redimensionar la cita mediática”, pues “la clave de esta jornada es que las luchas sectoriales y barriales aprovechen esta jornada de foco mediático para dar a conocer nuestras luchas invisibles” (“Marzo en las calles”). Lo que traducido del lenguaje paduano significaba que se perseguía una imagen socialmente comprometida para que los medios de comunicación la transmitiesen a la población. La función de los medios es justo la contraria. Hacer ese tipo de afirmaciones era ingenuo o cómplice ¿dónde acababa lo uno y dónde empezaba lo otro? Solo diremos que aunque la presencia de jóvenes universitari@s en ese tipo de actos era importante, y su inocencia proverbial, quienes hablaban así eran gente muy corrida. No hay que confundirl@s con l@s que salían a cazar lobbies con el uniforme de cazafantasmas, sin pensar que así no cazarían ninguno. En Barcelona poco hay que ver de luchas “sectoriales y barriales”. Al final, lo que salió de la chistera fueron una sardinada y una bicicletada. Llegado el día 16 por la tarde “visualizamos” e incluso pudimos asistir a la gigantesca manifestación antiglobalizadora que discurría “contra el Capital”, por bien que su servicio de orden ataviado con baberos rojos tratase de proteger las lunas de los bancos. Se puso de relieve la existencia de un apoyo popular considerable al sector antiglobalizador que rechaza la mediación de los partidos y sindicatos pero que habla más o menos como ell@s. Para un@s, el desfile ordenado y tranquilo había hecho el juego a los mandarines de la globalización: “el balance de la movida ha sido favorable al mantenimiento del sistema de explotación y de opresión, sean quienes sean los gestores” (“Llavor d’anarquia”, en la Haine). A fin de cuentas, la desobediencia civil ¿a quién desobedecía? Para los más, la manifestación había sido un éxito, enturbiado al final por las piedras y botellas lanzadas por “l@s cuatro de siempre” -que creen en “viejas fórmulas, siempre expresadas desde la impaciencia soñada como original, de carácter neolibertario que atienden, algunas veces, a razones del narcisismo grupal” como diría el ciudadano “anticapitalista” Daniel Albarracín. La valoración de la manifestación hecha por la Plataforma fue absolutamente triunfalista, feliz de la participación de “entre 500.000 y 600.000 personas según nuestras últimas estimaciones”, y pasando por alto tanto la brutalidad policial como la “justicia rápida” que no fueron explícitamente condenadas. Una “comisión de soporte a l@s detenid@s” no se reunió hasta el día 25, cuando casi tod@s estaban fuera, suponemos que para emprender su defensa jurídica, puesto que ahora en abril han de celebrarse los juicios relacionados con los incidentes, en los que se dan varias peticiones de seis años.
A nosotr@s nos parece que el error principal cometido por los organizadores de la Campaña provino de sus ansias por desmarcarse de cualquier tipo de violencia en cumplimiento del pacto con la policía, mientras que ésta pasaba del pacto y no cesaba de hostigar a los antiglobalizadores por las calles, con cientos de cacheos y miles de identificaciones. Fue descorazonador ver al servicio de orden formando cadenas en torno a los belicosos cuando intentaban atacar a la policía, e inhibirse cuando la policía arrolló sin contemplaciones a l@s manifestantes. El imbécil de Antoni Puigverd describía en “El País” el trabajo sucio del servicio de orden como un momento sublime. L@s organizadores, tratando de garantizar en todo momento la paz, no aseguraron ni un instante la defensa. Permitieron a la policía infiltrarse en la manifestación y no reaccionaron cuando procedieron contra la gente. Lo grave a estas alturas, es fingir creer y hacer creer a otr@s que la policía interviene por culpa de l@s alborotadores. Si no los hubiera, la policía los inventaría. El pretexto no es la causa. La policía intervendrá siempre, porque el miedo, la intimidación, la amenaza y al final, los palos, son componentes del metodo preventivo de disolución rápida de multitudes. Son las masas mismas y no sus intenciones lo que despierta la agresividad policial, aunque sería erróneo hablar de “excesos”. Igual que no hay mala ni buena policía, sino sólo policía, la policía jamás se sobrepasa: hace exactamente su trabajo. L@s herid@s están en el guión.
Para l@s partidari@s de la acción directa contra la policía y los símbolos del capitalismo los procedimientos de protesta tipo manifestación pacífica habían agotado sus posibilidades pues “para el sistema estos medios no tienen otro objetivo que el de mantener la estabilidad y el equilibrio social, y no el de permitir logros reales”. En la medida en que se extendieran y profundizasen las acciones de protesta éstas desembocarían en la confrontación, con lo que se entendería “que no bastan las reformas parciales, siempre provisionales, sino la destrucción del capitalismo y su reemplazo por unas relaciones sociales basadas en la igualdad y en la solidaridad” (“Por la extensión de los disturbios: Manifiesto en favor de la acción directa violenta”, en La Haine). Sin embargo el problema de l@s activistas más resuelt@s reposa en el hecho de que la base social de los movimientos contracumbres es escasa y mayoritariamente pacífica. Ell@s comprenden que ante la agudización de los conflictos el poder desencadenará la represión y habrá que prepararse contra ella, pero las luchas presentes son pocas, y, salvo ahora en Argentina, no se muestran proclives a los radicalismos. No hay conflictos y menos, agudización. En tales condiciones su acción ha de ser minoritaria y separada, expuesta por igual al garrote de la pasma y a las calumnias de cualquier aprendiz de líder o de cualquier “comeflores”. Por ejemplo, la mani en Las Ramblas del 15 -“Març attack”- reunió a algo menos de mil participantes, mostrando el irrealismo de una lucha callejera de cierta envergadura con tan limitados efectivos, no tod@s igual de dispuest@s, frente a batallones policiales bien equipados. Había sido convocada públicamente, lo que era tanto como convocar también a la policía. En cambio, boicotear a las vedettes, como pasó con el charlatán Bernard Cassen, y desenmascarar a los que aspiran a dirigentes, son prácticas a las que todavía no se les ha sacado el jugo. Ni tampoco a las acciones comando, mas efectivas que la consabida idea de transformar la manifestación de pacifistas en combate de calle. El lugar para desencadenar las hostilidades durante el desfile del 16 -el Paseo Colón, de cara al mar- no pudo escogerse peor; dada la dificultad para dispersarse, no hubieron más detenid@s porque la policía no quiso. Como pasa siempre, la bronca fue desigualmente apreciada, pero quienes pactan con las fuerzas del orden, o quienes callan ante ese pacto, pierden toda autoridad moral para juzgar a l@s que no se someten a él y no lo respetan. Con el resto, todo es discutible. En primer lugar, la eficacia a corto y largo plazo de ese tipo de actuaciones -simbolismos aparte- si otras no van dirigidas a radicalizar también los debates y si todas no van conectadas con las luchas sociales. Como mínimo han perdido el factor sorpresa: lo peor que se puede decir del movimiento contracumbres es que todo en él resulta previsible, incluido el black bloc. L@s radicales habrán de superar la dinámica del enfrentamiento cíclico y habrán de formular su propia teoría y su propia estrategia, distinta y contraria a la pacifista.
En cuanto a l@s “vencedores”, que nos digan qué es lo que han conseguido ¿menos represión? ¿mejor justicia? ¿la renta básica? ¿papeles para tod@s? ¿la tasa Tobin? ¿Han hecho retroceder al sistema obligándole a cubrir su “fuerte déficit democrático”? El sistema no se ha inmutado porque en Barcelona sus declarad@s enemig@s alinearon sus fuerzas, que son bastantes, para no combatir. Los trofeos ganados de esta forma forzarán a nuestros héroes pacifistas de batallas no disputadas, y especialmente a la Plataforma, a dejar de lado “el nihilismo” y adoptar posturas “constructivas”; en resumen, les arrastrarán a la colaboración. El camino de la corrupción será largo: las organizaciones que componen la Plataforma son bastante volátiles y hará falta un mayor grado de organización, indispensable para la existencia de una mínima burocracia que se venda. Ya hay quien lo ha reclamado. La manifestación del 16 ha proporcionado al movimiento una cierta base social que los partidos tratarán de disputarle. No creemos que en la Plataforma contra la Europa del Capital quieran romper con ellos si sobre el papel piden lo mismo. En ella muchos son favorables a la negociación política en el marco institucional y a la amistad con los partidos, como el MRG de Asturias. Si necesidad hubiere, los medios de comunicación contribuirían a formar liderazgos con la intención de alejar a l@s radicales y crear un equipo de interlocutores que más adelante podrían ser candidatos. Los partidos les ofrecerán puestos en las listas. Dada la inclinación al realismo político de sus figuras más representativas y su negativa a echarle un pulso al Estado, los aceptarán. El movimiento contracumbres, presionado para dotarse de negociadores y dividirse en jefes y ejecutantes a fin de pactar con las autoridades el espectáculo de la participación y de la confrontación, está condenado a integrarse en el Estado o desaparecer. Sólo su propia debilidad orgánica le ha salvado de la disyuntiva. En su seno, la confusión de ideas y el desconocimiento de la historia social son enormes: l@s pacifistas están dando sus primeros pasos, necesitan aclararse y no se quieren precipitar. Así pues, la mayoría de los colectivos no desean compromisos a largo plazo, ni una coordinación permanente, de resultas que si l@s miembros conocid@s tratasen de aparecer como líderes perderían la capacidad de arrastre. Por consiguiente, la inconsistencia es su mejor arma contra la descomposición. El movimiento flota en la indefinición, es decir, vive en el limbo, y no bajará de ahí si una crisis social no lo empuja. Entonces se romperá en pedazos, si no se ha cansado antes.
Miguel Amorós
2 de abril de 2002