CEPRID

La nueva resistencia africana ante las finanzas globales

Sábado 21 de marzo de 2009 por CEPRID

Patrick Bond

Znet

Traducido para el CEPRID por Manuel Gancedo Florín

Continúa el debate estratégico de largo alcance sobre como responder a la crisis financiera global, y especialmente sobre cómo los problemas del Norte pueden ligarse a una crítica más amplia del capitalismo.

El derretimiento de las finanzas mundiales en 2008 tiene sus raíces en el modelo de exportación neoliberal (dominante en África desde el Informe Berg y la aparición de ajustes estructurales durante los primeros años 80) y, aún más profundamente, en treinta y cinco años de estancamiento/volatilidad capitalista.

África siempre ha sufrido una parte desproporcionada de presión de parte de la economía mundial, especialmente en la esfera de la deuda y de los flujos financieros. Pero, para aquellos países africanos que se volvieron excesivamente vulnerables a las corrientes financieras globales durante la era neoliberal, el derretimiento tuvo un impacto severamente negativo.

En la mayor economía nacional africana, por ejemplo, el ministro de economía sudafricano Trevor Manuel dominó la constante erosión de los controles del mercado (con 26 relajaciones consecutivas entre 1995 y 2008, según el Banco de la Reserva) y la aparición de un déficit por cuenta corriente masivo: -9% en 2008, el segundo peor del mundo. Esto se debió en gran medida a un flujo constante de beneficios y dividendos hacia corporaciones que en el pasado estuvieron integradas en la bolsa de Johannesburgo, pero que se refundaron en Gran Bretaña, EEUU o Australia durante los 90 (Anglo American, DeBeers, Old Mutual, Didata, Mondi, Liberty Life, BHP Billiton).

En la primera semana de octubre, la bolsa de Sudáfrica cayó un 10 por ciento (en el peor día se hicieron humo acciones por valor de 35.000 millones de dólares) y la moneda perdió el 9 por ciento de su valor, mientras que la segunda y tercera semanas presenciaron la caída de otro 10 por ciento. El mercado especulativo bursátil de Sudáfrica acababa de iniciar un declive que podría igualar el de otros sectores de la propiedad perjudicados, como EEUU, Dinamarca e Irlanda, porque el aumento de los precios de la vivienda a principios de los 2000 le sacó ventaja incluso a estos mercados casino (200 por ciento entre 1997 y 2004, comparado con el 60 por ciento en EEUU).

Por otra parte, el coste de la quiebra del mercado al menos trajo de algún modo, avances ideológicos. Los mayores logros en este sentido han sido la deslegitimación de la filosofía de la liberalización económica adoptada durante los gobiernos entre 1994 y 2008 de Nelson Mandela y Thabo Mbeki (con Manuel como ministro). De hecho, la espectacular salida de Mbeki en septiembre sucedió en parte por el empeoramiento sustancial de las desigualdades y el desempleo a partir de 1994, lo que a su vez provocó miles de manifestaciones cada año.

Cuando la carta escrita por Manuel solidarizándose y renunciando a su cargo en el gobierno de Mbeki en su penúltimo día, fue filtrada a la prensa (por Mbeki) el23 de septiembre, la bolsa y el mercado de divisas impusieron un castigo de 6 millones de dólares en una hora. El crash requirió del cuidadoso presidente entrante Kgalema Motlanthe una inmediata rehabilitación de Manuel, acompañada de fanfarrias. No obstante, mientras el derretimiento financiero se desplegaba por EEUU y Europa, el mérito de los controles que quedaban sobre los capitales se hicieron más claros. Como escribió de forma aprobadora el diputado y ministro de comercio de Sudáfrica Rob Davies en el principal diario comunista, “Curiosamente, el diario The Business Times del 21 de septiembre atribuyó esto [la seguridad respecto del contagio] en parte al control del comercio, lo que significó ‘que haya un saludable grado de liquidez atrapada dentro del sistema financiero’.

Otro factor fue que muchos productos financieros exóticos habían sido prohibidos. Como puntualiza Riaz Tayob del Third World Network, Manuel ha sido terriblemente irresponsable al impulsar una mayor desregulación de los servicios financieros a través de la Organización Mundial de Comercio.

Como en el resto de África, aparecen ahora oportunidades similares de impugnar la ortodoxia del sistema financiero. A estas alturas, es prácticamente imposible para el personal de la más poderosa fuerza exterior de la política económica africana, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el advertir a las elites con alguna credibilidad. El Informe Global de Estabilidad Financiera de septiembre de 2006, del FMI, después de todo, afirmaba que las finanzas mundiales mostraban una “volatilidad de mercado excepcionalmente baja”. Lo que es más, el crecimiento económico global “siguió haciéndose más equilibrado, dando un amplio apuntalamiento a los mercados financieros”

Como el Mercado financiero valora el riesgo acertadamente, de acuerdo con el dogma del FMI, los inversores pueden relajarse: “El riesgo por morosidad en el sector financiero y en las aseguradoras sigue siendo relativamente bajo, y los anticuados mercados crediticios no dan muestra alguna de estabilidad financiera”. De acuerdo con el FMI hace dos años, los reaseguros, especialmente los respaldados por hipotecas “han sido desarrollados e implementados con éxito en los mercados de EEUU y Reino Unido. Permiten a los inversores globales obtener mayores líneas de crédito, al tiempo que optimizan la relación riesgo-ganancias”.

En cuanto al auge del intercambio de créditos (el castillo de naipes de 56 trillones de dólares que arrastró a un banco tras otro), el FMI no estaba preocupado, porque “la cobertura por riesgos crediticios [esto es, la asunción de mayor riesgo] a través de los mercados maduros fue gradual y suave, y la morosidad se mantuvo en mínimos históricos”. Desde entonces, el FMI ha seguido proclamando los méritos de la liberalización e incrementando los flujos financieros hacia África, especialmente paquetes de acciones (esto es, dinero caliente a corto plazo en forma de stocks, acciones y seguros manejados por empresas y gobierno en moneda local pero rápidamente convertible). Este “dinero caliente” –posiciones especulativas en manos de inversores del sector privado— fueron dirigidas especialmente a la Bolsa de Sudáfrica, así como en menor medida hacia las de Ghana, Kenya, Gabón, Togo y las Seychelles.

Sin embargo, el flujo financiero continúa a paso acelerado. Un informe reciente sobre fuga de capitales de Leonce Ndikumana, de la Comisión Económica para África y James Boyce, de la Universidad de Massachussets muestra que merced a la corrupción y a la desaparición de la mayoría de los controles sobre el mercado en África, la fuga de capital estimada de 40 países subsaharianos entre 1970 y 2004 fue de 227.000 millones de dólares. Si aplicamos intereses para calcular el impacto real de semejante fuga de dinero, el monto asciende hasta los 607.000 millones de dólares.

¿Cómo afectó esto a los deudores africanos en 2008? De acuerdo con el FMI, “las perspectivas de sostenibilidad de la deuda” en los países africanos de bajos ingresos “ha mejorado sustancialmente, con 21 de 34 países clasificados dentro del Marco de Sostenibilidad de Deuda considerados como de riesgo moderado de impago a finales de 2007”. Pero la mayor lección del último cuarto de siglo sobre el impago de deuda no son los índices abstractos, sino la dificultad para pagar la deuda en el contexto de unas acuciantes necesidades básicas

Aquí fue, según el londinense Jubilee Research, donde las instituciones de Bretón Woods no evaluaron acertadamente el daño infligido por la deuda, o la injusticia que supone el pago de deudas adquiridas por anteriores gobiernos no democráticos: “Los intentos actuales [mediados de 2008] de pago de la deuda (HIPC–Heavily Indebted Poor Countries initiative, iniciativa para los Países Pobres Fuertemente Endeudados- y MDRI -Multilateral Debt Relief Initiative, Iniciativa de Alivio Multilateral de la Deuda- para los países pobres, y las renegociaciones del Club de París y Londres para los países de ingresos medios) no están resolviendo el problema de impago de la Deuda del Tercer Mundo… Incluso tras el alivio de la deuda logrado bajo el HIPC y el MDRI, 47 países necesitan una cancelación del 100% de la deuda de acuerdo con esto, y entre 34 y 58 más necesitan una cancelación parcial, acumulando entre 334.000 y 501.000 millones de dólares en términos de valor neto si quieren llegar a un punto a partir del cual el pago de la deuda no afecte gravemente a los derechos humanos elementales”.

Para algunos países africanos, la solución reside en una fuente alternativa de financiación de activos. No sólo China provee de préstamos sin condiciones a varios de los regímenes más autoritarios de África. Más esperanzadoramente, Venezuela está considerando una propuesta para reemplazar al FMI, como ocurrió en Argentina en 2006, en cuyo caso el pago al FMI de modo inmediato, o aún con demora sería factible.

En otros países africanos, los movimientos sociales progresistas han reclamado la impugnación de la deuda y están preocupados por cualquier llegada de dinero que vaya más allá del necesario para el sostenimiento del comercio y de las importaciones básicas. Esto implicaría también el desarrollo de una industria ligera orientada a la obtención de bienes básicos (y no a los artículos de lujo, un importante problema que apareció con las economías de corte colonial en los años 60-70.

El ingrediente principal para establecer una estrategia financiera alternativa en África desde la izquierda es la presión ejercida desde abajo. Esto significa el refortalecimiento, coordinación e intensificación en la militancia de dos tipos de sociedad civil: las fuerzas dedicadas a la causa del alivio de la deuda, que vienen de lo que podría considerarse una sociedad civilizada y excesivamente educada, encadenada a las ONG internacionales que rara vez, si es que alguna, se dedican a “sacudir el árbol” para obtener algunas migajas; y las fuerzas que reaccionan en forma de motines anti FMI contra el sistema, a la que suele tildarse de sociedad incivilizada.

Los motines contra el FMI que sacudieron África en los años 80-90 a menudo desembocaron en actos violentos e incluso llevaron a algunos gobiernos a perder el poder. Cuando estos contribuyeron a la caída de Kenneth Kaunda en Zambia (por poner un ejemplo), sin embargo, el hombre que le reemplazó como presidente en 1991, el unionista comercial Frederick Chiluba, impuso políticas aún más tajantes del FMI.

La mayoría de las protestas anti-FMI sencillamente no pudieron sostenerse.

En contraste, las anteriores organizaciones están cada vez más interconectadas, especialmente tras el surgimiento en 2005 de actividades asociadas al Llamamiento Global de Acción Contra la Pobreza (GCAP, Global Call to Action Against Poverty), que desarrolló estrategias (fallidas) para apoyar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en parte por la toma de conciencia de los bandas-blancas, en parte haciendo un llamamiento a las elites nacionales africanas y a través de un ingenuo seguidismo de las reuniones del G8 en Gleneagles.

Desde entonces, las redes se han estrechado y han cobrado relieve tras dos eventos en Nairobi: el Foro Social Mundial en enero de 2007 y el aniversario en agosto de 2008 de la transición en Sudáfrica. Estas redes podrían regresar al fondo de saco de las “reformas reformistas” del GCAP, retomando la frase de Andre Gorz, haciendo peticiones que se ciñan cuidadosamente a la lógica del sistema existente neoliberal y sus relaciones de poder geopolíticas de un modo en que los activistas perderían parte de su fuerza a cambio de pequeños cambios marginales.

O bien podrían embarcarse en el desafío de “reformas no reformistas”, identificando los lugares en que la lógica financiera pueda subvertirse. El caso más impactante puede haber sido la campaña sudafricana “boicot unido” a principios de los 90, en la que activistas en docenas de ciudades se ofrecieron solidaridad unos a otros cuando el rechazo colectivo al pago de sus hipotecas fue la única reacción lógica. Esto fue un presagio de la estrategia de “El Barzón”, El Yugo mejicano, por la que más de un millón de mejicanos que cayeron prácticamente en trabajos forzados cuando los intereses escalaron de un 14 a un 120 por ciento en pocos días a principios de 1995: sencillamente dijeron, “no puedo pagar, no pago”

Ese slogan se escuchó también en Argentina a principios de 2002, tras la renuncia de cuatro presidentes en tan solo una semana debido a las protestas populares. La creciente presión ejercida desde abajo obligó al gobierno a demorar el pago de 140.000 millones de dólares de deuda externa para mantener las pensiones, el mayor impago de estas características en la historia

Por el contrario, el objetivo de las elites globales, el próximo mes en Nueva York y Washington, será rediseñar la arquitectura financiera mundial, agregando seguramente al G8 algunos regímenes cliente –China, India, Brasil y Sudáfrica—para ganar legitimidad (y acceder a importantes reservas de dólares).

Los activistas deberían contemplar la idea de “Seattelizar” el evento; los movimientos sociales africanos y unos pocos y patriotas ministros de comercio de África estuvieron, después de todo, no solo presentes, sino que se convirtieron en el instrumento que evitó que se llevara a cabo la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle nueve años antes.

Sería un gran peligro para la sociedad civil que se estableciera una operación llena de reformas reformistas patrocinada por Naciones Unidas. La conferencia sobre Finanzas para el Desarrollo de 2002 en Monterrey, Méjico causó un enorme daño a las economías del Sur, que tenía como asesores clave a Michel Camdessus (anterior director ejecutivo del FMI) y a Trevor Manuel. Este último es ahora un firme candidato para un alto cargo en el FMI.

Además, se pueden llevar a cabo acciones nacionales mucho más directas contra las finanzas globales, espoleados por activistas con largas miras de la sociedad civil, como las que demandan reparaciones por el apartheid, colonialismo, esclavitud, y la “deuda ecológica” que el Norte tiene con el Sur. África necesita reinstaurar los controles sobre exportaciones e importaciones (especialmente sobre los artículos de lujo para las elites), como hicieron con éxito Malasia, Chile y Venezuela en años recientes.

Mientras los precios de las materias primas se hunden tras los precios inflados por la especulación entre 2002 y 2007 (como la caída de un 70% en las acciones de las mineras desde mayo), mientras los acuerdos de comercio con el Norte se han revelado como claramente desfavorables, mientras las finanzas comerciales se vuelven difíciles como resultado de la falta de confianza de los bancos en sus deudores y mientras el flujo de maletines de dinero se seca y se buscan nuevas fuentes de divisas, el argumento para lo que el mayor economista político de África, Samir Amin, llama “desglobalizar” se hace de lo más convincente.

Ya está empezando a suceder, en no pequeña medida gracias al empeño de la sociedad civil.


Patrick Bond dirige el Centro para la Sociedad Civil en Durban, Sudáfrica.


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