CEPRID

Cuatro días que estremecieron Oriente Medio

Martes 20 de mayo de 2008 por CEPRID

Alberto Cruz 20 - V - 2008 CEPRID

La toma de Beirut por los militantes de Hizbulá y sus aliados entre los días 7 y 11 de mayo abortó una operación político-militar contra las fuerzas patrióticas y nacionalistas libanesas patrocinada por los EEUU y Arabia Saudí y consistente en el debilitamiento y derrota definitiva de Hizbulá.

Desde la victoria de Hizbulá contra Israel en la guerra del verano de 2006, tanto la administración estadounidense como la monarquía saudí han venido impulsando una estrategia dual en contra de esta organización: por una parte, reducir el prestigio con que cuenta entre significados sectores de la población árabe, desde Marruecos hasta Irak y con independencia de la adscripción religiosa; por otra, desarmar su estructura militar.

La campaña de desprestigio contra Hizbulá se inició desde el mismo momento de la finalización de la guerra y se generalizó cuando esta organización y las fuerzas patrióticas y nacionalistas que la apoyan (cristianos marionitas, izquierdistas y laicos) iniciaron una campaña de desobediencia civil contra el gobierno de Siniora en noviembre de 2006. Con la renuncia de los cinco ministros que Hizbulá mantenía en el gobierno, a la que se añadió la de un cristiano maronita, el gobierno debería haber dimitido puesto que la constitución libanesa establece que cualquier decisión que se tome sin la presencia de todos los sectores, no es legítima. Sin embargo, el gobierno se enrocó, contando con el apoyo occidental y saudí. La decisión del gobierno de Siniora no fue autónoma, sino impuesta desde fuera: no se podía aceptar, bajo ningún concepto, un gobierno que estuviese influenciado por una organización que había derrotado a Israel y cuyo ejemplo es visto con simpatía por organizaciones como Hamás en Palestina. Eso “desestabilizaría” la región. Es decir, marcaría el camino para los pueblos, que comenzarían a liberarse del yugo de unos regímenes corruptos. Es lo que los expertos en Oriente Medio identifican como “el efecto Hizbulá” y que echa por tierra el diseño neocolonial pretendido por EEUU en esa zona del mundo. Había, por lo tanto, que intensificar la campaña sectaria del tipo “aumenta la influencia shií en la zona”, “Hizbulá es una marioneta iraní” –en este sentido hay que tener en cuenta la aparición de fenómenos como el de Fatah al Islam en el campo palestino de Narh al Baerd, situado cerca de Trípoli, donde desde hace tiempo el Movimiento al Futuro, al organización prosaudí que lidera Saad Hariri, cuenta con influencia- y, en consecuencia, comenzar a buscar un contrapoder armado a Hizbulá. Es así cuando hacen su aparición, en forma de contratistas de seguridad (empresa Secure Plus, por ejemplo), milicias suníes con las que hacer frente a “la expansión shií” y fuerzas policiales claramente vinculadas con el clan Hariri, que debe su fortuna a su estrecha alianza con los saudíes y, en concreto, al príncipe Bandar bin Sultan, hoy Consejero de Seguridad de Arabia Saudí (1).

Los enfrentamientos en Narh al Bared fueron vistos como una prueba piloto por parte del gobierno de Siniora para una futura confrontación con Hizbulá. Sin embargo, el intento no fructificó. Pese a la destrucción del campo, la lucha no trascendió de allí. Había, por lo tanto, que dar una nueva vuelta de tuerca y esa llegó con la denuncia, realizada por el druso Walid Jumblat, el más fiel representante de los intereses imperialistas y sionistas en Líbano, sobre la red de comunicaciones de Hizbulá y la exigencia de su desmantelamiento. Recogido el hecho por todos los medios occidentales, el gobierno Siniora se puso manos a la obra y decidió desmantelar la red y destituir, al mismo tiempo, al jefe de seguridad del aeropuerto por considerarlo próximo a Hizbulá. Pero resulta que la existencia de esa red era conocida desde hace tiempo y es en lo que se sustentó el triunfo de Hizbulá contra Israel en la guerra del verano de 2006. ¿Por qué entonces el empecinamiento del gobierno en desmantelarla en estos momentos? En Beirut existe la certeza que existía un diseño por parte de Israel y EEUU, con la connivencia de algunos gobiernos árabes, de la realización de una operación militar contra Hizbulá, diseñada para el 25 de abril, que no fue finalmente puesta en marcha por esa red de telecomunicaciones y, de forma especial, por la existente en la pista 1-7 del aeropuerto internacional.

El día elegido para la operación coincidía con unas maniobras militares, “Turning Point 2”, que Israel realizaba en la frontera con Líbano. Cuando fue asesinado Imad Mugniya en Damasco, considerado como uno de los principales comandantes militares de Hizbulá, fue considerado unánimemente como una provocación israelí para obligar a una respuesta de Hizbulá y desencadenar así una nueva guerra. Dado que Hizbulá decidió que respondería, pero eligiendo el dónde y el cuándo, había que provocar una nueva situación. Esa era la operación que finalmente se abortó al conocerse la existencia de la red de Hizbulá en el aeropuerto de Beirut. Por lo tanto, para que ese tipo de operaciones sean posibles en el futuro había que desmantelar ese sistema. El semanario egipcio Al Ahram recoge gráficamente qué significaba esta medida: “Para la comunidad de inteligencia extranjera que opera en Oriente Medio, a menudo en colaboración con los regímenes aliados [se refiere a los árabes prooccidentales], no es ningún secreto que Israel tiene la capacidad tecnológica para supervisar y escuchar las telecomunicaciones de la región. La red de Hizbulá ha demostrado ser impenetrable y eso es una fuente de frustración tanto para los israelíes como para los EEUU. Por lo tanto, la alarma mostrada por Jumblatt y el gobierno de Siniora sobre la red de Hizbulá y el jefe de la seguridad del aeropuerto internacional de Beirut sólo puede ser interpretada dentro del contexto de la escalada de EEUU-Israel contra Siria-Irán. Una potencial acción militar contra Irán o Siria requeriría la neutralización, si no la destrucción, de Hizbulá. En el caso de que el primer ministro Siniora hubiese tenido éxito con la red de telecomunicaciones de Hizbulá, incluso con la colaboración del ejército libanés, no sería difícil de adivinar dónde habrían terminado los códigos y manuales de funcionamiento 48 horas más tarde” (2).

Era, claramente, una declaración de guerra, como dijo el secretario general de Hizbulá, Hasán Nasralá. Tanto Jumblat, como Siniora o Hariri eran conscientes de lo que pedían y su pretensión era que el Ejército hiciese lo que no hizo cuando los islamistas se alzaron en Narh al Bared: la guerra total con Hizbulá. En ese escenario, la FINUL se habría visto “obligada” a intervenir en apoyo del ejército libanés, aplicando la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero Hizbulá les mostró que habían cometido un enorme error de cálculo. Y lo hizo sólo en cuatro días.

La toma de Beirut fue una magistral operación político-militar y una demostración de la frialdad de una organización que sabe graduar a la perfección sus golpes, como puso de manifiesto el hecho de que no quisiese tomar ni la sede del gobierno ni las residencias de los principales dirigentes prooccidentales y que fuese entregando al Ejército las zonas que había tomado bajo su control. El Ejército no es su objetivo. Tampoco el enfrentamiento sectario, en contra del manido discurso embrutecedor y alienante de los medios de comunicación occidentales y árabes alineados con sus regímenes reaccionarios. Y algo más preocupante aún para los sostenedores de un gobierno que hace aguas por todas partes: las milicias que habían creado para “protegerse” de los shíies se deshicieron como un azucarillo en una taza de café. 60 millones de dólares tirados a la basura y tres años de trabajo de servicios secretos occidentales y algunos estados árabes (saudíes y jordanos, especialmente) no han servido para nada (3).

La calle árabe

La calle árabe no vio en ningún caso un retorno a la guerra civil, del que hablaban las agencias occidentales, ni un enfrentamiento suníes-shíies del que hablaban los medios oficiales de los regímenes prooccidentales árabes. Encuestas recientes indican que el 63% de la población libanesa considera que el gobierno de Siniora es el responsable de lo ocurrido (4). En Egipto, Nasralá, sigue siendo visto como un referente para el mundo árabe (5) y el líder supremo de los Hermanos Musulmanes (suníes), Mohamed Mahdi Akef, ha dicho públicamente que “la resistencia libanesa es el único grupo que determina lo que es bueno para el país [Líbano] al tiempo que se enfrenta a la entente sinoista-EEUU”. En Jordania –donde la monarquía está entrenando mercenarios de ese ejército privado de Hariri- tanto los islamistas suníes como un reputado grupo de 60 intelectuales, musulmanes y laicos, han apoyado públicamente a Hizbulá (6). La percepción en la calle árabe no es la misma que la de sus gobiernos y el prestigio de Hizbulá sigue prácticamente intacto (7). No obstante, sí que hay que reconocer que en algunos sectores ortodoxos suníes la imagen de Hizbulá ya no es la misma, al tiempo que hay quien sigue alentando la formación de milicias suníes como “resistencia islámica frente a Irán y sus apoderados en Líbano” (8).

El estado de opinión de la calle está empezando a calar en los gobiernos árabes. En la reunión de urgencia convocada por la Liga Árabe, además de un enfrentamiento entre Siria y Arabia Saudí, se constató un desmarque significativo de las tesis saudíes de países como Qatar, Yemen y Argelia. Ya sólo queda como núcleo duro el compuesto por Arabia Saudí-Egipto-Jordania. Esta tríada de gobiernos prooccidentales es la única que mantiene el manido discurso de la interferencia iraní en la zona y la que aún sigue abogando por una estrategia de contención a la “expansión shíi”.

La debilidad de la tríada, y de sus mentores estadounidenses, es total. Si es evidente la derrota del gobierno libanés, obligado a dejar sin efecto el desmantelamiento de la red de telecomunicaciones de Hizbulá y la separación del cargo del jefe de la seguridad aeroportuaria, no lo es menos la derrota de la estrategia saudí. Quien había convertido a Líbano en un rehén de su enfrentamiento con Irán está ahora en una situación de mayor debilidad y sin capacidad de maniobra.

Esta es la razón por la que el rey saudí, Abdulá, ha desautorizado a su ministro de Exteriores cuando éste calificó lo ocurrido esos cuatro días como “golpe” e hizo un llamamiento a los países de Oriente Medio para que se abstuviesen de atizar las “tensiones sectarias” en Líbano. Aunque todo el mundo está obligado a ceder, quien más tiene que hacerlo es el gobierno y sus mentores, aceptando al general Michel Suleiman como nuevo presidente, la formación de un gobierno de unidad nacional y, lo más importante, la revisión de la ley electoral antes de la celebración de las elecciones parlamentarias el año que viene. Eso implica la reforma de los Acuerdos de Taif de 1990 y el fin del sectarismo, herencia del colonialismo francés. Las conversaciones que se están manteniendo en Doha, la capital qatarí, no fructificarán si se sigue insistiendo en el desarme de Hizbulá mientras se mantenga la ocupación de las granjas de la Shebaa y no se reforme el sistema constitucional libanés.

Notas:

(1)Alberto Cruz: “La nueva estrategia de EEUU en Líbano: la guerra secreta contra Hizbulá” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article31

(2)Al Ahram (Egipto), 15-21 de mayo de 2008.

(3)The Angeles Times, 12 de mayo de 2008.

(4)Asia Times, 13 de mayo de 2008.

(5)Al Destour (Egipto), 13 de mayo de 2008

(6)Al Manar, 14 de mayo de 2008

(7)Asia Times, 16 de mayo de 2008.

(8)Khaled Al-Dhaher, ex parlamentario libanés, en entrevista a la LBC TV el 12 de mayo de 2008.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Especializado en Relaciones Internacionales. albercruz@eresmas.com


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