CEPRID

EEUU en declive en Oriente Próximo: potencias medias ponen en duda su supremacía (y III)

Lunes 16 de mayo de 2011 por CEPRID

Alberto Cruz

CEPRID

“Como no es nuestro cometido elaborar un plan eterno para el futuro, lo que tenemos que hacer es una evaluación crítica y no tendenciosa de todo lo que nos rodea; no comprometedora, en el sentido de que nuestra crítica no puede temer sus propios resultados, ni temer enfrentarse a los poderes existentes”

Karl Marx

Resumen de lo publicado

Parte I http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1141

Parte II http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1151

Las guerras de Irak y Afganistán, junto a la derrota estratégica de Israel en la guerra contra Hizbulá en 2006 y la matanza perpetrada en Gaza en 2008-2009, han sumido a EEUU en un inobjetable declive en Oriente Próximo. Consciente de ello, la Administración Obama no considera tan prioritaria esta zona del mundo como su predecesor George Bush, y así lo recoge en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2010 y en la que se sustenta su política durante los cuatros años de mandato. Este declive es consecuencia, además, del surgimiento de las llamadas “potencias emergentes” que hace tiempo dejaron de “emerger” para ser una realidad. Los datos oficiales de EEUU así lo ponen de manifiesto: en el año 2000 el PIB estadounidense suponía el 61% del total de lo que hoy es el G-20, pero esta cifra cayó al 42% en 2010; si en el 2000 el PIB de EEUU era ocho veces el de China, en 2010 era menor de tres veces, por mencionar sólo a uno de esos países mal llamados “emergentes”. Desde la derecha y desde la izquierda de EEUU (Mark Helprin, Michael Kinsley, Paul Krugman…) se viene recogiendo desde hace tiempo esta realidad a la que se hace poco caso en los mentideros de izquierda europeos y latinoamericanos, obsesionados con el poder absoluto del “imperio”.

Pero las cosas van por otro lado. Sin negar que EEUU sigue siendo la superpotencia, por ahora o todavía, cada vez se enfrenta a una merma mayor de su poder. En términos leninistas, eso nos llevaría a hablar de una agudización de las contradicciones interimperialistas que se resuelven generalmente con guerras y los chinos están convencidos que habrá una, y a gran escala, antes de que China alcance la paridad estratégica con EEUU. Libia no es más que el aperitivo de lo que se avecina y en un ámbito crucial: los países productores de petróleo, que adquieren una nueva importancia y dimensión tras el desastre nuclear de Fukusima y las dudas que se han instalado, con fuerza, sobre el futuro de la energía nuclear.

En el caso de Oriente Próximo, ello ha supuesto la aparición de potencias medias que, estratégicamente, ponen en duda la supremacía estadounidense en esa parte del mundo al ganar cuota de mercado y preponderancia política.

Uno de los casos es el de Turquía, quien al convertirse en el principal adalid del apoyo a Palestina tras prácticamente romper con Israel tras el asalto a la flotilla solidaria a Gaza en 2010, ha emergido como un poder real en la zona, mediando en las revueltas de Bahrein, de Siria y estrechando lazos con Irán lo que le ha supuesto ser reconocido como un interlocutor a tener en cuenta por los países musulmanes. Prueba de ello es que un turco es presidente, por primera vez en la historia, de la Organización de la Conferencia Islámica de la que forman parte 57 países, y que su historia reciente está siendo seguida con mucho detenimiento por no pocos actores de la ola de cambios que se están produciendo en el mundo árabe.

Otro el de Arabia Saudita, que ante el resurgimiento turco ha comenzado a moverse en la región de forma notoria. Su primera experiencia directa fue en 2009 en Yemen, donde intervino militarmente para aplacar la rebelión houti –aplicando la misma estrategia israelí con los palestinos-, pero es ahora cuando adquiere un protagonismo notorio agitando la “amenaza iraní” como justificación de la represión que se ejerce contra la minoría shíi en los países del Golfo, al tiempo que agitando el enfrentamiento sectario evita o dificulta cualquier atisbo de resurgimiento de la gran nación árabe que pudiese ponerse en marcha al calor de las revueltas que se vienen produciendo en el mundo árabe.

Eso no significa que Arabia Saudita haya roto con EEUU, pero sí que la relación entre ambos está en crisis. Es evidente que hay una quiebra importante de la confianza en que los estadounidenses van a ser los garantes absolutos de la seguridad de la monarquía saudita y por ello el régimen wahabita, uno de los más reaccionarios del mundo, y por ello la monarquía saudita ahora sólo ve posible su propia supervivencia convirtiéndose poco menos que en un Estado cuasi hegemónico en el Golfo. Mientras que por una parte juega a satisfacer los intereses de EEUU amenazando a Irán o preparando una ampliación de su infraestructura petrolera para “satisfacer la demanda mundial o cubrir interrupciones en otros lugares” –con lo que anuncia una nueva crisis y no precisamente en Libia, sino en Irán-, por otra mueve sus peones para tejer una tela de araña que sirva a sus intereses aunque, en ocasiones, choquen con los estadounidenses.

Un paso de especial relieve acaba de darlo con el anuncio de una futura ampliación del Consejo de Cooperación del Golfo a Jordania y Marruecos (1). El primer país ya ha pedido oficialmente su adhesión, mientras que al segundo se le ha invitado a sumarse. Para que no quede ninguna duda de quién lleva la iniciativa, y el mando, el anuncio se ha realizado en Riad, la capital saudí. Se organiza una “Entente” monárquica en la que Arabia Saudita lleva la voz cantante no sólo para derrotar los movimientos democráticos que se están produciendo en el mundo árabe sino que se garantiza el control de una de las perlas de la corona: la Liga Árabe.

Aunque hasta el momento ha sido una institución ineficaz y paralizadora, el haber impulsado la guerra contra Libia a instancias sauditas indica cómo se va a revitalizar su papel con el objetivo declarado de agredir a Irán, a quien se ha acusado en la ceremonia de ampliación del CCG de “conspiración para la seguridad nacional, la división de los países árabes y transmisión de los conflictos sectarios entre sus ciudadanos” (2). Ahora sí que Irán debe comenzar a preocuparse respecto a una hipotética guerra.

La batalla por la Liga Árabe

El principal peón de la estrategia saudita es Qatar. Es el país que está sirviendo de coartada a la agresión occidental contra Libia, con o sin la ONU, -Qatar ha puesto aviones a disposición de la OTAN, ha sido el primero en reconocer a los mal llamados “rebeldes” como “autoridad legítima”, así como el primero en ofrecerse para comercializar en nombre de los llamados “rebeldes” el petróleo y el primero en ofrecerles armas- y quien a través de la cadena Al Jazeera está conteniendo a la calle árabe en el Golfo. La cadena de televisión, hasta ahora un referente en cuanto a cómo recogía la información y los sucesos en el mundo árabe, está censurando todo lo referente a las protestas shíies en Bahrein, Kuwait y la propia Arabia Saudita mientras que amplifica hasta retorcer y manipular todo lo que sucede en Libia y Siria. Incluso se está comenzando a publicar que Qatar va a suplir a Egipto como proveedor de gas a Israel a precios por debajo de los del mercado (3).

La recompensa ofrecida por Arabia Saudita en pago por los servicios qataríes no es pequeña: la secretaría general de la Liga Árabe. La monarquía saudita está muy molesta con la Liga Árabe, y con su presidente, el egipcio Amr Moussa, por haber propuesto en una reunión formal en 2010 un acercamiento a Irán. Pero ahora Moussa ha dejado su puesto para optar a la presidencia de Egipto en las elecciones de septiembre, por lo que el cargo de secretario general queda vacante.

Aunque Moussa ha sido siempre un pusilánime que no ha tenido el coraje suficiente para levantar ni un dedo en contra de los deseos de Riad, su propuesta de normalizar las relaciones con Irán (si este país hacía concesiones como “renunciar a la interferencia en los asuntos internos de los países árabes” y a la supuesta búsqueda de armas nucleares) fue como si hubiese rebasado la línea roja saudita. Para los saudíes eso suponía, ni más ni menos, que aceptar a Irán como Estado legítimo en Oriente Próximo y, con ello, se debilitarían las sanciones y se acabaría de un plumazo con las amenazas militares. Es decir, se reforzaría la imagen de Irán en el imaginario colectivo de la calle árabe.Y para la monarquía wahabita eso no tiene que volver a pasar.

Pero, curiosamente, esta reacción saudita en la Liga Árabe ha provocado una contra reacción en donde menos se esperaba: Egipto. Este país considera que la primera figura de la Liga Árabe tiene que seguir siendo egipcia, y para sorpresa de todos la Junta Militar ha comenzado a moverse en el terreno internacional con una audacia que pocos preveían.

Egipto: la sorpresa

La revuelta egipcia, como las del resto de países árabes, ha tenido principalmente motivos internos. Las relaciones internacionales de sus países, pese al mayoritario apoyo que tiene en la población árabe la causa palestina, no ha jugado un papel importante en ella. Pero los movimientos saudíes han tocado la fibra del orgullo nacional de los militares quienes, faltos de respaldo interno entre la población, han decidido tener un papel más activo e independiente en la política exterior lo cual, a su vez, les refuerza en ese frente interno.

La población egipcia se encuentra dividida entre quienes anhelan la estabilidad y quienes buscan una depuración completa del sistema, predominando claramente los primeros en este momento. Así hay que interpretar los resultados del referéndum constitucional impulsado por la Junta Militar, realizado hace unas semanas, que ponen de manifiesto cómo los votos favorables se concentraron en las zonas rurales, donde el analfabetismo está muy extendido y la gente tiene un menor interés en los asuntos públicos. Por el contrario, los votos del “no” a la tímida reforma impulsada por los militares se concentraron en las áreas urbanas y entre los sectores obreros, que protestaban de esta forma contra la ley que restringe las huelgas y contra los juicios militares con que se pretende controlar a los manifestantes críticos con cómo se está desarrollando el proceso transitorio.

Pero hay un elemento en el que tanto ciudad como campo coinciden: el rechazo al acuerdo de paz con Israel. Según las encuestas, el 54% de la población está en contra del mismo. Esta es la línea roja que delimita la actitud hacia EEUU y hacia Israel. El régimen militar no la va a traspasar porque eso supondría no sólo una amenaza clara de guerra con Israel sino la pérdida de la cuantiosa ayuda militar de EEUU, pero tampoco puede ir en contra de la opinión pública si quiere evitar que la situación derive hacia un mayor componente revolucionario. Solución: importar la política turca de “cero problemas” con los vecinos.

Sin embargo, eso en sí mismo supone una revisión de la política seguida hasta ahora y en la alianza con EEUU. Si no fue casual que el primer jefe de Estado que visitó Egipto tras la caída de Mubarak fuese el presidente de Turquía, tampoco es casual el giro “nacionalista” adoptado en los últimos días. En rápida sucesión de acontecimientos, y contrarrestando las maniobras sauditas en la Liga Árabe, que han molestado sobremanera, Egipto ha reactivado su papel regional en un momento en que se entrecruzan cuatro acontecimientos importantes: la aparición de Arabia Saudita como potencia regional y el impulso que está dando al Consejo de Cooperación del Golfo en el ámbito político y militar (con el envío de tropas tanto a Bahrein como a Libia); la extralimitación de los países occidentales con lo referente a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Libia (con el nada oculto objetivo de matar a Gadafi); el renovado protagonismo turco al intentar mediar en la crisis árabe (de forma especial en Siria), y la creciente presión internacional sobre el eje Irán-Siria- Hizbulá que se manifiesta en los acontecimientos en Siria y en la renovada pretensión internacional de acusar a miembros de Hizbulá de asesinar al primer ministro libanés Rafik Hariri en 2005.

Es en este contexto en el que hay que analizar qué supone la nueva política egipcia de “cero problemas con los vecinos”: ha abierto “una nueva página” en las relaciones con Irán anunciando el pronto restablecimiento de las relaciones diplomáticas (rotas hace más de 30 años, tras el acuerdo de paz de Camp David con Israel); anunciado contactos con Hizbulá (a quien el régimen de Mubarak había acusado de atacar la seguridad interna del país); suspendido la construcción del muro de hierro que se construía de forma paralela al israelí para evitar el contrabando por los túneles en Gaza e impulsando el acuerdo de reconciliación entre Hamás y Fatah, así como la reapertura del paso fronterizo con Gaza de Rafah. El movimiento egipcio con Palestina supone triunfar donde fracasó Arabia Saudita, que por mediación del rey Abdulá, había mediado entre las dos organizaciones palestinas para lograr un acuerdo de paz en 2007.

Egipto rompe así, o dificulta al menos, el juego sectario sunní-shií que viene impulsando Arabia Saudita. No es descabellado pensar que Egipto haya coordinado con Irán los esfuerzos de reconciliación entre Hamás y Fatah (no hay que olvidar que la cúpula de Hamás está en Siria, aliado estratégico de Irán). Y tampoco es descartable pensar que el enfrentamiento sectario musulmán-copto en Egipto, con un importante papel de los salafistas, sea la respuesta a esta estrategia egipcia.

El nerviosismo en EEUU e Israel por estos hechos es evidente, hasta el punto que en el primer país ya se está proponiendo el recorte de los 2.000 millones de dólares anuales de ayuda como forma de frenar esta incipiente autonomía en política exterior. El segundo no deja de señalar la “inminente crisis” en las relaciones entre Israel y Egipto si las cosas siguen por este camino y los viajes de los “enviados especiales” de Israel a El Cairo se multiplican. Como consecuencia de ello, el próximo movimiento egipcio será impulsar el canje de prisioneros palestinos por el soldado israelí capturado por las fuerzas de la resistencia palestina hace cuatro años, exigiendo Egipto a Hamás una “moderación” en las exigencias de qué presos son incluidos en el intercambio..

La unidad palestina

Pero Hamás sabe que Shalit es una baza de primer orden y más tras haberse producido la firma del proceso de unificación y reconciliación con Fatah. Según este acuerdo, se celebrarán elecciones en el plazo de un año, y ese es el tempo con que juega Hamás para el intercambio de prisioneros.

El acuerdo entre las dos organizaciones palestinas, respaldado también por el resto de formaciones políticas, no sólo ha cogido por sorpresa a EEUU e Israel sino que hay que enmarcarlo en la estrategia de empujar a la Asamblea General de Naciones Unidas a que en su reunión del próximo mes de septiembre reconozca a Palestina como Estado miembro de la ONU. Hasta el momento del anuncio de reconciliación, había un total de 112 países que estaban dispuestos a votar a favor del reconocimiento palestino, pero desde la firma del mismo se podría llegar a una cifra de 150, muchos más de los 128 necesarios para que se tome en consideración por el Consejo de Seguridad el voto. Tras la firma del acuerdo de unidad, esos 128 votos están más que asegurados, incluyendo alguno europeo como, con toda probabilidad, Noruega.

Las decisiones de la Asamblea General de la ONU no son vinculantes (véase lo que sucede año tras año con el voto en contra del bloqueo estadounidense a Cuba), pero dejaría en muy mal lugar a EEUU y al resto de aliados si votan en contra del reconocimiento palestino. Un rechazo de este calado hundiría para siempre la reputación, ya en declive, de EEUU y de Occidente en pleno en el mundo árabe aunque lo que se votase fuese el reconocimiento de una serie de bantustanes.

En la coyuntura en que está hoy Oriente Próximo, las revueltas árabes ya han conseguido una cosa: hacen prácticamente irrelevante a Israel. Ya no tiene una influencia ni siquiera “transformadora”, ese viejo mantra occidental de “la única democracia en la zona”. Además, EEUU ha perdido capacidad directa de influir en los acontecimientos y está en una situación de estancamiento que intenta romper en Libia, por un lado, y en Siria, por otro, para recuperar influencia. El “orden” establecido en la zona hasta el año 2010 ya no existe.

Queda mucho por hacer y se puede recuperar la vieja definición de Gramsci sobre crisis histórica: “cuando lo que está muriendo no termina de morir y lo que está naciendo no termina de nacer”. En esa etapa se está. Pero lo que es evidente es que el pueblo árabe está marcando un nuevo discurso político en el que ya hay otros actores, y no todos son proclives a los intereses ni estadounidenses ni occidentales.

Nota:

(1) As-Safir, 11 de mayo de 2011.

(2) Ibid

(3) Yedioth Ahronoth, 8 de mayo de 2011.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su último libro es “Pueblos originarios en América. Guía introductoria sobre su situación”, editado por Aldea con la colaboración del CEPRID.

albercruz@eresmas.com


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