¡Reapromiémonos de la crisis del trabajo!

En el anterior número de Ekintza Zuzena se publicó un artículo tratando de explicar el modo en que las crisis sistémicas capitalistas rompen ciertos consensos morales que facilitan la reproducción del capitalismo. Advertíamos de la fractura que se está produciendo en la forma que tiene el capitalismo tardío de insertar socialmente a la gente mediante el yugo del trabajo asalariado. El sistema da muestras crecientes de no querer ni poder insertar (aun de forma dependiente y subalterna) a toda la población, creándose «excedentes humanos». Esa falla se materializa en las personas que son expulsadas de las diferentes esferas que históricamente han constituido el eje de socialización capitalista: trabajo asalariado y consumo dinerario de bienes, servicios y mercancías. El «trabajo» asalariado en el capitalismo es tratado como una mercancía que actúa como la principal forma de vinculación social entre individuos que no se conocen. Pero el trabajo no es una cosa, no es una mercancía como nos enseñó Polanyi, es una relación social. Por tanto, cuando se transforman su sentido social, su significación y finalidad, también cambia la forma de vinculación social que opera mediante el trabajo. En otras palabras, cabe la posibilidad de dar otro sentido al trabajo humanizándolo, alejándolo de la mercantilización y orientándolo a la vida, como sostiene la economía feminista.

Al final del texto proclamábamos la necesidad de comprender la situación para intentar actuar en beneficio de la construcción de estructuras, redes y organizaciones autónomas que dieran sentido comunitario y liberador. Para eso es necesario tratar de construir un relato alternativo al del inminente «colapso» o la imparable fascistización social.

La realidad social en permanente agitación

No ganamos para sustos. La sociedad del shock. Mientras escribo este artículo aún no ha terminado de remitir la pandemia por coronavirus ni sabemos cómo ni cuándo lo hará, y al mismo tiempo están cayendo bombas en Ucrania en una nueva guerra imperialista, que algunos autores como Miguel Mellino1 ya han catalogado como «la crisis definitiva del orden neoliberal globalizado». Desde el año 2008 las situaciones de crisis sistémica, por unos motivos u otros, y las convulsiones sociales parecen sucederse sin remisión. Parece dibujarse un escenario social dominado por el miedo y la impotencia, el mejor germen para que crezcan las podridas raíces del creciente autoritarismo político mundial mediante el ejercicio del populismo reaccionario. El futuro se nos aparece como un fantasma aterrador, el miedo recorre cuerpos y mentes envenenándolos, la incertidumbre vital cala hasta los huesos y ante la creciente sensación de pánico, alimentada con saña por los medios y la hiperconectividad a redes sociales insaciables y generadoras de noticias falsas.

En este contexto social, de todas y todos conocido, surgen formas reactivas y reaccionarias que dan explicaciones simplonas y parciales a problemas complejos. Pareciera cierto, como bien afirma Mellino, que estamos en un momento crítico de la historia, en un momento de ruptura con el orden anterior, una crisis civilizatoria, una quiebra como la que supuso la imposición del neoliberalismo de Thatcher y Reagan unos años después de la crisis del petróleo de 1973. Una reestructuración sistémica que acabó con las pocas certezas que pudiera haber en el mundo laboral industrial; generalizó el individualismo; atacó las formas de colectividad obrera y propulsó la propiedad privada como único y verdadero camino hacia la inserción y el éxito social. La flexibilización, desregulación e individualismo fueron las recetas para potenciar un nuevo ciclo de acumulación y desposesión capitalista que derivó en la globalización económica neoliberal.

Tras cuatro décadas, ese modelo de acumulación y explotación neoliberal está dando muestras de agotamiento. Puede que el declive del capitalismo se esté acelerando, como nos vienen advirtiendo desde hace años decenas de honestos pensadores y pensadoras anticapitalistas de todo signo y condición, desde la militancia más política (son referentes Corsino Vela, Jtxo Estebaranz, Miquel Amorós o Juanma Agulles) al academicismo universitario (Carlos Taibo, David Harvey, Kathi Weeks o Wolfgang Streeck2, entre otros/as). Sabemos que el capitalismo no resuelve sus crisis, solo las desplaza a otro lugar ¿Cuál es ese nuevo lugar en un mundo globalizado? Bien pudiera ser una vuelta a la entidad nacional, al estado-nación, un regreso que solo puede ser temeroso, reaccionario y, por tanto, peligroso.

Y es que ante la perspectiva de un mundo que parece acabarse, la única forma de vida que la mayor parte de la gente ha conocido, una de las posibles respuestas humanas es tener miedo e incertidumbre. Una posición de partida defensiva que propicia respuestas de «cierre social», de un «nosotros contra los otros» que adopta múltiples caras (hombres contra mujeres, nacionales contra extranjeros, ricos contra pobres, trabajadores contra parados…) Un anhelo de volver atrás, a la vida de antes, de retomar aquel funesto «queremos vivir como nuestros padres» que también se coreó en aquel lejano 15 de mayo de 2011 en las plazas públicas, un cántico que ya albergaba el miedo reaccionario al futuro. Algunas/os de aquellas/os chicas/os que portaban pancartas con ese lema posiblemente hoy sean simpatizantes de la reacción neofascista. Este miedo es, a mi juicio, una de las principales causas que llevan a una parte de la población a aferrarse a los relatos negacionistas del cambio climático, a seguir acrítica y ciegamente la ideología del crecimiento continuo sin límites, la negación de la violencia de género o el creciente racismo y clasismo, facilitando, además, el ascenso electoral y el envenenamiento de la vida social por la extrema derecha.

Todo esto ya lo sabemos, también que tenemos el deber de combatirles, de todas las formas posibles. Pero en este artículo queremos apostar por una respuesta en positivo, apostar por aprovechar como una oportunidad la coyuntura que plantea la rápida decrepitud del modelo de acumulación y explotación capitalista global. No darlo todo por perdido de antemano.

Tiempo de trabajo, tiempo de vida…

El control del tiempo es una cuestión fundamental. Es evidente que todo el mundo dispone de 24 horas de tiempo al día. La distribución del mismo, a qué le dedicamos tiempo y a qué no, es una cuestión de poder. Una relación que está doblegada en el capitalismo por la necesidad de conseguir recursos para la supervivencia. A poco que lo pensemos, si descontamos las horas para dormir y otras necesidades fisiológicas básicas, cualquiera de nosotros/as tiene la sensación de no tener tiempo, o lo que es lo mismo, no tener control sobre el tiempo restante. Esto se debe a que la mayor parte de la población debemos vender gran parte de nuestras 24 horas a cambio de un salario haciendo trabajos de mierda3.

Recuperemos un par de ideas para seguir avanzando. La primera es recordar la teoría del valor de Karl Marx. De una forma muy resumida podríamos afirmar que el valor de una mercancía producida está directamente relacionado con la inversión en tiempo (socialmente necesario) para producir esa mercancía que, en última instancia, será vendida en un mercado ofreciendo ganancia (plusvalía) al propietario de los medios de producción. El capitalismo se basa en la creación de valor mediante el uso del tiempo de las personas en los procesos de producción de mercancías o de servicios. El capital se encuentra en una crisis de producción de valor que solo puede ser solventada momentáneamente de dos maneras: invirtiendo en tecnología o rebajando los costes de producción reduciendo salarios o empeorando condiciones de trabajo. Ambas opciones aumentan la masa de personas expulsadas del mercado de trabajo, principalmente jóvenes, mujeres y extranjeros de clase trabajadora.

La segunda idea es que el sistema capitalista promueve la inserción social por medio del trabajo asalariado. Sabemos que este modelo produce expulsiones de parte de la población que no le genera rentabilidad ni como fuerza de trabajo ni como consumidores. Esta dinámica consustancial al capitalismo parece estar agravándose en las últimas dos décadas con las concatenaciones de diferentes crisis, primero la estafa financiera de 2008 y después la pandemia de 2020, cuyo relevo está tomando la guerra entre Rusia y Ucrania. A este fenómeno forzado se añade que el COVID-19 trajo también la paralización de la economía y el teletrabajo para millones de personas. Una parte de ellas tuvo la oportunidad (forzada) de pararse a pensar y descubrieron que odian sus trabajos, que les pagan poco o que simplemente no quieren que el trabajo siga siendo el centro de sus vidas y desvelos. Esta reapropiación del sentido social del trabajo sería la principal causa del abandono voluntario de más de 4 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos, lo que han dado en llamar «la gran dimisión» o «la gran renuncia». A pesar de esta situación ¿coyuntural?, la gran mayoría de las «expulsiones» laborales son forzadas, hablamos de la gente que encadena trabajos precarios con periodos de desempleo, de aquellas que ya no son empleadas por su condición o edad, de los inmigrantes ilegalizados, enfermos/as, dependientes, etc.

Estas masas desempleadas constituyen en el capitalismo el ejército de reserva del precariado. Gentes pobres que compiten con otras pobres gentes por un puesto de trabajo, a menudo en pésimas condiciones por un salario insuficiente, lo que es una fuente de tensiones entre facciones diferentes de la fuerza de trabajo, fundamentalmente entre nacionales y extranjeros. Esto se debe a que el trabajo decente es un recurso escaso, en palabras del historiador económico Aaron Benanav «simplemente no hay suficientes trabajos decentes para todo el mundo»4. Esta es una situación realmente existente que difícilmente va a cambiar. Pero puede tener un sentido social diferente del que históricamente se le otorga en el capitalismo. A mi juicio existe una oportunidad, quizás la última, de tratar de reconvertir este ejército en una amenaza del modelo, no en una herramienta de este.

¿hacia la reapropiación popular del tiempo?

La clave de nuestra argumentación estriba en qué orientación pueda tomar esta amalgama de gente que debe buscarse la vida en los márgenes del sistema. Una vía es la de hacer caso a todos los discursos estatales y empresariales que abogan por la formación y el reciclaje laboral, esto es, asumir el discurso de que hay una salvación individual si uno/a gasta tiempo y recursos en estudiar cursos que no le interesan para un trabajo que no van a encontrar o que no le satisfará porque el único sentido que tiene es la obtención de recursos para la supervivencia. El segundo camino, más complicado, pero por el que tiene sentido luchar, es transformar toda esa fuerza en espera, esa energía perdida e ilusiones muertas en capital activo, en un ejército de personas que defiendan nuevas formas de relacionarse entre ellas y con lo económico, un «ejército» que deje de ser de «reserva» para trabajos de mierda, y se convierta en un «ejército vivo» que realice un trabajo socialmente necesario, pero no para la producción de mercancías, sino para la vida. Este sería el proyecto político más urgente y potente en este momento histórico.

Este tiempo de trabajo socialmente necesario para la vida se fundaría sobre relaciones de cooperación y reciprocidad, que estarían barnizadas de la fuerza creativa de la autonomía articulada para la obtención de recursos para la supervivencia o la reproducción social, por caminos contrarios a los marcados por el capital: el salario o el negocio. Este trabajo socialmente productivo fomentaría relaciones humanas y no de competencia, formas de cuidado comunitario, reciprocidad e intercambio. Formas de relaciones sociales que siempre han existido y siempre existirán, a pesar del pretendido yugo totalitario de la mercancía. Siempre hay espacio para la resiliencia humana puesto que como dejó escrito Darwin, la tendencia a la cooperación es una tensión vital más fuerte y natural que la competencia.

En segundo lugar, esta fuerza de trabajo al servicio de la vida tendría la capacidad y comprensión crítica de establecer otro tipo de vínculos con la tierra, una relación desmercantilizada y con cánones más humanos, agroecológicos, que podrían facilitar la transición a otro modelo de organización de la producción de alimentos. La única vía posible ante el paulatino agotamiento del modelo agroindustrial.

En tercer lugar, el uso de los saberes técnicos y científicos que atesora la gente formada, no serían utilizados para el crecimiento de la industria militar o química, sino que serían expropiados a las élites académicas para ponerlos a disposición de la gente. Para mejorar la vida de las personas y los animales, de la tierra y de todo lo que conlleva. En lugar de producir naturaleza barata para el consumo industrial (bien sean cerdos de agroindustria o eucaliptos para la producción maderera) esos conocimientos serían utilizados para el conocimiento humano práctico, para la creación de espacios autónomos de formación y educación libre según intereses comunitarios; para crear relatos alternativos y para apropiarse, aunque sea de manera limitada, de algunas áreas productivas capitalistas.

En definitiva, este artículo quiere ser una propuesta positiva, de defensa de la necesidad de reutilizar los desechos humanos para el sistema con la intención de devolverles valor humano, identidad creativa y sentido de vida que permita desarrollar habilidades y crecer como personas en un ambiente comunitario. Sería un bello inicio, aunque en realidad se trataría de dar continuidad y agrandar las muchas y buenas alternativas que ya están funcionando.

Contramovimientos autónomos de poder popular

Existe una red más o menos difusa, más o menos articulada, más o menos densa de experiencias de vida y trabajo al margen del sistema capitalista. A pesar del ocultamiento sistemático y/o criminalización de los medios de comunicación masivos, redes sociales, televisiones y toda la amplia variedad de formas de manipulación que el desarrollismo tecnológico ha puesto a disposición del poder. A pesar de la aparente debilidad y fragmentación de los movimientos antagónicos y autonomistas, existen interesantes y variadas experiencias de supervivencia fuera o en los márgenes del mercado y las lógicas productivistas capitalistas. Se trata de experiencias de muy diversa naturaleza por su tipo de actividad, anclaje territorial, objetivos y medios utilizados para alcanzarlos. Esta relación de proyectos, necesariamente sesgada, son la base sobre la que poder construir una existencia nueva que desborde los márgenes en los que se desarrollan. Son una suerte de potencia creativa, no solo un dique de resistencia y contención, sino de creación.

A modo tentativo podríamos establecer cuatro grandes esferas5. En primer lugar, en la esfera de la vivienda y proyecto vital, apuntamos los movimientos (neorrurales) de okupación6 o incluso de compra comunal. Estos movimientos suelen ser integrales7, aúnan lo económico con lo social y vital, los activistas que los desarrollan suelen tener un gran bagaje práctico acumulado y las ideas claras. Se trata de un tipo de okupación que ataca las raíces mismas del modelo de acumulación y propone una alternativa real a la creación de subjetividades capitalistas. Un tipo de okupación que se complementa y retroalimenta con la urbana y política, que desde hace muchos años conforman redes vivas de centros sociales okupados repartidos por toda la geografía.

En el plano de la subsistencia y solidaridad vecinal autoorganizada encontramos comedores sociales, bancos de alimentos, almacenes comunitarios de intercambio, etc. algunos surgidos o potenciados con la pandemia. Estas experiencias parecen menos llamativas que otras, son un movimiento de contención de las peores consecuencias que sufren las personas vulnerables, pero también son experiencias que nos cuentan una historia de solidaridad entre desconocidos, de prácticas comunitarias de protección de los «otros», de empatía y apoyo.

En la esfera del mundo del trabajo podríamos destacar la particular existencia de cooperativas de trabajo8, sindicatos vecinales, redes de autodefensa laboral y asambleas de parados. Si bien su primer objetivo se alinea con la noble y clásica lucha sindical de clase contra la explotación y la precariedad, su radio de acción e influencia en la vida del barrio va mucho más allá, incluyendo esferas de vida como la vivienda y construyendo redes de apoyo mutuo y reciprocidad. Estos sindicatos y asambleas construyen la base sobre la que, quizás, se podría construir otro relato que no sea el de la inserción digna en los mercados de trabajo capitalistas, sino el de construir alternativas lo más autónomas posibles que al principio necesariamente deberán ser complementarias al trabajo asalariado

Por último, una esfera fundamental es la de dar a conocer y explicar estos y otros muchos proyectos, de lo que se encargan principalmente las experiencias de contrainformación (publicaciones, radios libres o comunitarias, editoras alternativas, librerías políticas, presentaciones de libros, charlas…) Una de las cuestiones que marca la diferencia entre las iniciativas es el grado de autonomía, especialmente con respecto a la financiación (subvenciones o autofinanciación) y el grado de dependencia/colaboración con las instituciones. Toda esta amalgama incompleta de proyectos diferentes y autónomos, pero que comparten la idea de un cambio radical de lo social, conforman una ilusionante base con conocimientos prácticos y potencial creativo sobre el que debería pivotar el cambio de sentido social del trabajo.

A modo de cierre

Desde mi punto de vista, este ciclo inconcluso de crisis es el inicio de un ciclo de convulsiones sociales que generará incertidumbres y problemas sociales importantes. En palabras de Bifo Berardi, estamos a las puertas de una depresión epidémica, lo que él llama «psico-deflación», un momento de epidemia depresiva social. Indudablemente es un momento crucial, de transformación. Existe riesgo cierto y elevado de dirigirnos a un colapso civilizatorio o una sociedad neo-autoritaria, pero también es cierto que no todo está dicho, que el futuro no está escrito y que la misma brecha de oportunidad que se abre para un proyecto autoritario, también abre la posibilidad para un proyecto social diferente. La orientación que tome dependerá de multitud de factores complejos, pero uno que puede ser una pieza clave, es intentar construir entre todas un nuevo relato vital, social y económico que dé un nuevo sentido práctico a nuestras vidas con el horizonte optimista de una nueva sociedad por construir. La lucha sigue abierta.

Gari


NOTAS:

1. https://ctxt.es/es/20220301/Politica/38946/Miguel-Mellino-Gorka-Castillo-guerra-Ucrania-neoliberalismo-Rusia.htm Entrevista a Miguel Mellino publicada en Ctxt en 1 de marzo.

2. En el año 2017 la editorial Traficantes de sueños recopiló y edito una serie de artículos suyos bajo el título «¿Cómo terminará el capitalismo?» de acceso libre en la web.

3. «Trabajos de mierda» es el título de uno de los libros del recientemente fallecido antropólogo anarquista David Graeber.

4. En «La automatización y el futuro del trabajo», libro publicado en 2021 por Traficantes de sueños

5. Me gustaría agradecer a Corsino Vela y a los editores de Ekintza Zuzena sus consejos para abordar estas categorías.

6. A pesar de las miserables campañas de criminalización y descrédito, la okupación sigue siendo una herramienta valida de carácter político de expropiación de propiedad privada para reconvertirla en bienes de uso comunitario.

7. https://rehabitemlesruralitats.org/es/

8. La tipología es muy amplia, siendo importante atender a la forma de financiación, los objetivos y las formas de organización interna.

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