¿Qué pensar sobre Klaus Schwab?

Todo el mundo sabe que la plaga se acerca
Todo el mundo sabe que se está moviendo rápido
Todo el mundo sabe que el hombre y la mujer desnudos
son solo un artefacto brillante del pasado
Todo el mundo sabe que la escena está muerta
Pero habrá un medidor en tu cama
que revelará
lo que todo el mundo sabe

Leonard Cohen, «Everybody Knows», 1988

Este texto es un extracto de la tercera parte de «El momento de la vacuna», un ensayo sobre el virus y la máquina, de Paul Kingsnorth, publicado a finales de 2020

¿Cuándo una teoría de la conspiración no es una teoría de la conspiración? La respuesta a esta pregunta contiene en si la forma del mundo que viene.

Las historias son el medio por el que navegamos por la realidad, pero también son el medio por el que la controlamos, y por el que somos controlados. Controlar la historia, controlar la población: esto se ha entendido desde los faraones, y es por eso que la batalla narrativa por la covid ha sido tan feroz. Es por eso que los medios de comunicación y las empresas de redes sociales han trabajado tan duro para cerrar preguntas difíciles sobre las vacunas, y por qué se han realizado esfuerzos constantes para silenciar, intimidar o amedrentar a las personas que supuestamente están difundiendo «desinformación». Y es también por eso que hemos visto un nuevo enfoque sobre un tipo muy diferente de narrador, uno que antes era objeto de mofa pero que ahora se mira cada vez más con nerviosismo y rabia: el «teórico de la conspiración».

Había una vez, no hace mucho tiempo, en que sabíamos lo que era un «teórico de la conspiración». Era alguien que ofrecía una opinión externa, a menudo muy extraña, de una versión oficial de una historia conocida. A veces, la opinión era convincente (JFK no fue disparado por un solo pistolero), a veces no lo era (la ONU quiere matar al 95% de la población mundial) y, a veces, era francamente venenosa (los judíos están detrás de todo). Pero todos sabíamos que una «teoría de la conspiración» era una historia que apuntaba hacia fuerzas oscuras y ocultas que operaban en el mundo: una historia que decía que algo se estaba ocultando y debería ser expuesto.

Por supuesto, el término también era otra cosa: una difamación. El «teórico de la conspiración» (que probablemente llevaba un «sombrero de papel de aluminio») estaba básicamente desquiciado: no como nosotros, las personas buenas y sensatas que obtenemos nuestra información de los noticiarios de televisión, la ciencia revisada por pares y los libros destacados por los periódicos serios. Aun así, estas personas eran en su mayoría inofensivas y, lo que es más importante, eran irrelevantes. Las personas que se obsesionan con el incidente de Roswell o con la falsificación del alunizaje no son una amenaza para el poder, por lo que son ignoradas por él. En tiempos normales, los «teóricos de la conspiración» simplemente no importan.

Pero, ¿qué pasa con los tiempos anormales? ¿Momentos como este, cuando la confianza en las fuentes de autoridad se está desmoronando, cuando las narrativas oficiales quiebran y cuando más y más gente se aferra a la niebla en busca de nuevos mapas? En momentos como este, suceden tres cosas. En primer lugar, proliferan muchas nuevas teorías de la conspiración, como flores en un suelo baldío recién abierto a la lluvia. En segundo lugar, la frase «teórico de la conspiración» se convierte en una herramienta útil para quienes intentan mantener la línea oficial: un término de desestimación que se puede aplicar a todos y cada uno de los que cuestionan la Narrativa oficial, sin importar cuán razonables sean sus preguntas.

En tercer lugar, algunas de esas teorías resultarán estar en lo cierto.

Es justo decir que los «teóricos de la conspiración» han tenido una buena pandemia. Todavía puedo recordar un título glorioso de una publicación conocida que apareció a principios de 2020, y que no ha envejecido bien: «Los teóricos de la conspiración antivacunas están sugiriendo que la covid-19 conducirá a la introducción de ‘pasaportes de vacunas’». Ha habido innumerables artículos como este en los últimos dieciocho meses en numerosos medios, desestimando todas las predicciones, desde pasaportes hasta leyes, pasando por campos de cuarentena, tachándolo todo a la locura de los conspiranóicos. Esto sólo ha servido para subrayar la manera cobarde y sin precedentes en la que se han estado comportando muchos de los medios de comunicación, así como la destrucción de la credibilidad que les quedaba. Pero esa es otra historia.

Puede que la «teoría de la conspiración» más mencionada durante el año pasado haya sido la del «Gran Reinicio» [Great Reset]. En esta espeluznante historia, así nos cuentan estos medios de comunicación, el genio malvado globalista Klaus Schwab, que vive bajo un volcán en Davos, planea matar al 95% de la población (nuevamente) y tomar el control de los recursos del mundo. El 5% que quede no poseerá nada pero será feliz, porque ya no hay habrá cambio climático y todos estaremos completamente vacunados y reforzados y plenamente de acuerdo con lo que Klaus y Bill Gates hayan planeado para nosotros a continuación, que probablemente involucrará robots.

Es cierto que hay varios, digamos, cuentos creativos que circulan sobre Schwab y la agenda de su Foro Económico Mundial (WEF). Pero el Gran Reinicio en sí no es una invención de los paranóicos, ni tampoco una conspiración. Se podría llamar un plan o una agenda, pero se entiende mejor como otra historia: una que Schwab y sus colegas quisieran que todos adoptemos como nuestro mapa para el territorio venidero. Si desea comprender la naturaleza a la vez aburrida y siniestra de esta historia, no necesita penetrar en los recovecos más profundos del reducto montañoso en el que se eclosionó en secreto: puede simplemente ver las conferencias en línea, asistir a las conferencias virtuales o navegar por la sección correspondiente del sitio web del WEF. O, si está realmente interesado, puede hacer lo que hice la semana pasada y leer el libro de Klaus Schwab sobre el tema.

Covid-19: The Great Reset está lamentablemente libre de dispositivos de control mental, microchips en vacunas y reptilianos. De hecho, está casi completamente libre de cualquier cosa interesante. Es un manifiesto globalista estándar, del tipo que podría haber sido publicado por cualquier funcionario editorial perteneciente a WEF, OMC, G8, ONU, FMI o el Banco Mundial, o cualquier escritor de The Economist o Forbes, en cualquier año posterior a 1990. Cuando estaba escribiendo mi primer libro, One No, Many Yeses(1)(2), a principios de la década de 2000, leí docenas de libros y artículos como este, en un intento de comprender qué impulsó a los promotores de la globalización económica y cultural. Eran, y son, siempre los mismos: un himno a la gracia salvadora del capitalismo global, disfrazados con clichés de justicia social y un discurso aspiracional de ONG. Diversidad, vitalidad, igualdad, inclusión, alivio de la pobreza y clichés manidos similares: desde que comenzaron a ser víctimas de multitudes de activistas fuera de sus centros de conferencias a finales de los noventa, los capitanes de los barcos negreros del capitalismo global se han cuidado de disfrazar sus abordajes piratas como proyectos de caridad, impulsados por un deseo lennonista(3) de unidad universal.

El libro de Schwab, entonces, debe leerse en dos niveles. En la superficie, su argumento es suave, no sorprende y es deliberadamente difícil de estar en desacuerdo. Dice que la pandemia lo ha cambiado todo y que el mundo nunca volverá a ser lo que era. También argumenta que «lo que era» tampoco estaba funcionando de todas formas. La economía global (la que él ayudó a construir) está cambiando el clima, provocando desigualdades dentro y entre las naciones y dando lugar a otros males contemporáneos, desde el racismo hasta la contaminación de los océanos. Por lo tanto, deberíamos «aprovechar la oportunidad» que el virus ha traído convenientemente para «reiniciar» el mundo: reconstruirlo de una forma más justa, mejor y más sostenible.

Hasta aquí, muy bonito. ¿Quién podría oponerse a una menor pobreza y mares más limpios? Tienes que mirar más allá de la superficie para comprender qué implica realmente todo esto y, más concretamente, cómo se debe lograr. Y no tienes que cavar demasiado para ver la historia detrás de la historia.

El evento covid, explica Schwab, ha demostrado que «vivimos en un mundo en el que nadie está realmente a cargo». Para muchos de nosotros, esto puede parecer algo bueno, pero para pensadores globalistas como Schwab es un problema que debe resolverse. «No puede haber una recuperación duradera sin un marco estratégico global de gobernanza», escribe. Los estados nacionales y sus amables aliados en la «comunidad empresarial global» deben unirse para «reconstruir mejor» (es posible que haya escuchado esto en alguna parte antes). ¿Qué significa esto? Significa que no hay vuelta atrás.

Schwab tiene claro que las medidas tomadas para hacer frente a la covid -confinamientos, pasaportes vacunales, vacunaciones obligatorias, segregación médica, despidos masivos, destrucción generalizada de pequeñas empresas, el aumento de las ganancias y la influencia de las grandes empresas tecnológicas y una normalización radical de la supervisión y vigilancia digitales, así como el control estatal- han producido cambios permanentes en nuestras sociedades que no desaparecerán. «Lo que hasta hace poco era impensable», escribe, «de repente se hizo posible». Esto es especialmente cierto cuando miramos al verdadero ganador de los años de covid: el sistema tecnológico en sí.

Si bien «algunos de los viejos hábitos ciertamente regresarán» después de que termine la pandemia, escribe Schwab, «muchos de los comportamientos tecnológicos que nos vimos obligados a adoptar durante el confinamiento, se volverán más naturales a través de la familiaridad». Trabajo desde casa, monitoreo digital de los empleados por parte de sus empresas, reuniones de Zoom y entregas electrónicas, sin mencionar toda la estructura del sistema de «pasaporte de vacunas» con código QR: es probable que gran parte de esto permanezca en la nueva normalidad que la covid ha creado. En el futuro reiniciado, reconsideraremos cosas que alguna vez habrían sido una segunda naturaleza: cosas como pasar tiempo con nuestros seres queridos. ¿Por qué, pregunta Schwab, soportaríamos ‘conducir hasta una reunión familiar lejana durante el fin de semana’ cuando «el grupo familiar de WhatsApp’ (aunque ciertamente «no es tan divertido») es, sin embargo, «más seguro, más barato y más ecológico»? ¿Realmente? ¿Por qué?

Ésta es la esencia del Gran Reinicio: la construcción de un futuro que es a la vez controlado y catatónico, distópico y aburrido, monitoreado y monótonamente insoportable. Un futuro en el que las corporaciones globales sean libres de construir el mundo que han deseado durante mucho tiempo: una tecnocracia de mercado interconectada y sin fronteras, en la que cada individuo humano es una máquina de producción y consumo trazada, rastreada y monitoreada, todo en nombre de la salud y la seguridad públicas.

Curiosamente, Schwab observa abiertamente, en una afirmación que podría provocar la prohibición de Youtube a cualquier otra persona, que la covid es «una de las pandemias menos mortales que el mundo ha experimentado en los últimos 2000 años» y que las consecuencias… en términos de salud y mortalidad serán suaves. Las consecuencias realmente duraderas, escribe, no serán provocadas por el virus en sí, sino por la respuesta a él. Esto culmina en la única imagen sorprendente en el libro, que Schwab usa para ilustrar cómo el miedo a la enfermedad persistirá mucho después de que haya retrocedido cualquier amenaza de covid, y a qué podría conducir esto:

Una nueva obsesión por la limpieza supondrá especialmente la creación de nuevas formas de envasado. Se nos animará a no tocar los productos que compramos. Los placeres simples como oler un melón o exprimir una fruta serán mal vistos e incluso pueden convertirse en una cosa del pasado.

Un mundo tranquilo, limpio y ordenado, libre de melones peligrosos en pequeños puestos de mercado, libre de pequeñas empresas y acuerdos comerciales anárquicos e interacciones humanas incómodas de cualquier tipo: un mundo dirigido por corporaciones eficientes, limpias y digitalizadas que ofrecen «soluciones electrónicas» para cualquier actividad que pueda amenazar nuestra seguridad y bienestar: esto se ha ofrecido durante años, pero la pandemia, como Schwab reconoce abiertamente, ha sido una bendición para quienes la respaldaron. Ahora estamos dispuestos a aceptar cosas que hubieran sido inconcebibles hace tres años. ¿Qué se nos propondrá hacer el año que viene? ¿Y quién escuchará a la turba heterogénea de teóricos de la conspiración, antivacunas, fascistas y locos que quieren que le digamos que no a lo propuesto?

Este es el tipo de cosas que alimentan las realmente extrañas «teorías de la conspiración» en torno a Schwab y su agenda. Pero no es necesario creer que el virus se liberó deliberadamente o que no existe, para simplemente observar la imagen más amplia. Desde hace décadas, los estados y sus líderes políticos se han visto progresivamente desempoderados por la globalización, y el poder se ha concentrado en manos de quienes crean y controlan la infraestructura tecnológica mundial. Bill Gates, Mark Zuckerberg, Klaus Schwab, Jeff Bezos, Sergey Brin, Ray Kurzweil y similares han estado moldeando nuestra realidad durante décadas, y el capitalismo límbico(4) del que fueron pioneros ha sido hipercargado por covid.

Vivimos una época en la que el conflicto entre tecnocracia y democracia se ha desbordado: la batalla se libra a diario ahora en la calle y en la pantalla. Schwab ha captado la atención porque está intentando poner públicamente un marco narrativo en torno a este conflicto. Solo el mes pasado, en una conferencia en Dubai (¿dónde, si no?), hizo explícita esta ambición al cambiar el nombre de su Gran Reinicio como la «Gran Narrativa». El mundo necesitaba una nueva historia global para unirlo, dijo. Él y WEF ayudarían a «imaginar el futuro, diseñar el futuro y luego ejecutar el futuro».

Klaus Schwab planeando ‘ejecutar el futuro’ es exactamente el tipo de cosas que hacen que Alex Jones salive. Pero aunque no se debe subestimar el poder y la influencia de Schwab y del WEF, él no está moviendo los hilos. No hay ataduras: solo existe la Máquina, y su itinerario lleva establecido largo tiempo. La Covid ha proporcionado el campo de pruebas y la plataforma de lanzamiento perfectos para una próxima generación de tecnologías de vigilancia y control digitales que han estado en la mesa de dibujo durante años. La confusión, la ira y la división que se arremolina a nuestro alrededor en este momento es el resultado de nuestra incapacidad para afrontar el tecnogolpe que estamos sufriendo, incluso para comprender adecuadamente lo que está sucediendo.

Pero el futuro ya está fuera de la mesa de dibujo. Tome esos pasaportes de vacunas habilitados para QR, que se han desplegado tan rápido en todo el mundo durante los últimos doce meses. Desde una perspectiva de ‘salud pública’ tienen poco sentido, ya que sabemos que las vacunas disponibles actualmente no previenen la transmisión del virus. Pero tienen el efecto de normalizar las tecnologías involucradas: tecnologías que estaban en proceso de todos modos. Los pasaportes de vacunas digitales se han estado preparando en la Unión Europea, por ejemplo, desde 2018. A finales de 2019, meses antes de que comenzara la pandemia, comenzaron en Bangladesh los ensayos de ‘sistemas de identidad digital’ vinculados al estado de vacunación. Se esperaba que demostraran cómo «valerse de la inmunización era una oportunidad para establecer una identidad digital» a escala mundial(5).

De nuevo: no se requieren afirmaciones extravagantes para que esto tenga sentido. No es más que una aceleración en la dirección en curso. La mayoría de nosotros ya llevamos en nuestros bolsillos un dispositivo de rastreo portátil, que monitorea nuestra ubicación geográfica, recopila datos sobre todo, desde nuestras opiniones políticas hasta nuestras preferencias de compra, y puede ser utilizado por el Estado in extremis para determinar quiénes son nuestros amigos y contactos. Se llama teléfono inteligente. A medida que la covid se vuelva endémica durante los próximos dos años, y a medida que sigan apareciendo nuevas variantes, es probable que haya una presión continua para obtener garantías permanentes de salud y seguridad. Es posible que podamos usar esos teléfonos inteligentes, ya equipados convenientemente con nuestros códigos QR de covid, como «pasaportes de salud» permanentes, que nos permitirán acceder a bienes y servicios de manera segura y digital en el peligroso nuevo mundo, mientras se penaliza o excluye cualquier persona que se niegue a acogerse a las medidas de salud pública recomendadas.

Si esto suena como una de esas viejas y locas teorías de la conspiración, tenga en cuenta que los pasaportes reales, los que usamos para irnos de vacaciones, se introdujeron como una medida temporal después de la Primera Guerra Mundial. La justificación posterior para hacerlos permanentes a escala global fueron ‘consideraciones de salud o seguridad nacional’ provocadas por el brote de gripe española de 1918. Un siglo después, la versión digital está cerca de hacerse realidad, y la pandemia brinda la oportunidad perfecta para su despliegue. La OMS está negociando actualmente con estados nacionales, bloques regionales y corporaciones para acordar los estándares para la armonización global de pasaportes digitales:

Las nuevas herramientas desarrolladas como parte de los esfuerzos de la OMS están casi listas. Para fines de 2021, se espera el software de referencia beta DDCC Gateway (PKI) y una aplicación beta de verificación de estado universal, utilizando el SDK FHIR de Google Android y basada en el DCC de la UE… Está destinado a ser capaz de reconocer todos los formatos de código QR para pase de salud que se utilizan a lo largo del mundo.

Por tanto, tendremos nuestros pasaportes de salud globales permanentes, y luego se fusionarán con las tecnologías de identificación digital ya existentes y el despliegue de la moneda digital, para crear para todos nosotros una billetera de identidad digital personalizada que se presentará como una conveniencia opcional, pero pronto se convertirá en un requisito básico para participar de la vida en sociedad, al igual que los teléfonos inteligentes, las tarjetas de crédito y los pasaportes de papel.

Una vez que aceptamos la premisa de que los niveles profundos y ubicuos de vigilancia, monitoreo y control son un precio que vale la pena pagar por la seguridad, y parece que ya lo hemos hecho, entonces casi todo es posible. Corea del Sur acaba de introducir tecnologías de reconocimiento facial masivo para «acelerar las notificaciones de exposición potencial a la COVID-19». China opera un famoso sistema de crédito social a través del cual los ciudadanos son recompensados o penalizados por su comportamiento en múltiples esferas. Los medios de comunicación están produciendo pequeñas películas elegantes que detallan cómo su pasaporte covid podría almacenarse convenientemente en un microchip incrustado en su piel. En EE.UU., la FDA ya aprobó píldoras implantadas con ‘sistemas de seguimiento de la ingestión digital’, que envían una señal a un teléfono inteligente cuando se toma el medicamento. Quizás pueda pagarlos con su tarjeta de efectivo biométrica, impresa con sus huellas dactilares.

Abróchate el cinturón: estos son los tiempos que vienen, y nos están conduciendo directa y deliberadamente hacia el objetivo principal: el ‘Internet de los cuerpos’(6), en la que comenzamos a fusionarnos, finalmente, con las máquinas que hemos fabricado. Los implantes cerebrales de microchip, «mejoras humanas» que nos permitirán «interactuar» directamente con la web, estarán con nosotros antes de lo que pensamos: su desarrollo está siendo financiado actualmente, entre otros, por Elon Musk y Mark Zuckerberg. La Royal Society, el grupo de expertos científico de la primera liga de Gran Bretaña, no puede contener su entusiasmo por las posibilidades que ofrecerán:

Vincular los cerebros humanos a las computadoras utilizando el poder de la inteligencia artificial podría permitir a las personas fusionar la capacidad de toma de decisiones y la inteligencia emocional de los humanos con el poder de procesamiento de big data de las computadoras, creando una forma nueva y colaborativa de inteligencia. Las personas podrían volverse telepáticas hasta cierto punto, capaces de conversar no solo sin hablar sino sin palabras, a través del acceso a los pensamientos de los demás a un nivel conceptual. No solo los pensamientos, sino las experiencias, podrían comunicarse de un cerebro a otro…

En esta historia, la historia de la Máquina, el mundo entero, y todos y todo lo que hay en él, se convierte en un nodo en la radiante red que creará y dirigirá nuestras horas de vigilia. Este futuro, por supuesto, ha sido anticipado desde hace mucho tiempo. William Morris lo vio venir, y también William Blake. Aldous Huxley y EM Forster lo tuvieron calado hace un siglo, y Edward Abbey lo predijo antes de que yo naciera:

Llámelo el Estado Hormiguero, la Sociedad Colmena, un despotismo tecnocrático, quizás benevolente, quizás no, pero en cualquier caso enemigo de la libertad personal, la independencia familiar y la soberanía comunitaria, cerrando durante mucho tiempo la libertad de elegir entre formas alternativas de vivir. El dominio de la naturaleza hecho posible por la ciencia mal aplicada conduce al dominio de las personas; a una uniformidad lúgubre y totalitaria.

La Covid ha acelerado y justificado nuestra inmersión en el hormiguero digital, y en los próximos años será cada vez más implacable. Quizás muchos de nosotros, incluso la mayoría, lo recibiremos con agrado. Después de todo, es lo que se nos ha anunciado durante años, en el masivo asalto a nuestra voluntad más deliberado y manipulador en la historia de la humanidad. Hemos sido entrenados para amar, o al menos aceptar, nuestros teléfonos inteligentes, GPS, frigoríficos inteligentes, drones y Alexas. Los luditas como yo siempre hemos sido una secta marginal. Ciertamente, las personas seleccionadas por el WEF como ‘jóvenes líderes mundiales’ del mañana están entusiasmadas por construir el futuro para el que han sido preparados:

Cuando la IA y los robots se hicieron cargo de gran parte de nuestro trabajo, de repente tuvimos tiempo para comer bien, dormir bien y pasar tiempo con otras personas. El concepto de hora punta ya no tiene sentido, ya que el trabajo que hacemos se puede realizar en cualquier momento. Realmente no sé si volvería a llamarlo trabajo. Es más como tiempo de pensamiento, tiempo de creación y tiempo de desarrollo.

Aunque, por supuesto, toda sociedad tiene sus desventajas:

De vez en cuando me molesta el hecho de que no tengo privacidad real. No puedo ir a ningún lugar sin ser registrado. Sé que, en algún lugar, está grabado todo lo que hago, pienso y sueño. Solo espero que nadie lo use en mi contra.

Esto no es una sátira; esto es profecía. O tal vez sea solo marketing. Sea lo que sea, por fin hemos llegado a las estribaciones del futuro: una versión invertida de Matrix en la que el agente Smith es el héroe. Un mundo terrible y aburrido al mismo tiempo. A medida que el cambio climático golpea, los ecosistemas continúan degradándose, las cadenas de suministro se atascan, el tejido social se deshilacha y la urbanización masiva y las migraciones masivas se aceleran, será cada vez más necesario microgestionar, empujar y controlar a los ciudadanos de nuestras sociedades masivas solo para mantener en marcha el espectáculo de crecimiento y progreso. La pandemia nos ha mostrado cómo se puede lograr esto. Schwab está en lo cierto cuando dice que no hay vuelta atrás de las lecciones que ha enseñado.

A veces pienso que lo que está sucediendo ahora no tiene precedentes en la historia de la humanidad. En otras ocasiones, parece la historia de la humanidad como de costumbre, solo que más rápido. ¿Cuándo empezamos a hacernos aumentos, después de todo? ¿Cuándo inventamos los anteojos, los zapatos, las armaduras, el pedernal desconchado? Si esto es lo que hacemos los humanos y lo que somos nosotros, animales que nos inventamos más fuertes, pensamos en mundos y luego intentamos construirlos, ¿hay alguna forma de detener el proceso de fusión entre hombre y máquina? ¿O eso ha ocurrido ya?

A pesar del nuevo bloqueo parcial al que acaba de entrar mi país, con pasaporte y vacunas, a pesar de todo lo que el futuro parece deparar: a pesar de todo, siento un inesperado rayo de esperanza. Control: esta es la historia que la Máquina cuenta sobre sí misma, y es la historia que a todos, en algún nivel, nos gustaría que fuera verdad. Pero los sistemas de control nunca duran. El mundo está más allá de nuestro entendimiento y nuestro control, y también, al final, las personas. Apenas nos entendemos a nosotros mismos. Quizás el deseo de Klaus Schwab de ‘mejorar el mundo’ es real: pero nunca podrá sujetarlo con la fuerza suficiente para doblegarlo a su voluntad. ¿Quién puede?

El mundo no es un mecanismo: es un misterio, uno en el que participamos a diario. Cuando intentemos rediseñarlo como un CEO global, o lo expliquemos como un ensayista, fracasaremos: débil o gloriosamente, pero fracasaremos. La Máquina, el technium(7), el metaverso: como sea que llamemos a nuestra Babel del siglo XXI, y por abrumador que nos parezca en el momento, nunca podrá vencer al final, porque es una manifestación de la voluntad humana y no de la voluntad de Dios. Si no crees en la voluntad de Dios, llámala ley de la naturaleza: de cualquier manera, nos dice lo mismo. Dice, suave o firmemente: no estás al mando.

No puedo fingir entender todo esto. Todo lo que tengo es mi intuición y estas palabras. Pero creo que el mundo es más sorprendente y más vivo de lo que a veces veo o incluso quiero creer. Creo que esta etapa del coronavirus pone de relieve una antigua lucha en curso, entre el espíritu de la naturaleza y el espíritu de la Máquina, y que esta lucha continúa dentro de todos nosotros cada minuto del día. A veces, hay que pelear batallas, tomar posiciones, trazar líneas. Éste es uno de esos momentos. Una vez que empezamos a comprender todas las historias en juego, podemos empezar a ver en cuál participamos y qué elecciones debemos tomar: lo que defendemos y lo que no.

El invierno está aquí en el norte. Mañana es el solsticio. En el oeste de Irlanda es oscuro, húmedo y frío. Los tiempos corren a nuestro alrededor y puede ser difícil mantener la cabeza bien puesta. Pero aquí se encienden velas en las ventanas por la noche, porque es el advenimiento, y una luz inesperada está a punto de abrirse paso en el más corto de los días. Los tiempos exigen ahora que recordemos y cultivemos algunas de las antiguas virtudes. Podríamos empezar por el coraje: el coraje y la paciencia. Puede llevar años, décadas, siglos, pero la Máquina que hemos construido para administrar la vida misma, para exprimir el mundo hasta adaptarlo a nuestra manera, al final se derrumbará y los cables zumbantes acabarán silenciados. Mientras tanto, nuestra tarea es comprender, y así poder resistir, la tiranía que esto trae consigo.

Pero D. H. Lawrence lo sabía: todos los profetas lo sabían. La Tierra no se puede reiniciar. No por nosotros; jamás.

Hablan del triunfo de la máquina,
pero la máquina nunca triunfará.

De los miles y miles de siglos del hombre
de los helechos desenredándose, de las blancas lenguas de los acantos lamiendo el sol,
durante un triste siglo
las máquinas han triunfado, nos han hecho correr de acá para allá,
agitando el nido de alondras hasta que se han roto los huevos.

Sacudiendo los pantanos, hasta que los gansos se han ido
y los cisnes salvajes se han alejado volando cantándonos su canto.

Duras, pesadas, las máquinas ruedan sobre la tierra,
pero en algunos corazones nunca lo harán.

NOTAS:

(1) https://www.paulkingsnorth.net/onmy

(2) Fue editado en castellano por Ediciones del Bronce en 2004, con el título ‘Un no, muchos síes: Viaje al epicentro del movimiento de resistencia a la globalización’. [N. del T.]

(3) Referente al músico John Lennon y en especial al mundo que describe en su la canción ‘Imagine’. [N. del T.]

(4) https://www.damagemag.com/2021/06/02/ what-is-limbic-capitalism/

(5) https://id2020.org/manifesto

(6) https://www.rand.org/blog/articles/2020/10/the-internet-of-bodies-will-change-everything-for-better-or-worse.html

(7) Según el tecnólogo Kevin Kelly, el Technium es la acumulación de inventos que los humanos han creado y de los cuales la sociedad depende tanto como de la naturaleza. Esta entidad, al igual que la Tierra, «tiene su propia agenda», sus propias leyes, su propia evolución. «Un teléfono móvil, un zapato o un bolígrafo no están vivos», dice Kelly. «Pero la red de elementos tecnológicos en su conjunto evoluciona con el tiempo bajo los mismos principios que la vida». Por eso Kelly cree que la tecnología podría representar el séptimo reino de la naturaleza. [N. del T.]

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