«Las ilusiones renovables» 15 años después. Una entrevista

Con ocasión de la reedición del libro Las ilusiones renovables (Ediciones El Salmón), editado en 2007 por Muturreko Burutazioak, firmado por los Amigos de Ludd y del que Ekintza publicó en aquella época uno de sus capítulos, proponemos aquí una entrevista con el autor del ensayo. Un pretexto tanto para presentar de nuevo el libro como para reavivar un debate sobre una cuestión absolutamente crucial.

Pregunta: ¿Por qué reeditar un libro que ya en su momento pasó desapercibido? ¿El paso de los años le habría concedido algún tipo de insospechada actualidad?

Respuesta: Le devuelvo la pregunta: ¿una cierta ironía condescendiente es siempre el signo de que avanzamos en la dirección correcta? En cualquier caso, me parece que exagera un poco cuando afirma que el libro pasó desapercibido… Yo diría más bien que fue deliberadamente ignorado por aquellas personas que se arrogaban entonces alguna forma de representatividad en los ambientes de la ecología más o menos crítica. Sin embargo, figuras más combativas y simpáticas como Ramón Fernández Durán o Pedro Prieto lo saludaron generosamente. No creemos, por otro lado, que el paso de los años le haya concedido más actualidad que la que pudo tener en su día: la de apuntar a una cuestión que hoy como ayer sigue siendo candente.

Pregunta: Vayamos a eso, ¿por qué tanto énfasis y zarabanda sobre la energía y sus crisis recurrentes?

Respuesta: Hmm, vamos a ver, ya en algunos trabajillos desarrollados en el boletín de los Amigos de Ludd, entre los años 2003 y 2005, habíamos empezado a desvelar la importancia de la cuestión energética. O dicho de otro modo: si la ecología es para nosotros la cuestión central de nuestro tiempo, la energía es la cuestión principal de toda ecología política. Por decirlo de alguna manera, la energía es un problema que engloba todos los demás y a partir de su análisis podemos desglosar asuntos más graves como es la dominación política y sus repercusiones sobre la vida social y material.

Pregunta: Pero esto no tiene nada de novedoso…

Respuesta:¡Exacto! Y esa era una de las posibles aportaciones del libro: la de querer inscribirse en una tradición de pensamiento social y ecológico que remontaba a muchas décadas atrás y que en los años ochenta y noventa se había desvirtuado, separándose de su vocación disidente en un sentido amplio. En el libro rendíamos homenaje, a veces crítico, a autores como Illich, Commoner, Mumford, Kropotkin, Osborn, Huxley, Naredo, Schumacher, Van Duyn, Goodman, Carsí, Georgescu-Roegen, Jungk y otros más, una larga lista de espíritus heterogéneos y necesarios para llegar a captar la cuestión en toda su complejidad. Quisimos que el libro alimentara una reflexión cercana a la filosofía libertaria, pero a la vez nutriéndose de todas estas lecturas e influencias. A principios de este siglo la crítica ecologista o anti-industrial de la sociedad estaba demasiado polarizada, por un lado una visión muy radical que podían encarnar, de forma muy diferente, claro, grupos como la EdN en Francia, o Zerzan o el anarcoprimitivismo en USA, y luego todo el espectro del ecologismo activista o institucional, por otro lado. De hecho, nuestro boletín estaba también inserto en esa polarización de la que, de peor o mejor forma, intentamos escapar. Con nuestro libro quisimos hacer una hendidura en el tiempo y volver a los años sesenta y setenta, donde pensábamos que los debates tenían una frescura y una dimensión existencial y utópica que se había perdido.

Pregunta: Pero el libro, esperamos, no era solo una discusión de ideas…

Respuesta: Bueno, a pesar de querer limitar su extensión, la pretensión es que fuera un libro que analizase la cuestión con una mínima trama histórica, de ahí que, aunque fuera de manera esquemática, el libro esté estructurado en torno a algunos apartados de la historia de la energía en la edad contemporánea. Como decimos en el prefacio, el libro se puede leer como un estudio histórico y filosófico, como una guía de lecturas, y también como un ensayo radical, lo que, claro está, convencerá más o menos.

Pregunta: Habla de limitar la extensión… Trescientas páginas no me parece un descomunal esfuerzo de autocontención, y no se trata de ironía, se lo aseguro. Esperamos que en algún momento demos con la idea central de su, ejem, competente tratado…

Respuesta: Yo puedo asistirle, en caso de absoluta necesidad: en realidad habría dos ideas que se sostienen entre sí. La primera es indiscutible: la concentración del poder energético, nos referimos sobre todo a su producción intensiva gracias a las materias fósiles, estimulada a partir de la era industrial, corresponde a una concentración del poder político y financiero. El poder político, en el siglo XX, unió su causa a la historia de la energía transformada. La segunda idea es derivada y secundaria: la expectación en torno a las energías «renovables» no es sino el último avatar de una gran mutación que pretende ocultar un progresivo declive del poder industrial del capitalismo. El declive en sí mismo es complejo y difícil de explicar y no tiene por qué comportar necesariamente una situación apocalíptica. Para simplificar mucho podemos decir que el capitalismo neotecnológico va ir progresivamente perdiendo su capacidad de apoyarse sobre los combustibles fósiles que le sirvieron de base para su expansión. Pensar que se puede producir una «transición energética» cambiando de base y obteniendo los mismos resultados en materia de transporte, fuerza motriz, climatización o transformación industrial nos parece, cuando menos, incierto.

Pregunta: ¿Es por eso que su libro atacaba las ilusiones ecologistas puestas en el desarrollo de las llamadas energías alternativas…?

Respuesta: Nunca es tarde para hacer progresos… En efecto, a principios de siglo esto ya nos parecía una evidencia. Los modelos tecnológicos que se nos querían imponer entonces mostraban ya todas las trazas de su dependencia industrial y empresarial. Se habían alejado del viejo espíritu utopista de un Aldous Huxley o de las experiencias comunales de los años sesenta y setenta. Entonces se entendía que una energía renovable era, ante todo, una energía libre, es decir, nacida en el seno de una sociedad autónoma y organizada sin jerarquías. Cuando estaba escribiendo este libro, muchos ecologistas defendían con ardor los modelos eólicos industriales que empezaban a extenderse por el territorio… Yo creo que hoy el entusiasmo ha disminuido.

Pregunta: Y supongo que ahora, para aturdirnos con el shock de los grandes titulares, va a decirnos que con el aumento de precios de la energía, la amenaza sobre el gas ruso, la guerra y todo lo demás, el libro cobra una nueva actualidad…

Respuesta: La guerra y la escasez son siempre una buena publicidad para los agoreros… Pero a mí me gustaría que el libro fuera algo más que el simple anuncio del desastre. La ecología predictiva nos aburre desde hace cincuenta años, siempre con la vista dirigida a lo que pasará mañana, pero ¿y lo que está pasando ahora mismo? ¿y lo que ocurrió en momentos anteriores? Comprender de dónde venimos quizá nos ayude a interpretar mejor lo que se nos viene encima, ya que somos el producto de una multitud de acontecimientos y acciones pasadas. El futuro resuena en las antecámaras del pasado.

Pregunta: Le hago una advertencia: su lirismo podría poner en peligro esta entrevista. De todas formas, desde hace años han surgido voces autorizadas que abordan estas cuestiones, sin por ello arrogarse, como usted parece hacerlo, una especie de certificado de calidad libertaria.

Respuesta:¡Con que esas tenemos! Si la culpa la tengo yo, por dejarme llevar por estas entrevistas promocionales… Pero, qué diantre, admitámoslo: aunque en los últimos años se habla mucho de estas cuestiones, siempre nos quejamos de una cierta ingenuidad o de una perspectiva demasiado fragmentaria en el enfoque. Un ejemplo es el libro de A. Turiel, Petrocalipsis, que ha tenido una buena difusión. Turiel es un gran conocedor de la cuestión energética y, desde luego, suscribimos muchos de sus diagnósticos pero, por poner un ejemplo, hacia el final de su libro propone una serie de medidas como la «reforma de los Estados» que no sabemos muy bien a quién van dirigidas y que denotan, o bien una gran candidez política o la necesidad de cubrir un simple expediente rutinario (hay que proponer algo). Además, mucha de esta literatura, elaborada por especialistas o tecnólogos, obvia la cuestión de la función desempeñada justamente por las instancias científicas en la legitimación ideológica de nuestra muy destructiva sociedad. ¿Hay una ciencia neutra? Seamos serios, señores…

Pregunta: Visto lo visto, no sé si hacerle la última pregunta. Usted me dirá: si no hay salida dentro de la política parlamentaria ni ciudadana, si la ecología está presa de la trampa institucional, ¿cómo crear focos de resistencia?

Respuesta:¿Podemos aparearnos solo los días impares? ¿Lo ve?, yo también puedo hacer preguntas absurdas.

Pregunta: Ahora, para demostrarle mi buena voluntad, le preguntaré por los textos que se añaden a la vieja edición.

Respuesta: Gracias. En efecto, el texto se enriquece, usted diría tal vez se espesa, con un largo prefacio y varios apéndices, textos que han aparecido en otras publicaciones y que pueden servir para prolongar la reflexión. No diré nada sobre ellos, esperando que el lector interesado los descubra en esta reedición del Salmón.

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