He dudado a la hora de titular esta contribución entre el título que finalmente figura y el de «sindicatos y exclusión social». He desistido de poner este último porque algunos sindicalistas que lean este papel pudieran pensar que no es justo tratar a todos los sindicatos por igual. Posiblemente tengan razón, pero las reflexiones que aquí se van a plantear creo que afectan de modo bastante general a todos los sindicatos y, por supuesto al sindicalismo, entendido este como forma más genérica (y menos comprometida) de nombrar la actividad de los sindicatos y de los sindicalistas.
1.- El punto de arranque de la reflexión creo que ha de ser el reconocimiento de que el sindicalismo vive de espaldas a la exclusión social, aunque asuma su existencia En esta sociedad de la impotencia y el discurso único cada vez es más corriente encontrarse con análisis bastante ajustados de la realidad y prácticas sociales que para nada introducen las variables que se desprenden de ese análisis en los códigos de comportamiento de los individuos y de los colectivos. Esto acontece al sindicalismo en relación a la exclusión social. Se acepta que es un fenómeno social duradero, seguramente estructural, producido por el modo en que se desenvuelve el capitalismo en la dos últimás décadas, cuya difusión abarca con sus diversas modalidades a todo el planeta y a casi todos los países tanto del Norte como del Sur, pero se funciona como si tal fenómeno no existiese
2.- Señalaré sumariamente algunos rasgos que serán útiles para seguir los razonamientos que vendrán a continuación:
El fenómeno de la exclusión es consustancial a esta fase del capitalismo. Me refiero al cambio de época iniciado a principios de los años 70 con la entrada de la economía en una onda larga de bajo crecimiento, que hace añorar los tiempos pasados de la postguerra de la Segunda Guerra Mundial, del fuerte crecimiento económico, el desarrollo, la extensión del estado de bienestar, el poder de los trabajadores y sus sindicatos, las sociedades vertebradas, integradas y homogéneas, la paz social, etc.
PRODUCTO DEL SISTEMA
La exclusión no es un subproducto del sistema, aunque como en estas cosas de las palabras cualquiera puede retorcerlas para cambiarlas de significado, cabría decir que justamente sí lo es. En el sentido de que el producto es el aumento de la riqueza, el desarrollo, la inmensa ampliación de las posibilidades de bienestar y el subproducto (o mal menor), la exclusión. Es decir, que una parte de países del mundo y de sectores sociales dentro de cada país no participen de ese producto que el sistema genera.
Creo que es más apropiado no hablar de subproducto o mal menor, no por consideraciones morales (que las tengo en gran estima), sino por mayor rigor analítico. Cuando la exclusión es tan necesaria para que funcione toda la maquinaria económica y social, cuando alcanza tanta magnitud, cuando no se le encuentran soluciones factibles en los términos aceptables por el propio capitalismo, parecería mejor decir que también es un producto (aunque no pasaría ni el control de calidad más tolerante de la peor fábrica que pudiéramos imaginar).
La exclusión no se ve a simple vista Es un fenómeno tapado y por eso hay que desentramarlo, explicarlo y comprometerse con él. Porque aunque para nosotros pueda resultar tan obvio, hay teorías que, en su afán por justificar el sistema sólo enseñan su lado bueno y de su lado malo, alcanzan exclusivamente a mostrar las manifestaciones que la exclusión provoca: el paro, la pobreza, el hambre, las enfermedades y la muerte en países del Sur, etc.
Por último, no debe establecerse una equivalencia entre exclusión y políticas económicas neoliberales. Estas son más contingentes y aquella es más profunda, como ya hemos señalado. El neoliberalismo no ha creado la exclusión social, aunque su práctica económica y política la acentúa, hace más difícil la vida de los excluidos y su ideología resta entidad al fenómeno. Nos equivocaríamos de lleno si creyéramos que el principal objetivo a remover para acabar con la exclusión es poner fin al neoliberalismo. Otras políticas económicas de corte más social podrían mitigar algo los efectos de la exclusión, pero en tanto se sometieran a lo que parece que ha devenido en principio de realidad, que el capitalismo, con su mercado, su beneficio y su competitividad, son el único universo imaginable, no cambiarían el curso de esta época irracional que estamos viviendo.
3.- Los sindicatos se asientan en estratos sociales situados en el área ajena a la exclusión social. Por tanto, su base afiliativa, sus medios, su capacidad de interlocución ante los empresarios y los poderes públicos, sus políticas, sus códigos de conducta y en buena parte hasta su propia ideología, vienen marcados por esta procedencia. En absoluto significa esto que puedan abstraerse del fenómeno de la exclusión, sino que por el contrario les afecta de lleno.
En términos sociales ya no representan a una mayoría social como en los años 50 y 60. Las grandes transformaciones habidas desde entonces en el conjunto de la sociedad en general y en la clase obrera en particular, con el aumento de la diversidad y la segmentación, han provocado esta pérdida de representatividad en términos sociales. Pérdida que nadie ha ganado, pues en las sociedades actuales existe un fraccionamiento muy grande de los movimientos sociales y un vacío de representación social que, aunque en el ámbito de lo Político pretende ser llenado por el monopolio de la política institucional, deja muchas lagunas y genera crecientes disfunciones (muy visibles en todas las manifestaciones de la crisis de la política a la que estamos asistiendo en los últimos tiempos).
ESTADO DE BIENESTAR
Cuando en los años gloriosos posteriores a la postguerra de la Segunda Guerra Mundial los sindicatos con su política de pacto social permanente con los empresarios y los gobiernos, garantizaban las mejoras continuas en el nivel de vida de sus afiliados, también colaboraban al avance de las condiciones de otros sectores no afiliados. En esa época había una correlación positiva entre variables como inversión, crecimiento económico, empleo, gastos sociales (estado de bienestar), poder adquisitivo de los salarios, etc. El mecanismo de exclusión no había hecho su aparición en la maquinaria del sistema. El problema se plantea cuando las citadas variables ya no tienen entre todas ellas una correlación positiva (cuando más inversión es menos empleo y menor poder adquisitivo) o la tienen muy débil (crecimiento y empleo o crecimiento y gastos sociales). Entonces los sindicatos ya no pueden colaborar con los poderes económicos y gubernamentales para impulsar todo a la vez beneficiando al conjunto de los sectores sociales, sino que ya sea por acción u omisión, su actividad irá en beneficio de determinados colectivos.
4.- Las dificultades para los sindicatos van más allá de lo que significa no poder representar el papel social de antaño. Están siendo atacados también en sus propios dominios, el de los asalariados en sentido estricto. La desestructuración de la clase obrera ha provocado que el afiliado tipo (varón de edad media con empleo fijo) no sea muy representativo del conjunto del mundo laboral. De modo que defender los derechos de los afiliados no pueda ser entendido por extensión como defensa del conjunto de trabajadores y trabajadoras.
A las modificaciones sociológicas que empeoran el terreno de la acción sindical se le añaden las políticas reaccionarias del tipo de la última reforma laboral de mayo del 94. Unas y otras constriñen al sindicalismo y le empujan a tener actitudes cada vez más conservadoras y desempeñar una acción sindical de cortos vuelos. Merece la pena extenderse un poco para ilustrar lo que en este sentido se le viene encima a los sindicatos. La reforma laboral ha dado un salto adelante en la desregulación del mercado de trabajo pero con los ojos puestos, fundamentalmente, en abaratar el coste de la mano de obra (mayor facilidad y más barata la contratación, más fácil el despido, uso más flexible del tiempo de trabajo, más recursos en manos de los empresarios para organizar el trabajo-movilidades funcionales, geográficas-, etc.). Es previsible que el poder quiera acomodar todavía más los sindicatos a la realidad sociológica y en una futura reforma diseñe medidas que recorten su influencia en el mundo del trabajo. Por ejemplo, eliminando la eficacia general de la negociación colectiva y haciendo que los convenios sólo cubran a los afiliados de los sindicatos que los acuerdan. ¿Qué ocurriría en una perspectiva de este tipo? Cabe una doble lectura. Por un lado, aumentaría mucho la afiliación sindical para acogerse al beneficio de los convenios, pero por otro tendría un límite infranqueable en un doble sentido: quedarían marginadas las pequeñas y medianas empresas donde no hay casi actividad sindical directa y por otro, todo el sindicalismo se reduciría a su vertiente sectorial, desapareciendo lo que se conoce como ámbito confederal (o territorial) y con él actividades que los sindicatos han venido desplegando (unos más que otros) en temas sociales.
CORPORATIVISMO
5.- La dinámica que empuja lo que he querido ejemplificar en el párrafo anterior, conduce al corporativismo. Un corporativismo que en un futuro cercano puede quedar instalado jurídicamente, pero para el que ya se están preparando muchas conciencias de cuadros sindicales a los que el derrotismo y el pragmatismo les hace impensable que los sindicatos puedan llegar a trabajar con alguna eficacia trascendiendo la frontera de sus afiliados. Si en el mundo sindical del Estado Español esta línea fuese la que en el futuro se implantase tampoco cabría concluir que llega el fin del sindicalismo o cosa similar. Un sindicalismo asentado en unos reductos poderosos de trabajadores instalados en la sociedad no excluida contaría con fuertes recursos para alcanzar reivindicaciones propias (basta ver la capacidad de presión del colectivo médico, por ejemplo), pero quedaría completamente cortado de la sociedad excluida. Para ser más preciso, los sindicalistas quedarían conectados a esa otra sociedad de la exclusión sólo como ciudadanos que pueden optar por tener comportamientos solidarios o lo contrario. Hay países como Japón donde la tradición de un sindicalismo corporativo está enraizada, pero donde no cuentan con un 24% de parados y una quinta parte de la población por debajo del umbral de la pobreza. Una involución del sindicalismo de «clase» en esta dirección creo que tendría connotaciones sociales y políticas negativas de gran trascendencia.
OTROS CAMINOS
6.- El sindicalismo tiene otros caminos. Puede venir funcionando como hasta ahora, con la esquizofrenia puesta entre el análisis racional y los comportamientos cotidianos (hablando de la necesidad de rebajar la jornada y repartir el empleo y haciendo la vista gorda ante miles de sus afiliados que se inflan a meter horas extras, o criticando la explotación de los países del Sur y llamando al boicot a sus productos porque compiten con los nuestros a través del dumping social), con el orgullo de haber hecho alguna huelga general en defensa de los derechos de los parados o los pensionistas o los jóvenes que acceden al mercado de trabajo, con la pretensión de querer seguir siendo los interlocutores sociales con más audiencia del país (lo cual quizás sea cierto).
Y puede también intentarse un giro en la conciencia sindical, un giro profundo, a largo plazo, pero que tenga desde ya cambios visibles en las actitudes y comportamientos sindicales. Para mí esta es la alternativa más interesante y sobre la que, en cualquier caso, las personas que se consideran con una sensibilidad de izquierda sindical deberían transitar.
¿En qué consistiría el giro? Habría que diseñar la acción sindical desde la realidad del fenómeno de la exclusión social tal como anteriormente ha sido descrito. Es inaceptable para alguien que piense desde estos parámetros pasar por alto la perversión que suponen las horas extras o admitir el mal menor del empleo precario, las ETTs (Empresas de Trabajo Temporal) o los convenios con menores derechos para los nuevos contratados, que se vienen firmando en algunos sitios. No se sí todos los trabajadores precarios pueden considerarse excluidos socialmente, pero una parte sí. Incluso los últimos estudios sobre la pobreza, que han detectado una profunda mutación en su tipología frente a épocas pasadas, hablan de la existencia de trabajadores y trabajadoras pobres con empleo, cuando parece que empleo y pobreza eran universos desvinculados.
Sería necesaria una denuncia sistemática de esta realidad y de este sistema. Porque produce la exclusión, lo que es aberrante, un asalto a la razón. Aunque no podamos acudir a modelos alternativos creíbles. Que el discurso de los sindicatos fuese de este tenor, que se colocase a contracorriente, ayudaría mucho a modelar conciencias en esas actitudes y valores más humanos que se necesitan.
En la misma medida, si el discurso del sindicalismo se coloca a contracorriente le resultará más fácil defender que la exclusión ha de ser combatida en el origen, en la producción y no en la distribución. Es algo que los ecologistas nos lo han explicado muy bien: es mejor y más barato no contaminar que descontaminar. Que se evite la exclusión permitiendo el acceso al empleo y a la riqueza social con carácter universal, como un derecho de ciudadanía, como la extensión a lo social de la ciudadanía política.
Es necesario el extrañamiento del sindicalismo. Si no sale de su terreno de juego difícilmente entrará en contacto con la parte excluida de la soledad. Hasta ahora la tendencia ha sido la contraria. Los sindicatos más sensibles han llevado a su interior (con la modalidad de ONGs propias u otras fórmulas similares) algunas realidades de la exclusión (inmigración, paro, tercer mundo…). Algún efecto beneficioso ha podido derivarse, pero desde luego no ha facilitado mucho la inmersión del sindicalismo en la realidad de la exclusión. Las experiencias más interesantes que conozco me dicen que es necesario juntarse con otros colectivos que trabajen los temas de la exclusión. Como uno más, tratándoles de tú a tú y aprendiendo de ellos. No soy optimista a cerca de esta posibilidad. Sé que los sindicatos tienden a moverse cuando otros agrupamientos (u otros sindicatos) les disputan un terreno que o consideraban suyo o empieza a estar en alza por alguna razón. Tal ocurrió en años pasados con las asambleas de parados. En este sentido, veo de interés algunas plataformas que están empezando a formarse en Gasteiz, Donosti y otros lugares.
Iñaki Uríbarri
-Comisión Ejecutiva de CCOO de Euskadi-
(II Encuentro de Gogoa)
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