Los llamados «Planes de lucha contra la pobreza» son uno de los ejemplos más claros de la sustitución de una política social integral, por políticas asistenciales de carácter simbólico.
Han existido en la década de los 80 y durante el primer lustro de la presente escasos estudios de demanda sobre pobreza, es decir, investigaciones destinadas a conocer cual es el volumen y características de las situaciones de pobreza económica en nuestra sociedad.
Estas escasas investigaciones, tanto en España como en Euskadi, han desentrañado contradicciones ocultas por la imagen de opulencia y crecimiento que los medios de comunicación social nos inculcan sobre las formas de vida en nuestra sociedad, poniendo al descubierto la clara dualidad y los factores de estratificación, diferenciación y desigualdad que reproducen la pobreza y marginación, factores estructurales incuestionados como el papel de una economía política de acumulación, el modelo de desarrollo tecnológico, la cualificación o los sistemas de acceso al trabajo como motores fundamentales que moldean la realidad social, entre otros.
Estas investigaciones cuyo logro principal ha sido hacer visible la realidad de la pobreza han encontrado una respuesta institucional que no ha consistido en profundizar en el análisis y transformación de los factores estructurales que producen, reproducen y legitiman la necesidad de la pobreza dentro del actual modelo de desarrollo económico y social desigual.
La respuesta se articula en torno a otros criterios. Las diversas instituciones públicas se han visto en la obligación de desarrollar programas asistenciales basados en acciones compensatorias destinadas no a paliar el conjunto de situaciones de pobreza económica en sus diversas expresiones (desempleo juvenil, marginación de la mujer en el mercado laboral, etc.) sino destinadas a intervenir ante aquellas situaciones manifiestas y extremas de pobreza que pueden crear en nuestra sociedad del espectáculo una apariencia de desorden y miseria, un escenario de conflicto social.
Desde estas acciones se evitan nuevos estudios de demanda destinados a comprender con mayor precisión el volumen y evolución de la pobreza real (demanda), así como a estudiar el impacto que !a evolución de la economía política y la aplicación de medidas de política económica, laboral y asistencia tiene sobre la dinámica de las distintas formas de pobreza.
Se presupone que, en el momento que se implementan políticas asistenciales compensatorias como el ingreso mínimo de inserción, la pobreza disminuye. Pero esto no deja de ser una presunción no exenta de intencionalidad, puesto que aunque sin duda en los períodos en que se han aplicado medidas de protección social (incremento de pensiones, ampliación de la cobertura al desempleo, universalización de la asistencia sanitaria, etc.) éstas han beneficiado a los sectores más castigados por la penuria económica, qué duda cabe que los ciclos de crisis afectan especialmente a la depauperación y agudización del empobrecimiento en estas infraclases.
Proliferan, sin embargo, los estudios de oferta, es decir, el estudio y definición de la pobreza de un modo «secundario», mediatizado por el criterio de los poderes con capacidad de redefinirla y de manipular su percepción social. Los estudios y caracterizaciones de la pobreza se fundamentan en la identificación de ésta con los pobres institucionalizados, es decir, localizados y asistidos por las redes institucionales de asistencia, investigación y comunicación social.
Así se investigan y difunden los efectos de estas políticas asistenciales compensatorias fundamentadas en el concepto de salario social o de ingreso mínimo de inserción, predefiniendo los términos de la discusión a la mejora de estas medidas, a su extensión territorial, a la idoneidad de determinados usuarios o a las limitaciones legislativas y limitaciones presupuestarias. En relación con estas preocupaciones se realizan investigaciones sobre las características de los beneficiarios, balances sobre la aplicación de las políticas institucionales y sobre cuestiones similares.
Esta es la percepción de la pobreza que las distintas administraciones e instituciones asistencialistas se encargan de financiar y difundir, contribuyendo a dotar de funcionalidad simbólica aparente a las acciones de lucha contra la pobreza, mientras en las aguas turbias y turbulentas de lo social se continua ocultando y reproduciendo el conjunto de situaciones de pobreza aparentes, encubiertas y potenciales.
La actual percepción social de la pobreza es un factor decisivo a la hora de comprender cuál es el tratamiento que la sociedad confiere a los procesos de marginación. Cuando hablamos de percepción entramos en el mundo de las definiciones puesto que según cual sea nuestro dictamen sobre qué es la pobreza varia cualitativa y cuantitativamente la realidad dé la misma. Pero sobre todo, entramos en el terreno de la capacidad que estas definiciones dominantes de la realidad tienen de incidir sobre la misma.
La percepción de la pobreza hemos de explicarla en relación con varios principios básicos o postulados de partida (iconos, tópicos o creencias) que regulan tanto la imagen como las respuestas sociales existentes frente a las manifestaciones que responden a esa imagen de la pobreza.
A continuación vamos a mencionar y caracterizar brevemente algunos de ellos de un modo sistemático con el ánimo de profundizar en una definición y explicación más elaborada de los mismos.
Principio de INEVITABILIDAD
Está caracterizado por una creencia dominante ampliamente extendida: el modelo económico actual de capitalismo social neoconservador que se impone es el único posible y válido, cualquier otro modelo ha fracasado o ha demostrado ser irrealizable. Siempre ha habido pobres y ricos, esta realidad social es ineludible, y por tanto este modelo es el natural.
Desde estos presupuestos se está generando una imagen de inevitabilidad de la pobreza haciéndose ésta una necesidad del modelo de desarrollo tan sólo superable en la medida que el crecimiento económico presuntamente ilimitado sea aún mayor. Los cambios no se centran en el cuestionamiento de los parámetros fundamentales del modelo socioeconómico ya apuntados (desigualdad, explotación…) sino en el reajuste de la estructura demográfica para hacer posible el crecimiento: reducción progresiva de las tasas de natalidad o de la proporción de población activa entre otras «medidas necesarias» que apuntaremos más adelante.
Principio de INVISIBILIDAD
A su vigencia y robustecimiento contribuye decisivamente el desarrollo de la cultura de la imagen en nuestra civilización audiovisual y el tipo de políticas de lucha contra la pobreza que hoy se establecen. Las estrategias son muy diversas y se plasman en todas y cada una de las dimensiones básicas de la estructura social. Vamos a destacar, a modo de ejemplo, algunas de ellas, en el terreno ideológico-cultural y de ordenación del territorio.
En el aspecto ideológico y cultural de la estructura social, la construcción de lo que hemos denominado anteriormente sociedad del espectáculo ha contribuido decisivamente a reproducir un simulacro de sociedad opulenta, donde la cultura de la apariencia domina todos los ámbitos de vida cotidiana. Aparecer como pobre supone ser un marginado, por lo cual se impone ocultar la pobreza por parte de los propios afectados para evitar situaciones mayores de marginación.
Así pues, la pobreza objetiva a menudo no es reconocida por los propios afectados, quienes invadidos por esta cultura del consumo y de la apariencia se sienten avergonzados de ser pobres y de recibir limosnas institucionales haciéndose ellos mismos invisibles a su posible localización y por tanto haciendo imperceptible su pobreza a los ojos ajenos.
En la configuración sociológica del territorio, es decir, en la distribución espacial de la población se plasman de igual modo estas estrategias de invisibilización. La guetización tradicional de la pobreza en espacios urbanos inferiores, industriales e intermedios segregados, viene acompañada por políticas de dispersión espacial de la misma que contribuyen a su invisibilización ante la «mayoría social cualificada». La mayor preocupación de la administración es buscar mecanismos eficaces para invisibilizar y neutralizar los efectos perjudiciales para el orden social que provoca la pobreza.
La dispersión de la pobreza, es un fenómeno que nos es familiar en el contexto de la sociedad vasca. Por ejemplo, en la ciudad de Vitoria, el Casco Histórico de Vitoria-Gasteiz en el estudio de municipios de la investigación sobre pobreza que la Administración Pública Vasca realizó en 1987, era la zona con mayor índice de pobreza de todo el País Vasco, y en el plazo de cinco años se esta alterando substancialmente esta situación, no porque se solucionen los problemas de pobreza de sus habitantes autóctonos, sino porque se dan procesos de reconversión humana (léase, desplazamiento físico de determinados hogares) dispersándolos a lo largo de todo el Municipio: familias gitanas aisladas en diversos barrios, residencialización de población anciana, repoblación mediante la compra, por parte del Ayuntamiento de solares y viviendas para construcción, rehabilitación y reventa, etc.
Otra estrategia espacial, en relación con la invisibilización es la guetización, que supone reproducir formas de diferenciación espacial no por iniciativa en este caso de la administración como ocurre con la dispersión, sino por las imposiciones del mercado a través de los precios del suelo y de la especulación inmobiliaria. La guetización invisibiliza la pobreza ante el hecho de que los ciudadanos normales, ricos e integrados no visualizamos la pobreza y las situaciones de degradación, porque está enclavada en una serie de zonas periféricas o núcleos urbanos inferiores donde «no se puede acercar nadie».
Principio de OCULTAMIENTO
Este es el principio de redefinición secundaria de la pobreza al que contribuyen las actuales políticas asistenciales con sus programas específicos de difusión social que introducen en el sentido común de las «mayorías sociales cualificadas» la siguiente percepción: la administración ya se encarga de luchar contra la pobreza. Y ciertamente dedica una considerable cantidad de medios económicos a fabricar esta imagen. Trata de convencernos de que la pobreza en realidad es única y exclusivamente la situación en vías de solución que afecta a aquellos a quienes asisten, a quienes ya han colocado la etiqueta de pobres mediante las estadísticas oficiales o los ficheros asistenciales.
En este sentido, cabe destacar, el desinterés institucional que demuestra la inexistencia de estudios periódicos y minuciosos de demanda, o dicho de otro modo, de inventarios de pobres, en un contexto de gestión positivista de la vida social en función de criterios de rentabilidad cuantificable, donde toda actuación institucional se fundamente teóricamente en un riguroso inventario de los recursos y necesidades (población, empresas, viviendas, establecimientos comerciales, materias primas, capitales, equipamientos y un largo etcétera de recuentos periódicos).
Así, por ejemplo, en el contexto de la sociedad vasca, además de no realizarse un estudio de demanda sobre pobreza hasta 1987, tal y como hemos indicado, seis años después no sólo no se ha actualizado, sino que se ha redefinido la pobreza en función, por un lado, de la proporción de la población destinataria de las ayudas (IMI y AES) y por otro de la naturaleza de la población potencialmente necesitada de estos recursos económicos pero que no accede a ellos.
En el año 1987, se estimaba que la pobreza representaba el 31,6% del total de hogares vascos (187.700 hogares), sin embargo, a principios de los noventa, se consideraba que el Plan de Lucha contra la Pobreza es la herramienta adecuada para atender las necesidades básicas de esta pobreza tal y como recogen los sucesivos Decretos que regulan el Plan desde 1989, dirigiéndose a un total de 7.324 unidades familiares que representan el 1,23% de los hogares vascos y que son la suma de la pobreza asistida (3.979 hasta 1990) y la pobreza potencialmente asistible (3.345 unidades familiares).
Lógicamente, la pregunta es evidente ¿Qué ocurre con los otros 180.000 (30% de los hogares vascos) definidos en estudio de demanda como afectados por la pobreza? parece que constituyen una nueva forma de pobreza que se une a la encubierta: la pobreza desvanecida por las redefiniciones institucionales de la realidad.
Ocurre que con una actitud endogámica, se realizan diversos estudios de oferta, es decir, recuento, descripción y caracterización de la pobreza institucionalizada, léase, localizada e insertada en las redes de la limitada acción institucional dentro de los denominados «Planes de lucha contra la pobreza».
Estos estudios, que ya hemos citado, son los que redefinen la naturaleza y envergadura de la pobreza; por así decirlo, modelan y reducen el basto paisaje de la pobreza a los mapas de pobreza que elaboran y difunden entre los ciudadanos no pobres redefiniéndola.
En conclusión, hemos de hacer notar una cuestión muy importante vinculada a este ocultamiento: el etiquetaje. La administración desarrolla políticas de asistencia dirigidas a algunos de los hogares en situación de pobreza absoluta o de miseria económica y solamente son considerados pobres aquellos institucionalizados como tales. Cuando se cuantifica la pobreza no se hace referencia ya a la demanda, no se tiene en cuenta la pobreza real, sino que pobreza es la institucionalizada (localizada y asistida), esto es, son pobres aquellos que hacen uso de esos ingresos mínimos, quienes acuden a los servicios institucionales en demanda de una ayuda económica.
Estas políticas asistenciales, que la administración desarrolla, son políticas simbólicas de lucha contra la pobreza. El llamado ingreso mínimo de inserción, (sin dudar de su eficacia instrumental en relación con la atención parcial y a corto plazo de algunas de las inminentes necesidades pecuniarias de las escasas unidades familiares a las que se consideran pobres) alienta una percepción social de que realmente la administración atiende eficazmente las necesidades de !a población más necesitada. Nosotros, los ciudadanos integrados, mantenemos nuestras conciencias tranquilas ante este mensaje despreocupador de la administración. Y por supuesto, un montante importante del gasto público se está dedicando a crear y a generar un conjunto de propaganda sobre la validez y eficacia de estos programas.
En cualquier caso hemos de reconocer que estas políticas asistenciales están teniendo una eficaz función simbólica de ocultamiento de la pobreza, y sin embargo, una escasa eficacia real a la hora de solucionar, al menos en parte, los motivos estructurales que originan la misma.
Principio de EXCLUSION SOCIAL o de MARGINACION
Entendiendo por ello el conjunto de acciones institucionalizadas encargadas de neutralizar, segregar, excluir o eliminar de la circulación a los sujetos (personas, grupos o sectores) y prácticas (mendicidad, prostitución callejera o adolescentes y jóvenes en la calle, entre otras) que contradicen la apariencia de normalidad y buen funcionamiento del orden social y sus instituciones. Los nuevos espacios segregativos que se organizan en torno a programas especiales de ocupación laboral, formación profesional, hogares funcionales y centros especiales, programas terapéuticas y de rehabilitación, complementan a las viejas y tradicionales instituciones cerradas y no precisamente en proceso de desaparición.
Muy al contrario, la red o subsistema de instituciones segregativas se mantiene y reproduce como la respuesta central: los asilos para viejos, e! internamiento psiquiátrico y carcelario, los albergues para transeúntes y desafiliados, entre otras, continúan teniendo un papel central en las formas de control de la desviación propias de las sociedades opulentas, aumentando su clientela y modernizándose mediante procesos de especialización y diversificación de sus estructuras y funciones, y mediante la creación de nuevos programas que articulan la próspera industria del control y la asistencia, sustentada tanto en las viejas (tratamiento segregativo), como en las nuevas ideologías (tratamiento insertador), que las combina, compatibiliza y complementa de un modo brillante.
Así pues, la norma para hacer frente a los llamados «problemas sociales» no es solucionarlos sino institucionalizarlos. Crear políticas de exclusión dando por supuesto que la premisa inexorable es que no puede haber política de empleo fijo, o una intervención estructural para que haya un empleo estable. Esta premisa se eleva a la categoría de sacramento y todas las políticas que se implementan, y que se van a articular en un futuro, son siempre de excepción.
Desde aquí, la normalidad va a ser institucionalizar en espacios segregativos, aquellas manifestaciones más graves derivadas de la pobreza o de la precariedad social en general, entre los que destacan los espacios de exclusión social articulados en torno a las llamadas políticas de control (psiquiátrico, criminal, tratamiento de drogodependencias, entre otras).
Principio de EXPORTACIÓN
El desplazamiento de la pobreza hacia países «periféricos» con el fin de garantizar el crecimiento económico, y el aumento del nivel de vida en nuestros países del centro es el mecanismo más importante que contribuye a reproducir, invisibilizar y desplazar la pobreza. Todos los logros en la mejora de vida que se han ido operando en las sociedades del centro se fundamentan en este principio. Las desigualdades dentro de los Estados del centro no se han saldado con la eliminación de la diferenciación social y económica consiguiendo sociedades más igualitarias, sino desplazando y ampliando los procesos de desigualdad a las relaciones de colonización y expropiación entre países e incluso entre continentes.
Hasta tal punto esto es así, que en el llamado «Nuevo orden mundial» existe un infranqueable muro infinitamente más grueso que la muralla china o el antiguo muro de Berlín. Este muro no está hecho con piedras, es un muro invisible e impenetrable a la vez. Es el muro que separa Europa occidental y Norteamérica, de Africa, Asia y Latinoamérica, es decir, el Norte del Sur, los países pobres de los ricos, los segundos condenados a ser los productores de riqueza mientras subviven en la más absoluta miseria, para que los países del llamado «Primer mundo» nos sobrenutramos a costa de ellos, mediante el control de sus recursos materiales y financieros. Así hemos venido históricamente resolviendo la crisis que han afectado a nuestras sociedades: exportando la pobreza e importando la riqueza.
Cuando los trabajadores han conseguido en el Norte mejorar sus condiciones salariales, no ha sido a costa de la reducción o socialización de los beneficios económicos por parte de los poderes económicos. Estos, para rentabilizar la producción y reducir los costes de la misma, han desplazado sus empresas invirtiendo en los países más pobres donde consiguen mano de obra diez veces más barata, un mejor y más barato acceso a las materias primas, unos precios del suelo de ganga para instalar sus empresas, etcétera. De este modo han conseguido revitalizar sus tasas de ganancia impulsando a los llamados Nuevos Países Industrializados.
Por tanto, el proceso de desarrollo de nuestro actual modelo socioeconómico viene definido por el incremento exponencial de la desigualdad. Tal es así que cada vez se acrecienta más el abismo entre los más ricos y poderosos (concentración de poder en pocas manos) y una mayoría de cientos de millones de personas cada vez más amplia y más pobre a medida que aumenta vertiginosamente la población mundial y la dinámica de producción para el consumo de quienes tenemos poder adquisitivo y no para atender las necesidades materiales de todas las personas.
Principio de REDISTRIBUCION INTERNA
Consiste en el desarrollo de estrategias por parte de la población para redistribuir los recursos disponibles fundamentalmente en el seno de los hogares familiares de origen. Este fenómeno se produce sobre todo para hacer frente a la situación de la población activa no ocupada menor de 30 años que representa, en la sociedad vasca, durante los últimos años, según los datos oficiales de la EPA, más de la mitad de la población activa juvenil total y el 75% de la población activa femenina total con una progresiva tendencia a la alza. Su pobreza queda «encubierta» mediante el recurso a la redistribución interna de las rentas en las familias de origen, la prolongación de la soltería, la prolongación indefinida de su residencia en el hogar de los padres o la reducción de la tasa de la natalidad.
Mediante estas estrategias se ocultan estas situaciones de pobreza, transformándose a la vez decisivamente la estructura demográfica y las formas de vida tradicionales en nuestra sociedad. Pero además, se crean importantes situaciones de conflicto interno en las familias provocadas por la pérdida de poder adquisitivo, la prolongación de manera obligada de la convivencia, las tensiones provenientes de la falta de empleo y de la pérdida en muchos casos de expectativas de trabajo, entre otros motivos
Premisas básicas para combatir la pobreza: desnudar la realidad y transformar algunas estructuras
Las políticas de control-expuestas para ocultar la pobreza en particular, y las situaciones de marginación en general, son el enemigo principal de la lucha por la emancipación de las mayorías marginadas. En este sentido, los enemigos principales de las personas en situación de pobreza económica y precariedad social, son el conjunto de agentes que están contribuyendo a ocultar esta pobreza. Son determinadas prácticas de la administración; tanto las políticas que diseña a nivel económico como las políticas asistenciales así como también, por ejemplo, la actitud persistente e irresponsable de las empresas públicas o privadas que controlan los medios de información que propagan acríticamente los principios anteriormente explicados en forma de tópicos. Estos y otros agentes, están contribuyendo a crear una percepción falsa de la pobreza.
Quienes llevamos mucho tiempo trabajando en la atención a las personas afectadas por los problemas derivados del abuso en la utilización de drogas, sabemos que para solucionar estos efectos de la drogodependencia, el primer paso y más importante que nos encontramos es que la persona reconozca su situación como problemática. El primer principio para transformar cualquier realidad es reconocer su existencia. De igual modo, para transformar el modelo socioeconómico que genera la pobreza y los problemas de marginación vinculados a ella es identificarlo como productor del problema.
En nuestra sociedad no se está admitiendo que existen situaciones cada vez más graves de desigualdad, pobreza y marginación social. Desenmascarar esta realidad es un objetivo imprescindible y prioritario hoy en día dentro del trabajo por la emancipación social de los desposeidos. Para ello se hace necesario abrir un amplio debate sobre las causas estructurales de un sin fin de graves problemas: desempleo juvenil, marginación laboral de la mujer, situación de los emigrantes que buscan en el Norte huir de su condena a morir de hambre, rechazo social a los ancianos, por citar algunos de los más sangrantes.
Es preciso realizar investigaciones operativas y generar procesos de organización de las personas afectadas tendentes a conocer las dimensiones reales de estos problemas con el fin de proponer medidas que hagan frente a los mismos, aunque para ello, sea imprescindible cuestionar el estilo y nivel de vida de los privilegiados (los hombres, los ocupados, los propietarios, los adultos) en nuestra tristemente dualizada sociedad y desencadenar conflictos que latentes en la sociedad se desvían hacia expresiones sintomáticas insanas: incremento de la violencia social, del índice de suicidios y de los desequilibrios mentales en las personas por citar algunas.
De lo contrario podemos continuar invirtiendo en hacer que parezca que algo cambia para que todo vaya a peor. Estamos consiguiendo un tipo de alienación cultural cada vez más aguda y característica en neustras sociedades, sustentada en el rpicipio de la hipocresía: desarrollar un discurso encubridor de la realidad, definir intenciones de justicia e igualdad y tras este análisis y discurso realizar prácticas que conducen a perpetuar este orden social (¿o tendríamos que hablar con mayor precisión de desorden social si tenemos en cuenta los irreparables costos ambientales y humanos que trae consigo? que sumerge a las mayorías desprotegidas en un presente aterrador y al conjunto del planeta en un futuro incierto y confuso, en un futuro de entropía social.
César Manzanos Bilbao (Salhaketa)
(Jornadas sobre la pobreza, Laudio 1995)
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