Polizontes errantes. Hobos y crotos en los trenes de Estados Unidos y Argentina

Hace más de un siglo, tanto en el norte como el sur de América, cientos de miles de autoexcluidos, trotamundos y trabajadores temporales viajaron como polizones en los trenes de mercancías y conformaron una cultura de la vida al paso. En Estados Unidos se les denominó hobos y en Argentina linyeras o crotos.

La contrasociedad Hobohemia

«No sabía a dónde ir
excepto a todas partes.»
Jack Kerouac, En el camino.

A finales del siglo XIX y principios del XX, en los Estados Unidos, se desarrolló una contracultura picaresca al margen de lo establecido. Sus impulsores fueron trabajadores temporales —del mantenimiento de vías férreas, construcción o agricultura— y errantes que recorrían el país por el mero hecho de conocer mundo, vivir aventuras o huir de situaciones desagradables. El abanico de personajes era muy amplio: feriantes ocasionales, jóvenes rebeldes, bohemios, cómicos, vagabundos, alcohólicos, prófugos, afrodescendientes sobreexplotados o, simplemente, buscavidas “resultado de un deseo masivo del proletariado de experimentar un modelo alternativo a la fábrica, ver el país o salir del propio terruño”.1 En una sociedad que hacía a los hombres cada vez más dependientes de las cosas y los lugares, la errancia era un punto de fuga. Una manera de esquivar el trabajo asalariado y de solo arremangarse cuando no quedaba otro remedio e, incluso como escribía Kiko Amat, vagabundos que “no trabajan ni a punta de pistola”, que dormían en parques y gastaban la limosna en tugurios donde se bebía o tapeaba en la barra.2

Como ejemplo de aquella aversión al trabajo, se cita la charla entre un viejo hobo y un adolescente «Sólo trabajan los idiotas. Les silban por la mañana y acuden como si fueran ganado […]. Sólo sacan para comer y para eso no hay necesidad de hacer nada; hasta los gatos callejeros se las ingenian para conseguir comida. Además, en la carretera se aprenden cosas. ¿Qué diablos vas a aprender si te quedas aquí».3

Entre los errantes, también había quienes habían visto truncada una vida más corriente. La sociedad no brindaba oportunidades para todos. En el país de los triunfadores y del sueño americano, los hobos representaban los derrotados que miraban cara a cara la América real.

«Hubo un tiempo en que nadaba en la abundancia,
en que no había nada que me faltara.
Pero no confié en mi hermano,
le eché la culpa,
lo que me lanzó a mi fatal destino:
vagar errante y avergonzado.»
Bob Dylan, I am a lonesome hobo

El escenario por excelencia de la contrasociedad hobohemia (término que provendría de «hoe boy» chico de la azada o «homeless boy» chico sin hogar) como se denominaba a esta multitud nómada, fue el vagón de mercancías que facilitaba el viajar sin pagar billete. Otros se agrupaban en campamentos provisionales de chabolas de madera y lona, situadas en los márgenes de las carreteras o vías ferroviarias. También se instalaban, temporalmente, en albergues, casas de huéspedes, dormitorios comunitarios o coches abandonados, de algunas de las ciudades industriales. A Chicago, por ejemplo, acudían para confraternizar en tascas, cafés y lo que se denominó Universidad Hobo. Un centro de acogida y difusión de ideas libertarias, que funcionaba como punto de información (por ejemplo, de los horarios de los trenes), donde se impartían conferencias o, simplemente, se compartían los aprendizajes de la vida al paso.

Jim Tully asegura que donde se juntaban más buscavidas era en la enorme tasca de la calle South Clark. Quizá era la taberna más grande del mundo, tenía un espejo que cubría los treinta metros de la pared del fondo, un suelo repleto de serrín y un aire con olor a humanidad y ropa sucia. Su propietario, John «Bathhouse» Coughlin, era un político que servía cerveza barata y regalaba almuerzos para que en las elecciones lo votasen. A veces, dando nombres de otros vagabundos domiciliados en la ciudad que se encontraban lejos o estaban muertos.

Hoy por ti, mañana por mí

El apoyo mutuo era una de las bases del pensamiento nómada. Era común que si un desconocido irrumpía de noche en un cobertizo, se le dejara pasar. También se invitaba a cualquiera a sentarse alrededor del fuego y compartir lo poco que hubiera.

El fogón, al llegar la noche, era el momento de compartir historias, reír, beber, cantar y sacar el violín, flautín o acordeón. Sus canciones favoritas eran las que hablaban de ellos:

«En los montes Patata, hay campos de cigarrillos y fuentes de limonada, de los árboles penden los huevos con beicon y el pan brota del suelo; hay ríos donde corre el whisky con hielo, y es gratis todo lo que pida el deseo.
En los arbustos crecen los desayunos ante los ojos alegres de los vagabundos y todas las noches a las once llueven tartas de manzana por el mundo».4

No siempre reinaba la confraternidad entre ellos, distintos testimonios se refieren a robos, peleas, engaños y parasitismo. Jim Tully, que se lanzó al camino a los trece años, en sus memorias habla de niños sin hogar que eran aprovechados por vagabundos veteranos que los azotaban y explotaban. Cada viejo «chulo» tenía a su chico, imponiéndole la misma psicología brutal de dominación que los proxenetas. Según Tully, ya fuera por miedo o por no tener nada más en la vida, los niños tenían una sumisión «canina» y mendigaban y robaban para aquél. Distintos testimonios aseguran que había buscavidas que simulaban minusvalías desencajándose codos o muñecas para obtener más limosnas u otros que daban charla a los borrachos para conseguir beber y comer gratis.

Señales en las paredes

«Tienes que montar ese pequeño tren negro
que no te va a traer de vuelta».
Woody Guthrie, Little Black Train

La hoboemia fue fraguando códigos y una compleja jerga para compartir el saber nómada y facilitar su supervivencia. Unos a otros se contaban los trucos para sortear revisores y no ser vistos por los vigilantes de las tiendas donde expropiaban. Pintaban grafitis en los muros o los laterales de los trenes para indicar las características de las autoridades locales y así ayudar al siguiente trotamundos. Se trataba de un lenguaje críptico que señalaba guardias con esposas, un lugar de agua fresca, un buen sitio para trabajar, presencia de ladrones e, inclusive, si el granjero era deshonesto o tenía un arma. El dibujo de un pastel, por ejemplo, significaba facilidad para conseguir comida.

En Alemania, en esa misma época, también se produjo el fenómeno del nomadismo. Los errantes dejaban señales talladas en los árboles cercanos a las carreteras, para avisar si en la siguiente aldea había prostitutas o tenían que estar preparados para sortear policías o perros peligrosos. Los historiadores Osvaldo Bayer y Osvaldo Baigorria explican que los trotamundos germánicos, tras acabar las cosechas, se gastaban parte de la paga en las tabernas y prostíbulos de la isla de Fehmarn. Allí realizaban festivales y narraban sus enfrentamientos con guardias y autoridades, a través de cuentos y canciones.

El caso alemán no fue una excepción, cada primavera, jóvenes nacidos en Holanda, Suecia, Noruega o Dinamarca salían, a recorrer bosques y campos, en busca de naturaleza, trabajo temporal, aventuras y libertad. Intercambiaban ideas emancipatorias y participaban en las cosechas de trigo, fruta y lúpulo de cerveza. En 1929, en Sttugart, siguiendo la consigna lanzada años antes por los dadaístas «Desempleo absoluto para todos», un grupo denominado Vagabundos, liderado por el bakuninista Gregor Gog, organizó el primer congreso internacional de vagabundos, donde se proclamó «la huelga general para toda la vida».

Guardafrenos, revisores y guardias de estación

«Un mendigo preocupado
no quiso perder el tren
lo atropelló con tanta fuerza
que no lo perdió otra vez.»5

La hoboemia fue posible porque, entonces, la represión y segregación de la pobreza no era tan fuerte como en nuestros días. Eso no significa que muchos de aquellos nómadas no pasaran por calabozos, cárceles y manicomios.

El principal enemigo de un polizón eran las autoridades del ferrocarril, los encargados de echarlos del tren e, inclusive, de darles un escarmiento o entregarlos a la policía. En algunos condados, a un trotamundo, sorprendido en el interior de un vagón de mercancía, podían encerrarlo en un calabozo hasta noventa días.

En el Emperador del Norte, una película de 1973 dirigida por Robert Aldrich, se narra la historia de dos buscavidas que desafían al más duro de los revisores. Éste, para poder golpear a los polizones que viajan agarrados a la base de los vagones, usaba una barra de hierro atada a una larga cuerda. En el filme también aparecen algunos aspectos de la filosofía hobo y un campamento improvisado de errantes.

Un maquinista podía ser suspendido de empleo y sueldo, durante tres meses, si era permisivo con los que no pagaban billete o con los problemas que estos pudieran ocasionar. Más de una vez se propagaron incendios producidos por las hogueras que vagabundos con frío encendían en vagones de madera. Son innumerables los relatos de peleas entre errantes y guardias, golpes de porra y puñetazos, prepotencia y autodefensa colectiva. Sin embargo, también abundan los cuentos de actos solidarios por parte de los trabajadores ferroviarios, haciendo la vista gorda o reduciendo la velocidad para que los polizones pudieran saltar sin lastimarse.

La represión que sufrían los trotamundos no era solo de los guardias, también los perseguían policías aplicando la universal ley de Vagos y maleantes o distintas bandas de reaccionarios que destrozaron más de un refugio hobo.6

Luchadores sociales

Entre las ejecuciones de Chicago en 1886 y el ametrallamiento, ordenado por Rockefeller, del campamento de mineros en huelga de Columbine en 1929, en el que murieron varios niños, se repitieron innumerables episodios represivos contra la lucha revolucionaria. Como en distintos lugares del mundo, aquel periodo fue un polvorín social, donde se aplicó la censura de prensa y la pena de muerte.

Entre la maraña de trashumantes —en la que no faltaron individuos parasitarios y toxicómanos autodestructivos— destacaron los luchadores sociales. Militantes de la IWW —Trabajadores Industriales del Mundo— y otros activistas contra la guerra y el capital, que viajaban de ciudad en ciudad para apoyar una huelga o participar en un mitin. Justificaban el no comprar billete por la falta de recursos y por la plusvalía que los dueños de los ferrocarriles extraían a sus empleados.

No fueron pocos los militantes que pensaban que la actividad política no podía reducirse a la fábrica donde se trabajaba o al barrio donde se residía. Era necesario viajar para conocer a los parias del mundo en sus distintas realidades y propagar la práctica revolucionaria. Un claro ejemplo fue Kurt Gustav Wilckens, un emigrante llegado de Alemania que desde 1910 recorrió Estados Unidos. Trabajó en minas, cosechas y fábricas y organizó diversas luchas, motivo por el cual fue despedido, encarcelado y finalmente, expulsado a su país de origen. Tiempo después viajó a Argentina y vivió de la misma manera, hasta que se hizo famoso por vengar a los fusilados de la rebelión de la Patagonia. Arrojó una bomba de mano contra el jefe de la represión y, poco después, murió asesinado en la cárcel.

Mujeres nómadas

«Amo el viento fresco y libre de su cabello
Su vida sin cuidado
La hierba verde bajo sus zapatos
Su frescor libre
La dama es una vagabunda»
Richard Rodgers, The Lady Is a Tramp.7

La hobohemia fue un movimiento, principalmente, eurodescendiente y masculino, pero también hubo afrodescendientes y mujeres. En la década de los años veinte, llegó a haber una hobo por cada diez varones y en la misma proporción se contaban los descendientes de esclavos. La mayoría de las chicas se vestían con petos de segunda mano, igual que los hombres.

Algunos testimonios aseguran que los varones no cambiaban de conversación en presencia de mujeres, cosa que sí ocurría en otros ambientes sociales. La desigualdad en el reparto de las tareas domésticas, no obstante, era parecida a la del resto de la sociedad; ellas eran las que más cocinaban y lavaban.

Tim Cresswell en su investigación Tramp in America cita periódicos de la época que aseguran que había hobos que se travestían de hombre, para obtener mejores salarios o reducir la amenaza de violación en los trenes. Varias errantes tuvieron que soportar propuestas de guardas de estaciones de no ser sancionadas a cambio de sexo.

Al principio «la mayoría de las mujeres de la carretera eran agitadoras, se dejaban el pelo largo, hablaban con pasión y viajaban en pareja» por seguridad. Tiempo después, según Ben Reitman, empiezan a aparecer las que quieren «escapar de la realidad, del tedio reinante en su pueblecito o en la granja, huir de la miseria o de un entorno desagradable. Otras se ven empujadas por la imposibilidad de expresarse en casa o de soportar la disciplina familiar. Las hay que se echan al camino en busca de algún pariente lejano o de algún romance»8, las evadidas de orfanatos o instituciones penitenciarias y las que manifestaban «necesidad de diversión, libertad sexual, vivir a sus anchas y un gran deseo de enterarse de lo que estaban haciendo otras mujeres». Entre las características principales de las mujeres hobo destacaban su lucha por el derecho al aborto y su forma libre de vivir el amor. «Eran diez y todas tenían experiencia en el camino. Ocho de ellas eran madres. Varias habían estado casadas, pero no tenían ningún respeto por los vínculos matrimoniales. No había ninguna que no practicara el amor libre”.9 Esta explicación corresponde a la Home Colony, una comuna de inspiración anarquista, en el que algunas mujeres alternaron la vida comunitaria con la errancia, dejando a sus hijos al cuidado de la colonia durante sus ausencias.

No faltaban las seguidoras de Emma Goldman10, a la que seguían en sus mítines y en sus escritos sobre matrimonio, prostitución o sexualidad. Goldman, a pesar de no ser una trotamundos al uso, fue una referencia de la cultura hobohemia. Su nulo interés en la vida conyugal, maternal o laboral sirvió de ejemplo para otras mujeres que aprendieron de ella métodos anticonceptivos y prácticas contra la guerra y el reclutamiento. Se sintieron inspiradas por la camaradería amorosa que Goldman tejió con militantes como Johan Most, Alexander Berkman o Ben Reitman. Este último, en 1937, publicó una obra con reflexiones sobre la hobohemia. La tituló Boxcar Bertha, haciendo referencia al «box car», el «vagón cerrado» en el que viajaban los polizones, y a Bertha Thompson, el nombre de la supuesta biografiada. Un personaje ficticio, mezcla de la propia vida de Reitman con el de varias mujeres, principalmente la de Retta Toble. Una niña que fue educada por unos padres anticapitalistas en una granja de ovejas en Dakota del Sur y que, cuando creció, se tuvo que enfrentar al sistema dominante y a elementos peligrosos del lumpen. Siendo una mujer «hermosa y bromista», ejerció de trabajadora sexual y fue amiga y amante de Ben.11

La Gran Depresión

Tras la mecanización del campo y el Crack de 1929, lo que supuso la expulsión de las fábricas y de las viviendas de cientos de miles de personas, ya no se puede afirmar que la hobohemia primara entre la población itinerante, compuesta por familias enteras. Kiko Amat, en su reseña Boxcar Bertha, diferenció de forma magistral los buscavidas anteriores al crack bursátil con los desposeídos posteriores.

«Otra confusión es la que identifica el hobo con los migrantes de la Gran Depresión, descritos por Steinbeck en Las uvas de la ira. Los hobos eran ya un movimiento aplastado con la Gran Depresión (años treinta) y sólo existía en forma de revival […]. Las nuevas familias de los 30 (unos 600.000) viajaban en automóvil y sólo efectuaban una gran migración antes de instalarse definitivamente en favelas de grandes ciudades. Qué diferencia entre estos matados cargados de churumbeles, potencialmente esclavizables por las grandes manufacturas, y los bulliciosos hobos, hombres y mujeres liberados en sus prácticas sexuales, alcohólicas, narcóticas y políticas (la mayoría de ellos eran Wobblies, o miembros del peleón sindicato obrero IWW)».12

Realizar un censo de la población nómada es una tarea difícil, no hay datos exactos. Su número se estimó en varios cientos de miles; trescientos o cuatrocientos. Otras fuentes hablan, inclusive, del cinco por ciento de la población activa o de millones de personas itinerantes, aunque seguramente mezclen la realidad de antes y después de 1929. Antes de ese año, casi todos los que elegían la vida al paso eran personas que no tenían nada que perder. Muchas veces, los más pobres del lugar. Habrá que esperar a los años cuarenta, a los beatniks y, sobre todo, a los hippies de los sesenta y setenta, para ver cómo integrantes de clase media o alta, abandonaban sus hogares y carreras profesionales para echarse a la carretera y buscar vidas más auténticas que las que les deparaban la obediencia y el confort. Si los beatniks son los padres del movimiento cultural de los años sesenta, los hobos son los abuelos. Rompedores empedernidos de gran parte de los valores morales de la América moderna.

El asistencialismo social de los años treinta acabó con la autenticidad y radicalidad del nomadismo de antaño, reduciendo notablemente la hobohemia. La minoría que pervivió, no obstante, ha trascendido hasta nuestros días gracias a sus herederos —beatniks y hippies— y a la creación de diferentes artistas.

Canciones y novelas sobre hobos

«Nunca te diste la vuelta para ver los ceños fruncidos
de malabaristas y payasos,
cuando se rebajaban y hacían trucos para ti,
cómo te sienta ahora viajar sin rumbo y sin casa,
como una completa desconocida,
como una piedra que rueda.
Bob Dylan, Like a Rolling Stone.

El guijarro del río que va puliéndose a través del tiempo —alegoría de la transformación del itinerante debido a los problemas o placeres con los que se cruza— proporcionó canciones famosas; nombres de revistas, Rolling Stone, y de grupos de música, como el de Mick Jagger y Keith Richards. Pete Seeger y Woody Guthrie tienen varios temas sobre hobos. En literatura primero destacó El camino de Jack London (1907) y, posteriormente, En el camino de Jack Kerouac (1951) y Un paseo por el lado salvaje de Jessie Brown Foveaux (1956) adaptada al cine como La gata negra.

Décadas antes de que beats y hippies trataran el fenómeno nómada, algunos hobos dieron a conocer sus memorias. En 1924, Jim Tully publicó su autobiografía, Buscavidas, que fue un éxito de ventas. Allí, Jim narra cómo decidió cambiar su agotador trabajo por la vida en la carretera, aprendiendo a sortear a los «toros» (guardias) y viviendo «de una comida a otra». El libro sobre sus veinte años de errancia se lo dedicó a su amigo Rupert Hughes y «a Charlie Chaplin, poderoso vagabundo».

A través de la lectura de las vivencias de Tully podemos imaginar la contradicción que se cernía en muchos de los nómadas. Por un lado, escribía: «A pesar de los sinsabores que había vivido en los últimos días, seguía encontrando un encanto en la vida errante como no había sentido con nada más»13 Por otro lado, aseguraba que su estancia en el hospital San Lucas, frente al lago Michigan, fue una de sus épocas más felices. Bañado, con camisón limpio, rodeado de enfermeras que mostraban ternura y «decencia», comiendo fruta, devorando libros, donde nadie utilizaba palabras altisonantes ni había que preocuparse por encontrar un rincón donde dormir sin frío.

El noveno arte se centró más en la dureza de la vida al paso posterior al Crack del 29. Los cómics Reyes disfrazados y Contra las cuerdas de James Vance narran la represión de los polizones y del movimiento obrero, mientras Todo el polvo del Camino, escrito por Wander Antunes y dibujado por Jaime Martín, es una obra maestra a la altura de Las uva de las ira y De ratones y de hombres de John Steinbeck.

La vida al paso en la actualidad

«En esta interminable red de calles, autos, torres de celular, negocios, casas, trabajos y familias, las vías del tren son una puerta de salida, un espacio, una excepción en donde el silencio y la anarquía todavía gobiernan.»14
Aaron Lake Smith

Hoy en día siguen existiendo personas que viajan sin rumbo fijo, buscando las sensaciones de la vida errante. También hay distintos grupos interesados en preservar la historia y la cultura nómada. Desde 1974, en Britt, Iowa, se organiza la Convención Nacional de Hobos, en la que se organizan charlas, conciertos, exposiciones y se actualiza el Museo Hobo. Situado en un viejo cine, comprado por la Fundación Hobo, allí se exponen algunos objetos que acompañaron a trotamundos legendarios y anónimos, así como una colección de muñecos y diarios íntimos, fotografías, dibujos, artesanías…

Desde la gran recesión producida a partir del 2008, a los nostálgicos seguidores de los hobos, se les han unido un puñado de precarios invisibles que se han echado a la carretera para poder sobrevivir con trabajos temporales. Se autodenominan workampers y viven en furgonetas equipadas de segunda mano. La investigación de la periodista Jessica Bruder, País nómada: Supervivientes del siglo XXI (Capitan Swing), recoge la explotación laboral de estos temporeros y distintos casos de quienes han perdido todo, excepto la humanidad y la esperanza. Chloé Zhao dirigió Nomadland, una película un tanto edulcorada sobre esta obra.

A las autoridades, la vida nómada de los nuevos precarios invisibles no les preocupa tanto como el fenómeno de la Gran Renuncia: el abandono de puestos de trabajo —por parte de profesionales de la salud, hostelería, educación, tecnologías…— tras la reflexión que hicieron durante el confinamiento sobre el hastío y agotamiento que padecían. La creencia de poder encontrar sueldos más altos —o lugares que permitan tele trabajar y conciliar mejor la vida familiar con la laboral— llevó a once millones de personas a desertar de sus empleos, alejarse del estrés productivo y acogerse a las ayudas, surgidas a raíz de la declaración de pandemia, o a conformarse con una economía de mera supervivencia.

El caso argentino: crotos y linyeras

El linyera15, por un lado, fue heredero del sentimiento de autoexclusión y libertad del gaucho16 que fue desapareciendo a medida que las tierras se fueron alambrando y destinando a la agricultura. Por otro lado, surge de los pobres europeos que, como las golondrinas (y por eso también se les denominaba como esas aves migratorias), desembarcaban cada primavera en Argentina para trabajar en las cosechas.

Los caminos ferroviarios también allí fueron su principal hábitat. El alambrado extensivo provocó que la vía quedara como único lugar donde recorrer kilómetros y kilómetros sin tener que saltar alambres de púas o meterse en propiedad ajena. De ahí que uno de aquellos trotamundos comentara «mi casa tiene cuarenta y siete mil kilómetros de largo y el dueño no me cobra alquiler porque vive en Inglaterra».

En pleno desarrollo nacional, los peones rurales descendientes de gauchos y los migrantes europeos viajaban como polizones en los trenes de la enorme red ferroviaria argentina. Opinaban que no era razonable tener que pagar un billete para acabar siendo explotado en los campos de algodón del Chaco, la caña de azúcar en Tucumán, la vendimia en Cuyo o la fruta en Río Negro.

Los temporeros sin billete empezaron a coincidir en los trenes con unos pocos trotamundos precarios que ya existían. El incremento de polizones desesperó a los empresarios ingleses que tenían la concesión de los ferrocarriles. Estos se quejaron al gobierno e intensificaron la represión, lo que provocó el descenso de mano de obra en tierras lejanas y la ira de los patrones rurales, molestos con este hecho. En 1920, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, José Camilo Crotto, estableció un decreto que autorizaba a los peones rurales a viajar gratis, con algunas condiciones. Con esa medida el gobernador estableció la paz en los trenes, contentando a los dueños del ferrocarril y facilitando la llegada de la reclamada mano de obra. Además, se ganó la simpatía de los desheredados por ahorrarles empujones y expulsiones de guardafrenos. Con este tipo de política que, de alguna manera, contentaba a patrones y obreros, se fue fraguando en Argentina el populismo que, más adelante, desembocaría en el peronismo.

Como los trabajadores ferroviarios les decían a los golondrinas «Ustedes viajan por Crotto» (gracias a él o por la cara) a estos se les fue quedando el calificativo de crotos. Con el tiempo la palabra se usó para referirse a las personas sin hogar, linyeras, transhumantes, mendigos o a tipos de ropas sucias o gastadas. Algunos crotos cuando envejecían se compraban un carrito y un caballo y se dedicaban al cirujeo, un tipo de reciclaje arcaico.

Osvaldo Baigorría, uno de los expertos en la materia, explica que además de peones rurales, había crotos artesanos; vendedores ambulantes; desertores de la familia y del sistema salarial; cazadores de nutrias, zorros y vizcachas; simples rateros e, incluso, asaltantes a mano armada. También menciona anarquistas que —con la bolsita cargada de libros, volantes o periódicos— llegaban a los rincones más alejados del país. Errantes que contribuyeron a la alfabetización, fundando bibliotecas, grupos de lectura y conjuntos teatrales.17

Los trotamundos con más conciencia política preferían trabajar esporádicamente que pedir limosna. O, incluso, expropiar o carnear gallinas u ovejas. Sin embargo, muchos, en alguna ocasión, mendigaron por casas y chacras. En la estancia El Centenario, sus habitantes18 recuerdan que se les permitía visitar por la cocina, donde se les daba una galleta y un trozo de carne y, a veces, se les invitaba a pasar la noche en «la crotera» o «matera». Una especie de borda con parrilla, alejada de la vivienda, en el que solían quedarse los linyeras y peones rurales. Los patrones de las haciendas les proporcionaban techo, yerba, azúcar, carne y galletas a cambio de que los visitantes, por ejemplo, mantuvieran encendido un fuego bajo ollas de agua caliente que se bombeaba hacia la casa. A algunos les dejaban quedarse varios días, siempre y cuando no consumieran alcohol, no jugaran por dinero ni se desafiaran en duelos a cuchillo.

Cine transhumante

La errancia ha sido un tema recurrente en el cine argentino. En 1933, Enrique Larreta dirigió El linyera, un filme que explicaba la vida de un trotamundos, que disfrutaba de la soledad y la indolencia y que calmaba los abusos patronales con sexo pagado y alcohol. La película sirvió para poner en la escena social un personaje cada vez más típico del universo rural argentino.

«El pelo y la barba les crecían hasta donde querían, su andrajoso ropaje estaba siempre impregnado de un intenso olor a humo, producto de sus cotidianas fogatas con leña verde. Al hombro, solían llevar la clásica bolsa de harpillera que contenía sus escasas pertenencias. No jodían a nadie, pero su espectral aspecto le servía a los adultos para infundirnos temor a los pibitos, con aquel consabido: —¡No vayan a escaparse en la siesta, miren que anda el viejo de la bolsa!»19

Otras películas sobre crotos fue Chingolo, dirigida en 1940 por Lucas Demare y Convención de vagabundos, dirigida por R. Cavalotti en 1965. No fue hasta 1995, con el documental de Anna Pollak Que vivan los crotos, que a los linyeras se les dignificó y trató con la profundidad que se merecían. Con actitud parecida se rodó en 1999 Cachilo, el poeta de los muros, la historia de un vagabundo que vivía en San Marcos Sierra, juntaba hierbas en el monte para venderlas y escribía versos en las paredes donde reposaba. Bepo, vida secreta de un linyera, dirigida por Hugo Nario en 2016, es un filme basado en las memorias de José Américo Ghezzi, el croto más famoso de Argentina.

Bepo nació condenado a la miseria y a la explotación, trabajando a destajo en la misma cantera que su padre había dejado sus fuerzas. Durante el descanso, solía recoger agua en el grifo del jardín de una casa acomodada. Desde la ventana, lo observaba una muchacha que parecía apreciar su sensibilidad. Entablaron amistad, un amor imposible. Un buen día, él le anunció que se iba de viaje, tal vez por dos o tres meses. No volvió hasta después de siete años y lo hizo para avisar que seguiría conociendo mundo. Estuvo entre vías y caminos, dieciocho años más. A la vuelta, Bepo reconocía que «sea por lo que sea, esa vida engancha, o más bien, una vez desenganchado de lo que a los demás les hace quedarse en un lugar, ya no hay motivo imperioso para volver pronto». En otros de los pasajes de sus memorias afirma que los crotos no escapaban de algo, aunque luego matiza y deja la duda «o quizá escapaban de todo». Sea como sea, sentían especial predilección por los espacios abiertos, de ahí que cuando viajaban en los vagones dejaban la puerta abierta para contemplar la noche y las veloces estepas sin horizonte.

También cuenta que algunas noches pasaban frío pero que solían dormir con la tranquilidad de los que no tienen cuentas pendientes ni tienen que darle cuentas a nadie. Solía intercambiar libros y trucos de supervivencia con otros errantes. Conoció un vagabundo que se envolvía las piernas con periódicos para aislarlas del frío y protegerse de posibles mordeduras de perros. Los linyeras solían acampar en los galpones ferroviarios o en lugares donde hubiera agua cerca y pudieran guarecerse de los vientos. Una vez instalados, hacían un fuego con ramas, hierba o bosta y clavaban un hierro en el suelo donde colgar la pava o la lata con agua para el mate.

A través de la lectura de las memorias de algunos crotos, conocemos algunos de los dichos propios de los errantes. «Engrasar las vías» se denominaba a morir atropellado por del tren, «hacer la católica» le llamaban a pedir puerta por puerta y «las tres marías» eran sus alimentos esenciales: pan, carne y yerba. Los trotamundos de Alemania, coétaneos a los de Argentina, también inventaron una jerga propia, con más de dos mil vocablos.

Según un estudio realizado en 1936 por el Ferrocarril Sud había unos 350 mil crotos. A partir de 1950, con la extensión de la industrialización y los avances mecánicos rurales, su presencia fue disminuyendo. La desaparición de los crotos, como sujeto social, se produjo en la década de los setenta, cuando el transporte ferroviario dejó de ser rentable y cerraron miles de estaciones y clausuraron decenas de miles de kilómetros de vías.

Alergia al trabajo

En 1995 un grupo de luchadores sociales, rupturistas y mochileros, fundó la Fundación de Alergia al Trabajo Regional Argentina, para promover una campaña contra la adicción al trabajo, adicción que disgrega a la familia, separa a padres e hijos, erosiona sólidos valores espirituales como la fiaca, el dolce far niente, y provoca enormes desequilibrios sociales y ecológicos. Organizaron una marcha a desgana el 2 de mayo, proclamándolo Día Internacional del Ocio. A raíz de esa iniciativa, al año siguiente, otro grupo organizó la Pimera Cumbre Internacional de Crotos, en Mar del Plata del que surgió la Asociación de Crotos Libres, un grupo de amigos caminantes ecologistas, anticonsumistas, defensores del ocio creador, que reinvindican los versos «Me matan si no trabajo, y si trabajo, me matan», recordando que la palabra trabajo viene del latin tripalium, instumento de tortura de la Edad Media.

En la actualidad, en Tandil, lugar de nacimiento de Bepo Ghezzi, una vez al año se organiza un encuentro para homenajear a los errantes. Tras una jornada de caminata por las vías, música, teatro y títeres se juntan alrededor de un gran fuego donde narran historias de viajes.

Hobos y crotos se echaron al camino para conocer mundo y buscar libertad. Exploraron infinidad de rincones geográficos y un sinfín de aspectos de la conducta de los seres humanos. En cuanto a la libertad, si la hallaron, estuvo condicionada por guardias, perros y silbatos.

Rodri Robledal

BIBLIOGRAFÍA:

  • Arkadio, profesor y Lacalle, Julián. (30/06/2014). Los Hobos, hermanos de la carretera (Podcast Linterna de Diógenes).
  • Baigorria, Osvaldo. (2008). Anarquismo transhumante. Crónicas de crotos y linyeras. La Plata: Terramar.
  • Bayer, Osvaldo. (enero 1996) «1920: La utopía vagabunda». Buenos Aires: Página/30.
  • Borda, Ángel. (1987). Perfil de un libertario. Buenos Aires: Reconstruir.
  • Cresswell, Tim. (2001). Tramp in America. London: Reaktion Books.
  • Goldman, Emma. (2014). Viviendo mi vida. Madrid: Capitán Swing.
  • Goldman, Emma. (2017). Feminismo y anarquismo. Madrid: Enclave.
  • Pateman, Barry. (2002). «Afterword» [Epílogo a la versión inglesa]. Sister of the Road: The Autobiography of Boxcar Bertha. New York: AK Press.
  • Poliak, Ana. (1990). Que vivan los crotos (film) Argentina.
  • Reitman, Ben (2014). Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera. Logroño: Pepitas de calabaza.
  • Tully, Jim. (2017). Buscavidas, recuerdos de un vagabundo. Ciudad de México: Jus.

NOTAS:

  1. Reitman, Ben (2014). Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera. Logroño: Pepitas de calabaza, 10.
  2. Kiko Amat, «Luces de ‘hobohemia’» Culturas, 30, La Vanguardia, 7 mayo 2014.
  3. Tully, Jim. (2017). Buscavidas, recuerdos de un vagabundo. Ciudad de México: Jus, 10.
  4. Canción anónima titulada Sentó la cabeza. Jim Tully, 42.
  5. Canción anónima recogida por Jim Tully, 80.
  6. Hacia el final de Tallo de hierro, película dirigida en 1987 por Héctor Babenco, se recrea un ataque con antorchas y bates de béisbol contra los vagabundos instalados en la parte vieja de una estación de tren.
  7. La dama es una vagabunda, 1937.
  8. Ben Reitman, 32
  9. Ben Reitman, 244
  10. Para conocer la trayectoria militante de esta luchadora se pueden leer sus memorias Viviendo mi vida. Capitán Swing. Madrid, 2014 y/o visionar el documental dirigido por Mel Bucklin (Estados Unidos, 2003) Emma Goldman: Una mujer sumamente peligrosa.
  11. En 1972, Scorsese dirigió El Tren de Bertha, una adaptación libre de Boxcar Bertha. Obra en la que aparecen mencionadas otras hobos que ejercieron la prostitución —como Peggy Piernaymedia o Virginia Hargreaves— o que cambiaron favores sexuales por un billete o un tramo en coche.
  12. Kiko Amat, «Luces de ‘hobohemia’» Culturas, 30, La Vanguardia, 7 mayo 2014. Por su parte Ben Reitman, 294, afirmaba «El vagabundeo proletario ha cedido su puesto a la miseria sedentaria».
  13. Jim Tully, 86
  14. Citado del blog La muerte del hobo norteamericano, 2012.
  15. Término que proviene de la palabra italiana lingeria, que era la forma irónica de llamar a la «fina ropa interior» que, supuestamente, transportaban, dentro del atado que colgaban del hombro.
  16. El famoso y andariego personaje de ficción Martín Fierro, es un gaucho que reivindica la libertad del trotamundos.
  17. Baigorria, Osvaldo: Anarquismo transhumante. Crónicas de crotos y linyeras. Ed. Terramar. La Plata, 2008, pág. 28.
  18. Recuerdos de Gulberto Videla, descritos en la página 31 de La estancia El Centenario. Ed. Dunken, Buenos Aires, 2013.
  19. Escrito de Eduardo Vázquez, presidente del museo del ferrocarril de Pergamino, Argentina, citado en su muro de Facebook.
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