2023: aprendiendo a leer en minúsculas

Acompañar y analizar los distintos signos de la protesta en esta recesión anual, podría articularse, siguiendo una lógica reactiva, a partir del seguimiento de los Grandes Eventos ocurridos en este último periodo y reportar, en consecuencia, las previsibles respuestas colectivas frente a estos. Encontrar reacciones organizadas a ellos o dar razón de su ausencia podría ser, entonces, el objetivo de este análisis.

Así, si los ejércitos de la Federación de Rusia entraban en Ucrania en Febrero de 2022, y comenzaba la guerra no solo en el territorio del Donbass, en las calles europeas y por ende vascas no hemos asistido a una reacción antibélica similar a la que provocó la guerra del Golfo Pérsico al inicio de la década de los noventa, ni a su correspondiente variada panoplia de movilizaciones pacifistas.

La simultánea subida del petróleo y del gas rampante durante todo el año 2022, puso de manifiesto la dependencia no solo de los combustibles fósiles para garantizar el transporte, la calefacción y la fabricación de energía eléctrica, sino también la dependencia de los productos derivados del petróleo, como los fertilizantes, en la agricultura industrial. Su encarecimiento progresivo, y de la cesta de la compra básica como consecuencia de ello, tampoco ha generado una cadena de movilizaciones.

El decretado fin de la pandemia Covid 19 sin balance de ello alguno, toda vez que se desterró de las informaciones públicas los datos de contagio y de ocupación hospitalaria que coparon los informativos durante los dos años precedentes, mientras se imponía el mantenimiento arbitrario de algunas de las medidas profilácticas, como el uso de las mascarillas en los transportes públicos hasta febrero del 23, ha tenido lugar sin que se hayan producido grandes controversias públicas.

Siguiendo esta línea argumentativa, la falta de reacción a los Grandes Eventos sería claro indicador de que el Orden capitalista ostenta su fortaleza y estabilidad. Así lo han interpretado sus partidarios, que celebran el saludable estado de la Unión Europea incluso en su actual apuesta bélica, alaban las políticas de subvención del estado del bienestar que aminoran los efectos de la inflación y los fondos obtenidos para financiar su salto hacia una economía descarbonizada y vocean la superioridad de los Sistemas Democráticos para atajar la pandemia frente a las dificultades de su competidor chino.

Y si mantuviéramos nuestra mirada todavía en esa lógica reactiva, la falta de protestas organizadas frente a los Grandes Eventos avalaría la frustración y desorientación militante. Sin embargo y pese a la ausencia de movilizaciones como tales contra los Grandes Hitos, todas con Grandes Mayúsculas, desde las antípodas del Orden, podemos afirmar que la deslegitimación del modelo económico y del político que le acompaña prosigue rampante.

Porque, lo que quizá tendríamos que cuestionarnos también es la forma de abordar los malestares sociales, y si es pertinente buscar todavía las Grandes Protestas contra los Grandes Hitos; la política reactiva basada en dinámicas organizadas y reconocibles. Y, por el contrario, atrevernos a practicar el buceo y el muestreo de los pequeños gestos de desafección generalizados, que, estos sí, caracterizan ya (aunque en una lengua ajena a la tradicional de la Política) los rasgos actuales de la Protesta.

Partiendo entonces de un acercamiento a los malestares en minúscula, podemos afirmar que la percepción social de haber comenzado ya el Largo Declive del capitalismo es generalizada. Este no parece que será como colapso, pese a escenarios del mismo, sino como descenso escalonado, con bajones bruscos y etapas de mantenimiento. Igual ocurre con la asunción general de estar inmersos en un cambio climático notorio para cualquiera y que provoca definitivos desastres, entre ellos severas extinciones de formas de vida. También es compartido por el común de la gente, el fin de la hegemonía en el sistema-mundo del capitalismo USA y, por ende, de su aliado UE.

Todo este escenario, ya interiorizado, y que conduce a la progresiva depauperación, se traduce en primera instancia en una desconexión subsiguiente con los sistemas de participación política de la democracia representativa. Llevamos años asistiendo al aumento de la abstención en comicios electorales hasta cotas de mayoría numérica pese a su enmascaramiento, sobre el que no insistiremos. Tan solo remarcaremos que los números con los que ahora se contentan tanto desde instancias gubernativas como desde las izquierdas renovadas muestran esa relación evidente entre depauperación y desconexión. Eufóricos los partidos con alcanzar al menos un 65% de participación, ocultan tras este dato que al ser una simple media del conjunto del territorio, los escenarios de desconexión manifiesta en unas zonas depauperadas cada vez más extensas serán mayoritarios.

Continuando con nuestro acercamiento en minúsculas, podemos seguir el rastro de las estrategias de supervivencia relacionadas con el alza incesante de los alimentos de la cesta de la compra base. Más allá de que esta sea consecuencia del fin de los combustibles fósiles baratos y de la sequía provocada por el cambio climático que hace inviable la agricultura intensiva. Y poner en valor, por ejemplo, la proliferación de establecimientos dedicados a la venta de alimentos frescos de mediano aspecto o de pronta caducidad, que posibilitan a día de hoy la cesta del común de la gente. O podemos abordar también estrategias de supervivencia para afrontar la subida de la calefacción, simplemente prescindiendo de ella. Estrategias calificadas siempre como pre o extra políticas, y que históricamente han sido las que han protagonizado quienes han gestionado el territorio de la supervivencia, del hogar, de la alimentación, de los cuidados. Estrategias en femenino.

Por tanto, se trataría de no fijar nuestra atención en las medidas gubernativas paliativas de subvención o legislativas o en la falta de movilizaciones colectivas públicas, para poder percibir los pequeños gestos cotidianos con los que los y las expulsadas y ya desconectadas hacen posible ahora su día a día. Así y gracias a esta óptica, puede que también consigamos percibir gestos de desobediencia y desafío, como fue, por ejemplo, el no uso de mascarillas en transporte público por parte de los muy jóvenes, el cual, sin responder a consigna ni ser parte de una movilización orquestada, se generalizaba e imponía su fuerza en las noches de la «nueva normalidad».

Se trata, así, de poner en valor en nuestros acompañamientos y análisis las estrategias de supervivencia y los gestos de desafío, toda vez que el umbral del Largo Declive del capitalismo por todas y todos es sabido que ha sido hace tiempo traspasado.

Un vistazo también a los movimientos en curso

Lo que en análisis anteriores era hipótesis ha sido confirmado con el tiempo. Los movimientos que renovaron el escenario movilizatorio desde el año 2018 (pensionistas, gilets jaunes, nueva oleada feminista y jóvenes contra el cambio climático) y cuyo desarrollo quedó en entredicho a raíz de las políticas de excepción de los estados de alarma o de «nueva normalidad» de 2020-21, han dejado de ocupar la centralidad que detentaron. La aparición con los años de excepcionalidad de nuevos condicionantes (el parón económico y la crisis subsiguiente, la visibilización de los cuidados con el confinamiento o el deterioro de los servicios públicos comenzando por la sanidad) que hubieran podido llegar a reforzar o reinventar sus objetivos no consiguieron remontar la ausencia de ese espacio material de confluencia, impedido por unas políticas de excepción que minaron su esperado desarrollo, y que se ha demostrado imprescindible.

Así las cosas, con respecto a los movimientos que de estos aún continúan su andadura, además de los rescoldos irreductibles de núcleos de veteranos que mantienen su reivindicación por una pensión digna para el conjunto del colectivo, los nuevos contingentes para la renovación del movimiento feminista parecen activar su músculo (aunque los números de participación no lleguen a igualarse) mayormente alrededor de la fecha del 8 de marzo, sobre la que todavía pervive el recuerdo de la movilización de 2019 y de su huelga feminista. Razón suficiente para que desde el gobierno vasco se propusiera la fecha como festiva en el próximo calendario laboral. El rechazo de los colectivos feministas ante tal maniobra puede impulsar el éxito de una próxima convocatoria de huelga, para la que se barajan nuevas modalidades de participación en la misma. Ambos movimientos han de vadear los embates del «gobierno progresista» español. Mientras las y los pensionistas pretenden esquivar el reducir su movimiento a una equiparación entre inflación y subida en esa proporción de las muy distintas pensiones, el feminista se ve abordado y a veces anegado por el camino legislativizante y punitivo, lejano al aliento de creativo y liberador característico de los propios movimientos.

La vivienda, otro factor indiscutible de la depauperación en curso, es objeto de interesantes quehaceres militantes y protagoniza periódicamente sonadas resistencias, sobre todo frente a desalojos. No obstante, su impacto se resiente al no poseerse una malla activista territorial más amplia que difunda sus logros, malla no ya nacional, sino siquiera metropolitana.

Atendiendo a los emergentes, quienes han ido larvando una actividad creciente durante estos últimos años han sido las iniciativas contra diversas infraestructuras e instalaciones nocivas en los diversos territorios vascos. Por un lado, las plataformas de oposición a los nuevos parques eólicos han florecido, toda vez que el encarecimiento de las energías procedentes de combustibles fósiles ha vuelto a reactivar los proyectos de nuevas instalaciones. A la cabeza del proceso de oposición se encuentran las plataformas locales contra diversos parques en Araba, que ya habían confluido en una coordinadora común contra similares pretensiones y que consiguieron en 2009 hacer renunciar a la administración a aquellos primeros planes de expansión por los montes del territorio. El retorno a aquellos proyectos e incluso la ampliación con posibles nuevas ubicaciones ha vuelto a reactivar la coordinadora conjunta «Arabako Mendiak Aske» y con ella sus movilizaciones tanto locales como progresivamente de mayor ámbito y ambición organizativa. Junto a las movilizaciones en el territorio alavés, aparecen también iniciativas locales en el guipuzcoano.

A las interesantes aportaciones que añaden este tipo de movimientos sociales, que ponen en evidencia las debilidades y contradicciones de un modelo energético «verde», se añaden también los evidentes ejercicios de funambulismo político de las izquierdas renovadas para con la instalación de este tipo de parques. Su imposible posibilismo queda así al descubierto, como ha ocurrido en la localidad de Azpeitia con el proceso de oposición al parque eólico de Piaspe. El camino de la confluencia de las varias plataformas locales y de colectivos de oposición en localidades gipuzkoanas contra similares proyectos promovidos por empresas más o menos cercanas a cada uno de los dos partidos nacionalistas rivales en Gipuzkoa, se orienta paulatinamente también hacia la crítica política que cuestiona las rutinas bipartidistas de la política local y sus débitos.

Todo este nuevo empuje, junto con la ilusionante experiencia en el Baztan contra la cantera impulsada por Erdiz Bizirik o la campaña de reinicio de la oposición a las obras del Tren de Alta Velocidad con ocasión del 30 aniversario del inicio de la oposición contra estas, ha llevado a intentos de poner en marcha una campaña conjunta de las diversas plataformas y de colectivos a escala EHk, aún en sus inicios. El espejo de las importantes movilizaciones en territorio francés y en especial de la batalla del 25 de marzo en Sainte-Soline, en el marco del inicio de la cada vez más poderosa campaña activista de los «Soulèvements de la Terre» (campañas de actividades militantes respaldadas por una nebulosa organizativa heterogénea, desde sindicatos agrícolas hasta colectivos ecologistas o plataformas locales, que cada año enfocan su iniciativa conjunta contra cierto tipo de proyectos nocivos) podría inspirar el comienzo de iniciativas de igual ambición en los territorios vascos y reforzar el calado de estas primeras iniciativas que podrían ser germen de coordinación.

Con todo, un ejemplo muy diferente a este lo encontramos alrededor de las iniciativas unitarias de rechazo a la guerra en Ucrania que se han intentado promover en los últimos meses. Incapaces de superar las diferencias entre las distintas entidades convocadas a las reuniones para poner en marcha movilizaciones en el primer aniversario del inicio de la intervención militar rusa, el galimatías interno se explicaba por la variopinta presencia de colectivos, desde los afectos a los clásicos postulados antiimperialistas enfocados a la denuncia del militarismo de la OTAN, y con un cierto sesgo pro-ruso manifiesto desde la guerra de Siria, hasta llegar al espectro antimilitarista, pasando por otras entidades comparsas sin claro criterio, asistentes para engordar la sopa de siglas. Escenario conocido, por otro lado, ya en parecidas campañas de otros tiempos e invasiones allá por Irak, y cuyo lema final queda en un «Gerrari ez», que contenta a tirios y troyanos. En esta ocasión, las concentraciones de febrero reunieron a unos cientos de militantes de los colectivos convocantes y no consiguieron movilizar consigo a una población heterogénea unida por un sentimiento antibelicista. Al contrario, al fiasco de participación de la convocatoria unitaria se unió que, la ambigüedad del habitual lema favoreció la participación, esta sí numerosa, en las posteriores manifestaciones de «Parar la guerra» de finales de mes, convocadas por las asociaciones ucranianas en suelo vasco, alineadas a pies juntilla con los discursos más militaristas de la UE/OTAN. La guinda de la confusión se puso en Marzo, con la manifestación «antimperialista» que se preocupaba de criticar al binomio UE/OTAN en exclusiva, en la que la presencia de banderas rusas no fue anecdótica y a la que algunos, pese a reticencias, se arrimaron por lo de «hacer algo». Poco después asistimos a la versión GKS de más de lo mismo. Miseria de la política.

Colectivos y colisiones

Con el verano de 2022 se dieron inicio públicamente a las hostilidades entre la vieja izquierda abertzale disciplinada por Sortu y la estrella emergente GKS. Los conflictos que no habían dejado de ser hasta entonces pugnas por la hegemonía en colectivos unitarios o experiencias alternativas locales, en la senda de las rivalidades previas entre Ernai e Ikasle Abertzaleak, pasaron a tomar un cariz más agresivo. La negativa generalizada en la geografía vasca a que GKS o sus organismos afines pudieran montar sus propias txoznas en las fiestas patronales de pueblos y ciudades por parte de sus comisiones de fiestas evidenció la existencia de una consigna política coordinada que superaba las casuísticas locales sobre las que se argumentaban las citadas negativas. La insistencia para instalar txoznas propias en las fiestas locales tenía más relación con la necesidad de recaudación del autodenominado «movimiento socialista» para afrontar sus gastos organizativos y las multas consecuencia de sus movilizaciones, que con una nueva disputa por la hegemonía, esta vez en el espacio simbólico reivindicativo que representan estos espacios festivos. La negativa reiterada y recurrente se relacionaba así con la propia pervivencia de la organización y procuró un ambiente progresivamente belicoso, que se concretó en algunas peleas como las ocurridas en junio en la Parte Vieja donostiarra y que auguraban posteriores y más graves conflictos.

Pese a lo esperable, aquellos episodios no pasaron a mayores y quizá lo destacable de ellos fuera que participaran en aquel placaje a GKS también gentes de Jarki, otro de los sectores en disidencia con la línea oficial post-IA. La vanguardia oficial de esta, Sortu, hacía correr con posterioridad entre su militancia un extenso dictamen («Aclaración…») en el que, en resumen, les declara como externos a su comunidad, designándoles como enemigos de su línea estratégica cuya existencia no aporta al proceso de liberación y sí conviene al statu quo, y a quienes por tanto no se les aplicará ningún buenismo. Gruesas palabras que recuerdan demasiado a momentos análogos de nuestra pasada historia en los que no tembló la mano de similares vanguardias a la hora de descabezar la hidra de la competencia.

Estas tensiones se suman a las características propias de este conjunto de organizaciones juveniles «socialistas» con ya fuerte querencia al solipsismo ideológico y al sectarismo militante. Comprobaremos pronto cómo su contingente activista puede mantener o no la tensión reivindicativa de sus iniciativas, no tanto por la hostilidad manifiesta de sus rivales, como ante la falta de victorias tácticas (sus variadas movilizaciones nacionales se estancan en el mismo umbral) en sus variadas gestas, que legitimen tamaño esfuerzo militante.

Nuevas propuestas igualitaristas

Durante este inmediato periodo se han dado a conocer también procesos de confluencia militante con aspiraciones emancipatorias de carácter horizontal y que se inscriben como parte continuadora de trayectorias militantes o comunitarias similares desarrolladas en la historia reciente de EHk. La existencia de estos variados intentos militantes es muestra de la reactivación de procesos organizativos más allá de la atmósfera posibilista de la post-IA, pero también de la puesta en marcha de propuestas lejanas a las rigidices del «movimiento socialista».

Una de estas propuestas, Kimua, se daba a conocer primero con la publicación de sus líneas argumentales troncales y más tarde en 2023 con la celebración de jornadas internas, pero anunciadas públicamente. Kimua se definía como la voluntad de construcción de un «paradigma revolucionario» común, lo que vendría a ser poseer un análisis sobre el proceso de dominación que padecemos, junto con el conjunto de medidas para afrontar la liberación y la vida comunitaria bajo otras bases, las igualitarias. Este «paradigma revolucionario» se iría obteniendo durante ese ansiado proceso de liberación, con el objetivo de una vida libre articulada en un sistema de Comunas vascas, para lo que partiría como inicio de varias hipótesis de trabajo compartidas entre sus promotores.

Hasta aquí el andamiaje de partida de este Kimua, que marca diferencias radicales, en la raíz, con el sistema petrificado sobre el que reside la línea ideológica de colectivos como los GKS, anclados en viejas constantes del análisis marxista de la lucha de clases, para lo que se insiste especialmente en que su «paradigma» no está predeterminado sino que su propuesta de pensamiento y acción está en constante proceso de construcción. Esta línea argumentativa tiene un lógico parentesco con las interpretaciones «operaístas» que conformaron la corriente de la autonomía obrera italiana, cuyas aportaciones teóricas paradójicamente se traducirían y divulgarían por estos lares cuando el propio movimiento obrero asambleario autóctono había ya desaparecido.

De las «hipótesis de partida» sobre las que se basa la afinidad organizativa de las y los integrantes de este paradigma en construcción, es de destacar la hipótesis sobre el patriarcado y su lucha contra este sistema de dominación. La consecuencia práctica de la misma es la organización separada y autónoma de las mujeres que integran Kimua y el valor estratégico otorgado a los marcos organizativos no mixtos. Entre los referentes organizativos contemporáneos en los que se apoya su propuesta se encuentran las luchas de las mujeres kurdas del PKK, que emparentaría su hipótesis de partida y su consecuencia organizativa. Con respecto a la labor de los militantes de Kimua como totalidad, toman parte en los colectivos y movimientos unitarios y sectoriales, y en ellos hacen pública y manifiesta su pertenencia a la organización, defendiéndose un estilo desenfadado y no dogmático.

Hasta aquí la semejanza con los colectivos autónomos de décadas recientes es manifiesta. Sin embargo, la propuesta de Kimua se culmina con la defensa del papel de la organización propia de los militantes que tienen una mayor agudeza de visión en ese proceso en construcción («cuadros») y entre estos la necesidad una posición central en el plano organizativo decisivo de los todavía más preclaros («centralismo democrático»). En fin, los patrones de dirigencia política de los referentes organizativos que inspiran esta propuesta se concretan finalmente en figuras redivivas de la organización de vanguardia que sorprenden y decepcionan. Si tuviéramos entonces que atribuir un referente similar en nuestra historia tendría más que ver con el consejismo de aquel LAIA-ez de los años setenta. Pero con una radical diferencia, aquella organización autónoma partía de una lectura insurreccional de un periodo de intenso conflicto social, lo que podría explicar su urgencia vanguardista. A día de hoy, poco de esto ocurre, por lo que nada explica.

También en el verano de 2022 se celebró el encuentro de otra de las nuevas propuestas organizativas HerriBiltza, impulsada inicialmente desde núcleos de Iparralde. Sobre la voluntad federativa que le da nombre, esta propuesta impulsa la creación de asambleas locales que den camino a la vida buena, insistiendo en la puesta en marcha de iniciativas prácticas que posibiliten de facto la subsistencia comunitaria bajo bases igualitarias. Su propuesta dirigida a los «ciudadanos» de Euskal Herria, tras tener en cuenta la insostenibilidad del modelo material del capitalismo y sus escenarios de escasez, propone construir una alternativa práctica que garantice la independencia alimentaria y energética.

En ese mismo proceso de construcción comunitaria quedarían las opresiones centrales sobre las que se cimenta el orden existente: patriarcales y de explotación por el trabajo asalariado. La propuesta de HerriBil­tza añade también la centralidad del uso del euskera como patrimonio popular común y la educación igualitaria de las próximas generaciones. Junto con las presentaciones de su iniciativa y comunicados en efemérides referenciales, han realizado acciones directas simbólicas de proyección mediática, como la retirada de múltiples señales en francés en localidades vascas norteñas, que aparecieron posteriormente en la vizcaína Getxo, junto al Puente Colgante, acción en línea con la tradición movilizatoria de Iparralde a la que se añadía un matiz de organización a nivel nacional.

La propuesta HerriBiltza, más allá de sus fogonazos activistas, ha despertado interés entre núcleos locales que se enfocan hacia la puesta en marcha de experiencias comunitarias de vida autosuficiente. Núcleos que no aspiran a construir comunidades ejemplares aisladas sino ser parte de un proyecto liberador más allá de sus lindes. La multiplicación de estos núcleos, avanzadilla de una reruralización imprescindible, y su articulación política en una federación como la que se quiere edificar, será necesariamente cuestión de tiempo. La implicación posible en esta propuesta, por parte de una mayoría de población urbanizada y proletarizada en progresiva precariedad y cuyo estilo de vida no pende de opción, es, en todo caso, difícil de tejer.

Queda por hablar en este panorama de nuevas propuestas de la más reciente de ellas, Burujabetza, de la que hasta la fecha podemos decir que pretende construir una verdadera soberanía, o sea, reivindicar y articular el poder de decisión de las y los ciudadanas vascas como respuesta contra los mandatos exógenos y subyugantes que impone el orden capitalista. El objetivo concreto es montar plataformas independientes y locales que deriven en agrupaciones electorales para las municipales del 23 en Hegoalde. De estas asambleas o batzarres locales se iría edificando una estructura federativa piramidal que abarcaría finalmente el territorio de Euskal Herria, según el diseño estratégico de estos también autodenominados «Democracia Directa».

Esta otra propuesta bebe mayormente de las últimas decepciones ocurridas ante la falta de un discurso crítico y diferente por parte de las izquierdas al uso, frente a los designios sistémicos y sus políticas de control social y socio-sanitarias de los años precedentes de pandemia. Lo cierto es que en el magma de sectores disidentes a las imposiciones socio-sanitarias de las autoridades, se podía reconocer a personas históricamente vinculadas con la IA, que sumaban a sus reparos con la nueva post-IA, su sumisión acrítica a la concepción sistémica del acontecimiento COVID 19. Así, Burujabetza, con un discurso articulado sobre las prácticas comunitarias cooperativas o de decisión (auzolanes y batzarres) se lanza a ofrecer otra alternativa política y de gestión, diferente a las de las izquierdas renovadas. Con un objetivo táctico tan cercano en el tiempo, es francamente difícil que esta propuesta consiga montar sus agrupaciones y que además, pueda atraer el voto desencantado de los sectores en disidencia con las políticas públicas frente a la pandemia. Sectores muy diversos y de difícil encaje que, si confluyeron, fue principalmente en movilizaciones en los momentos más delirantes de los años de normalidad pandémica.

Con manifiestas diferencias entre ellas, Kimua, herriBiltza y Burujabetza (organización de cuadros, núcleos autosuficientes, plataformas de democracia directa, respectivamente) poseen como lazo común su objetivo de una organización comunitaria igualitaria vasca y su apoyatura en un discurso que redunda en las instituciones de cooperación tradicionales, en la idea de pueblo o de comunidad o en las enseñanzas movilizatorias de las luchas precedentes. Con todo, habría que recordar cuánto de construcción ideológica a posteriori hay sobre las prácticas comunitarias de decisión o colaboración y si algo queda de ellas a día de hoy, qué nos puede valer y qué hay de real en la propia idea de «pueblo» (vasco) y sus derivadas como los «movimientos populares». Y junto a ello, cuáles fueron las claves, éxitos y fracasos reales de las oleadas y experiencias movilizatorias recientes que impidan una reinterpretación sesgada de las mismas, en búsqueda de referentes históricos que justifiquen o enmascaren actuales intereses.

Nuestro quehacer libertario

Reducido a los ambientes militantes que se quieren reconocer en la tradición anarquista, parecería que las iniciativas conjuntas que quedan, además de las tareas propias del sector en que se focaliza cada colectivo (trabajo, cultura, patriarcado, cárcel…), serían las actividades de difusión ideológica, de la construcción de la memoria histórica del movimiento y la de la defensa solidaria de las y los militantes represaliados. Veámoslas.

Algunas de estas iniciativas se llevan a cabo, sí. Pero lamentablemente en demasiadas ocasiones se orientan hacia las propias parroquias de los diversos colectivos libertarios, sin la ambición de compartir sus reflexiones y propuestas, no ya hacia el resto de familias y ambientes antiautoritarios, que tampoco, sino hacia la posible audiencia externa, que como tal es ajena a los canales y códigos internos a cada colectivo. Un nada disimulado derrotismo previo justifica la falta de esfuerzos para dar a conocer las iniciativas libertarias y completa el círculo vicioso que convierte con demasiada frecuencia los actos en pequeñas sesiones sin aspiraciones dirigidas en exclusiva a los devotos de cada colectivo. Es necesario, como mínimo, obligarse a traspasar los umbrales de los locales de otros colectivos, fomentando así el reconocimiento de las iniciativas de colectivos hermanos y para ello además es imprescindible que estos mismos actos se orienten hacia una audiencia también general que dé cabida a propios y a extraños.

Pero, cuando las iniciativas se realizan de manera compartida entre los colectivos antiautoritarios, la cuestión no mejora. Recelosos todavía por lo que nos separa más que por lo que tenemos en común, se procura no profundizar en los objetivos a alcanzar de las iniciativas conjuntas para que no se reactiven los resquemores. El resultado final suele ser que estos actos, amén de notorias ausencias en ellos de quienes permanecen anclados en las viejas rencillas, suelen adolecer de la falta de un mensaje manifiesto que devalúa su posible impacto y desorienta a quienes a él acuden. Este hecho, que obedece sin duda a la propia indefinición de la que se parte, nos obliga a replantearnos los ya de por sí escasísimos actos conjuntos. Es necesario abordar sin desconfianzas y sin discordias los objetivos propios de cada acto, poniendo en negro sobre blanco las aspiraciones de cada colectivo al sumarse a las iniciativas que nos reúnen y apostar sincera y conjuntamente por cada una de ellas.

Quedan por último las iniciativas en defensa de los y las nuestras. En este último periodo significativamente las realizadas alrededor de la huelga de hambre contra el régimen de aislamiento de Alfredo Cospito. Con humildad respecto a los números propios (no podemos multiplicar en función de una urgencia la masa militante real) pero con decisión para poder convocar y sacar partido proporcionalmente a las propias capacidades. Sin recurrir a la coacción emocional, sino activando mediante propuestas factibles de colaboración y denuncia la identidad solidaria intrínseca a la tradición anarquista. Nuestros compañeros en peligro saben que la actividad anarquista es en inicio un regalo que no exige compensaciones. Pero que la respuesta libertaria es también siempre pródiga.

Terminamos

Frente a un ánimo apocado por la falta de reacciones al uso ante los importantes retos a los que nos emplazan los graves tiempos en los que hemos definitivamente entrado, necesitamos renovar nuestra percepción de unos malestares sociales que sí existen. Activar, en consecuencia, una lectura en clave libertaria que sea capaz de apreciar las protestas en minúsculas y cuando las haya también las en mayúsculas, una lectura libertaria que devuelva la importancia y el protagonismo al rechazo social presente y activo bajo sus viejas y nuevas formas.

Jtxo Estebaranz

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