Las fuentes de la salud y el (olvidado) legado anarquista

En nuestra época se está labrando un gran proyecto de control y sometimiento de las poblaciones, más pobres o más ricas.

Este proyecto implica la expropiación de nuestras capacidades autónomas de vivir y de cuidar de nuestra vida y de la de nuestros seres queridos. Y de todo aquello que normalmente incluimos en el amplio concepto de salud.

Los Estados y grandes capitales, ayudados por los medios de comunicación, han dado un gran paso en ese sentido: la gestión de la epidemia del Covid-19 es un ejemplo de cómo los poderes pueden conducir a poblaciones enteras hacia una nueva forma de dominación actuando sobre algo tan elemental e íntimo como es el ámbito de la salud.

Ahora bien, ¿cómo, desde posiciones libertarias, podemos abordar una cuestión tan delicada y a la vez tan crucial? No debemos, como se ha hecho hasta ahora, limitarnos a denunciar la expropiación capitalista de la medicina o a señalar cómo los gobiernos se sirven de las medidas sanitarias para aplastar derechos básicos. Aún siendo todo ello cierto, esto no basta para caracterizar la barbarie absurda hacia la que nuestros gobiernos nos conducen a pasos acelerados.

Después de más de un año de confusión mediática y de propaganda de Estado, ya adivinamos que el horizonte que se quiere diseñar es el de una población vacunada periódicamente, o dotada de una documentación sanitaria que le acredite para poder circular y acceder a una vida «normal». No hace falta decir que en ningún caso el objetivo del Estado es proteger la salud de sus súbditos, sino solo el de asentar una vez más su hegemonía expropiándonos un poco más de nuestra responsabilidad personal y manteniendo idénticas las perniciosas condiciones ambientales en las que discurre nuestra vida cotidiana.

Los Estados, ya lo sabemos, funcionan como grandes maquinarias a cuyo ritmo debemos adaptarnos o morir. En ese sentido, las enfermedades y las epidemias solo son entendidas como amenazas bióticas exteriores, sin ninguna relación con el modo de vida y de higiene al que las personas son sometidas. La obsesión es siempre el agente infeccioso, y el organismo físico es solo un elemento pasivo que no puede hacer nada por sí mismo, solo ser asistido desde el exterior mediante una medicina científica supuestamente eficaz.

Sin embargo, es esta visión esquemática y simplista de la enfermedad la que ya fue denunciada por el olvidado legado del anarquismo hace por lo menos un siglo. Pensemos en un libro como La ecología humana en el anarquismo ibérico del historiador Eduardo Masjuan, donde se ve la importancia que para el anarquismo tuvo una visión integral de la sociedad y la naturaleza en las décadas anteriores a la guerra civil. Mucho más importante que defenderse del agente infeccioso, para el anarquismo de corte naturista se trataba de desarrollar de manera espontánea las defensas adel cuerpo mediante la práctica de la higiene, de una actividad física y de una alimentación adecuadas. Más allá de eso, el anarco-naturismo denunció cómo las pésimas condiciones de trabajo, habitación, procreación, etc. de las clases trabajadoras eran factores propicios para la propagación de enfermedades contagiosas como el cólera o la tuberculosis. Fue la mejora de estas condiciones gracias a las luchas sociales, más que las vacunas, las que hicieron posible superar estas enfermedades en los medios urbanos y fabriles. Hoy, desde luego, las poblaciones están sometidas a otro tipo de factores ambientales e higiénicos que los ecologistas y los estudiosos de la nutrición e higiene vienen denunciando desde hace décadas, sin alcanzar mucho eco. A pesar de uno o dos siglos de «progresos científicos» y médicos, la salud media de la población es precaria. Y nos consta que al menos una buena parte del anarquismo no es insensible a este tipo de preocupaciones. Al menos podemos documentar cómo ciertas corrientes anarquistas, a diferencia de muchos epidemiólogos y agentes mediáticos de hoy, se tomaron en serio la cuestión de la salud, atacando los problemas de raíz, o al menos intentándolo.

Hoy estas lecciones tan sencillas parecen haber sido olvidadas. Se espera que una vacunación masiva nos saque del infierno, cuando los programas de vacunación masiva forman parte de ese infierno de condiciones mediombientales adversas y de modos de vida nocivos que el Estado y el capital nos imponen. Sabemos además que, a pesar de lo que cuentan los medios de comunicación, la controversia científica sobre la eficacia de las campañas de vacunación persiste, por no hablar de los posibles contra-efectos. La obsesión del agente infeccioso exterior gana terreno frente a un concepto de la salud más rico y más ético.

Los anarquistas naturistas, como el doctor Isaac Puente (1896-1936), insistieron sobre el hecho de que lo importante para el cuidado de la salud no era la consideración de las masas, sino de las personas únicas e irrepetibles: la apropiación autónoma de la salud de cada uno. Una responsabilidad esencial que hoy está siendo brutalmente agredida. Las fuentes de nuestra salud no están, no pueden estar, en las disposiciones oportunistas de los gobiernos ni en los programas del gran negocio farmacéutico.

El legado olvidado del anarquismo nos ofrece una clave: cuidemos de nuestra salud día a día, y luchemos al mismo tiempo por abolir las condiciones insalubres en las que nos mantienen, no esperemos que la medicina del Estado y del capital nos imponga un nuevo tipo de miseria.

José Ardillo

Nota: Este texto fue redactado en junio de 2021 y enviado a Tierra y Libertad y Le Monde libertaire, se trataba de un texto sin mayores pretensiones teóricas que solo pretendía suscitar el debate en los medios anarquistas. Tierra y Libertad lo publicó en el número doble de ese verano pero Le Monde libertaire lo rechazó, alegando que preferían hablar de otros temas. Dos meses después publicaron el comunicado de un grupo anarquista francés defendiendo la vacuna como indiscutible logro científico y social.

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