La pandemia militarizada de la mili obligatoria, la renuncia a la libertad y el tiempo para las revoluciones

Imprescindible reflexión previa: mirándonos al espejo

Quien esto escribe, para situar al militarismo ante el espejo, lleva muchos años utilizando, como idea-imagen de lo que supone, una frase (cuya autoría desconozco) que refleja su esencia: «obscena es la imagen de las condecoraciones sobre el pecho del general victorioso». De forma similar, una de las imágenes del espejo social que desde el antimilitarismo habitualmente utilizamos es la de la comparación de cómo se podría utilizar el gasto militar para hacer frente a las necesidades sociales (por ejemplo, con lo que cuesta un avión de combate se podrían construir 25 hospitales).

Pues bien, antes de entrar al análisis de lo que vamos a calificar como pandemia militarizada, para no hacernos trampas a nosotras mismas, hagamos el ejercicio de poner ante nuestro propio espejo la imagen del funcionamiento social colectivo ante la pandemia, para lo que creemos que es suficiente con un dato: para hacer frente a una pandemia que en el momento de escribir estas líneas (mediados de mayo) ha causado alrededor de 270.000 muertes, los gobiernos del mundo se han comprometido a movilizar 6 billones de dólares; mientras que entre la tuberculosis y la malaria mueren anualmente alrededor de 2 millones de personas, cuando esas muertes por enfermedades curables (hay vacunas y tratamientos conocidos), podrían evitarse con 10.000 millones de dólares al año. Ah, claro, se me olvidaba un detalle insignificante: esos 2 millones de muertes anuales suceden principalmente en África y Asia, y en países empobrecidos que no pertenecen a la cultura capitalista. Lo dicho, la obscenidad de nuestros privilegios como civilización (capitalista, occidental, desarrollada, avanzada, del Norte…) y el egoísmo e hipocresía infinita que suponen son sencillamente insoportables y mucho más mortíferas que el coronavirus.

Como puede deducirse de lo anterior, son múltiples, y tan diversos como profundos los análisis y reflexiones que tenemos que abordar sobre todo lo relacionado con lo que estamos viviendo durante esta pandemia (y lo que está por venir), y debería ser nuestra máxima prioridad abordarlos para, tras ellos, centrar nuestros esfuerzos en impulsar el imprescindible y radical cambio económico-social – político – cultural – filosófico – ético y hasta espiritual, que impida que todo siga como estaba, pues en ello está la base y origen de lo acontecido. Desde quienes abogábamos ya por un cambio radical hemos de ser capaces de comprender esta prioridad, y actuar en consecuencia. Al final abordaremos brevemente esta cuestión.

Entrando al análisis de la pandemia militarizada

Tras lo que nos parece una imprescindible reflexión previa del contexto, en las próximas líneas intentaremos esbozar un primer análisis provisional (la situación no ha concluido) de uno de los aspectos más graves de todo lo vivido: la militarización de la pandemia.

Y no nos referimos principalmente, aunque comencemos nuestro análisis por ellos, a los aspectos más evidentes y chuscos de esa militarización, como la increíble operación de lavado de cara de las fuerzas armadas puesta en marcha para intentar dar la vuelta a lo que era una evidencia clamorosa: su absoluta inutilidad en la defensa de los intereses de las poblaciones, acrecentada y aumentada por la constatación de que la sangría económica que supone el gasto militar anual es una de las principales causas de que el sistema sanitario se haya encontrado sin recursos a la hora de abordar la pandemia.

Tampoco creemos necesario profundizar en ello por su evidencia (que, además, ha sido analizada en distintos textos), pero también hay que dejar señalado el delirio del lenguaje bélico -cuando se trata de una crisis sanitaria- que llegaba hasta lo estrambótico en el caso de los uniformados presentes en las ruedas de prensa con sus invocaciones al espíritu castrense para que entre todos, como verdaderos soldados, pudiéramos derrotar en esta cruel batalla al poderoso enemigo desconocido que ponía en peligro la patria. No nos cabe duda de que si alguien hubiera escrito un sainete 3 meses antes con situaciones parecidas, los militares le habrían demandado por injurias, ridiculización y menosprecio a las fuerzas armadas. Ahora, sin embargo, quienes han escrito el deliberado guión de ese grotesco ensalzamiento de lo bélico, lo militar y lo policial son ellos mismos y los partidos progresistas, que les han propiciado protagonismo, escenario y público para sus actuaciones.

Igualmente, no queremos dejar de comentar lo relacionado a otras de esas imágenes que hablan por sí solas: la ocupación militar en la pretendida labor de higienización de edificios, calles, espacios públicos. Sobre esa imagen ya hemos hablado en otro texto1, pero parece conveniente incidir en una cuestión relacionada con ella que ha pasado por lo general desapercibida a pesar de su evidencia: ¿los militares no contagian? Porque los cuarteles están muy lejos de cumplir con las medidas necesarias de prevención, y la presencia masificada que se da en la mayoría de ellos (teniendo que compartir espacios como comedores, servicios y otras instalaciones) es todo un salvoconducto al contagio y propagación2… y sin embargo se les ha enviado a realizar labores para las que no están preparados (ni técnica, ni psicosocial o empáticamente para tratar con las personas que en ellos se encontraban) como residencias o grandes tanatorios improvisados. Qué gran ocasión desaprovechada para emprender un abandono masivo de los cuarteles, sobre todo después de comprobar cómo ni su preparación ni sus arsenales servían para nada a la hora de hacer frente al problema sociosanitario generado por la pandemia, y cómo ellos mismos eran, por su propia organización, un grave riesgo de contagio para las poblaciones. Hubiera sido un primer paso fundamental para acabar con el gasto militar, destinando ese dineral a necesidades sociales. Pero, lejos de esa cordura, la inmadurez militarista les impelía a intentar demostrar que ellos son de una casta superior. Así, mientras a la población se la confinaba y se le impedía salir a la calle ni tan siquiera a dar un paseo, en plazas y lugares céntricos de ciudades, como en el Casco Viejo de Iruñea, se han dedicado a pasear en formación ocupando las calles para dejar bien clarito que ellos cuentan con privilegios que no están al alcance del resto.

La mili obligatoria de la pandemia

Pero no sólo los soldados no han aprovechado la ocasión para desertar en masa de los cuarteles, sino que esta pandemia militarizada nos ha obligado a todas y todos a cumplir la mili. Porque, entrando ya a otro nivel de análisis, aprovechándose de la excusa de la pandemia, algunos han decidido imponernos a toda la población el cumplimiento de un servicio militar obligatorio intensivo, salvo con la excepción de que, como no cabíamos en los cuarteles, convertíamos nuestras propias casas en celdas militares. No exageramos.

De la noche a la mañana, y tras traspasar la puerta del todo por la patria del estado de alarma, sin sorteo previo ni excedentes de cupo, todas hemos tenido que abandonar nuestra vida civil, sus valores, contenidos, formas de organización y relación, sentimientos, opiniones y libertades (de esto hablaremos luego) para ajustarnos al manual de campaña y parte del día que desde la autoridad competente se nos comunicaba a diario. Como en la mili, lo primero que nos hacían era anonimizarnos. Daban lo mismo las situaciones personales, socioeconómicas, físicas o afectivas de cualquiera, no éramos personas con particularidades, especificidades y necesidades diversas, hemos sido, como los soldados en los cuarteles, poco más que un número: el de nuestros domicilios o el de nuestra respectiva clasificación en el nivel de tropa, según nuestro nivel de riesgo y posibilidades de contagio.

Nadie podía salir de su cuartel sin un pase pernocta que le extendiera la autoridad competente, salvo que fuera a hacer maniobras de provecho para el que manda (ir a currar manteniendo el sistema productivo), y preferentemente uniformadas (mascarilla y guantes), lo que acentuaba nuestro anonimato. Nada de afectividad ni emotividad, a tragarnos los sentimientos y la empatía (aunque fuera incluso ante el fallecimiento de nuestros familiares). Por supuesto, mañana, tarde y noche cursos intensivos de arengas en el espíritu militar, belicismo y patriotismo de la mano de las ruedas de prensa y los discursos políticos y de los medios. Y, claro, no han tardado en aparecer también las costumbres cuarteleras más infames, producto de la idiosincrasia de la mentalidad militar: cada quien mirando hacia lo suyo y preocupándose de llevar su mili lo mejor posible, aun si era a expensas de que otras sufrieran las consecuencias (por ejemplo, con las compras telemáticas); los que practicaban el chivateo con vistas a conseguir tratos de favor por los mandos; los enardecidos por el espíritu militar que jugaban a hacer de generales desde los mandos de operaciones de sus balcones dictando sentencia sobre lo que estaba bien y estaba mal…

Todas pasábamos a ser ovejas de un rebaño que debía cumplir a rajatabla lo que se le imponía, y nadie teníamos opción (o esa ha sido la práctica generalizada) ni tan siquiera a opinar o disentir, ni mucho menos, claro, a convertirse en oveja negra desobedeciendo. Y no hemos sabido articular una respuesta que abriera vía a la insumisión. Conviene preguntarse el porqué.

Porque una vez superado el primer shock que a cualquiera le puede producir verse de un día para otro secuestrada o confinado haciendo la mili, no hubiera sido tan difícil darse cuenta de que toda la parafernalia militarista partía de arrebatarnos, manu militari vía estado de alarma, nuestra capacidad como personas y poblaciones para, con responsabilidad y autodisciplina, organizarnos ante un enemigo que desconocíamos tanto como los militares. Que deberíamos haber sido las poblaciones, quienes conocemos mejor que nadie el terreno que pisamos (nuestros barrios y pueblos, nuestro vecindario) y sabemos donde están y cuáles son nuestras verdaderas necesidades y urgencias, quienes decidiéramos lo que es posible o no, lo conveniente dependiendo de las distintas situaciones. Que las armas-herramientas que necesitamos no están en los arsenales militares, sino que están en la propia población, que contamos con un batallón (sobre todo porque en muchos casos vestía bata) de personas expertas en las tareas que realmente eran imprescindibles (limpieza, asistencia sanitaria, atención social, cuidados, reparto y distribución de alimentos, etc. etc.). Y que teniendo claro todo ello lo lógico y natural hubiera sido organizarnos desde valores y actitudes tan distantes del militarismo como la solidaridad y el apoyo mutuo. Y sin embargo no ha sido así, y hemos estado lejos incluso de abrir esos debates o impugnaciones. Hay que preguntarse seriamente por qué, porque en algunas de las desagradables respuestas que hallemos a esas preguntas probablemente se encuentren los cimientos con los que ponernos a construir una realidad radicalmente distinta para hacer frente a las situaciones semejantes que con toda probabilidad se nos avecinan (y no hablamos solo de pandemias sanitarias, que, por ejemplo, las socioeconómicas ya están aquí).

La escandalosa y esclarecedora renuncia a la libertad

Entre las desagradables respuestas que podemos encontrar a las preguntas recién planteadas, quizá una de las más dolorosas pueda ser constatar que en las sociedades capitalistas avanzadas actuales nos ha penetrado tanto el individualismo egoísta que camina de la mano del neoliberalismo capitalista (a ambos sustantivos les sobran los calificativos), que en la actualidad cada una de nosotras estamos dispuestas a renunciar a nuestra libertad individual y colectiva si a cambio alguien nos garantiza salud, dinero… y nivel de consumo a nivel personal. Por eso, como comentábamos en la introducción, la del coronavirus ha sido consensuada entre nosotras como la gran pandemia, y no otras enfermedades, situaciones como las de las personas refugiadas o carencias elementales (agua, alimentos) que causan muchísimas más muertes en otras partes lejanas del planeta.

Son palabras mayores. Pero es lo que hemos practicado de forma masiva durante esta nuestra pandemia. Hemos renunciado a nuestra libertad a cambio de una seguridad personal, que además no existe. Peor aún, hemos dejado claro que, a cambio de salvar el propio pellejo (sin garantías) estamos dispuestas a construir con nuestras propias manos el panóptico con el que nos sometan a un control total. Porque no otra cosa es el bigdata que se genera con los datos que aportamos voluntariamente. Y esa renuncia a la libertad individual lo ha sido también a la colectiva. No hemos sabido, querido o podido articular una respuesta más o menos colectiva de oposición al secuestro de nuestra libertad… más allá de los intereses ultra-liberal-capitalistas que nos quieren más libres para que podamos seguir generando sus plusvalías.

Lo más grave es que el Poder ha comprendido que ya no necesita de enemigos inventados (el terrorismo internacional sin rostro era hasta ahora el último), que con el tratamiento que se ha dado a la pandemia se ha conseguido instalar en el imaginario colectivo que el enemigo está en cualquiera de nuestros semejantes, y consideramos sospechosa a cualquier persona que se nos acerque. Está por ver hasta dónde lleva (hasta dónde le conviene llevar) la extensión del macabro experimento de control social total, pero está claro que estamos construyendo las bases para el desarrollo de un poder totalitario basado en la renuncia de nuestra libertad a cambio de una seguridad personal que, insistimos, además no existe. Y ese poder totalitario es el que va a determinar cómo entre todas sufragamos durante los próximos años las pérdidas aparentes de beneficios de sus cuentas de resultados.

Es tiempo de revoluciones

Las reflexiones anteriores no tienen como objetivo fustigarnos. Al contrario. Lo que pretenden es aportar en la imprescindible tarea de hacer un análisis realista, con toda su crudeza, del momento de la historia actual en el que estamos; de lo que lo ha propiciado; de lo que realmente está en juego; de las incapacidades que hemos mostrado… para a partir de ahí ponernos a revolucionar la situación.

Porque, efectivamente, pensamos que el actual es tiempo para las revoluciones. Aunque no probablemente para las revoluciones de manual. Es tiempo para plantearnos definitivamente si queremos seguir siendo parte de un modelo y sistema social, político, económico, cultural, de valores y actitudes como el que ha dado lugar al, según nuestra mirada, retrato de la pandemia militarizada de la que hemos formado parte. Y si nuestra respuesta es que no, creemos que tenemos que revolucionar muchas cosas, las suficientes como para que entre todas generemos una revolución. Porque de la sumisión colectiva practicada durante la pandemia militarizada, también podemos extraer el reaprendizaje de la potencialidad de nuestro actuar colectivo para la insumisión. Si hemos sido capaces de cumplir con lo ordenado, a pesar de las graves renuncias que significaba, pensemos en lo mucho que se podría conseguir con esa misma voluntad y autodisciplina puesta al servicio de nuestros verdaderos intereses.

Habrá que replantearse formas de vida y consumo; las prioridades en nuestros valores, sueños y utopías; nuestros modelos de producción y trabajo; nuestra relación con y en la naturaleza-mundo; la forma e implicación en las relaciones sociales; la escala del nivel desde el que nos organizamos y las formas en que lo hacemos; el papel que le otorgamos a los sentimientos, y a los miedos y frustraciones; las renuncias que nos alejan de una vida digna a cambio de un transitar por el mundo de forma cómoda y larga; dónde, con quién, cómo y para qué vivimos… y muchas otras cuestiones. La forma de afrontar esas revoluciones pendientes probablemente lo más adecuado sería que partiera de un actuar desde lo más próximo y cotidiano, y de saber renunciar a inercias acomodaticias que impidan los cambios radicales que necesitamos poner en práctica.

En buena parte uno de los pasos principales y cruciales en esas revoluciones sea el abandonar el individualismo para poner en el centro lo común, un común que tenga en cuenta las riquezas que aportan las diversidades personales. Ahí la idea de recuperar la comunidad (concreta, próxima, abarcable, reconocible) nos parece esencial para comenzar a dar esos primeros pasos en las revoluciones pendientes. Las experiencias de cómo han afrontado la pandemia en las zonas y lugares donde el individualismo neoliberal no ha conseguido acabar con el sentido comunitario, creemos que son todo un libro abierto para aprender a desbrozar nuevos caminos3.

Sabemos, sí, que este texto debería haberse centrado en lo relativo a la militarización de la pandemia. Así lo hemos intentado pero, como nos sucedía al inicio, no queremos que una visión parcial desvíe nuestra atención sobre el contexto general, y caigamos en el error de darle demasiada importancia a aspectos concretos de lo sucedido durante el confinamiento y nuestra forma de afrontarlo, sin percibir el momento crucial en el que estamos, y la oportunidad de poner en marcha las revoluciones necesarias. No tanto para hacer imposible un nuevo servicio militar obligatorio en nuestras casas-cuartel, o para que nuestra imagen en el espejo de nuestro actuar durante la pandemia militarizada no nos sea tan desagradable, sino para sentar las bases de una nueva civilización que acabe con la capitalista, que es la que nos ha llevado a la pandemia en todas sus dimensiones. Ese es el verdadero reto de las revoluciones que tenemos pendientes.

Antonio Escalante

NOTAS:

  1. Con nuestras compas del colectivo Gasteizkoak: http://gasteizkoak.org/cuando-un-virus-desnuda-la-inutilidad-militar-o-la-frustracion-de-un-imbecil-con-galones/
  2. Ver, por ejemplo, https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/defensa/aluvion-bajas-estado-mayor-ejercito-coronavirus/20200413201824142847.html
  3. Raúl Zibechi, por poner un ejemplo, lleva una serie de artículos intentando recoger las experiencias de los Movimientos en la pandemia: https://www.elsaltodiario.com/autor/raul-zibechi. Para un contexto urbano ver también la recopilación realizada por «Cordones Territoriales Valparaiso».
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