EFECTOS DEL ARSENAL ARMAMENTÍSTICO, SU USO Y COMERCIO

En el comercio mundial de armamento, son conocidos los agentes «directos», como go-biernos «vendedores»; empresas que desarrollan, fabrican o montan las armas y países intermediarios que por un lado compran armas del país origen y por otro lo venden a aquellos países con embargo de armas, o que no respetan los derechos humanos de su población, etc…
Ciertamente en este circuito están todos los «interesados» -que no afectados- de ese negocio millonario que es el comercio de armas. Pero hay otros «agentes» que sin comerlo ni beberlo, se ven envueltos a causa de este comercio, llevándose además la peor parte del asunto.

El gasto mundial de armamento tiene uno de sus sinsentidos, en la relación que hay entre los recursos económicos, humanos, de investigación, etc. que soportan, y los que son detraídos de otras necesidades sociales.
Pero de momento vamos a centrarnos en algunas de las muchas consecuencias que directa o indirectamente producen la existencia de un arsenal militar como el que tenemos en nuestro planeta.

Las víctimas del mercado armamentista mundial

Medio centenar de países sufren la violencia provocada por innumerables conflictos cuyas víctimas (decenas de miles de muertos cada año) suelen ser minorías étnicas, religiosas, y grupos tribales obligados a seguir las directrices de Gobiernos y de comunidades políticas y sociales que imponen el peso de su aplastante mayoría. El mapa de los conflictos étnicos y religiosos se extiende por los cinco continentes, si bien el mayor número de casos se concentra en África, Oriente Próximo, varias repúblicas y territorios de la antigua Unión Soviética y el Extremo Oriente. El número de países afectados por esta «guerra mundial» ascendía a 42 en 1993, siendo las principales víctimas la población civil, quien se lleva la peor parte de las consecuencias, llegando a ser el 95% de las víctimas.

Resulta abominable que en aras de los intereses de las empresas comerciantes de armamento, y de los supuestos intereses de «defensa» de los países, haya en el planeta un arsenal armamentista con un poder destructivo tal que a cada habitante nos corresponde tres toneladas de TNT.

No existe justificación alguna que explique los millones de muertes causadas por los conflictos bélicos que llevamos en este siglo. Tan sólo en la II guerra mundial el número de jóvenes que fallecieron en los campos de batalla ascendió a 32 millones, a los que hay que sumar la muertes por bombardeos en los que murieron alrededor de 20 millones de no combatientes, es decir, mujeres, ancian@s y niñ@s, a los que hay que añadir los 23 millones de muertos en campos de concentración, 30 millones de mutilados, más los 45 millones de personas que tuvieron que salir de su país y el millón de niños que quedaron sin padres.

La crueldad en el uso del material armamentista llega a situaciones que más bien parecen sacadas del cine de terror. Degollamientos, empalamientos, violaciones sistemáticas,… En la reciente guerra del Golfo, «miles de soldados fueron enterrados vivos. La industria militar estadounidense ideó grandes rastrillos que acoplándolos a los tanques norteamericanos arrojaban toneladas de arena sobre las trincheras».

La población infantil

Pero las víctimas sin duda más inocentes de los conflictos bélicos son los niños/as.
Sólo en los diez últimos años, dos millones de niños/as han muerto a causa de conflictos bélicos que nada han tenido que ver con ellos. Entre 4 y 5 millones han quedado mutilados, 12 millones de criaturas han sido desarraigadas de sus hogares, siempre por culpa de las batallas de sus mayores.
Según UNICEF, se calcula que 10 millones de chavales han quedado traumatizados psicológicamente a causa del terror y las bombas.

El reclutamiento forzoso de la población infantil es otra consecuencia de los conflictos bélicos, obligados destinatarios y víctimas del armamento convencional.
Se estima que la cifra va más allá de los 200.000 niños durante la última década. 35 países han estado utilizando a niños como soldados, algunos de tan sólo 8 años, y su presencia en los países armados va en aumento.

Países como El Salvador*, Etiopía, Irán*, Kuwait*, Namibia, Nicaragua, Uganda*, India, Indonesia*, Malí, Níger, Sierra Leona, Mozambique*, Burma, Angola*, Camboya, Palestina y Liberia (algunos de ellos, los marcados con asterisco, compradores de armamento a España), utilizan a los niños como parte de sus tropas, sometiéndoles además a tratamientos inhumanos de los más crueles.

La Unidad Infantil es un grupo de niños capturados por el Frente Patriótico Nacional de Liberia. En todos los puestos de control hay niños con armas, muchas de ellas demasiado grandes para sus poseedores, que muchas veces sólo tienen 10 años. En Mozambique, tanto Renamo (Movi-miento de Resistencia Nacional) como el ejército gubernamental utilizaron a los niños para cargar municiones y como combatientes armados; a los niños se les ataba, se les golpeaba, se les hacía pasar hambre y se les amenazaba con la muerte si no obedecían órdenes.

Los rebeldes del maoísta Sendero Luminoso, en Perú, reclutan a niños en las zonas pobres y marginadas, rurales o urbanas. En juicios simulados ponen a prueba la lealtad a la causa observando su disposición para matar a amigos considerados traidores.

Refugiados

Los desplazamientos son otro de los resultados desastrosos que sobre la población acarrean los conflictos bélicos.
Aún después de la II guerra mundial, la cifra de refugiados que han tenido que salir de sus países por conflictos de carácter étnicos o religioso en 1992 ascendió a más de 11 millones. Millones de seres humanos, que presas de situaciones de guerra se ven obligados a elegir entre ser víctimas de uno de los bandos o abandonar sus tierras. hogares, trabajos, bienes y familias. Personas que tras una penosa huída, se encuentran en otras tierras, donde si llegan a tener suerte son recibidos en «campos de refugiados» atendidos por la caridad de la ayuda humanitaria de otros países.

El siglo XX, tras dos guerras mundiales y 120 conflictos bélicos, ha llegado a extremos de destrucción sin precedentes en la historia de la humanidad.

La producción de armamento convencional y nuclear, entre otras razones (la división ideológica entre dos bloques, las zonas de influencia geo-estratégica,…), el holocausto judío, la guerra de Vietnam, los genocidios del Pol Pot en Camboya o del pueblo Kurdo, la guerra del Golfo Pérsico, las guerras de baja intensidad, las torturas, los desaparecidos, las poblaciones arrasadas,… han sido origen indeseable de buena parte de las turbulencias migratorias y motivo de que millones de refugiados vivan hoy lejos de sus países.
Se calcula que hay actualmente 100 millones de personas desarraigadas, casi el 2% de la población mundial. Estas cifras no pueden transmitirnos la angustia de cada rostro humano que sufre esta tragedia. Pero quizás nos ayude a comprenderlo mejor si pensamos que, cada día, unas 10.000 personas pasan a aumentar la lista de refugiados…

Las minas

Una causa muy actual del desplazamiento forzado de miles de personas y de la situación de miseria y pobreza de gran parte de la población mundial, son las minas. Afganistán, por ejemplo, depende del exterior en lo que a comida se refiere porque, sus tierras se han convertido en inservibles a causa de las minas. Las minas impiden el desarrollo de la vida normal; trabajar las tierras, recolectar comida y agua, o simplemente jugar se convierten en actividades peligrosas. Cada día, estas armas mutilan civiles, vuelan por los aires autocares escolares cargados de niños/as o agricultores en sus tractores. 800 personas mueren cada mes a causa de las minas.

En Camboya sigue en tierra una mina por cada dos habitantes del país; como consecuencia de ello, cada mes resultan muertas o heridas 300 personas. En la Ex Yugoslavia se han estado sembrando 60.000 minas por mes.

Las minas terrestres constituyen una parte lucrativa del comercio de armas. Con unos 340 tipos de minas en producción, las fabrican ahora por lo menos 48 países, y la exportan al menos 29. En este lucrativo negocio, los principales países beneficiados son China, EE.UU., Italia y Rumania, y les siguen otros entre los que es de destacar España, con la empresa Explosivos Alaveses (EXPAL) a la cabeza.

Sembradas profusamente en la mayoría de las guerras modernas, se cree que en al menos 62 países siguen enterradas más de 105 millones de minas terrestres sin explotar.

La eliminación de minas es difícil y costosa: entre 300 y 1.000 dólares por mina, cuyo coste inicial puede haber sido meramente de 3 dólares. La eliminación de todas costará entre 200.000 y 300.000 millones de dólares, de manera que es probable que se tarde decenios, o incluso varias generaciones, en deshacerse de todas ellas.

Los efectos medioambientales

Los métodos de guerra han combinado tradicionalmente dos formas de derrotar al enemigo: su eliminación física y la destrucción del medio ambiente sobre el que se asientan.
La destrucción de cosechas, tala y quema de bosques, envenenamiento de pozos, esterilización del suelo y rotura de presas han sido métodos ampliamente utilizados en todo tipo de guerras desde muy antiguo. Esta última técnica, la rotura de diques o presas, es especialmente devastadora y se conoce su utilización con éxito en la guerra franco holandesa de finales del siglo XVII y en la guerra chino japonesa de 1937 a 1945; en la que el ejército del Kuomintang dinamitó el dique Huayuankow del río Amarillo, provocando la muerte de varios miles de soldados japoneses y de cientos de miles de aldeanos chinos.

Actualmente, la modificación del medio ambiente con fines militares se refiere a cualquier técnica que cambie deliberadamente la dinámica, composición o estructura de la Tierra. Según esto, ciertos tipos de guerra química y biológica también entrarían dentro de los supuestos que definen la guerra ambiental. La guerra ambiental constituye un eslabón más dentro de la cadena de amenazas que se cierne sobre el futuro de la especie humana y de la biosfera.
Un ejemplo de cómo el armamento militar afecta al medio ambiente fue la guerra del Golfo Pérsico, que permitió a EE.UU. y las fuerzas aliadas destruir la infraestructura social de Irak, provocar un altísimo nivel de víctimas en las fuerzas iraquíes, y contar con muy pocas bajas propias.
Su impacto ha traído una destrucción ambiental sin precedentes en la historia; la campaña mortífera más eficaz jamás protagonizada por las fuerzas militares; uno de los mayores éxodos de civiles en uno de los períodos más cortos de tiempo; los mayores incendios de pozos de petróleo que se conocen y una de las peores mareas negras. En el transcurso de 43 días de combate, murieron más iraquíes que en todos los ocho años de guerra entre Irán e Irak.

La ocupación iraquí de Kuwait y la guerra que se declaró para su retirada, han dejado tras de sí un legado de destrucción en agua, aire y tierra. La guerra no había hecho más que empezar cuando el medio ambiente ya empezó a sentir su impacto. El 22 de enero se difundió la noticia de que los iraquíes habían prendido fuego intencionadamente a tres instalaciones kuwaitíes. Ese mismo día, el diario Washington Times informaba de que las unidades de protección química en la frontera de Arabia Saudí con Kuwait habían detectado agentes químicos en la atmósfera, cuyo origen se asumía que era el resultado de los bombardeos de las fábricas de productos químicos y los almacenes de armas. El 24 de enero empezaron a llegar informes de la presencia de «lluvia negra» en Irán, provocada por los incendios de los pozos.

La destrucción ambiental continuó su escalada, al acometer Irak una campaña de destrucción intencionada inundando el Golfo de petróleo y haciendo estallar toda la infraestructura petrolífera de Kuwait.

«El paisaje provocado por los pozos incendiados es como otro mundo», explicaba el diario The New York Times: «Inmensas extensiones de tierra se han ennegrecido, algunas zonas se hallan cubiertas por gruesas capas de petróleo quemado…»

Las prácticas militares

El entrenamiento de los ejércitos, el mantenimiento de las armas existentes y el ensayo de nuevas tecnologías son parte imprescindible de la dinámica de actuación militar.
Todas estas actividades conllevan, obviamente, una serie de impactos sobre el medio ambiente con un importante coste en vidas humanas. Dentro de ellos, se analizan los derivados de la demanda de espacio, la alteración de ecosistemas y los accidentes producidos durante cualquier clase de actividad militar.

Según datos procedentes de los principales países desarrollados, alrededor de 4 millones de hectáreas están siendo usadas para diversos tipos de maniobras militares, sin contabilizar aquellas que utilizan las distintas marinas nacionales. Si bien esta cifra puede parecer no excesivamente importante, lo cierto es que buena parte del territorio ocupado corresponde a áreas muy sensibles a deterioros ambientales o con una elevada densidad de población, donde el uso militar del territorio entra en competencia directa con el uso civil.

En relación con esto, se ha denunciado en numerosas ocasiones el papel que representa nuestro país dentro del esquema de la OTAN como proveedor de amplios territorios donde desarrollar maniobras militares.

Las prácticas militares en «tiempos de paz» producen una serie de disrupciones sobre los ecosistemas que se manifiestan en una simplificación de la diversidad específica, disminución de la productividad y aumento de la inestabilidad de las zonas donde se desarrollan, afectando a fauna, flora, suelo y atmósfera. Especialmente graves son las alteraciones producidas en ecosistemas frágiles como los desiertos o la tundra, donde pueden quedar secuelas durante muchos años.

Como ejemplo de las principales disrupciones que provocan las maniobras militares en los ecosistemas se puede citar la formación de cráteres (producto del impacto de las bombas), la destrucción directa de plantas y animales por explosiones, aclareo de vegetaciones por medio de maquinaria, incendios o herbicidas; efectos retardados de munición que no estalló en su momento, contaminación química, radiactiva, acústica y electromagnética, etc.

Los constantes entrenamientos de los ejércitos suponen una de las actividades con mayor riesgo de accidentes y pérdidas de vidas humanas.

El tipo de accidentes más frecuentes es el vinculado al transporte o las maniobras militares, siendo especialmente peligrosos los accidentes aéreos, debido a la frecuencia con que los aviones son portadores de armamento nuclear. Otro tipo de accidentes que pueden comportar grandes riesgos son los navales, pudiéndose comparar la desaparición de submarinos nucleares a los vertidos de residuos radiactivos en las fosas oceánicas.

Todo lo anteriormente citado demuestra que la opinión ampliamente extendida acerca de la inocuidad de la actual carrera de armamentos es falsa. No hace falta que estalle la guerra nuclear total para que estemos sintiendo los efectos negativos de un gasto militar absolutamente disparatado, con graves repercusiones en los países más pobres, y de una serie de actuaciones, básicamente de experimentación y entrenamiento para la guerra, que están conduciendo a situaciones irreversibles de deterioro en amplias zonas de la Tierra.

Repercusiones sociales de los gastos militares
La vigorosa expansión del sector militar mundial representa un fuerte contraste con los signos de un malestar económico-social y de una inestabilidad política en ascenso. La parte del ingreso público disponible para necesidades básicas se está reduciendo, mientras aumenta el malestar de la población. Entre los problemas más acuciantes de la actualidad resulta difícil encontrar alguno que reclame soluciones militares. En este sentido el poder militar es incompatible con la necesidad nacional y mundial.

Uno de los indicadores más útiles de la inseguridad política en un país es la prioridad que un gobierno asigna a la fuerza militar, ya que los gobiernos usan a veces a los ejércitos para reprimir a su propia población. Si un gobierno está más preocupado por su plantilla militar que por su población, ese desequilibrio se demuestra en la relación entre gasto militar y gasto social. Los dos países con mayor relación de gasto militar a educación y salud en 1980 fueron Iraq (8 a 1) y Somalia (5 a 1). No sorprende entonces que estos dos países hayan tenido graves problemas en el decenio de 1980 y que las mismas potencias que los abastecieron de armas hace un decenio ahora estén luchando para desarmarlos.

Parecía que tras el fin de la guerra fría, la carrera armamentista tendría los días contados, pero desgraciadamente no es así. Todavía tienen empleo en las fuerzas armadas del mundo unos 30 millones de personas. Siguen existiendo varios arsenales de armas nucleares, suficientes para destruir reiteradamente todo tipo de vida en este planeta.

Una de las mayores preocupaciones en este siglo es la medida en que sociedades enteras se han militarizado. En los países industrializados, el desarrollo de armamentos costosos y ultramodernos ha hecho que el adelanto tecnológico y el progreso militar se liguen entre sí cada vez más. En 1990, de los cinco a siete millones de personas dedicadas a tareas de investigación y desarrollo, alrededor de 1,5 millones trabajaban en el sector militar.

En países con sistemas democráticos débilmente desarrollados, las fuerzas armadas por lo general han tenido mejor financiación y han estado mejor organizadas que otras instituciones. Esta situación militar generalizada, tanto en países industrializados como en desarrollo, se reflejó en el gasto militar mundial, que llegó a un máximo histórico en 1987.

El gasto militar desde entonces va en disminución, pero aún sigue siendo muy elevado. Las enormes organizaciones comerciales y militares son bastante poco flexibles en ello.
Como media, los países del Sur gastan el 19% de sus ingresos públicos en el mantenimiento de sus ejércitos y la compra de armas. El total de gastos por estos conceptos en 1987 ha sido de 139.000 millones de dólares. Esta suma, dividida entre los habitantes del Sur, da un gasto per cápita de 36 $. En el mismo año los gobiernos del Sur han gastado en Sanidad 43.000 millones de dólares y en Educación 100.000 millones, lo cual corresponde a un gasto per cápita de 11 $ en Sanidad y 26 $ en Educación.

Los gastos militares y la miseria van de la mano

La experiencia enseña que hay una estrecha relación entre pobreza y gastos militares pues sustraen fondos de las acciones sociales a favor de los pobres. Efectivamente, los países con gastos militares 3 veces superiores a los sociales ocupan los últimos puestos en las tasas de alfabetización y duración de vida.

En el Sur cada semana mueren 250.000 niños por enfermedades leves que podrían evitarse con una inversión de 3.000 millones de dólares correspondiente a los gastos militares mundiales de un sólo día.

Aunque no tan drástico como en los países empobrecidos, el gasto militar en los países desarrollados también supone un contrapeso muy importante para otras necesidades sociales que siguen sin ser cubiertas. Sin ir más lejos, en España, la cifra de personas con ingresos inferiores a la mitad del salario mínimo de los años ochenta ascendía a 8 millones. El equipo de estudios EDIS calculó, con datos de la Contabilidad Nacional española, que un 36,4 % de la población andaluza se encuentra por debajo del «umbral de la pobreza», nivel que alcanza el 45,79 % en Jaén. En Madrid, por ejemplo, el 60 % de la población mayor de 18 años percibe ingresos inferiores a las 43.000 ptas. mensuales.

Mientras tanto, el gasto militar presupuestado para 1995 en España, fue de 1.582.272 millones de pesetas, (con un incremento del 9,4 % respecto a 1994). Si lo comparamos con el presupuesto para otros ministerios, nos daremos cuenta que la relación entre el presupuesto militar y éstos, hace del gasto militar el receptor de la mayor parte de los presupuestos públicos.

Por consiguiente, el gasto en armas menoscaba las verdaderas necesidades humanas, al consumir preciosos recursos que podrían haberse destinado al de-sarrollo humano. En 1987 solamente, los países empobrecidos gastaron más de 34.000 millones de dólares de sus escasas reservas de divisas en la importación de armas (75% del comercio mundial de armamentos de ese año correspondió a los países pobres).

La pérdida de gasto potencial en desarrollo humano es enorme. Incluso algunos de los países más pobres gastan una cantidad muy superior en sus militares que en la educación y la salud de su población: así ocurre en Angola, Etiopía, Mozam-bique, Mynmar, Pakistán, Soma-lia y Yemen.

Es alentador comprobar que los países que gastaron muy poco en defensa y mucho más en desarrollo humano han tenido más éxito en defender su soberanía nacional que los que gastan mucho en armas.

Algunas regiones sí han reducido su gasto en armas como es el caso de Oriente Medio, en el que no podían elegir ya que se han visto enfrentados a embargos de armas. También en América Latina ha habido caso de reducciones debido a cambios estructurales de sus gobiernos. Pero el panorama era peor en Asia meridional y en el África al sur del Sahara, donde los ejércitos han seguido medrando en medio de la indigencia humana. Pese a tener 800 millones de personas en la pobreza absoluta, las dos regiones siguieron gastando mucho en armas.
Parte de la responsabilidad de ello corresponde a los países industrializados, que aún no han eliminado su asistencia militar o sus envíos de armas. De hecho, en los últimos cuatro años varios países industrializados, temerosos de perder empleos en la industria de defensa, han aumentado sus subsidios a los exportadores de armas y los han estimulado a aumentar las ventas a los países en desarrollo. Pese a las pomposas declaraciones en sentido contrario, los Jefes de Estado de algunos países industrializados se interesan personalmente en el fomento de las ventas internacionales de armas.

Extraído de «Campo Abierto» – Colectivo Tritón
(Getafe)

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