CEPRID

Lysenko: La teoría materialista de la evolución en la URSS (VIII)

Domingo 21 de marzo de 2010 por CEPRID

Juan Manuel Olarieta Alberdi

NÓMADAS

La revolución verde contra la revolución roja

El 12 de setiembre de 2009 falleció Borlaug, un acontecimiento ampliamente difundido en todo el mundo por los medios de comunicación en unos términos repetidos unánimemente hasta la saciedad: padre de la revolución verde, padre de la agricultura moderna, el hombre que salvó del hambre a millones de seres humanos en el Tercer Mundo... En la avasalladora información biográfica acerca del agrónomo sólo faltaba un detalle: qué tarea había desempeñado hasta 1943 en un laborario militar secreto. Por lo demás, su vida parecía haber sido el contraste absoluto con la de Lysenko, el responsable de millones de muertos a causa de unas cosechas desastrosas en la URSS. El bien y el mal cara a cara. Creo que en medio de las cortinas de humo tejidas en torno a los dos agrónomos de la guerra fría, quienes desconfíen de las explicaciones maniqueas desearán saber si los éxitos de Borlaug y los fracasos de Lysenko fueron tan grandes, e incluso si existieron siquiera como tales, es decir, para quiénes fueron un éxito y para quiénes un fracaso.

Para comprender la revolución verde hay que volver a situarse a mediados del siglo pasado, volver a recordar otra vez las guerras calientes y frías de entonces, cuando Henry Wallace era ministro de Agricultura de Roosvelt. Wallace había llegado a aquel Ministerio porque, al mismo tiempo, era propietario de una de las empresas comercializadoras de semillas más importantes del mundo, Pioneer Hi-Bred Seed, hoy fusionada con Dupont, la multinacional de los transgénicos. En compañía de Nelson Rockefeller y del embajador estadounidense en México, Daniels, Wallace puso en marcha una misión científica para asesorar en las nuevas técnicas agrícolas capitalistas al sur de Río Grande. Para implementarlas, en 1943 se creó una Oficina de Estudios Especiales dentro del Ministerio de Agricultura mexicano que enlazaba a la Fundación Rockefeller con el gobierno local bajo la dirección de J.George Harrar, un botánico (410) a la sombra de Warren Weaver que llegó a ser presidente de la Fundación Rockefeller cuando Dean Rusk dejó el cargo vacante en 1961 al integrarse en el gobierno de Kennedy. Fueron numerosos los agrónomos estadounidenses que se instalaron entonces en México, divididos por especialidades, pero concentrados en el cultivo de maíz, frijoles y trigo, encargándose Borlaug de esta última área.

El objetivo de Rockefeller y Borlaug era impulsar la penetración del capitalismo en el campo, crear una agricultura dependiente de los grandes monopolios internacionales que controlan las semillas, los fertilizantes y los pesticidas, fomentar el monocultivo intensivo e introducir maquinaria para realizar las faenas agrícolas que antes se realizaban manualmente. La productividad aumentó en algunas regiones, sobre todo en Estados Unidos, Europa y en los países abastecedores de trigo para el mercado mundial, como Argentina y otros. Pero los daños colaterales de la nueva política agraria fueron mucho más considerables, tanto de tipo social como ambiental: emigración de los campesinos a la ciudad, endeudamiento de los que permanecieron, concentración de la propiedad de la tierra, desastre ecológico de los pesticidas, derroche de agua... y el hambre.

La política agraria monopolista de la posguerra se fundamentaba en el malthusianismo, articulada en torno a una falsedad que, sin embargo, parece de sentido común: el hambre es consecuencia de la falta de alimentos, el mundo se ha quedado sin tierras adicionales para cosechar, la población mundial se dispara y la única manera de aumentar la producción de alimentos es aumentar la productividad de cada porción de tierra cultivable por medio de la innovación tecnológica. éste es el núcleo de la demagogia malthusiana. Ahora bien, la tesis central de que el hambre es consecuencia de la escasez de alimentos es falsa:

a) porque agricultura no es sinónimo de alimentación; una buena parte de ella son cultivos industriales (algodón, café o té) o biocombustibles que no tienen que ver con la alimentación

b) porque el campesino ha sido despojado de sus tierras, ya no come lo que él mismo produce y debe adquirir su sustento en un mercado

c) porque el campesino vive de un salario, de manera que si no come no es por falta de alimentos sino por falta de dinero para comprarlos

d) porque la producción está destinada al comercio y a la exportación, para las despensas de los que puedan pagarla

El reciente ejemplo de los biocombustibles ilustra la situación de la agricultura que entonces empezaba a gestarse. Nunca en la historia como en 2007 Estados Unidos había sembrado tanta superficie de maíz, alcanzando la mayor producción de su historia. Pero la cuarta parte de la cosecha no se destinó a la alimentación sino a la producción de etanol, subiendo su precio un 110 por ciento en un año y medio. Si el maíz sube, se incrementan también el pollo, el huevo, las bebidas de fructuosa y otros alimentos que una parte importante de la población mundial no puede pagar. Como consecuencia, una producción creciente de maíz está provocando un incremento del hambre en el mundo. En todo el mundo se está disparando el precio de los alimentos: 75 por ciento desde su nivel mínimo de 2000 y 20 por ciento sólo en 2007. En el hambre nada tiene que ver la biología ni la producción alimentaria sino el mercado, es decir, el capitalismo.

No es difícil incurrir en la sospecha de que Estados Unidos no invirtió billones de dólares en la agricultura del Tercer Mundo con el fin de prevenir hambrunas. Había otra amenaza real: el descontento social creciente entre el campesinado, con el riesgo de otra revolución como la que habían llevado a cabo los comunistas en China. La revolución verde se diseñó para prevenir la revolución socialista. Como escribió Paul Hoffman, presidente de la Fundación Ford, en una carta al embajador de Estados Unidos en India, si “nos hemos embarcado en dicho programa a un costo de no más de 200 millones al año, el resultado final será una China totalmente inmunizada contra la atracción de los comunistas. La India, en mi opinión, es hoy lo que China fue en 1945” (411). Los campesinos de todo el mundo exigían el reparto de la tierra y la reforma agraria. Además, la introducción de las nuevas políticas agrarias estuvo acompañada por una fuerte presión ideológica y por amenazas apenas veladas de futuras hambrunas que había que prevenir urgentemente. Los agrónomos se pusieron al servicio de las multinacionales para servir el consabido catálogo de inminentes catástrofes políticas, favorecidas por calamidades agrícolas (sequías, plagas, etc.). La predicción de hambrunas generalizadas ganó espacio dentro del subgénero seudocientífico apocalíptico (411b), sobre todo después del informe de la Fundación Ford de 1959, que manipuló las tendencias demográficas y la producción de alimentos en India para pronosticar una hambruna en 1967.

La revolución verde llevó el dominio monopolista al campo, que en muy pocos años pasó del autoconsumo (o de unos mercados de alcance local) al mercado mundial, poniendo la alimentación del mundo entero en manos de media docena de multinacionales, aquellas que controlan los pesticidas, los fertilizantes y las semillas. Provocó profundas distorsiones sociales. Entre 1950 y 1980 México pasó de ser un país no sólo autosuficiente, sino exportador de granos básicos (maíz y frijoles) a convertirse en un país importador creciente de esos granos. Antes de la llegada de Rockefeller y Borlaug, el trigo no era un cultivo importante en la India, ni tampoco un componente básico de la dieta autóctona; después el país asiático se convirtió en uno de los principales productores de trigo del mundo.

Los relatos acerca de las maravillas de la revolución verde no recuerdan la catástrofe de Bhopal, en la India, uno de los más espeluznantes dramas padecidos por una fuga tóxica en una de aquellas plantas de pesticidas instaladas para incrementar las exportaciones químicas estadounidenses. Sucedió en 1984 y el saldo fue de más de 10.000 muertos y medio millón de personas afectadas por gravísimas enfermedades, que aún no han remitido. La fábrica era propiedad de Union Carbide (desde 2001 fusionada con Dow Chemical), un monopolio que se pasó de la electricidad a la agroquímica al calor de los fabulosos beneficios generados por la revolución verde. Para solventar los desastres sanitarios y ecológicos del DDT, en 1957 Union Carbide crea un sustitutivo, el SEVIN, en cuya fabricación intervenían sustancias altamente tóxicas, como la monometilamina (metilamina anhidra), e incluso potencialmente letales como el gas fosgeno. La reacción de estos gases entre sí forman el MIC (isocianato de metilo), que es la base de la producción de SEVIN y uno de los compuestos más inestables y peligrosos de la industria química. En Francia o Alemania estaba totalmente prohibido el almacenamiento de MIC, salvo en pequeñas cantidades, pero Union Carbide llegó a construir 14 plantas gigantescas en la India que no fueron clausuradas a pesar de los numerosos accidentes que se fueron produciendo casi desde su inauguración. Fue una catástrofe suficientemente anunciada con anterioridad y debidamente silenciada después porque de otra forma no se podrían haber aireado las excelencias de la revolución verde (412).

Las mismas multinacionales agroalimentarias que se enriquecieron con aquella revolución son las que con idéntica excusa de acabar con el hambre en el mundo, encabezan hoy la producción de semillas transgénicas. En los últimos años de su vida Borlaug rindió sus últimos servicios a estas multinacionales realizando una gira mundial para defender el uso de los transgénicos, la segunda revolución verde que -como la primera- llegaba para acabar con el hambre en el mundo, un drama con el que se ha acabado tantas veces que cuesta comprender los motivos por los que siempre reaparece... Hoy se empieza a reconocer abierta y públicamente que sigue habiendo un gravísimo problema de hambre en el mundo. Ahora bien, la infraliteratura malthusiana se preocupa de añadir también que ese problema ha tenido una causa que no es política, social y económica, sino técnica: hasta ahora no podíamos manipular los genomas. El hambre ha sido fruto de nuestra ignorancia y, en consecuencia, sus soluciones son técnicas y no políticas. Se puede erradicar el hambre sin cambiar de sistema socio-político, sin acabar con el capitalismo. El hambre, causada por modos de producción basados en la explotación del hombre por el hombre (413), se ha convertido en la gran coartada para seguir llenando los bolsillos de los capitalistas, es decir, de quienes han creado el problema. La biología sigue jugando al escondite con la política y disfrazando con propuestas humanitarias (y “científicas”) lo que no son más que sucios pero lucrativos negocios.

Si el demonio es el contrapunto de dios, Lysenko es el de Borlaug. La buena prensa de éste choca con la abominable del otro. La campaña propagandística reincide en los repetidos fracasos de los experimentos lysenkistas, que no se ciñen al aspecto científico sino que se trasladan al económico. Lysenko sería así el responsable último de unas supuestas malas cosechas, que a su vez causaron otras supuestas hambrunas, que a su vez causaron millones de muertos. Este es uno de los aspectos preferidos de la campaña de linchamiento en la que los demagogos del antilysenkismo no escatiman frases, por lo demás tan grandielocuentes como demagógicas. El hechicero Watson considera que Lysenko es “responsable del hambre de millones de personas [...] Probablemente no sabremos nunca el número real de vidas sacrificadas en el altar de la carrera de Lysenko. Baste decir que a la muerte de Stalin en 1953, los analistas más objetivos calcularon que la disponibilidad de carne y verduras no era mayor que en los días feudales más oscuros del zar Nicolás II” (414). Por su parte, Valpuerta, un burócrata del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español que tampoco se molesta en consultar ninguna fuente para escribir contra los lysenkistas, confirma que estos “llevaron a la hambruna y la muerte a varios millones de rusos y ucranianos, y por extensión a otros millones de chinos, pues Mao Tse-tung decidió poner en práctica en China las ideas de Lysenko, con las mismas desastrosas consecuencias” (414b). Tratándose de la URSS (y de China) para los demagogos todo vale y siempre se mide por millones porque cualquier otra cifra no es noticiable. Es enormemente interesante analizar esta imputación porque originalmente no aparece para nada en 1948 y años subsiguientes. La lectura de las primeras críticas al lysenkismo, como las de Ashby o Huxley, no realizan ninguna mención a los fracasos agrícolas, lo cual es doblemente sorprendente porque ellos estaban allí, visitaron las cooperativas agrarias y no realizan ninguna observación al respecto. El vacío atraviesa la época de Stalin, la peor considerada en los medios capitalistas, e incluso va más allá de los tiempos de Jrushov. Lo que resulta aún más sorprendente todavía es que se trata de un argumento que, como veremos, nace en 1964 de una forma modesta en la propia Unión Soviética dentro de las pugnas internas que condujeron a la destitución de Jrushov. Por si no hubieran aparecido suficientes argumentos contra Lysenko fuera de sus fronteras, a partir de 1965 los reformistas soviéticos aportaron uno más, otra falsedad a añadir al cúmulo de las que habían ido surgiendo. Sólo hubo que dramatizarlo y exagerar hasta el ridículo para ligarlo a un acontecimiento pretérito, la colectivización agraria, que había ocurrido 35 años antes. Así quedaba unido estrechamente a Stalin.

En la URSS el decreto de 1917 que nacionalizaba la tierra, la colectivización, los koljoses y la política agraria soviética acabaron con el secular problema del hambre en menos de diez años de revolución socialista. El país padeció una gran hambruna en 1921, a causa, fundamentalmente, de la guerra civil promocionada desde el exterior y del acaparamiento de los latifundistas (414c). Diez años después de la revolución, en 1927, los problemas se habían solucionado en lo fundamental; se acabaron el paro y las cartillas de racionamiento. Esos éxitos contrastan poderosamente con la pavorosa situación en los países capitalistas más importantes, donde la población padecía la miseria más espantosa. Por tanto, lo que pretendió la campaña de intoxicación propagandística fue trasladar a la URSS un problema como el hambre cuando por aquellas mismas fechas, en 1929, el capitalismo entraba en una de sus peores crisis económicas jamás conocidas. En Estados Unidos el índice de paro superó el 25 por ciento y el del subempleo el 50 por ciento, afectando a 53 millones de obreros. La hambruna que sufrió aquel país en la década de los treinta ha sido convenientemente archivada en el olvido: más de ocho millones de personas fallecieron de hambre como consecuencia de la gran depresión capitalista y más de cinco millones de campesinos (uno de cada seis) fueron arrojados de sus tierras al no poder hacer frente al pago de las hipotecas bancarias. Mientras la mayoría de la población estadounidense sufría hambre, existían en el país reservas de millones de toneladas de comida que no se vendían para no hundir los precios. Esta hambruna real se ha tapado con el invento de una ficticia en la URSS a causa de la colectivización.

Si pasamos a la situación económica de la posguerra, sólo encontramos menciones a Lysenko en el manual de Alec Nove (415) que repite la letanía de memoria. Nove salta de la economía a la biología para asegurar que Lysenko era un charlatán pseudocientífico que triunfó “con ayuda de la máquina del Partido” imponiendo sus ideas en las granjas “al tiempo que se prescindía de los auténticos expertos en Genética”, una ciencia que fue “destruida”. Los bolcheviques pusieron a “pequeños Stalin” como éste al frente de cada rama de las ciencias y de las artes, afirma Nove, los cuales torpedearon los contactos con la ciencia mundial. Sin embargo, Nove no refiere ninguna muerte, ni habla tampoco de hambre; únicamente alude a la escasez de reservas alimentarias, lo cual hizo que se retrasara el racionamiento existente durante la guerra mundial. Tampoco Harry Schwartz refiere hambre ni muertes (416). Quizá sea porque ni Nove ni Schwartz forman parte de “los analistas más objetivos” a los que aludía el hechicero Watson. Durante la guerra los nazis siguieron en la URSS una política de tierra quemada: “Las viviendas y las fábricas fueron destruidas, el ganado sacrificado y tanta gente fue muerta que la población de 1939 no se alcanzó de nuevo hasta 15 años después” (417). Quedaron destruidos 65.000 kilómetros de vías férreas y 25 millones de personas se quedaron sin vivienda. La agricultura de las zonas ocupadas fue devastada; unos siete millones de caballos murieron o fueron saqueados por los nazis, así como 17 millones de cabezas de ganado bovino. En 1946 hubo una terrible sequía, según Cafagna, la peor en medio siglo. Como consecuencia de todo ello, este historiador también habla de precariedad pero no de hambre ni muertes a causa de ello (418). A pesar de las destrucciones de los campos y de los tractores causadas por la guerra y de la reducción en un tercio del número de trabajadores koljosianos, las cosechas recuperaron casi inmediatamente el nivel de 1940. Se enviaron a las cooperativas más de 120.000 agrónomos y técnicos y se empezaron a roturar más de 17 millones de hectáreas de tierras vírgenes. Las horas de trabajo, reconoce Maddison, se redujeron un 15 por ciento. En 1958 se logró obtener la cosecha máxima de la historia, e incluso pudieron exportar trigo al extranjero.

Esta situación también contrasta con la de los países capitalistas, en donde aún en 1948 la población pasaba hambre en países como Holanda, por ejemplo, donde fallecieron 30.000 personas por dicha causa. Por ese motivo, para calmar el descontento, llegó el Plan Marshall desde Estados Unidos. A diferencia de la URSS, Europa occidental no se recuperó por sí misma de la devastación bélica. El éxito de la agricultura soviética en la posguerra no necesitó de la incorporación de la química industrial. Por eso Harry Schwartz pone de manifiesto el “retraso” que experimentaba la URSS en la introducción de fertilizantes y pesticidas en la agricultura (419). A su vez ese “retraso” derivaba de que la Unión Soviética no estaba experimentando con armas químicas ni bacteriológicas, que fueron el venero de la evolución de la química en los países capitalistas en la primera mitad del siglo XX. Desde el punto de vista científico, las concepciones de Lysenko tampoco constituyeron ningún fracaso. La agronomía, como muchas otras materias, entre ellas la medicina, tiene mucho que ver con el arte, desde luego bastante más que con las llamadas ciencias “exactas” (si es que existe alguna ciencia de esas características). El método de Lysenko era empírico, basado en la prueba y el error, idéntico al del resto de los experimentos biológicos. De ahí que medio siglo después de su informe hubo 280 intentos fracasados antes de lograr clonar a la primera oveja y más de mil antes de clonar al primer perro, intentos que comprometieron a un número mucho mayor de personal investigador y más medios técnicos. Lo mismo cabe decir de un procedimiento mucho más antiguo como la fecundación in vitro, en donde los resultados siguen siendo escasos. En los primeros 25 años transcurridos desde que en 1981 nació la primera niña por fecundación in vitro, han nacido más de un millón de niños mediante esta técnica, pero el porcentaje de niños nacidos por ciclo de tratamiento se cifra entre un 20 y un 30 por ciento, es decir, que son necesarios 24 embriones para conseguir un embarazo. No obstante, en una ciencia mediática como la biología, los errores no son nunca noticia, salvo aquellos que tengan su origen en la agricultura soviética.

Esa concepción de la ciencia avanzando linealmente con sus velas desplegadas también es fruto de una ideología burguesa basada en la competencia y el éxito. Los superhéroes están en la ciencia como en los tebeos y comics para niños. En genética Superman, Batman y el Capitán América se travisten en Mendel, Morgan, Watson y Crick. Los fracasados nunca cuentan, como si el éter o el flogisto nunca hubieran sido concebidos por la física. Pero para que apareciera Copérnico antes debió existir Ptolomeo. Para que unos científicos avancen otros han debido errar y entrar en vías muertas. El experimento fallido es tan importante como el fructífero y nadie ha dejado de ser reputado como científico por el hecho de haber fracasado. La burguesía tiene una manera muy curiosa de presentar las noticias. Así, la clonación saltó a las primeras páginas de los periódicos del mundo el 27 de febrero de 1997, cuando hacía siete meses que existía la oveja Dolly. El retraso en dar a conocer la noticia estuvo motivado porque Dolly fue el único ejemplar clónico que había prosperado entre los cientos de intentos realizados con anterioridad. Antes de anunciarlo públicamente los científicos querían asegurarse de que no se iba a morir inmediatamente, como había ocurrido con los ejemplares anteriores. Lo que no es noticia son hechos como los siguientes: Dolly fue la primera oveja clónica y (casi) la única; no ha vuelto a crearse ninguna otra. Dolly fue una verdadera excepción porque la clonación animal (casi) no es operativa. A día de hoy, hay especies a las que no se ha conseguido clonar, y de cada cien intentos de clonación animal nace un porcentaje entre el cero y el cuatro por ciento; de ese cuatro por ciento que nace, la mayoría muere dentro de las primeras 24 horas (420). Dolly sólo sobrevivió cinco años y medio. Pero como los fracasos no son noticia, se ha convertido la excepción en norma, transmitiendo una imagen falsa del estado de la ciencia.

Hace bien poco, en 2006, se publicaba en castellano el libro del genetista Dean Hamer titulado “Los genes de dios”, en el que sostiene que las conviciones religiosas están determinadas por los genes. Diez años antes la revista Nature Genetics ya había publicado un artículo del mismo autor titulado “La felicidad heredable”. Se había gastado muchos millones, un laboratorio y un equipo de “investigadores” trabajando durante años para descubrir el gen de la felicidad. El año anterior ya aseguró en el mismo medio haber descubierto el de la homosexualidad (421). Quizá el mensaje que nos quieren transmitir es que, pase lo que pase, siempre van a ser felices los mismos, es decir, que la felicidad también es hereditaria y que nunca lograremos nada con cambios ambientales (sociales, familiares, políticos, económicos) sino que necesitamos terapia génica...

Pero quizá el mejor ejemplo del alcance de los procedimientos lysenkistas sea la defensa que emprende del método del mentor (o del patrón) de Michurin, al que da un contenido práctico y teórico a la vez. El método de Michurin es un procedimiento asexual de obtención de híbridos vegetales, un injerto de una variedad joven en una vieja que permite a ésta adquirir algunas propiedades de la vieja sin necesidad de intercambiar cromosomas (422). Según Michurin y Lysenko no sólo se pueden obtener híbridos por vía sexual, con el cruce de los cromosomas paternos y maternos, sino también por el método del mentor, que Lysenko vincula a las condiciones ambientales, especialmente a la nutrición. Pero, además de un carácter práctico, Lysenko le da un carácter teórico y demostrativo de gran importancia. Apoyándose en él critica la teoría cromosómica porque Michurin había demostrado la posibilidad de crear híbridos por vía no sexual: “Según la teoría cromosómica de la herencia, los híbridos únicamente pueden ser obtenidos por vía sexual. La teoría cromosómica niega la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, pues niega que las condiciones de vida ejerzan una influencia específica sobre la naturaleza de las plantas. Michurin por el contrario no sólo reconoció la posibilidad de obtener híbridos por vía vegetativa, sino que elaboró el método del mentor”. Las nuevas características del híbrido son diferentes de las dos variedades de origen y se transmiten a la descendencia de tal manera que “cualquier carácter puede transmitirse de una raza a otra tanto mediante injerto como por vía sexual”, concluía Lysenko, quien gráficamente afirma que mientras la hibridación sexual reinicia la vida, la vegetativa la continúa (423).

En suma, la hibridación vegetativa es un transplante entre vegetales. Normalmente se utiliza en los árboles frutales, en los que se diferencia entre una base compuesta por el tronco y las raíces, el mentor o patrón, y una parte aérea, la púa, que se aloja en la anterior. Se puede definir como un intercambio de las propiedades morfológicas, fisiológicas y génicas entre dos especies diferentes por medios no sexuales. Es una práctica agrícola tradicional sistemáticamente ignorada o ferozmente criticada, incurriendo algunos biólogos en una cadena de tergiversaciones para tratar de sostener sus postulados mendelistas. Por ejemplo, Ayala pone en boca de Lysenko la afirmación de que “en las condiciones apropiadas las plantas de trigo producen semillas de centeno” (424). Pero este biólogo ni siquiera alcanza la condición de mentiroso; simplemente ignora lo que Lysenko dijo porque no ha leído sus escritos, no lo necesita para disertar acerca de ello y se lo inventa porque sus lectores no le importan lo más mínimo. Los mendelistas como Ayala afirman que la hibridación vegetativa no existe ya que no se obtienen auténticos ejemplares mixtos sino quimeras, es decir, plantas con dos tipos de celulas genéticamente distintas, yuxtapuestas, y no de mezclas de ambas. Un manual realiza la siguiente exposición al respecto:

Una curiosidad muy especial son los híbridos de injerto. Se obtienen cortando el brote injertado en el punto de inserción, de éste con el patrón después de que ambos se han unido. En este punto se forman nuevos tallos por regeneración, los cuales, tienen, en parte, células del patrón.

Dado que las regeneraciones se llevan a cabo de forma meramente mitótica, los tipos de tejido generados por el patrón y el injerto conservan su identidad genética. Son posibles alteraciones modificadoras únicamente por influencia mutua de sustancias. Por ello se prefiere para esto el concepto de ‘quimeras’, pues no se trata de verdaderos híbridos (425).

Otra edición reciente de un conocido tratado lo explica de la siguiente manera: “Después de la soldadura, cada componente conserva sin alteración su patrimonio hereditario. Mediante intercambio de materia entre patrón e injerto, algunas veces es posible una cierta influencia, con carácter de modificación, sobre ciertas propiedades de ambos participantes [...] Tales híbridos de injerto pueden producir externamente la impresión de un verdadero híbrido de origen sexual pero en realidad no pueden equipararse a los híbridos, pues incluso en estas soldaduras tan íntimas, cada célula y cada estrato celular conserva su carácter hereditario específico, aun cuando en la configuración externa se manifiesten claramente ciertas influencias recíprocas entre los estratos de tejidos de especies diferentes” (426). Finalmente estas concepciones se transmiten a los diccionarios, en donde la teoría se convierte en dogma: “No se trata de transferencia de caracteres de unas células a otras, sino de formaciones celulares mixtas en que cada célula conserva las características íntegras de su origen [...] Sólo en algún caso raro ha sido posible obtener quimeras en que la mezcla llega a lo íntimo de las células” (427). La paradoja no puede ser más evidente: no existen híbridos vegetativos pero cuando existen -algún caso raro- no son tales híbridos sino quimeras...

Los mendelistas afirman que si se observa al microscopio la zona de empalme entre el mentor y la púa, se advierten los dos tipos de células, unas junto a las otras. Cada uno de esos tipos de células tiene una dotación génica diferente que, al dividirse, transmite una herencia separada. Según este criterio, volveríamos a las dualidades metafísicas de siempre que dan lugar a otras tantas definiciones y, por lo tanto, deslindes entre lo que es un híbrido y lo que es una quimera. No cabe duda, además, de que la observación al microscopio de las células en los puntos de unión del injerto al mentor es un buen criterio para el deslinde... tan bueno, por lo menos, como cualquier otro. El problema es que la interacción y comunicación entre células es otra de las cuestiones que ha venido padeciendo un tratamiento singular en los manuales de citología, como si se tratara de un fenómeno infrecuente e intrascendente en la naturaleza. La fecundación, la fusión de un óvulo y un espermatozoide, hubiera debido atraer una mayor atención hacia este fenómeno. Sin embargo, la división celular y la morfogénesis, la diversificación celular, han acaparado toda la atención y, como consecuencia del micromerismo, la célula se ha estudiado como un componente aislado del organismo, como si las células no interrelacionaran y se comunicaran entre ellas. La fusión celular se ha comprobado que es muy importante en el hígado, en el corazón, e incluso se han encontrado fusiones celulares en el cerebro. Las células de la médula ósea también se fusionan con células que tienen un cierto grado de lesión para evitar su muerte. Las células no son componentes estáticos de los organismos vivos sino laboratorios en permanente actividad que metabolizan la luz incidente, el aire o las sustancias procedentes de las raíces. También metabolizan las sustancias que otras células segregan. Por lo tanto, es preciso reconocer que, como mínimo, las células mantienen una comunicación fisiológica permanente entre ellas; unas metabolizan las secreciones de otras. En particular, en los injertos las células de las púas metabolizan las secreciones del patrón, que es el mecanismo vegetativo y nutritivo del conjunto. Otro ejemplo: mediante injerto se puede transferir la condición vernalizada de una púa a un patrón.

Pero a los mendelistas no les interesa la interacción fisiológica entre las células; lo que a ellos les interesa es el genoma y lo que se esfuerzan por sostener es la tesis de que el genoma de las células del patrón permanece diferente del de las púas a lo largo del tiempo, es decir, que las células derivadas del patrón siempre serán diferentes de las células derivadas de las púas, que unas y otras mantendrán eternamente su separación, que la mezcla génica sólo es posible por medios sexuales. A pesar de lo que digan sus detractores, no es la metafísica lo que le preocupa Lysenko. Tampoco es eso lo que preocupa a los cultivadores que trabajan sobre el terreno. La metafísica preocupa a quienes, como los mendelistas, alardean de no interesarse por ella. La orientación de Michurin, Lysenko y los cultivadores que trabajan sobre el terreno no son las enciclopedias ni los diccionarios sino la práctica. Por ejemplo, por medio de injerto se pueden crear variedades nuevas, como la pavía o nectarina, un híbrido vegetativo de melocotón y ciruela (428). El vino francés es un injerto de una variedad autóctona de viña en patrones de origen californiano, caracterizados porque sus raíces son muy resistentes a la filoxera. Al viticultor le importa muy poco si en el punto de injerto permanecen indefinidamente células francesas y californianas sin mezclarse entre sí; lo relevante es el fruto, la uva, que la cosecha no se malogre y la calidad del vino sea elevada. Después de más de un siglo de este tipo de injertos, los viticultores saben que una cepa francesa plantada en California no proporciona una uva de la misma calidad, y que lo mismo sucede con una cepa californiana plantada en Francia. Sin estos injertos, la viticultura hubiera desaparecido de Europa a causa de los patógenos del suelo. Parece, por lo tanto, que sí se produce un fruto híbrido, algo diferente a las dos variedades de procedencia, por más que al microscopio en la planta los mendelistas sigan observando dos tipos de células diferentes a lo largo del tiempo. Pero los injertos no tienen sólo un siglo de historia sino probablemente cien, tantos como la agricultura misma (429).

Si los académicos bajaran de su pedestal y preguntaran a los horticultores se encontrarían con una paradoja: a muchos de éstos lo que les gustaría es que los mendelistas tuvieran razón y que en sus hibridaciones el patrón no influyera sobre la producción del injerto. En numerosas ocasiones lo que pretenden los prácticos no es la hibridación sino precisamente que no haya ninguna clase de influencia mutua, que el patrón no tenga otra función que la vegetativa. Pero lo que sucede es todo lo contrario: el patrón no puede dejar de influir en el desarrollo de las características del injerto, reforzándolas o inhibiéndolas. Si se injertan las mismas púas en patrones de especies diferentes, se obtendrán resultados también diferentes. A la inversa, los campesinos japoneses han logrado cultivar hasta once tipos de fruta distintos en un mismo árbol. Por este método es posible obtener distintos tipos de ciruelas (amarillas, rojas, claudias) con el mismo tronco y las mismas raíces, injertando una rama con cada una de esas variedades. Uno de los árboles que más se utiliza como patrón es el almendro ya que sus raíces verticales perforan profundamente la tierra, por lo que el aprovechamiento de los nutrientes del suelo es mayor, resultando inmejorable para su empleo en suelos pobres. Con los injertos adecuados, del tronco de un almendro se pueden lograr tanto almendras como melocotones o ciruelas. El injerto se puede utilizar para producir más fruto, para hacerlo más dulce o más grande, más resistente a la sequía, a las temperaturas (altas o bajas) o a las enfermedades, para acortar el tiempo de espera de la primera producción, para lograr que la planta no crezca tan alta, para prolongar la duración de la vida útil del árbol, para cambiar el sexo de un árbol original... Hoy los aficionados a los bonsais practican injertos para criar árboles con las raíces dañadas, es decir, para reproducir aquellos ejemplares que son difíciles de cultivar por otros medios. Se pueden mejorar los frutales con injertos de otras variedades del mismo frutal y también se puede combinar -y se ha combinado en la práctica- el injerto con la hibridación sexual: en Puerto Rico la chironja, un híbrido de Citrus sinensis con Citrus paradisi, se suele injertar en diferentes patrones de cítricos. Las plantas de sandía injertadas en patrones de calabaza, además de ser resistentes al hongo Fusarium, resuelven el problema de la sandía blanda recién cortada (430). La prohibición de empleo de pesticidas hace que el control de patógenos se esté llevando a cabo actualmente con métodos biológicos, uno de los cuales es el injerto. En determinados casos los injertos son una alternativa al empleo de pesticidas y una poderosa técnica de control de las enfermedades del suelo. A causa de ello en muy poco tiempo en España el número de plantas injertadas ha pasado de unas 150.000 a más de un millón, y sigue creciendo imparable. En un artículo publicado en la revista “Horticultura” en abril de 2007, Pedro Hoyos refiere cifras mucho más elevadas, del orden de 110 millones en 2004 (431). Lysenko le ha ganado ampliamente la partida a Borlaug.

Lysenko reconoce abiertamente que de cualquier injerto no se obtiene siempre una hibridación, ofreciendo un porcentaje de logros en torno al 17 por ciento que, naturalmente, varía según la especie. No todas las plantas se pueden injertar y no siempre por medio de injerto se crean variedades nuevas. La interacciones posibles entre el patrón y el injerto dependen de la afinidad entre ambos o, en su caso, del grado de rechazo y, en particular, del vigor de cada uno de ellos. Una regla casi general es que las influencias recíprocas entre injerto y patrón son tanto mayores cuanto mayor es la afinidad entre ambos. En este punto las técnicas para lograr buenas hibridaciones son muy variadas. Por ejemplo, si no hay afinidad entre los dos componentes que se intentan acoplar, se realiza un injerto triple a través de un intermediario, es decir, introduciendo un tercer componente entre el patrón y el injerto. De esta manera se pueden injertar variedades de perales incompatibles con el patrón-membrillo: al porta-injerto de membrillo se le injerta primero una variedad compatible o afín y luego se lleva a cabo un segundo injerto que sea compatible. Por esta vía se han obtenido recientemente árboles enanos, con una parte aérea reducida pero con un fuerte enraizamiento en tierra.

Lysenko no participa en el debate metafísico sobre si hay hibridación o quimera; incluso admite, siguiendo a Darwin, que muchas veces sólo aparecen quimeras y que éstas se pueden diferenciar de las verdaderas hibridaciones. Cuando se injerta una variedad sobre un patrón, la cepa resultante suele tener las características de la cepa de la cual se saca la púa, es decir, que el injerto es el factor dominante sobre el patrón. Es fácil comprobar que en muchos casos se producen quimeras porque brotan retoños silvestres por debajo del punto de injerto y los de la púa por encima. Ahora bien, que no siempre aparezcan verdaderos híbridos no quiere decir que la hibridación resulte imposible (432). Las precisiones aportadas por Lysenko se podrían multiplicar para el pleno ridiculo de sus detractores. Por ejemplo, Lysenko advierte también que aunque dos especies se puedan hibridar vegetativamente, eso no significa que se obtenga precisamente aquella variedad que se pretendía lograr. A veces se injerta para extraer lo mejor de una y otra variedad y lo que se obtiene es una mezcla de las peores características de ambas. Eso puede tener un interés teórico pero carece de relevancia práctica. En otras ocasiones lo que el cultivador pretende es que el injerto produzca más de lo mismo o produzca más rápidamente. Por ejemplo, en Japón el Pinus parviflora crece mucho más deprisa si se injerta en raíces de pinos negros autóctonos.

Con su defensa de las hibridaciones vegetativas Lysenko pretende transmitir un criterio práctico que no resulta excluyente de ningún punto de vista teórico. Como en el resto de su obra, se dirige a los cultivadores, no a los catedráticos. Les recuerda que, además de las hibridaciones sexuales, hay otra posibilidad de mejorar la producción agraria, las hibridaciones vegetativas. En los casos en que el agricultor no puede mejorar una determinada variedad mediante el cruce sexual, puede intentarlo por medio de injerto. Es lo que los lysenkistas calificaron como darwinismo “creativo”. En su informe de 1948 Lysenko dijo algo capaz de convencer a cualquiera: con los métodos michurinistas se han creado 300 nuevas variedades de plantas. Cualquiera que hubiera estado allí hubiera preguntado, ¿cuántas han creado los genetistas formales? La respuesta es: ninguna. Mientras los mendelistas no podían obtener híbridos por vía sexual de una manera controlada, el método del mentor sí lo permitía (en determinados casos y bajo determinadas circunstancias). Los primeros transgénicos se obtuvieron medio siglo después de que Lysenko leyera su informe. Un discurso pronunciado por él en 1941 es bastante ilustrativo de la diferencia entre un país socialista y un país capitalista en materia de investigación científica: los norteamericanos realizan experimentos genéticos con moscas, decía Lysenko, nosotros lo hacemos con patatas.

A partir de aquí se reproduce de nuevo la polémica sobre el alcance exacto de ese darwinismo “creativo” que se trataba de implementar en la URSS, así como sobre el significado exacto de otras expresiones, como la de Michurin, según la cual es posible “quebrantar” la herencia. Es una cuestión a la que ya me he referido en relación con la vernalización. Por más que las expresiones de Michurin (y en ocasiones de Lysenko) no sean muy exactas, están fuera de contexto las burlas que, al respecto, proliferan entre los mendelistas, según las cuales el darwinismo soviético era tan “creador” que lograba convertir las lechugas en patatas y a la inversa. No cabe duda que cualquier posibilidad agrícola creativa tiene sus límites intrínsecos, que no es posible transgredir. Pero, al mismo tiempo, esos límites no se conocen y los campesinos llevan buscándolos desde hace 6.000 años con resultados muy variados. Pero por variados que sean, constatan una abrumadora evidencia favorable a las tesis de Michurin y Lysenko. Si para alguien resulta excesivo hablar de “crear” nuevas especies, al menos tendrá que reconocer que desde hace milenios el hombre ha logrado “orientar” la evolución de las ya creadas por la misma naturaleza, de manera que aquellos límites están cada vez más lejanos, es decir, que las posibilidades “creativas” son cada vez mayores. Julian Huxley dedica una especial atención a esta cuestión en su crítica a Lysenko. Sin ninguna clase de argumentación asegura que las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución. El detalle no puede pasar desapercibido: las hibridaciones vegetativas no han desempeñado ningún papel en la evolución y las hibridaciones sexuales lo han podido absolutamente todo. A eso conduce exactamente la metafísica mendelista: por un lado el todo y por el otro la nada. Si fuera cierto, sería imposible averiguar los motivos por los cuales Darwin estudia el asunto en su obra. Para no caer en esta trampa, lo mismo que todos los mendelistas, Huxley silencia completamente cualquier mención a Darwin en este asunto, lo que le conduce a lanzar una falsedad: según él los híbridos vegetativos fueron descubiertos originalmente por Winkler y Baur en Alemania a comienzos del siglo XX y luego fueron estudiados por Jorgensen y Crane en Inglaterra. Con esta exposición, Huxley trata de subrayar lo mismo que con la vernalización: Michurin tampoco es un precursor en esta materia. El truco es siempre el mismo: no existe hibridación vegetativa, pero por si acaso fuera cierta su existencia, sus inventores nunca serían los soviéticos sino otros.

Tiene razón Huxley en este punto: los soviéticos no inventaron nada, se limitaron a estudiar lo que cualquier horticultor llevaba practicando desde hace 10.000 años, posiblemente desde el origen mismo de la agricultura. En agronomía como en poesía quizá haya que reconocer que, como decía Machado, todo lo que no es de origen popular es plagio. Es muy probable que toda la fruta que compramos en los supermercados no haya sido una producción espontánea de la naturaleza sino producto de miles de años de hibridaciones de todo tipo, sexuales y vegetativas, exactamente igual que los animales domesticados, debiendo poner de manifiesto que son los pueblos orientales los primeros y los mejores conocedores de la materia. En un afán a la vez erudito y reivindicativo hay que reconocer, además, que una de las primeras hibridaciones documentadas con nombres y apellidos se remonta a 1835, cuando un horticultor francés, Jean Louis Adam, creó una variedad intermedia entre Cytisus purpureus y Laburnum anagyroides a la que le puso su nombre: Laburnocytisus adamii. También hay que reconocer el enorme interés de las publicaciones de Hans Winkler sobre la materia, pero a diferencia de Huxley, que habla por referencias indirectas, parece necesario conocerlas con un poco más de detalle porque no refuerza precisamente las concepciones mendelistas. En 1907, en los comienzos de la oleada mendelista, Winkler llevó a cabo sus propios experimentos de hibridación, publicando un primer artículo en el que considera que de su primer injerto había obtenido, efectivamente, una quimera, si bien en un artículo posterior publicado al año siguiente manifestó haber logrado un auténtico híbrido (433).

Huxley menciona repetidamente a Crane, cuyos experimentos sobre hibridación son conocidos, pero incomparablemente más reducidos que los llevados a cabo por Gluchenko en la URSS. Pero Huxley tampoco menciona a Gluchenko, como si las hibridaciones vegetativas fueran obra de Michurin y Lysenko exclusivamente. Entre 1940 y 1980 I.E.Gluchenko se especializó en la URSS en probar injertos, especialmente con tomates, publicando una copiosa colección de artículos. No fue el único. En aquel país, sólo entre 1950 y 1958 se publicaron más de 500 estudios científicos acerca de la hibridación vegetativa en los que participaron una ingente cantidad de botánicos, entre los que, además de Gluchenko, cabe destacar a C.F.Kuschner, P.M.Sopikov, N.V.Tsitsin, A.A.Avakian y N.I.Feiginson, entre otros. Esta ingente tarea científica sólo merece el desprecio de los mendelistas. Según Huxley muchos de esos experimentos fueron llevados a cabo por aficionados y estudiantes, mientras que “los investigadores de otros países no han podido obtener los mismos resultados”. De ese modo, presenta la hibridación vegetativa como si se tratara de una experiencia originaria de la URSS, cuando los injertos vegetales son una práctica milenaria en la agricultura de todos los países del mundo. Sin embargo, Huxley trata de aparentar algo distinto, asegurando que las hibridaciones vegetativas únicamente las han podido comprobar los “jardineros” soviéticos, los cuales no estudian las obras científicas mendelianas, ya que las repudian, lo que les conduce a cometer muchos errores en sus investigaciones y, en particular, no toman precauciones a la hora de realizarlas, no utilizan ejemplares genéticamente puros, no elaboran estadísticas y no utilizan testigos de contraste. Por el contrario, el mendelismo “incorpora numerosos hechos y leyes que han sido verificados repetida e independientemente por los hombres de ciencia de todo el mundo”. Las tesis soviéticas no son de fiar, por lo que hay que someterlas a un doble filtro: la confirmación por parte de terceros y la interpretación a la luz “de los conocimientos existentes, y no meramente interpretados según las burdas teorías de Michurin y Lysenko”.

Cuando resulta ya imposible cerrar los ojos, en los casos en los que no se puede negar la evidencia, la hibridación vegetativa se presenta como un fenómeno excepcional. Por consiguiente, dice Huxley, la diferencia no está en los hechos sino en la interpretación de los mismos. El fenómeno puede ser “igualmente bien explicado” o incluso “mejor explicado” en términos estrictamente mendelianos porque un híbrido “debe producir” nuevas combinaciones de genes en vasta escala, de los cuales la selección natural recluta a los mejores. La tesis de Huxley se podría resumir, pues, diciendo que o bien los hechos son falsos o, cuando no lo son, se pueden interpretar al modo mendelista (434). La banca siempre gana. En las críticas a Michurin y Lysenko hay una ocultación reiterativa que tampoco es ninguna casualidad: la de que fue Darwin el primero que prestó atención a la hibridación vegetativa, defendiendo exactamente las mismas conclusiones que Michurin y Lysenko, es decir, que los injertos crean verdaderos híbridos vegetales: “la unión de tejido celular de dos especies distintas” capaz de producir un individuo nuevo, diferente a los dos anteriores, aunque a menudo los caracteres aparecen segregados y la mezcla no es tan homogénea como en la reproducción sexual. Esto, concluye Darwin, “es un hecho muy importante que cambiará más pronto o más tarde las opiniones sostenidas por los fisiólogos respecto a la reproducción sexual” (435). El naturalista británico se apoyó en sus propios experimentos al respecto que, al mismo tiempo, le sirven para fundamentar su teoría de la pangénesis y su defensa de la herencia de los caracteres adquiridos. Después de Darwin, no fue Michurin el único en apoyar las tesis darwinistas, hasta el punto de que la hibridación vegetativa se ha podido confirmar por una amplia experimentación realizada en países muy diversos, como China, Japón (K.Hazama, Y.Sinoto, N.Ygishita), Alemania (I.Schilowa y W.Merfert), Bulgaria (R.Gueorgueva), Rumanía (C.T.Popescu), Yugoeslavia (R.Glavnic). Se ha ensayado con numerosas especies vegetales: frutales, hortalizas, flores ornamentales y otros. En México, el biólogo Isaac Ochoterena también defendió las hibridaciones vegetativas de los soviéticos: “Los agrónomos y biólogos soviéticos han obtenido asombrosos resultados en los últimos años [...] Han llegado incluso a la obtención de especies nuevas hibridando las existentes por el procedimiento del injerto de plantas pertenecientes no sólo a diversas especies, sino a diversos géneros” (436).

El suizo Maurice Stroun, profesor de bioquímica en la Universidad de Ginebra, también defendió la hibridación vegetativa, publicando numerosos artículos y libros en los que resumía sus experimentos, tanto con injertos vegetales (solanáceas) como con transfusiones de sangre en animales (pollos). Para las hibridaciones dentro de una misma especie, las conclusiones de Stroun eran tres:

a) mediante injertos es posible influenciar los caracteres hereditarios

b) las modificaciones introducidas son a menudo diferentes de las obtenidas mediante cruce sexual ya que presentan una segregación en la primera generación, la transmisión de una parte únicamente de los caracteres y la aparición de nuevos caracteres

c) las modificaciones están orientadas: los caracteres introducidos en la variedad influenciada se aproximan a menudo a las del mentor

Por el contrario, concluye también Stroun, en las hibraciones entre especies diferentes las modificaciones no se orientan.

A mediados del pasado siglo se llevaron a cabo en Francia ensayos de hibridación vegetativa, cuyos primeros resultados fueron publicados en 1957 por Benoit y sus colaboradores, entre los que se encontraba el biólogo jesuita Pierre Leroy. El interés de estos experimentos es que extienden el campo de la hibridación vegetativa a los animales. En una estación experimental del Instituto Nacional de Investigación Agronómica, perteneciente al CNRS, inyectaron por vía intraperitoneal sangre de una variedad de gallinas Roder Island Real en la sangre de otras gallinas. Este tipo de inyecciones provocan perturbaciones irregulares en la pigmentación de las plumas de los descendientes de la primera, segunda y tercera generación. De ahí concluían que las inyecciones actuaron sobre los caracteres hereditarios, ya que solo los descendientes de tres generaciones sucesivas presentaban alteraciones, mientras que los progenitores inyectados no experimentaban ninguna modificación. Los descendentes de los sujetos nacidos de padres inyectados estaban afectados, lo que demostraba que este fenómeno afectó a la línea germinal y no se fijó en el citoplasma. Este experimento fue un choque que abrió un debate, otro más, el 24 de noviembre de 1962 en el Collège de France, luego reproducido por la revista Biologie médicale. Naturalmente el debate derivó hacia la herencia de los caracteres adquiridos.

Según Benoit, que abrió la sesión con una introducción muy breve, las hibridaciones vegetativas “en la actualidad no parecen poder explicarse por medio de los datos de la genética clásica y de hecho incitan a buscar nuevas explicaciones”. Leroy confiesa que comenzó sus investigaciones intrigado por los avances logrados por los botánicos soviéticos y se defiende de los ataques que había comenzado a padecer como consecuencia de su interés por el asunto. Acusado de emplear “procedimientos medievales”, describe minuciosamente las precauciones adoptadas en el laboratorio para impedir la acción de factores imprevistos u ocultos: pureza génica, alimentación, estabilidad de los ejemplares utilizados, etc. Su conclusión es que la sangre incide sobre los caracteres hereditarios y se ve obligado a disculparse por tener que dar la razón a los investigadores soviéticos:

Sería abusivo ver en el tipo de investigaciones que nosotros emprendemos un objetivo diferente del científico. Nada podrá frenar las conquistas definitivas de la ciencia de la herencia. La genética de Mendel, Morgan y de sus sucesores ha transformado la biología; sería pueril pensar que nuestro trabajo es contrario al mendelismo. ¿No es más exacto ver ahí un enriquecimiento y un complemento? Sinceramente, ¿tiene alguien derecho a decir que nosotros no tenemos nada que aprender en un dominio tan complejo, tan vasto y donde la ingeniosidad de los mecanismos no cesa de sorprendernos? El hombre ciertamente no ha agotado todos los recursos que le reservan el estudio y la observación (437).

Lo que se presentaba como un “descubrimiento” sorprendente también fue convenientemente enterrado. El paso del tiempo fue ocultando las huellas de tal forma que no sólo las investigaciones soviéticas debían figurar sin respaldo fuera de las fronteras de aquel país sino aisladas, extrañas, únicas. Una de las conclusiones del coloquio de París era que se habían identificado los efectos de la hibridación vegetativa pero se ignoraban las causas, agentes y mecanismos que operaban en ellas, de las cuales sólo se podían avanzar hipótesis. Jean, el hermano de Maurice Stroun, participante en el debate, sostenía que el ADN ocupaba un lugar central en la transmisión hereditaria, pero que no era el único factor, indicando ya entonces la posibilidad de que también participaran el ARN y algunas proteínas nucleares. En plena ola de furor de la doble hélice aquello aguaba la fiesta de la teoría sintética.

Pero las sorpresas del debate de 1962 no acababan ahí. En su exposición Leroy mencionaba las investigaciones llevadas a cabo por el biólogo Milan Hasek (1925-1984) en Praga con embriones de pollo varios años antes y, por su parte, Jean Stroun también mencionó las reacciones inmunológicas como una de las cuestiones relacionadas con las hibridaciones. Lo mismo que Leroy en Francia, por influencia de la botánica soviética, Hasek había iniciado sus propios experimentos de hibridación en Checoslovaquia, publicando en 1953 su obra “La hibridación vegetativa de las plantas” en ruso. Después de los investigadores soviéticos fue uno de los primeros en trasladar las hibridaciones desde los vegetales a los animales, poniendo en comunicación los vasos sanguíneos de embriones de pollo. Observó que después de nacer los pollos eran quimeras ya que tenían células de los dos tipos genómicos y su descubrimiento le condujo al terreno de la inmunología, convirtiéndose en uno de los más reputados científicos en ese dominio. A diferencia de los vegetales, los animales más evolucionados tienen un sistema inmunitario muy desarrollado que rechaza cualquier injerto, transfusión o transplante. Apoyándose en la teoría fásica de Lysenko, Hasek descubrió que los organismos quiméricos eran tolerantes a las transfusiones de sangre e injertos de piel. También quedaba claro que el sistema inmunitario no era estable sino que se desarrollaba a partir de las primeras fases embrionarias de modo que en ellas se puede lograr la tolerancia hacia cuerpos extraños y, por tanto, evitar el rechazo, una característica adquirida que se conserva para las etapas maduras.

Este descubrimiento de Hasek, que posibilitó en la década siguiente los primeros transplantes de órganos en seres humanos, es el que se atribuye a Medawar y el que le valió a éste la obtención del Premio Nóbel de Medicina en 1960, una de esas características vergüenzas de la historia de la ciencia en el siglo XX. Frente a Medawar, Hasek padecía cuatro lacras imperdonables en la guerra fría: no era anglosajón, escribía en ruso, era lysenkista y militante del partido comunista de su país. El Premio Nóbel no podía tener un destinatario así en 1960. Se sabía que los transplantes eran una de las técnicas con futuro de la medicina cuyo verdadero origen había que encubrir.

Hoy la hibridación se ha convertido en una práctica rutinaria en los laboratorios. Hace varias décadas que Sonneborn, por ejemplo, logró fusionar los núcleos de dos Paramecium aurelia, quedando un único ejemplar con dos citoplasmas diferentes. En 1965 Henry Harris fusionó células de dos especies distintas, que pasaban así a disponer de dos núcleos distintos. Según Harris no sólo el citoplasma identificaba los mensajes procedentes de ambos núcleos sino que ambos nucleos identificaban los mensajes procedentes del citoplasma (438). Desde 1975 se logran fusionar células distintas (hibridomas) por el método de César Milstein, Niels Kaj Jerne y Georges J.F. Köhler, es decir, mediante campos eléctricos, aunque también es posible utilizar otros procedimientos. Se engendra así un híbrido de un linfocito B con una célula tumoral (mieloma) que reúne las características de ambas: el linfocito produce anticuerpos y el tumor se reproduce muy rápidamente, con lo cual se obtiene una célula mixta capaz de producir anticuerpos en cantidades importantes (439). Un genetista español, Lacadena, ha expuesto recientemente los últimos avances en hibridación de plantas, a las que da otra denominación, considerándolas como una “nueva” técnica experimental que disimula sus orígenes teóricos y prácticos. Lo resume de una forma que podría rubricar el mismo Lysenko: A partir de la década de los setenta se han desarrollado nuevas técnicas experimentales de hibridación somática producida por fusión de protoplastos de especies diferentes y posterior diferenciación de plantas adultas que, evidentemente, llevan las dotaciones cromosómicas completas de ambas especies [...]

La regeneración de plantas adultas a partir de cultivo de protoplastos es una técnica de especial utilidad dentro de la biotecnología vegetal actual; por ello los intentos que se están haciendo en las especies cultivadas son numerosos [...]

Las perspectivas que ofrece esta nueva técnica de hibridación parasexual son de extraordinaria importancia al poder salvar la barrera de la reproducción sexual en combinaciones híbridas entre especies más o menos alejadas en la escala evolutiva [...] Merece la pena destacar la obtención de híbridos somáticos de patata y tomate por regeneración a partir de la fusión de protoplastos por si en un futuro pudiera llegarse a obtener una nueva forma vegetal con un doble aprovechamiento agronómico: serían los tomatotatas (topatoes) o patamates (pomatoes) si bien en principio diversos problemas citogenéticos como los de inestabilidad cromosómica, interacciones genéticas, etc., impidieron augurar su posible utilización práctica. Algunos años más tarde, Jacobsen y colaboradores obtuvieron de nuevo los híbridos somáticos de patata y tomate y las decendencias de dos generaciones de retrocruzamientos con patata (440).

Pero en este punto -como en otros- el mendelismo está condenado a sufrir un descalabro detrás de otro, especialmente contundentes en su tesis fuerte, a saber, que en la hibridación vegetativa no hay intercambio génico. En 2003 varios investigadores japoneses demostraron lo contrario e indicaron la vía probable a través de la cual se produce ese intercambio génico: los transposones. Expusieron literalmente lo siguiente:

Durante 50 años hemos analizado las variaciones genéticas inducidas mediante injerto en variantes del pimiento. Hemos encontrado e informado sobre varios tipos de variaciones con conductas genéticas irregulares en las progenies derivadas de injertos repetidos. Basándonos en nuestros experimentos, sugerimos particularmente que la transformación es el mecanismo probable de los cambios genéticos inducidos. Para comprobar la hipótesis, supervisamos la transferencia de ADN de la púa al patrón utilizando técnicas moleculares. Encontramos varias secuencias específicas comunes entre el ADN de la púa, el del patrón y variaciones inducidas por el injerto similares a las secuencias de los transposones del tomate. Es probable que la transferencia de genes y el mecanismo integrado de las plantas injertadas se establezca a través del sistema de retrotransposones" (441).

En materia de hibridación vegetativa los investigadores orientales están muy por delante de los occidentales. Un año después del descubrimiento de los japoneses, hubo una nueva defensa de la hibridación vegetativa por parte de Yongsheng Liu, del Departmento de Horticultura del Instituto de Ciencia y Tecnología de Henan (China) quien ha publicado varios artículos en los que confirma que por medio de injertos se pueden obtener auténticos hibridos vegetativos, no quimeras, y que se trata de variedades estables. El investigador chino confirma que en las hibridaciones existe intercambio génico, que califica como transgénesis bidireccional: del patrón hacia la púa y a la inversa. Según Liu el intercambio génico se produce a través del ARN mensajero, el cual se transfiere entre el patrón y el injerto, luego la transcriptasa inversa lo transcribe a ADN capaz de integrarse en el genoma de uno o de otro y de sus células embrionarias (442). Tanto Darwin, como Lysenko y Liu coinciden en dar una importancia máxima a la hibridación vegetativa. El británico la relacionó con otros fenómenos biológicos, como la regeneración, la reversión o la gemación, afirmando que debían ser comprendidos “desde un punto de vista único”. Según Liu la hibridación vegetativa es, además, una prueba de que la teoría de la pangénesis de Darwin es una teoría genética correcta. Considera que la detección de ácidos nucleicos circulantes y priones en la savia de la planta y en la sangre de los animales demuestra que la función de las gémulas en la pangénesis de Darwin la desempeñ el ARN mensajero. Es al británico (y no a Mendel) a quien hay que atribuir la paternidad de la genética, concluye Liu.

Pero el golpe de gracia llegó en mayo de 2009 cuando la revista Science informaba que investigadores del Instituto Max Plank de Postdam-Golm (Alemania) habían comprobado que entre las células que forman parte de un injerto existe intercambio génico (443). Los experimentos se llevaron a cabo con dos plantas transgénicas de tabaco que contenían secuencias genómicas de resistencia a distintos antibióticos, determinando dos limitaciones al descubrimiento:

a) sólo hay transferencia de los genes insertos en los cloroplastos, no de los que forman parte del núcleo

b) la transferencia se produce únicamente en la zona de contacto, por lo que sólo afecta a los brotes allí formados

Como se observa es una tesis muy matizada y como también es habitual en el ágora neodarwinista, Science nada decía de la prehistoria de los injertos, como tampoco del alcance teórico de los mismos, aunque los neodarwinistas se guardaban expresamente de las posibles acusaciones de lysenkismo diciendo que las hibridaciones vegetativas no son análogas a las sexuales: Excusatio non petita acusatio manifesta, decían los latinos, o dicho en palabras de Liu: las hibridaciones vegetativas están inextricablemente unidas al nombre de Lysenko. No hay manera de ocultar más tiempo un fraude científico que dura ya más de medio siglo. Pero que después de este tiempo se esté demostrando que Michurin y Lsenko tenían razón, también ha suavizado los posicionamientos de los lysenkistas de antaño. Es el caso de Maurice Stroun, quien pasa del lysenkismo inicial a un criterio más matizado en 2006:

A finales de los 50 y principios de los 60 del siglo pasado, tuvo lugar una lucha teórica entre los científicos occidentales y los rusos acerca de la teoría que explica el mecanismo de la evolución. De acuerdo con el neo-darwinismo, la evolución era el resultado del azar y de la necesidad, es decir, de las mutaciones que llegan por casualidad favoreciendo la supervivencia del más apto. Para los genetistas de Rusia, los caracteres adquiridos eran la base de la evolución, es decir, el medio ambiente modifica las características de los genes. Uno de los principales experimentos en que los genetistas de Rusia basaban su teoría era la transmisión de los caracteres hereditarios mediante una técnica especial de injerto entre dos variedades de plantas, una planta mentor y una planta pupilo. En su desarrollo la variedad pupilo depende por completo de su planta mentor, cuyas características hereditarias se modifican correlativamente. En el mundo occidental estos experimentos fueron contemplados con dudas. Nosotros fuimos de los pocos que trataron de repetir este tipo de experimentos. Después de tres generaciones de injertos entre dos variedades de berenjena, tuvimos éxito en la obtención de modificaciones hereditarias de las plantas pupilo, que adquirieron algunas de las características de la variedad mentor. La vinculación entre algunas de las características hereditarias de la planta mentor se rompieron, la segregación de la descendencia fue anormal y las características dominantes aparecen como recesivas en las plantas descendientes. En lugar de adoptar las opiniones de los científicos rusos acerca de los caracteres adquiridos, sugerimos que el ADN circulaba entre la planta mentor y la pupilo y supusimos que algunas moléculas de ácido nucleico que transportan la información genética podrían penetrar en las células somáticas y reproductivas de la planta pupilo en un momento propicio y permanecer activas (444). Por lo tanto, en los injertos no sólo hay comunicación fisiológica, sino incluso intercambio génico entre las dos variedades que se unen. Las hibridaciones vegetativas ocasionan una transgénesis natural, lo cual supone la formación de algo distinto, como siempre sostuvo la genética de Darwin, Michurin y Lysenko.

Por sí misma, la discusión sobre las hibridaciones vegetativas resume la polémica lysenkista. Es un punto en el que la demagogia no ha ahorrado descalificaciones, a cada cual más insultante. En los países capitalistas algunos críticos decían que no habían podido corroborar los experimentos de hibridación, pero los más atrevidos hablan sencillamente de manipulación y de fraude. Experimentadores como Gluchenko debían estar tan obcecados con sus absurdos tomates que dedicaron 40 años de su vida, casi toda ella, a practicar injertos que -supuestamente- nadie más era capaz de reproducir. Quizá la ineptitud corría por cuenta de quienes jamás lograron ninguna clase de hibridación o, simplemente, cerraron los ojos ante la evidencia, no sólo de Michurin o Gluchenko sino de 6.000 años de prácticas agrícolas que se han propuesto borrar de la historia para mantener en pie una ideología tambaleante.

Es sólo una parte del estilo de la campaña propagandística de la guerra fría. Sin embargo, lo más significativo es que ninguno de los feroces críticos de Lysenko extiende sus insultos contra Darwin porque éste es el fetiche intocable. Además, el agrónomo soviético tiene que aparecer aislado, como el bicho raro, la nota discordante que de ninguna manera se puede poner en relación con Darwin. Finalmente, hay que rescatar a Darwin de sus propios desvaríos. Por eso su obra de madurez “Variación de los animales y las plantas bajo domesticación” no se tradujo al castellano hasta 2008. Sólo mediante la censura y la mutilación del pensamiento darwinista -y de otras corrientes de la biología- la teoría sintética ha podido infiltrar sus postulados entre la ciencia.

La cuestión sigue hoy planteada en los mismos términos que en 1948: un amplio consenso mayoritario de botánicos que se niega a reconocer las hibridaciones vegetativas y un reducido número de excéntricos que afirma todo lo contrario. Los primeros hacen bien en cerrar los ojos porque están en juego todos y cada uno de los fundamentos que han venido manteniendo desde 1883. Afortunadamente para la humanidad la ciencia nunca ha resuelto sus dilemas a mano alzada; mientras queden herejes podemos tener confianza en el progreso del pensamiento.

Notas a las partes VII y VIII

(410) Junto con E.C.Stakman, que también se instaló en México, Harrar escribió en 1963, entre otras obras, Principios de patología vegetal, Eudeba, Buenos Aires.

(411) La política imperialista hacia China fracasó en 1949. La revolución verde fue sustituida por la revolución roja, lo que contribuyó a solventar el problema del hambre: “La notable diferencia que se produjo en China, donde el número de desnutridos cayó de 406 a 189, obliga a plantear la pregunta: ¿qué fue más eficaz para reducir el hambre, la Revolución Verde o la Revolución Roja, cuyos grandes cambios en cuanto al acceso de la tierra prepararon el camino para el incremento de los niveles de vida?” (Antón Novas: El hambre en el mundo y los alimentos transgénicos, Catarata, Madrid, 2005, pg.199).

(411b) Ejemplos de esta infraliteratura malthusiana sobre el hambre son William Paddock: Time of famines, Little, Brown & Company, Boston, 1976; y Joe Paddock, Nancy Paddock y Carol Bly: Soil and survival: Land stewardship and the future of american agriculture, Random House, 1988. Para una evaluación realmente científica del malthusianismo: S.Cotts Watkins y E.van de Walle: Nutrición, mortalidad y tamaño: El tribunal de última instancia de Malthus, en El hambre en la historia. El impacto de los cambios de producción de alimentos y los modelos de consumo sobre la sociedad, R.I.Rotberg y T.K.Rabb (comp.), Siglo XXI, Madrid, 1990, pgs.7 y stes.

(412) En Bhopal la toxicidad de la nube producida por el escape fue 500 veces superior a la empleada por los nazis en las cámaras de gas y 150 veces al gas mostaza. Una cuarta parte de la población expuesta son hoy enfermos crónicos. De ellos 50.000 han quedado con incapacidad absoluta para el desempeño de cualquier tipo de trabajo. Muchos son ciegos o sufrieron la destrucción del olfato, oído o tacto. Otros sucumbieron a efectos secundarios neurológicos, inmunológicos o cancerígenos. Las mujeres en estado de gestación sufrieron dolorosos abortos espontáneos y otras que dieron a luz en los meses siguientes, o incluso generaciones después, alumbraron hijos con malformaciones congénitas, lo que quiere decir que el accidente de Bhopal provocó también daños génicos. Décadas después, muchas mujeres siguen sufriendo alteraciones en los períodos menstruales (Cfr. Dominique Lapierre y Javier Moro: Era medianoche en Bhopal, Editorial Planeta, Barcelona, 2001).

(413) Cfr. Josué de Castro: Geopolítica del hambre, Guadarrama, Madrid, 1972; R.I.Rotberg y T.K.Rabb: El hambre en la historia, Siglo XXI, Madrid, 1990.

(414) Waton y Berry: ADN, cit., pg.391.

(414b) valpuesta: A la búsqueda del secreto de la vida, cit., pgs.120-121.

(414c) Sigrid Grosskopf: La alianza obrera y campesina en la URSS (1921-1928). El problema de los cereales, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pgs.38 y stes.

(415) Historia económica de la Unión Soviética, Alianza Editorial, Madrid, 1973, pgs. 315-316 y 337.

(416) La economía soviética desde Stalin, Ediciones de Cultura Popular, Barcelona, 1965, pgs.140 a 147.

(417) Maddison, Crecimiento económico, cit., pg.131.

(418) Luciano Cafagna: La economía de la Unión Soviética, UTEHA, México, 1961, pg.93.

(419) La economía soviética, cit., pgs.157 y 158.

(420) Gilbert: Biología del desarrollo, cit., pg.131. En 2003 de 126 intentos de clonación de vacas sólo se obtuvieron 11 terneros. Seis años después la BBC informaba de la clonación del primer camello en Dubai, el único que nació vivo de siete intentos. El 31 de enero de 2009 el diario británico Telegraph informaba de la clonación en España de una especie local extinta: la cabra pirenaica. Lograron crear 439 embriones de los que 57 fueron implantados; de ellos sólo 7 prosperaron y únicamente nació una hembra que murió a los 7 minutos del parto.

(421) Bertrand Jordan: Los impostores de la genética, Península, Barcelona, 2001, pgs.74 a 76.

(422) The results of forty-seven years of work on hybridization in the field of fruit growings, en Selected works, cit., pg.162.

(423) El caso Lysenko, cit., pgs.79 a 82; vid. también El cruce intraespecífico y la ‘ley’ mendeliana de la disyunción. Texto elaborado en base a un informe presentado el 15 de abril de 1938 al grupo de estudios del cultivo de semillas del Instituto de Genética y Selección de la URSS (Agrobiología, pgs.130 y stes.)

(424) Ayala: La evolución de un evolucionista, cit., pgs.163 y stes. (425) Lüttge, Kluge y Bauer: Botánica, cit., pg.480.

(426) Strasburger, Noll, Schenck y Schimper: Tratado de botánica, cit., pg.399.

(427) Pío Font Quer: Diccionario de botánica, Península, Barcelona, 1970, pg.575. En esta misma línea, según el Diccionario Oxford de biología (voz “híbrido”), los injertos sólo producen quimeras: “Las yemas que crecen en el punto de unión del injerto contienen tejidos tanto de la planta huésped [sic] como del esqueje” (Ed. Complutense, Madrid, 1998). Lo mismo sostiene el Diccionario de Abercrombie, Hickman y Johnson, cit., pgs.119 a 120.

(428) Los mendelistas han logrado convencer a algunos cultivadores que están equivocados, que la nectarina no es un híbrido de melocótón y ciruela sino una mutación genética “espontánea” de los melocotoneros comunes (Prunus persica) aparecida sin intervención humana. Ellos creen ver mutaciones genéticas “espontáneas” en las milenarias prácticas agrarias de cruce, hibridación y selección. Con las reservas con que se deben acoger las afirmaciones paleobotánicas, lo cierto parece ser que la nectarina se obtuvo en China por medio de injerto y aún hoy se sigue cultivando por medio de injerto. En China este cultivo alcanzó una gran importancia. Por el contrario, en Europa a diferencia de los melocotones, cuyas referencias aparecen en una amplia literatura que data desde tiempos de los griegos, las referencias a la nectarina son muy recientes. Prácticamente no existe ningún texto escrito que las mencione hasta el siglo XVII en Inglaterra. Mientras para las civilizacines china y romana fue un fruto muy importante, perdió su importancia en las civilizaciones actuales hasta que, recientemente, ha vuelto a recuperarla, impulsado por las variedades cultivadas en California.

(429) La hibridación vegetativa tuvo su lado cómico en 1999 durante la emisión de un episodio de la teleserie Los Simpsons, cuando su protagonista Homer se convierte en agricultor y descubre el “tomaco”, un híbrido de tomate y tabaco. A raíz de la emisión, en distintas partes del mundo algunos seguidores repitieron la experiencia, injertando una planta de tomate en raíces de tabaco, ambas solanáceas. Obtuvieron un fruto híbrido de color rojo con un centro viscoso de sabor fétido y color ocre, con dosis tóxicas de nicotina. Uno de los guionistas, George Meyers, había estudiado bioquímica en la Universidad de Harvard y recordaba haber leído referencias acerca del experimento en alguno de los viejos manuales de estudio. Los dibujos animados están más cerca de la realidad que algunas enciclopedias de botánica.

(430) Grafting watermelon onto squash or gourd rootstock makes firmer, healthier fruit, en Agricultural Research, julio de 2005.

(431) El mayor incremento de injertos se está produciendo en las solanáceas. En 2004 se llegaron a injertar 73 millones de plantas de tomate en España, entre otros con el fin de prevenir la aparición de raíces “acorchadas” (Corky root) provocadas por hongos. Aunque ya se practicaba en pequeña escala para la producción de variedades sin resistencia a finales de la década de los noventa con el fin de controlar la “muerte súbita” (Olpidium que provoca Pep MV), ha pasado a convertirse en una práctica habitual de los horticultores. La cantidad de plantas injertadas de sandía era de 38 millones en 2005 y se estimaba en 750.000 los injertos de melón y 200.000 los de pepino. El número de plantas injertadas de melón y pepino también está creciendo. En melón el injerto previene el Fusarium y no sólo se injertan variedades del tipo Cantaloup o Galia, sino que se está empezando con los híbridos de Piel de Sapo. El mismo crecimiento se observa en la berenjena con el fin de controlar la verticiliosis y, sobre todo, en el pimiento, para controlar el hongo Phytophthora capsici.

(432) El mentor, potente medio de selección. Prefacio escrito para las Obras Completas de Michurin, editadas en ruso en 1948 (Agrobiología, pgs.136 y stes.)

(433) Über Propfbastarde und pflanzliche Chimären, en Ber.Deutsch.Bot.Gesell., 1907, vol.25, pgs.568 y stes.; Solanum tubigense, ein echter Propfbastard zwischen Tomate und Nachtschatten, Ber.Deutsch.Bot.Gesell., 1908, vol.26a., pgs.595 y stes. Vid. Henry C. Cowles y Charles J. Chamberlain: Graft hybrids and chimeras, en Botanical Gazette, febrero de 1911, vol. 51, núm. 2, pgs. 147 y stes.

(434) La genética soviética, cit., pgs.28 a 32 y 83 a 89.

(435) La variación de los animales y las plantas, cit., tomo I, pgs.401 y stes.

(436) Isaac Ochotorena: Tratado elemental de biología, México, 1950 (Cfr. Arturo Argueta Villamar, R.Noguera y R.Ruiz Gutiérrez: La recepción del lysenkismo en México, en Asclepio, vol.55, núm.1, 2003, pg.250).

(437) Modifications de plumage obtenues après inyection de sang de Pintade chez des Poules de souche génétiquement contrôlé, en Biologie Médicale, núm.4, julio-agosto de 1963, pgs.402 y stes.

(438) G.Chedd: El control genético. Conflicto entre teorías nacientes, en A.L.Lehninger y otros: Panorama de la biología contemporánea, Alianza Universidad, Madrid, 1975, pgs.104 y stes.

(439) Los anticuerpos así obtenidos son homogéneos y especializados, es decir, capaces de atacar un único antígeno. Se denominan anticuerpos monoclonales (MAB en el acrónimo inglés). Esos anticuerpos son de origen animal, normalmente ratones, por los motivos que ya hemos expuesto en una nota anterior: la división continuada de las células humanas es imposible, lo que impide la fabricación de anticuerpos en cantidades industriales, mientras que la de los roedores es más factible. Ahora bien, para no crear rechazo al introducir los anticuerpos en seres humanos, también es posible elaborar anticuerpos que tengan partes de origen humano y partes de origen animal, es decir, que sean quimeras. En el texto me refiero exclusivamente a las células híbridas, no a los anticuerpos que ellas puedan segregar. Además del medio indicado, las células se pueden hibridar de manera espontánea, como ocurre con la heterocariosis de algunos hongos, donde se forman células con dos núcleos separados que comparten el mismo citoplasma y en donde, además, los cromosomas emigran de una célula a otra. También se pueden hibridar células de forma artificial, mediante el empleo de ciertos virus, o bien por el procedimiento eléctrico que hemos indicado: mediante corrientes alternas de alta frecuencia, las células contactan y se polarizan siguiendo las líneas del campo eléctrico generado, y luego con un pulso de corriente continua se consigue la fusión. También se puede lograr por procedimientos químicos, tratándolas con compuestos que inducen la fusión de membranas, tales como el polietilenglicol (PEG), el dimetilsulfóxido (DMSO). Una célula heterocarionte puede dividirse en híbridos en los cuales las envolturas de ambos núcleos desaparezcan, uniéndose los cromosomas en un único núcleo. A su vez, esas células híbridas pueden clonarse estableciendo una estirpe celular que, normalmente, es génicamente inestable y tiende a perder parte de sus cromosomas. Este último es el caso de los hibridomas. Estos híbridos son distintos de los obtenidos sexualmente y se encuentran aún en fase experimental, limitados por el reducido número de especies a las que es posible aplicarlos a causa de que la transgénesis sigue siendo una técnica incontrolada.

(440) J.R.Lacadena: Citogenética, Editorial Complutense, Madrid, 1996, pgs.620-621.

(441) Y. Hirata, S. Ogata, S. Kurita, G.T. Nozawa, J. Zhou, S. Wu: Molecular mechanism of graft transformation in capsicum annuum, en Acta Horticulturae, 2003, vol.625, pg.125.

(442) Yongsheng Liu, Li Baoyin, Li Guirong y Zhou Xiumei: Graft hybridization and the specificity of heredity in fruit trees, en Hereditas, vol.26, setiembre de 2004; Liu, Yongsheng: Revealing the mystery of heredity in grafted fruit trees, en HortScience, vol.40, agosto de 2005, pgs. 1584 y stes.; Historical and modern genetics of plant graft hybridization, en Advances in Genetics, vol.56, 2006, pgs. 101 y stes.; A new perspective on Darwin’s pangenesis, en Biological Reviews, vol. 83, abril de 2008, pgs. 141 y stes.; Gene exchange between cells by grafting. New insights into plant graft hybridization, en Heredity, 2010, vol.104.

(443) Sandra Stegemann y Ralph Bock: Exchange of genetic material between cells in plant tissue grafts, en Science, 1 de mayo de 2009, Vol. 324. núm. 5927, pgs. 649-651.

(444) Circulating nucleic acids in plasma and serum IV, en Annals of the New York Academy of Sciences, vol. 1075, 5 de setiembre de 2006. Aunque, como ya ha quedado expuesto, el ADN circulante era conocido desde 1948, el empleo del mismo como método de diagnóstico médico en determinadas patologías, especialmente cáncer, tiene su origen en los experimentos practicados bajo la influencia del debate lysenkista de la guerra fría y fue culminado por Stroun y Anker en 1973. En los diez años transcurridos entre 1996 y 2006, este descubrimiento sensacional ha promovido la publicación de más de 500 artículos científicos en las revistas especializadas de varios países.

NÖMADAS. REVISTA CRÍTICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS


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