Yemen: La guerra del Pentágono en la península arábiga
Viernes 25 de diciembre de 2009 por CEPRID
Rick Rozoff
Global Research
Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés Yemen se convertirá en un campo de batalla en la guerra de poder entre los EEUU y Arabia –que tienen las relaciones más fuertes y duraderas de todas tras la II Guerra Mundial- e Irán. Tal vez sea imposible determinar el momento exacto en que EEUU apoyaba a los guerreros santos –entrenados para perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones civiles– y han pasado de “luchadores por la libertad” a terroristas. Una suposición segura es que eso ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente por la libertad que no los sirve es un terrorista. Los yemeníes son los últimos en aprender la ley de la selva del Pentágono y la Casa Blanca. Junto con Irák y Afganistán, que el especialista en contrainsurgencia Stanley McChrystal utilizó para perfeccionar sus técnicas, Yemen se suma a las filas de otras naciones en las que el Pentágono está involucrado en ese tipo de guerra, llena de masacres de civiles y otras formas del llamado daño colateral: Colombia, Mali, Pakistán, Filipinas, Somalia y Uganda.
La BBC informó el 14 de diciembre de que 70 civiles murieron cuando aviones bombardearon un mercado en la aldea Bani Maan en el norte de Yemen.
Las fuerzas armadas de la Yemen reivindicaron la responsabilidad del mortífero ataque, pero un sitio en Internet de los rebeldes houthi contra quienes iba dirigido ostensiblemente el ataque declararon que “aviones de Arabia Saudita cometieron una masacre contra los residentes inocentes de Bani Maan.” [1]
El régimen saudí entró al conflicto armado entre los houthi y el gobierno yemení en nombre de este último a primeros de noviembre y desde entonces ha sido acusado de lanzar ataques dentro de Yemen con tanques y aviones. Incluso antes del último bombardeo numerosos yemeníes han muerto y miles han sido desplazados por los combates. Arabia Saudita también ha sido acusada de utilizar bombas de fósforo. Además, el grupo rebelde conocido como Jóvenes Creyentes, basado en la comunidad musulmán chií de Yemen que representa un 30% de la población del país de 23 millones, afirmó el 14 de diciembre que “aviones de combate de EEUU atacaron la provincia Saada de Yemen” y que habían lanzado 28 ataques. [2]
La edición del día anterior del diario británico Daily Telegraph informó sobre discusiones con funcionarios militares de EE.UU. que declararon su “temor a que Yemen se esté convirtiendo en un Estado fallido” y que por ello EEUU ha enviado una pequeña cantidad de equipos de fuerzas especiales para mejorar el entrenamiento del ejército de Yemen como reacción ante la amenaza.”
Cita a un funcionario anónimo del Pentágono, diciendo: “Yemen se está convirtiendo en una base de reserva para las actividades de al-Qaeda en Pakistán y Afganistán.” [3]
La invocación del espectro de al Qaeda es, sin embargo, un señuelo. Los rebeldes en el norte de la nación son chiíes y no suníes, mucho menos todavía suníes wahabíes del tipo saudí, y como tales no están vinculados a ningún grupo o grupos que puedan clasificarse de al Qaeda, sino que es más probable que constituyan un objetivo de estos últimos.
Al servicio de los designios estadounidenses en la región, la prensa británica y estadounidense últimamente se han estado refiriendo a Yemen como la “patria ancestral” de Osama bin Laden. Bin Laden procede de una destacada familia multimillonaria árabe saudí, pero como su padre nació en lo que es ahora la República de Yemen hace más de un siglo, los medios occidentales están explotando un insignificante accidente histórico para sugerir un papel activo de Osama bin Laden en esa nación y para establecer un tenue vínculo entre la guerra del Sur de Asia en Afganistán y Pakistán y la intervención armada saudí y estadounidense en un conflicto civil en Yemen. En 2002, el Pentágono envió unos 100 soldados, según algunas informaciones fuerzas especiales de Boinas Verdes, a Yemen para entrenar a los militares del país. En ese caso, por haber sucedido dos años después del atentado suicida contra el destructor de la Armada USS Cole en el puerto meridional yemení de Adén, atribuido a al Qaeda, y acompañado por ataques de misiles teledirigidos contra sus dirigentes, Washington justificó sus acciones como represalias por ese incidente, así como por los ataques en la ciudad de Nueva York y en Washington el año anterior.
El contexto actual es diferente y una guerra de contrainsurgencia respaldada por EEUU en Yemen no tendrá nada que ver con el combate contra supuestas amenazas de al Qaeda, sino formará de hecho parte integral de la estrategia de expandir la guerra afgana a círculos concéntricos cada vez más amplios incluyendo a Asia del Sur y Central, el Cáucaso y el Golfo Pérsico, el Sudeste Asiático y el Golfo de Adén, el Cuerno de África y la península arábiga. La ansiosamente esperada partida del presidente George W. Bush podrá haber llevado al fin de la guerra global oficial contra el terror, a la que se refieren ahora como operaciones de contingencias en el extranjero, pero nada ha cambiado excepto el nombre.
El 13 de diciembre el máximo comandante del Comando Central del Pentágono a cargo de las guerras en Afganistán, Irak y Pakistán, el general David Petraeus, dijo a la red de televisión Al Arabya que “EEUU apoya la seguridad de Yemen en el contexto de la cooperación militar suministrada por EE.UU. a sus aliados en la región” y subrayó que “hay barcos estadounidenses en las aguas territoriales de Yemen no sólo para controlar sino para impedir las filtraciones de armas a los rebeldes houthi.” [4]
Habrá que recordarlo la próxima vez que se utilice el bulo al Qaeda/bin Laden para justificar la expansión de la participación militar de EE.UU. en la península arábiga.
El Yemen Post del 13 de diciembre escribió que la oficina houthi de comunicación “acusó a EE.UU. de participación en la guerra contra los houthi” y publicó fotografías de lo que fue identificado como aviones estadounidenses “involucrados en operaciones de bombardeo en la provincia Saada en el norte de Yemen”. La fuente estimó que ha habido veinte bombardeos estadounidenses coordinados con vigilancia por satélite. [5]
La prensa occidental nuevamente encabeza la vinculación de los houthi, cuyos antecedentes religiosos de chiismo zaidí son bastante diferentes de la versión iraní, con siniestras maquinaciones imputadas a Teherán. Ni siquiera funcionarios del gobierno de EE.UU. han pretendido hasta hoy que haya evidencia de que Irán apoye, y muchos menos de que arme, a los rebeldes yemeníes. Eso cambiará si el guión se desarrolla según los precedentes, como lo indica el comentario de Petraeus antes mencionado, y Washington se hace eco de la afirmación del gobierno yemení de que Irán está armando a sus hermanos chiíes en Yemen, tal como lo acusan de hacerlo en el Líbano.
Yemen se convertirá en el campo de batalla para una guerra por encargo entre EEUU y Arabia Saudí – cuyas relaciones de Estado a Estado son de las más fuertes y más durables de toda la era posterior a la Segunda Guerra Mundial – por una parte e Irán por la otra. En un editorial de hace cinco días The Tehran Times acusó de imprudencia a todas las partes en el conflicto yemení –el gobierno, los rebeldes y Arabia Saudita– y lanzó una advertencia: “La historia proporciona un buen ejemplo. Arabia Saudita financió grupos extremistas en Afganistán y todavía, veinte años después de la retirada del ejército soviético del país, las llamas de la guerra en Afganistán están agobiando a los aliados de Arabia Saudita”. “Y un escenario semejante está emergiendo en Yemen.” [6] La comparación entre Yemen y Afganistán aludía en particular a Riad, en el segundo caso de trabajando mano a mano con EEUU, en la exportación del wahabismo basado en Arabia Saudí para ampliar su influencia política.
Arabia Saudita intenta impulsar su propia versión de extremismo en Yemen como lo hizo anteriormente en Afganistán y Pakistán y lo hace actualmente en Irak. Lejos de que EEUU y sus aliados occidentales expresen alguna objeción, los saudíes y las otras monarquías del Golfo Pérsico estarán a la vanguardia en lo que se calcula como compras de armas de Oriente Medio por 100.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. “El núcleo de estas compras de armas será indudablemente el paquete de sistemas de armas estadounidenses por 20.000 millones de dólares durante 10 años por los seis Estados del Consejo de Cooperación del Golfo – Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos., Kuwait, Omán, Qatar y Bahrein.” [7] Arabia Saudita también está armada con aviones de guerra británicos y franceses de última tecnología así como con sistemas de defensa de misiles de EEUU. Lo que el comentario iraní antes mencionado advirtió sobre las “llamas de la guerra” en Afganistán es perfectamente confirmado por la Evaluación Inicial del Comandante del 30 de agosto de 2009 emitida por el máximo comandante militar estadounidense y de la OTAN en Afganistán, general Stanley McChrystal, y publicada con las modificaciones exigidas por el Pentágono en el Washington Post del 21 de septiembre. El documento de 66 páginas sirvió de base al anuncio del presidente Barack Obama del 1 de diciembre de que enviará 33.000 soldados estadounidenses más a Afganistán. En su informe, McChrystal declaró: “Los principales grupos insurgentes en orden de su amenaza para la misión son: Quetta Shura Taliban (05T), la Red Haqqani (HQN), y Hezb-e Islami Gulbuddin (HiG)”.
Los dos últimos llevan el nombre de sus fundadores y actuales dirigentes, Jalaluddin Haqqanni y Gulbuddin Hekmatyar, los muyahidines preferidos de la CIA en los años ochenta, cuando el director adjunto de la Agencia (de 1986 a 1989) era Robert Gates, actual secretario de defensa de EEUU a cargo de proseguir la guerra en Afganistán. Y en Yemen.
En su libro de 1996 ”Desde las sombras”, alardeó de que “la CIA tuvo importantes éxitos en operaciones encubiertas. Tal vez la más importante de todos fue Afganistán, donde la CIA, con su administración, canalizó miles de millones de dólares en suministros y armas a los muyahidines…” [8]
El New York Times divulgó en 2008 los siguientes detalles: “En los años ochenta, Jalaluddin Haqqani fue cultivado como un recurso ‘unilateral’ de la CIA y recibió decenas de miles de dólares en efectivo por su trabajo en la lucha contra el Ejército Soviético en Afganistán, según un informe en ’”Los Bin Laden”, un libro reciente de Steve Coll. En ese momento, Haqqani ayudó y protegió a Osama bin Laden, quien estaba formando su propia milicia para combatir a las fuerzas soviéticas, escribió Coll.” [9]
El colega de Haqqani, Hekmatyar, “recibió millones de dólares de la CIA a través de la ISI (Servicios de Inteligencia de Pakistán). Hezb-e-Islami Gulbuddin recibió parte del mayor apoyo de Pakistán y Arabia Saudita, y trabajó con miles de muyahidines extranjeros que fueron a Afganistán.” [10]
En mayo pasado el (en grado sumo) proestadounidense presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, dijo a la cadena estadounidense NBC que los talibanes forman “parte de nuestro pasado y de vuestro pasado, y la ISI y la CIA los crearon juntas… Ellos (los talibanes) son (un) monstruo creado por todos nosotros…” [11]
El 11 de septiembre de 2001 había sólo tres naciones en el mundo que reconocían el régimen talibán en Afganistán: Pakistán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. El presidente de EEUU, George W. Bush, inmediatamente individualizó para posibles represalias a siete Estados que supuestamente apoyaban el terrorismo: Cuba, Irán, Irak, Libia, Corea del Norte, Sudán y Siria. Sólo Sudán, que expulsó a Osama bin Laden en 1996, tenía alguna conexión concebible con al Qaeda. De los diecinueve acusados del secuestro de los aviones del 11 de septiembre, quince procedían de Arabia Saudita, dos de los Emiratos Árabes Unidos, uno de Egipto y uno de Líbano.
Pakistán y Arabia Saudita siguen siendo aliados políticos y militares altamente valorados de EEUU y los Emiratos Árabes Unidos tienen tropas sirviendo bajo mando de la OTAN en Afganistán. Tal vez sea imposible determinar el momento exacto en que EEUU apoyaba a los guerreros santos –entrenados para perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones civiles– y han pasado de “luchadores por la libertad” a terroristas. Una suposición segura es que eso ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente por la libertad que no los sirve es un terrorista. Durante décadas el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela y la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat estuvieron en cabeza de la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado de EE.UU. Apenas terminó la Guerra Fría Mandela y Arafat (y Gerry Adams del Sinn Fein) fueron invitados a la Casa Blanca. El primero compartió el Premio Nobel de la Paz en 1993 y el segundo en 1994.
Si un hipotético yihadista partió de Arabia Saudita o Egipto partió en los años ochenta hacia Pakistán para luchar contra el gobierno afgano y su aliado soviético, era un combatiente por la libertad a los ojos de EEUU. Si luego iba a Líbano era terrorista. A comienzos de los años noventa, si llegaba a Bosnia volvía a ser un combatiente por la libertad, pero si se presentaba en la Franja de Gaza o en Cisjordania era terrorista. En el Norte del Cáucaso ruso volvía a nacer como un combatiente por la libertad, pero si volvió a Afganistán después de 2001 era terrorista. Según cómo sopla el viento en Washington, un separatista baluchi armado en Pakistán o un cachemir en India es un combatiente por la libertad o un terrorista.
Al contrario, en 1998 el enviado especial de EE.UU. a los Balcanes, Robert Gelbard, describió al Ejército por la Liberación de Kosovo (ELK) que luchaba contra el gobierno de Yugoslavia como organización terrorista: “Conozco a un terrorista cuando lo veo y estos hombres son terroristas.” [12]
En el siguiente mes de febrero la secretaria de Estado de EEUU, Madeleine Albright, llevó a cinco miembros del ELK, incluido su jefe Hashim Thaci, a Rambouillet, Francia, para presentar un ultimátum a Yugoslavia a sabiendas de que sería rechazado y llevaría a la guerra. Al año siguiente acompañó a Thaci a una gira personal por el edificio de Naciones Unidas y el Departamento de Estado y lo invitó a la convención presidencial del Partido Demócrata en Los Ángeles. Este 1 de noviembre, Thaci, ahora primer ministro de un pseudo-Estado reconocido por sólo 63 de las 192 naciones del mundo, recibió al ex presidente Bill Clinton de EEUU para la ceremonia inaugural de una estatua en honor de los crímenes de este último. Y de su vanidad. Washington apoyó a separatistas armados en Eritrea desde mediados de los años setenta hasta 1991 en su guerra contra el gobierno de Etiopía.
Actualmente EEUU arma a Somalia y Djibouti para la guerra contra Eritrea independiente. El Pentágono tiene su primera base militar permanente en África en Djibouti, donde estaciona a 2.000 soldados y desde donde realiza vigilancia con aviones espía sobre Somalia. Y
Yemen.
En palabras del personaje de Balzac, Vautrin: “«No hay principios, sólo hay eventos; no hay leyes, sólo circunstancias.» Los yemeníes son los últimos en aprender la ley de la selva del Pentágono y la Casa Blanca. Junto con Irák y Afganistán, que el especialista en contrainsurgencia Stanley McChrystal utilizó para perfeccionar sus técnicas, Yemen se suma a las filas de otras naciones en las que el Pentágono está involucrado en ese tipo de guerra, llena de masacres de civiles y otras formas del llamado daño colateral: Colombia, Mali, Pakistán, Filipinas, Somalia y Uganda.
Notas
1) BBC News, 14 de diciembre 2009
2) Press TV, 14 de diciembre 2009
3) Daily Telegraph, 13 de diciembre 2009
4) Yemen Post, 13 de diciembre 2009
5) Ibid
6) Teherán Times, 10 de diciembre 2009
7) United Press International, 25 de agosto 2009
8) BBC News, 1 de diciembre 2008
9) New York Times, 9 de septiembre 2008
10) Wikipedia
11) Press Trust of India, 11 de mayo 2009
12) BBC News, 28 de junio 1998
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