CEPRID

El factor agua como elemento geopolítico del régimen israelí

Lunes 20 de octubre de 2008 por CEPRID

José de Jersús López, Rodrigo Alberto Bustos y Luis Yaren Torres Landa

La Jornada

El agua no respeta las fronteras políticas de los Estados, en todo el mundo existen 214 cuencas fluviales donde vive el 40 por ciento de la población del planeta, compartidas por dos o más países. Tres son los principales factores que contribuyen a hacer de la escasez de agua una fuente potencial de conflicto: el agotamiento o degradación del recurso, el crecimiento demográfico y la distribución o el acceso desigual. Dentro de dichas cuencas sobresale la del Jordán, compartida por israelíes, sirios, jordanos y, por supuesto palestinos. Ella reúne los tres aspectos anteriormente mencionados aunados a que el pueblo de Israel posee tan sólo el 13 por ciento de la misma, pero controla el 60 por ciento, lo que indica que no necesariamente es la posición geográfica la que prima dentro del control de una cuenca hídrica o afluente de un río, sino la estructura de poder y posición política, que rigen en su administración. La región del Medio Oriente, en específico, la parte del creciente fértil de la que forma parte el Estado israelí, se enfrenta ante la inminente disputa de uno de los elementos más elementales para la vida sobre el planeta: el agua. A lo largo de su historia, Israel se ha caracterizado por ser uno de los actores estatales que han regido el asentamiento y expansión de la misma. Israel y los países que comparten la cuenca del Jordán sobresalen en los informes de organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO), entre muchos otros, por conformar una de las regiones con los más bajos niveles de agua per cápita en el mundo.

El elemento hídrico es uno de los factores geopolíticos más importantes a considerar por parte de Israel, porque en buena medida, de eso depende el éxito de su asentamiento en los territorios palestinos; el factor agua encierra las vicisitudes de las guerras por los recursos naturales en la región, como por ejemplo el asunto no resuelto de los Altos del Golán de Siria, zona que Israel mantiene ocupada desde 1967, los mantos acuíferos de la ciudad palestina de Qalqilya (segunda cuenca de agua más grande después del río Jordán) o la pretensión israelí de controlar las aguas del río Litani, ubicado en el sur del Líbano.

El agua en la conformación del Estado israelí

Desde hace más de medio siglo, la configuración de los conflictos por la pretensión israelí de controlar los ríos dentro y fuera de sus fronteras se ha compuesto por tres procesos definitorios que forman la secuela del problema actual del agua en Israel: las acciones del mandato británico en la Palestina histórica, el conflicto árabe-israelí y la lucha por la soberanía territorial del pueblo palestino.

Desde 1917, el movimiento sionista con la administración de facto británica en los territorios palestinos, reconoció la importancia de controlar los recursos hídricos de la región; lo cual se hizo presente en las acciones británicas, tales como: la petición de Weizman, el primer presidente israelí, tenía como fin ampliar las fronteras de los territorios administrados y así recibir los beneficios del río Jordán y el Litaní (1917-1919); la autorización al movimiento sionista para explotar las aguas del río Jordán, Yarmouk, Litani y el Lago de Tiberias (1921); la fundación de la compañía “Mekorot”, encargada de llevar a cabo el tratamiento y la desalinización del agua, así como proyectos de infraestructura (1936); la conformación del plan Lowdermilk, que pretendía explotar las aguas de los ríos Litaní y el Jordán para la irrigación de las tierras del territorio israelí (1944).

Tanto el sionismo laborista comandado por Ben Gurion, el inicial primer ministro israelí, así como el revisionismo sionista, encabezado por Vladimir Jabotinsky, incluían en sus planteamientos la necesidad de controlar los mantos acuíferos, porque a partir de ello, podrían estar en una condiciones de fuerza para hacer que los países vecinos reconocieran al Estado judío. Es decir, una estrategia en dos sentidos: sobrevivir y supervivir en la región, con la capacidad para forzar un reconocimiento de su estatus.

Las acciones que fueron llevadas a cabo bajo la administración inglesa en la Palestina histórica (actual territorio sobre el que se creó Israel), ahondaron las fricciones entre el movimiento sionista y el pueblo palestino. Fue de esta manera como la administración británica se convirtió en un experimentado arquitecto y precursor que situó los primeros ladrillos de la geopolítica del agua para Israel.

La noche del 15 de mayo de 1948, marcó una nueva etapa para los conflictos en las relaciones internacionales del Medio Oriente, cuando David Ben Gurión declaró la independencia del Estado de Israel. En ese año, los israelíes hicieron explícito su interés por las grandes extensiones de la parte norte del territorio considerado como estratégico; situación que estuvo vinculada a la gran cantidad de agua existente en esa región.

En el momento en que Israel comenzó su vida independiente, una gran cantidad de conflictos con el exterior acecharon al nuevo Estado; en especial por los ataques árabes desde Líbano, Jordania, Siria, Egipto, Arabia Saudita, Irak, Yemen— estos tres últimos con una participación simbólica— en apoyo al pueblo palestino. Lo anterior significó para Israel, una complicada manera de sobrellevar sus problemas relacionados con el agua.

En 1960, un consejo técnico de la Liga Árabe preparó un proyecto para incrementar el aprovechamiento de las aguas del río Jordán entre sus tres vecinos: Sira, Jordania y Líbano. Sin embargo, Jordania ya tenía un proyecto entre manos, “el gran proyecto del Yarmouk”, que se preparaba para el desvío de las aguas del río Jordán. El proyecto árabe comenzó sus primeros trabajos en el año de 1965.

El desvío de las aguas del río Jordán hacia el Yarmouk, se contrapuso con los intereses israelíes de su propio proyecto: el Transportador Nacional de Agua (planeado para bombear las aguas del río Jordán hacía la región desértica del Neguev, ubicado al sur de Israel). En la Guerra de los Seis Días en el año de 1967 –iniciada por los ataques israelíes contra Egipto y Jordania-, la victoria israelí tuvo como consecuencia el control del río Jordán y la continuación de sus proyectos hidráulicos; además, logró un importante posicionamiento en la Península del Sinaí (devuelta posteriormente a Egipto mediante los Acuerdos del Camp David), la franja de Gaza; Cisjordania, incluida Jerusalén Este; el Mar de Galilea y los Altos del Golán en Siria.

Israel aumentó su posición geoestratégica en la región a partir de la ocupación de 1967: aumentó el suministro del agua y se posicionó como una potencia regional en Medio Oriente. Sin embargo, aquí no terminó su posición expansionista. Otro de sus objetivos fue apropiarse de las aguas del río Litani en Líbano; por ello, lo invadió en dos ocasiones: la primera fue denominada “Operación Litani”, del 14 al 21 de marzo de 1978; y la segunda nombrada “Operación Paz para Galilea”, emprendida el 6 de junio de 1982. Ambas las llevó a cabo bajo el argumento de repeler los ataques de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) desde el Líbano, en el contexto de la guerra civil libanesa.

En la segunda invasión, Israel ocupó militarmente la cuenca del río Litani por casi 18 años de 1982 al año 2000. A pesar de haber conseguido sitiar parte del territorio libanés, no obtuvo una victoria total: el control y la explotación de las aguas del Litani fueron controlados por libaneses por una presa al norte del Líbano, lo que limitó el acceso al agua del río. Además, como las corrientes del río Litani han sido muy rápidas, explotar sus aguas con eficiencia y poca inversión en la infraestructura, se convirtió en una tarea casi imposible para Israel en ese periodo.

El profético escenario que se dejó entrever, concordaba con las palabras del ex primer ministro israelí David Ben Gurión, quien escribiría unos años antes de la invasión al Líbano: “es necesario, que las fuentes del agua, de las cuales depende el destino de la Tierra, no se encuentren fuera de las fronteras de la futura patria de los judíos […] Por esta razón, siempre hemos demandado que la tierra de Israel incluya la ribera del río Litani, la cabecera del río Jordán y la región del Hauran desde el nacimiento de al-Auja al sur de Damasco”.

Debido a lo anteriormente mencionado, la problemática entre israelíes y palestinos debe ser concebida, como señalan autores tales como Fred Halliday, Luis Mesa Delmonte, María de Lourdes Sierra Kobeh y Miguel Ángel Bastenier, desde una visión política y territorial, que además incluye aspectos referentes a la identidad, religión, cultura e ideología. No obstante, respecto al agua, el problema se vuelve aún más complejo cuando se tiene en consideración la restricción de los palestinos al abastecimiento en sus territorios, lo cual efectivamente genera fuertes hostilidades con los colonos israelíes, los cuales se encuentran ilegalmente establecidos.

Sólo para contrastar las afirmaciones anteriores, es necesario precisar que en el año 2003, Israel reportó un consumo de agua de aproximadamente 1.7 billones de m3, lo que significó un consumo per cápita de 305 m3 al año para los israelíes, con un consumo per cápita palestino cuatro veces inferior al israelí.

Israel es un país que posee una de las más altas tasas de consumo per cápita en Medio Oriente. Su población consume agua de Cisjordania para abastecer a ciudades como Jerusalén, Tel Aviv, Be’ersheva y la franja Costera, hasta Haifa; además, la utiliza para la irrigación de enormes extensiones de tierras; a los palestinos sólo se les permite utilizarla para uso doméstico, pero de manera reducida.

Esto se puede corroborar por lo mencionado en la orden militar 158, la cual fue proclamada el 19 de noviembre de 1967, y que a la letra mencionaba: no se permite que ninguna persona constituya, posea o administre una institución hídrica (cualquier construcción utilizada para extraer recursos hídricos superficiales o subterráneos, o una planta procesadora) sin un permiso oficial nuevo. Se puede negar el permiso a un solicitante, o revocar o modificar una licencia, sin explicación alguna. Las autoridades pertinentes podrían confiscar recursos hídricos para los cuales no exista permiso, incluso si el propietario no ha sido sentenciado culpable.

Ya no sólo existían diferencias con respecto al abastecimiento del agua, sino que también se despojaba a los palestinos de su derecho a poseer el recurso más fundamental para la vida. De la misma forma, se apuntaba que no era necesario dar explicación alguna para revocar o negar el permiso para extraer agua, lo que reafirmaba la exclusividad del Estado para manipular estratégicamente el agua.

Cambio de formas pero no de fondo

Aunque ya desde la década de los 90 Israel aceptó negociar con la OLP con el supuesto fin de terminar con el conflicto, el propio gobierno de Israel siguió manteniendo su posición geoestratégica en la región, intentando incluso institucionalizar la ocupación militar y civil en los territorios palestinos a costa del proceso de paz. Para ejemplificar lo anterior, sólo es necesario echar un vistazo a los Tratados de Oslo I y II, firmados en septiembre de 1993 el primero, y en agosto de 1995, el segundo, entre el gobierno israelí y la OLP.

Su importancia radica en el incumplimiento israelí al reconocimiento de los derechos de autodeterminación del pueblo palestino, la no devolución de la mayoría de los territorios ocupados en la guerra de los Seis Días, el control israelí de los territorios más fértiles, así como la creación de un gobierno autónomo interino sumamente débil y sujeto a las decisiones israelíes, en los territorios palestinos.

Para el año 1999, las limitaciones a los palestinos se seguían haciendo presentes, pues sólo se les permitía cavar siete pozos, de los cuales no eran dueños y no podían excederse de 140 metros de profundidad. Por el otro lado, los israelíes podían cavar pozos hasta por 800 metros de profundidad en la mayoría de los pozos. Una “pequeña gran diferencia” que agrava las relaciones entre los dos pueblos.

Israel difícilmente reconocerá el derecho al agua de los palestinos por dos factores fundamentales: el primero, porque es una estrategia consolidada históricamente para controlar y manipular los caudales de los ríos dentro del territorio israelí; y en segundo lugar, debido al argumento histórico de la posesión territorial, que sigue siendo hoy en día la piedra angular sobre la que gira el conflicto palestino-israelí y que favorece la expansión de sus colonias y colonos a más territorios palestinos.

Si bien Israel ha reconocido discursivamente el derecho al agua para el pueblo palestino en Cisjordania dentro de las resoluciones de organismos internacionales como Naciones Unidas, y en algunos tratados internacionales como el Pacto Internacional de Derechos y Deberes Económicos, Sociales y Culturales de los Estados, la Declaración de Dublín y el Programa 21, la realidad ha sido inconsistente con los puntos operativos de los acuerdos internacionales. En los hechos cotidianos, Israel no ha respetado el derecho del agua de los palestinos.

Desde hace 50años, el Estado israelí ha puesto especial énfasis en la importancia del recurso vital, tan reclamado y limitado, en la medida que nunca es suficiente, y mucho menos cuando el agua se convierte en una empresa de Estado que se encarga de hacer política y lucro a la vez. Por otro lado, la cuenca del Jordán se ha caracterizado por ser una región conflictiva debido a la existencia de un recurso natural de primer orden como es el agua. La falta de acuerdos de cooperación para compartir el agua, es una endémica visión regional que afecta no sólo su explotación sino también los suministros públicos.

Actualmente, la cuenca del Jordán ha presentado serios signos de agotamiento y mala gestión, tan sólo en 1998 se dio un déficit en su capacidad de regeneración, es decir, tan sólo en este año, según datos del Servicio Geológico de Estados Unidos para el Equipo de Acción Ejecutiva del Proyecto de Bancos de Datos del Agua del Oriente Medio muestran que de dicha cuenca se extrajeron alrededor de 600 mil metros cúbicos por año, los cuales fueron cubiertos a partir de la extracción del agua subterránea, sin que dicha cantidad pudiera ser repuesta.

Las políticas estatales de Israel son una prueba del uso y manejo del concepto de seguridad nacional, como motivo primordial para tener el monopolio de recursos naturales como el agua o el petróleo. La cosa en la actualidad se complica más en la región, en este contexto electoral en Israel, en donde lograr un consenso en torno a negociar con palestinos o sirios, se ve cada vez más lejos.

¿Y en la actualidad?

Peor aún, es como se están dando las cosas en Israel en el ámbito político con sus principales tomadores de decisiones, pues no se vislumbra un cambio de postura israelí respecto a la ocupación territorial y de los mantos acuíferos en Palestina. Tzipi Livni, la ex ministro del exterior israelí que se encargó de destapar las cuestiones que vinculaban a quien era su jefe Ehud Olmert, con la corrupción y que lo llevaron, finalmente, a renunciar al cargo de primer ministro en Israel la semana pasada, ha quedado sola en el escenario político israelí, y con tan sólo seis semanas para reunir un gobierno de coalición, para sustituir a Olmert, sin necesidad de ir a las elecciones que seguramente ganaría Benjamin Netanyahu, el líder derechista del Likud.

Para Livni, su salvación sería que tanto el partido laborista, encabezado por el General Ehud Barak, que aporta 19 escaños a la coalición de Livni, así como el partido ultraortodoxo religioso Shas, que aporta 12, se quedaran en la coalición. Sin embargo, ambos grupos políticos están dispuestos a dejarla si Livni no se compromete a renunciar a negociar con los palestinos, y a reconocer un Estado palestino.

Ambos se ven más cerca de las posiciones de Netanyahu que con Livni. En todo caso, la derechización del gobierno israelí es clara, y poco se vislumbra, aunque llegue cualquiera de los dos al cargo de primer ministro, que haya una redistribución más justa del agua y, mucho menos, la devolución de territorios palestinos.

Volviendo, en este sentido, al caso particular del agua como un recurso geopolítico israelí básico para la sobrevivencia del Estado, cabe concluir que si no se le da la importancia que requiere el asunto, el problema de la escasez y aprovechamiento del agua representan no sólo para Israel, sino para el resto de los países de la región, incluyendo a los palestinos, uno de los grandes desafíos que tendrá que enfrentar en el transcurso del siglo XXI.

Por ello, beberse el tiempo como un vaso de agua y olvidar los problemas de escasez, mientras se siguen politizando los temas urgentes como éste, es sugerir un seguro enfrentamiento militar a futuro con quienes se sienten despojados de sus recursos, como los palestinos y los sirios.


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