La lucha social en Francia ha llegado para quedarse
Lunes 30 de diciembre de 2019 por CEPRID
Stathis Kouvelakis
Observatorio de Crisis
Tal como planearon los opositores a la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron, las acciones del 5 de diciembre iniciaron la mayor ola de huelgas y movilización callejera que Francia ha visto en más de una década. Durante la última semana y media, se han paralizado los ferrocarriles de todo el país y el transporte público en París y sus alrededores.
Aunque solo estos dos sectores han estado en huelga indefinida, otros trabajadores también han estado en huelga durante un día o más. Han parado los trabajadores de la educación, de la salud, los de las refinerías de petróleo y la energía, los estibadores, los bomberos y no menos de 3.500 empresas del sector privado.
Tanto en el primer día de acción como el 10 de diciembre, cientos de miles salieron a las calles (1.5 millones en el quinto y 800,000 en el décimo), mostrando una fuerte voluntad de luchar. Los estudiantes también se unieron a las manifestaciones, aunque su movilización ha sido desigual y discontinua en diferentes campus.
La mayoría de los trabajadores del sector privado aún no se han unido al movimiento de huelga, pero una sólida mayoría de la opinión pública ( un 68 por ciento , según las encuestas de opinión) apoya la huelga. A pesar de las dificultades que conlleva la falta de transporte público y la hostilidad proveniente de los medios, el apoyo popular al movimiento sigue en aumento. Pero el tema crucial para los próximos días es si este sentimiento de apoyo toma una forma más activa.
El gobierno en problemas
El plan inicial del gobierno era aislar la huelga solo en el sector del transporte. La idea era hacerla impopular presentándola como una lucha en defensa de los «privilegios corporativos» mientras se hablaba lo menos posible sobre el contenido real de la reforma de las pensiones. Sin embargo, este plan fracasó, y el gobierno se ha visto obligado a realizar otras maniobras.
Su enfoque fue simplemente represivo. Envió a la policía a romper los piquete huelguísticos en los autobuses y en los puertos. Pero el 11 de diciembre, el primer ministro Édouard Philippe se vio obligado a proporcionar una versión más detallada de la reforma de pensiones prevista. Si bien su discurso fue de tono suave, el contenido de la reforma fue más inclemente de lo esperado.
Philippe confirmó que el sistema existente sería reemplazado por uno supuestamente «universal» basado en puntos, comparable al modelo sueco e italiano. Por lo tanto todas las pensiones sectoriales existentes (como los de los trabajadores ferroviarios y del transporte público) serían abolidos .
Este cambio significaría que el esquema actual de pensiones basado en un principio redistributivo sería reemplazado por uno dependiendo de las contribuciones individualizadas. El nivel de pensión actualmente calculado sobre el promedio de los veinticinco mejores años correspondería al promedio de todo su período activo. Esto reduciría automáticamente las pensiones, especialmente para todos aquellos que han pasado por períodos de desempleo y trabajo precario.
Aunque formalmente la edad legal de jubilación se mantendría a los sesenta y dos años, para obtener una pensión completa, habría que trabajar dos años más. También presentó la reforma como ventajosa para las mujeres, los militares y la policía. Sin embargo, esta afirmación se desmiente automáticamente con el nuevo esquema «universal».
Lo menos que se puede decir es que Philippe no logró persuadir a los franceses de los méritos de la reforma. Según las encuestas de opinión, el 61 por ciento de los que vieron su intervención la encontraron poco convincente . Peor aún, al anunciar una extensión de dos años del umbral de edad para una pensión completa, el gobierno perdió a su único interlocutor indulgente, la «moderada» Confederación Democrática Francesa del Trabajo (CFDT) que apoyaba una reforma de pensiones basada en el sistema de puntos.
Al comentar los anuncios de Philippe, el secretario general de CFDT, Laurent Berger, declaró que «se había cruzado una línea roja» y afirmó que CFDT se unirá a la movilización. En otras palabras, Macron y Philippe lograron restablecer la unidad de el movimiento sindical francés notoriamente fragmentado.
Aunque Berger expresó sus buenas intenciones para llegar a un compromiso con el gobierno, también enfatizó que su organización exigiría el retiro de la extensión de dos años de la jubilación para una pensión completa.
Las malas noticias para Macron no se detuvieron allí. Una avalancha de informaciones revelaron que Jean-Paul Delevoye, el ministro a cargo de la reforma de las pensiones, se había «olvidado» de declarar que está involucrado con los think tanks y las juntas directivas de 8 grandes empresas. Muchos de estas corporaciones son beneficiarios directos de la reforma propuesta. Por ejemplo, el Instituto de Capacitación de la Confederación de Compañías de Seguros o la Fundación de la Compañía Ferroviaria Nacional.
Como consecuencia, el 16 de diciembre, Delevoye (¡una figura clave en la formulación de políticas gubernamentales y del Partido “La République En Marche” de Macron!) se vio obligado a renunciar. Este suceso ha sido un duro golpe al presidente francés en el momento más difícil de su mandato.
Organizando la lucha
La batalla continuará e incluso se intensificará en los próximos días. De hecho, las confederaciones sindicales que han iniciado el movimiento, la Confederación General del Trabajo (CGT), Solidaires Unitaires Démocratiques (SUD) el Sindicato de Maestros, FSU, han convocado una huelga intersectorial y manifestaciones masivas el 17 de diciembre. Con la participación del CFDT, parece probable que las cifras sean aún mayores que el 5 de diciembre.
Sin embargo, no se pueden esperar concesiones significativas del gobierno mientras la huelga se limite a los ferrocarriles y a las redes de transporte en París, y tenga sólo el apoyo en algunos días aislados
En este sentido, el factor clave para intensificar la acción radica en la auto-organización de la lucha desde la base. Desde el 5 de diciembre se han desarrollado muchas experiencias positivas: se realizan asambleas diarias en los lugares de trabajo y la coordinación local ha reunido a sectores muy diversos .
Los estudiantes y los maestros se han unido a los piquetes en los puertos y en el transporte, mientras que los trabajadores ferroviarios han visitado las escuelas o los campus para dirigir las acciones. En algunos lugares, se han constituido comités de huelga. Sin lugar a dudas, el movimiento de los chalecos amarillos ha ayudado a romper con la rutina sindical y a traído un estilo de acción más combativo. Pero toda esta actividad sigue siendo descoordinada y carece de visibilidad para el gran público.
En el lado positivo, el liderazgo sindical ha rechazado la oferta del gobierno de negociar modificaciones menores de la reforma o de pedir una «tregua navideña». Pero, hasta ahora no ha presentado una estrategia que permita que la huelga se expanda a otros sectores alentando la organización a nivel de base. Para intensificar la acción, los líderes sindicales parecen depender únicamente de las iniciativas tomadas por bastiones como los estibadores o los trabajadores de las refinerías de petróleo.
La alternativa que falta
La debilidad de la izquierda política también se siente agudamente. Todos parecen apoyar la huelga, incluso el Partido Socialista del ex presidente François Hollande. Pero la única iniciativa concreta ha sido una manifestación bastante modesta convocada por el Partido Comunista el 11 de diciembre, que logró que se sentaran en la misma plataforma a los socialistas, los verdes y a la izquierda más radical. Sin embargo, el único mensaje compartido fue la oposición a la reforma de Macron, sin ningún acuerdo sobre soluciones alternativas.
La debilidad de la izquierda ha abierto un espacio para la demagogia de la extrema derecha. En línea con su anterior apoyo a los chalecos amarillos, Marine Le Pen, la líder del Partido Nacional (anteriormente Frente Nacional), ha declarado su respaldo a la movilización en curso.
Esta es la primera vez que la extrema derecha respalda una huelga. Por supuesto, Le Pen dejó en claro que esto no significa apoyar la acción sindical o la huelga indefinida. Pero algunos cuadros de segunda línea de su partido se unieron a las manifestaciones del 5 de diciembre, o al menos trataron de hacerlo. Esta es una confirmación más de los esfuerzos de la extrema derecha para tratar de capitalizar la ira popular, por cualquier medio disponible. De hecho, este riesgo debe ser tomado en serio por la izquierda política y el movimiento sindical.
Todos los que participan en la batalla entienden que hay mucho en juego para ambas partes. Macron es consciente de que, en las batallas por venir, su posición como líder del bloque neoliberal está en juego. Y para quienes continúan a la ofensiva tomando las calles está claro que no pueden permitirse una derrota. Ahora depende de la movilización desde abajo el resultado del movimiento y… si puede triunfar.
Stathis Kouvelakis, profesor de teoria política
CEPRID
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