CEPRID

La Organización de Cooperación de Shanghái: Rusia y China rediseñado la nueva «ruta de la seda» (I)

Viernes 4 de diciembre de 2015 por CEPRID

Víctor Wilches

Alai

El modelo unipolar no sólo es inadmisible para el mundo contemporáneo sino que es imposible… porque se trata de un modelo que no puede funcionar por estar carente de la base moral propia de nuestra civilización.

Vladimir Putin

Conferencia de Seguridad de Múnich, 2007

Introducción

Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, surgieron cinco nuevas repúblicas independientes en Asia Central[1]. En medio de este caos y desconcierto, la recién establecida Federación de Rusia, como heredera del desaparecido campo soviético, se enfrenta a una serie de graves problemas que comprometen su estabilidad (profunda crisis social, económica y política) y seguridad nacional (problemas de fronteras con la mayor parte de sus países vecinos e incluso con los países recién desmembrados de la URSS; unas fuerzas armadas descompuestas que ponían en duda la defensa del nuevo estado y la seguridad del arsenal nuclear; y un aumento de la criminalidad y el surgimiento de mafias).

En ese momento los gobiernos de las recién creadas repúblicas independientes son demasiado débiles para enfrentar los serios desafíos de gobernabilidad, economía y seguridad que afloraron en el interior de sus fronteras. Carecían de la experiencia de gobernabilidad como estados independientes y de los recursos económicos necesarios para afrontar las nuevas circunstancias tras la disolución de la URSS. A esto, se agrega la irrupción desestabilizadora en la región de poderes extranjeros que buscan imponer su influencia para hacerse con el control de esta rica y geoestratégica región. Los nuevos gobernantes, ante esta difícil situación, se ven abocados a buscar apoyo y unir esfuerzos para enfrentar la nueva realidad.

La solución y delimitación de las fronteras comunes entre Rusia, los países centroasiáticos y China se facilitó por el inicio de una nueva era en las relaciones relaciones sino-rusas tras el fin de la Guerra Fría (Garver, 1989: 1136-1152; Wilches, 2005). Esto da origen a distintos mecanismos de relaciones y de cooperación regional, que culminan en una de las organizaciones de cooperación de seguridad regional más importantes del siglo XXI: la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Establecida el 15 de junio de 2001 en la ciudad de Shanghái (China) por Rusia, China, Kazajstán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán.

Este agrupamiento centroasiático para la cooperación de seguridad ha recibido, en especial, por parte de «occidente» críticas, escepticismo y recelos llegándose a plantear que con el arribo a la arena internacional de importantes y nuevos actores como Rusia, China e India, la OCS puede acarrear un desafío al sistema internacional en el futuro inmediato y en especial a las ansias de dominio hegemónico y unipolar de Estados Unidos en el mundo. Incluso, pronostican que esta rivalidad puede dar comienzo a un Nuevo Gran Juego[2] (Edwards, 2003: 83-102) en Asia Central.

Para comprender cómo se desenvuelve la OCS en el contexto internacional, es indispensable analizar los factores que han permitido que Rusia y China actúen de manera cooperada en esta región. Para ello, se comparan las políticas desarrolladas por Rusia y China con relación a Asia Central desde el colapso de la URSS hasta nuestros días a través de: los intereses basados en la identidad de estos dos Estados con relación a Asia Central; la percepción de amenazas comunes en la región e internacionales; intereses económicos y de seguridad regional. Por lo tanto, el análisis se centra en cómo Rusia y China consideran sus propios y particulares intereses en Asia Central, antes que analizar su visión sobre la misma OCS, lo que nos ayudará a comprender sus puntos de vista de Asia Central como región y de la OCS como organización de cooperación de seguridad regional.

En la OCS Convergen y se conjugan varios y disímiles tipos de cooperación. La mayoría de los estudios y análisis de seguridad realizados especialmente en Occidente han estado en desacuerdo frente a la caracterización, tipificación y clasificación de esta organización. Con el fin de explicar la OCS de la manera más acertada se recurre, como instrumento de análisis, a los aportes conceptuales que brindan cinco diferentes enfoques teóricos de la ciencia política, en relación con las relaciones internacionales y los estudios de seguridad orientados a los procesos de cooperación regional: complejo de seguridad regional, interdependencia, omnibalancing, balance de la amenaza y constructivismo social.

1. Perspectiva rusa de la OCS

Para entender las razones que motivaron a Rusia a involucrarse en el proceso de la OCS, y qué intereses existen detrás, se analiza el momento histórico de Rusia, una vez desaparecida la Unión Soviética en 1991; y luego las distintas políticas rusas hacia Asia Central que surgen el periodo de transición del «comunismo» al capitalismo.

Para evitar que el caos y las consecuencias tras el desmembramiento de la URSS fueran peores, Moscú abordó diligentemente los acercamientos y acuerdos en curso entre Unión Soviética-China. Una solución definitiva de las fronteras y una colaboración estratégica con China se convierte en un interés básico que le impulsa a promover el «Grupo Shanghái Cinco», la cooperación antiterrorista y las posibilidades de ampliar el crecimiento económico.

Los primeros años postsoviéticos además del abandono ruso a Asia Central, la región se distanciamiento de la antigua metrópoli. Rusia creía que «la cercanía geográfica, común historia, sistemas de producción, instituciones e infraestructura comunes, y la vieja dependencia de los subsidios financieros y del mercado ruso» (Johanson, 2001: 96) le bastaban para mantener a las naciones centroasiáticas interesadas en preservar lazos estrechos con Moscú. Pero esta errada percepción mostró muy pronto su realidad y derrotero.

Rusia, igualmente, enfrenta otros serios desafíos, por ejemplo, la guerra civil de Tayikistán (1992-1997); el movimiento de los Talibán en Afganistán y la irrupción grupos islamistas violentos en Asia Central (Wilches, 2007) y el Cáucaso, la «crisis del rublo», la guerra de los Balcanes, la expansión de la OTAN, las guerras de Chechenia; a esto se añade, entre otros, el retiro unilateral de EE.UU. del Tratado Anti-Misiles Balísticos, el 12 de diciembre de 2001. Esto conduce a que Moscú despliegue una política exterior que enfrente los desarrollos regionales de Asia Central en relación con la política global y el orden mundial unipolar que se había impuesto, y que le evite a toda costa enfrentamientos.

Si las políticas rusas son vistas desde esta óptica, y de ser así, la OCS sería, por lo tanto, un medio que le brindó a Rusia las herramientas para navegar por la difícil transición, y que le ha permitido pasar de ser una desmembrada, débil y derrumbada superpotencia, y en una profunda crisis, a establecerse nuevamente en el tablero geopolítico mundial como potencia.

1.1. Rusia: consolidando su relación ancestral con Asia Central

Se puede decir de manera sintetizada que existen tres escuelas de pensamiento que influencian la política rusa hacia Asia Central. La primera es el eurasianismo, que (re)presenta una mezcla de ideas promulgadas por la «escuela occidentalista» y la «escuela oriental» o «asiática». El eurasianismo enfatiza la singular posición geopolítica, histórica y cultural de Rusia como «puente» entre Europa y Asia. Para estos, Rusia debe sacar partido de ello y enriquecer lazos tanto con Occidente como con Oriente. Resaltan la necesidad de afirmar los valores rusos y no subyugarlos a los intereses de otros. Al mismo tiempo, aboga porque Rusia pueda desempeñar una excepcional función para Europa y Asia, incluyendo a Asia Central y extendiendo la cooperación con China y con ciertos Estados de Oriente Medio, como intermediario en lo económico, político, militar, entre otros (Kortunov, 1998: 7).

En las políticas de Vladimir Putin existe «eurasianismo». Esta favorece la economía de mercado, y promueve las potencialidades estatales de los valores liberales. Putin está además influenciado por las políticas del «neoeurasianismo», por ello ha sido etiquetado como «la personificación del modelo “eurasianista capitalista” del desarrollo estatista» (Kipp, 2002: 91-125). En política exterior incluye algunos elementos neoeurasianistas, como el de «restablecer el país a su posición de gran Estado», o lo planteado en el «Concepto de Política Exterior de 2000» de enfrentar la emergencia de una estructura de un mundo unipolar dominada por Estados Unidos, adoptando frente a esto el «multipolarismo» de Primakov.

La escuela «occidentalista», considera que la solución a los graves problemas, heredados del anterior sistema, está íntimamente relacionada con Occidente, y pone mínima atención a Oriente, incluyendo Asia Central, a la que ven irrelevante para los intereses de Rusia (Kortunov, 1998: 6). En ésta confluyeron tres tendencias que existieron hasta antes de la primera reunión del «Shanghái Cinco»: Los liberales occidentalistas que promueven una sociedad democrática de mercado tipo Occidente y desean unas buenas relaciones con éste. Los nacionalistas pragmáticos igualmente apoyan la democracia y desean buenas relaciones con Occidente, pero ponen los intereses nacionales rusos en primer lugar, y la economía de mercado tiene que ser adaptada a las condiciones específicas de Rusia. Y los nacionalistas fundamentalistas que mantienen que Rusia puede fraguar su camino de desarrollo propio y específico, ven a Occidente como hostil y son nostálgicos del pasado soviético (también de la Rusia imperial) (Light et al., 2000: 77-88).

La intervención militar de la OTAN en los Balcanes en 1999, será el verdadero estimulante para que emerja un consenso en la política exterior rusa con relación a Occidente. Incluso los «occidentalistas» levantaron duras críticas frente a la decisión de Occidente de intervenir, lo cual condujo a Rusia a abrazar una nueva orientación y a mirar cada vez más hacia China para apoyarse en sus asuntos de común interés. A propiciar que la ONU sea la única institución para solucionar los asuntos vitales de la paz y de la estabilidad mundial, y que ninguna otra organización o país debe tener derecho a actuar sin la sanción de la ONU.

La tercera escuela es la «oriental» o «asiática» (Kortunov, 1998: 7; Yongjin y Rouben, 1998: 239), con puntos de vista totalmente diferentes y reclama que Rusia debe reconocer y reafirmar sus raíces en los valores de la cultura asiática y la experiencia histórica. Prioriza estrechas relaciones con los países asiáticos, en especial con las naciones adyacentes a Asia Central. Abandona la búsqueda de conexiones con Occidente.

Según el análisis de la identidad se podrá responder si Rusia, de acuerdo con sus intereses, al percibir la política extranjera de otros poderes como agresiva y los intentos hegemónicos de EE. UU. como una amenaza para su seguridad en Asia Central, concibe a la OCS como una alianza defensiva. El debate suscitado sobre la identidad también proporcionará las pruebas necesarias para considerar si la agenda económica o los asuntos de seguridad regional centroasiática son los principales factores que impulsan los intereses de Rusia en la OCS.

Las escuelas rusas liberal y realista coinciden en que la naturaleza del orden internacional a finales del siglo XX era unipolar, pero lo ven de diferente modo. Los liberales evidencian las instituciones y normas democráticas; y, enfatizaban en aspectos relacionados con las formas del mejoramiento y regulación del orden mundial. Enfatizan en el pluralismo de los actores en su visión y relación con el orden mundial, y resaltan una variedad de actores no-estatales, movimientos y redes. Los realistas dan preferencia a los centros de poder. Para ellos el orden mundial es, el actual sistema de relaciones internacionales, que es más o menos estable; y se remiten principalmente a las relaciones internacionales e intraestatales. Es decir, el orden mundial se refiere al sistema ya establecido (Tsygankov y Tsygankov, 2004: 53-70).

A partir del año 2000, tras la intervención militar de la OTAN en Yugoslavia, en la política exterior rusa emerge con fuerza la idea y el apoyo a un mundo multipolar, que se define más claramente en la búsqueda de un balance de poder multipolar en el orden internacional. Gran parte de los realistas rusos consideran la unipolaridad del sistema internacional como problemática y perjudicial. E insisten que Rusia tiene que convertirse en parte del orden mundial emergente en términos más favorables favorables a los intereses de Rusia a nivel regional y mundial. Cambio que debe ser visto como una victoria del realismo en los debates rusos en las relaciones internacionales (Shakleyina y Bogaturov, 2004: 37-51).

Existen, asimismo, discrepancias entre los realistas en la percepción de las amenazas exteriores. Están quienes centran sus esfuerzos en la Comunidad de Estados Independientes. Otros se decantan a favor de un eje Rusia-China en contra de Estados Unidos y abogan por una cooperación más profunda con los demás países asiáticos en respuesta a los desafíos globales. Y los que apoyan alianzas con los países occidentales, incluyendo relaciones con EE. UU. y la Unión Europea, pero solamente en condiciones aceptables para Rusia.

En el caso de que la escuela realista, que domina la escena política rusa, sustente una posición central en el debate de la política exterior en los círculos de poder de Moscú, se puede esperar que las motivaciones políticas rusas en política exterior, economía y seguridad hacia la OCS contribuyan, en buena medida, a solucionar los graves problemas que tiene Asia Central. Lo cual le permitirá, en la medida en que tenga éxito, alcanzar y consolidar un estatus de potencia mundial. Se podría argüir, de ser así, que Rusia está utilizando la OCS como plataforma estratégica para que le posibilite, a mediano o largo plazo, retomar su capacidad y su posición de gran potencia, de tal manera que le permita ejercer a plenitud su influencia y control sobre Asia Central y en otras zonas de vital importancia para su seguridad.

1.2. Política y estrategia de Rusia en Asia Central

La política exterior de Rusia en los primeros años de la transición centró la atención en la CEI, en los países eslavos y el Cáucaso, ignorando a Asia Central. Moscú mira de nuevo la región cuando estalla la guerra civil en Tayikistán y se da el auge del talibán en Afganistán. Es entonces que reconoce que Asia Central hace parte integral de sus intereses estratégicos.

A su «regreso» Rusia encuentra en Asia central un fuerte acento pro-occidental; recelos de algunos países frente Moscú; terrorismo internacional que amenaza la seguridad y estabilidad de sus fronteras meridionales; el arribo de otros poderes competidores en la región. Ante este nuevo escenario geopolítico el nuevo presidente ruso, Vladimir Putin, realiza cambios específicos en el rumbo de las estrategias políticas para estrechar los lazos con Asia Central.

Esto lo recoge documentos como el «Manifiesto del Milenio, 1999» de Putin, publicado el 29 de diciembre de 1999, (Slade, 2006, 4) en el que enfatiza los valores tradicionales rusos: patriotismo (orgullo en Rusia, su historia y sus logros), con el cual se da por finalizada la idea del proyecto de una nueva Rusia de Boris Yeltsin; convicción en la Gran Rusia; estatismo o «el Estado como fuente y protector del orden y motor de cambio; y la solidaridad social. Y, en «Tendencias Mayores de las Relaciones entre Rusia y los Miembros de la CEI en la Actual Etapa» (Trofimov, 2003: 72-83) de 2000, que sería el fundamento para la nueva concepción de la política exterior de Putin. Las líneas políticas centrales de estos son: a) la CEI se convierte en una prioridad de la política exterior; b) la seguridad nacional pasa a ser prioridad; c) los socios deben ser tratados de acuerdo a su disposición, tomando en cuenta los intereses de Rusia, es decir, de manera pragmática y diferenciada; d) la integración económica incluye la promoción de los negocios rusos; y, e) dar prioridad al desarrollo de la cooperación bilateral y una revisión de todos los niveles de integración como la CEI, la EurAsEC y el Tratado de Seguridad Colectiva.

Estos cambios buscan rectificar la década de pasividad, desorientación y ambigüedad en la política exterior rusa en Asia Central, y establecer los intereses nacionales (Trofimov, 2003: 72-83). En primer lugar, basa la estabilidad en la región en estrecha colaboración con los Estados centroasiáticos, evitando algún escenario de desprendimiento o de desestabilización en Asia Central que puede asestar un duro golpe a Rusia. En segundo lugar, uso sin restricciones del potencial tránsito de Asia Central para afirmar relaciones de colaboración con China, India e Irán. La OCS debe jugar un rol especial en el caso de China. En tercer lugar, asegurar la existencia de un espacio económico común con Asia Central que funcione y contribuya al logro de la modernización económica de Rusia. En cuarto lugar, uso del potencial geoestratégico de la región para dirigir los cometidos prácticos de Rusia y preservar su estatus de poder regional y mundial. Y, por último, reconocimiento internacional del rol principal de Rusia en la región.

Vista de esta forma la OCS le brindaría una excelente oportunidad ya que es el mecanismo idóneo para tratar importantes desafíos como las disputas territoriales (Como la demarcación unilateral por parte de Uzbekistán de límites con Tayikistán en 1998 y el posterior emplazamiento de minas antipersonal, generando graves conflictos estatales, o el fin de la delimitación y demarcación de la frontera común oriental ruso-china, el 21 de julio de 2008), el incremento del islam radical, y la suerte de la población de habla rusa. A la vez que le permite el acceso fluido a los mercados locales y a materias primas; profundizar en un nuevo contexto la unidad eurasiática con las nuevas repúblicas para recuperar el predominio en su tradicional esfera de influencia; y, garantizar la seguridad estratégica nacional de sus flancos meridionales.

El gobierno de Putin establece de tres ejes de acción inmediata para Asia Central: la afluencia de narcóticos y de inmigrantes laborales a Rusia; la seguridad regional e intereses económicos en Asia Central (energía, islamismo, posibilidad de revueltas en Afganistán, etc.); y, las relaciones internacionales alrededor de la región, tales como el incremento del rol de China y la competencia geopolítica con Occidente. Estas relaciones internacionales van asociados con la doctrina Primakov. Yevgeny Primakov -Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia desde 1996 hasta 1998-, quien fuera el arquitecto de esta doctrina, puso todo su empeño en hacer que Rusia adoptara una política estratégica de multilateralismo global y la idea de formular una estrategia eurasianista. Bajo la Doctrina Primakov los líderes del Kremlin comienzan a dar los primeros pasos hacia el este para establecer una alianza estratégica entre Moscú, Pekín y Nueva Delhi. Rusia ve también pertinente a Teherán como un cuarto miembro adicional en esa alianza euroasiática, y así lograr que Moscú sea uno de los centros de poder mundial en un nuevo orden internacional multipolar.

Para ello, se fomentan y priorizan la implementación mecanismos de cooperación y se acomete la integración en una serie de instituciones internacionales en las que prevalece la flexibilidad[3]: la Comunidad Económica de Eurasia (EurAsEC o CEEA), el Espacio Económico Unificado (UES), la Organización de Cooperación de Asia Central (CACO), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). E igualmente, la Unión Estatal de Rusia-Bielorrusia.

El acercamiento pragmático iniciado en la era Putin en las relaciones con Asia Central, acompañado con la creación de la OCS ha fortalecido efectivamente la influencia de Rusia en la región. Estas políticas le han brindado a Rusia la posibilidad de ejercer nuevamente una gran influencia en la zona; y pueden, igualmente, proporcionarle dos de sus antiguas metas en la región: «integrar los Estados centroasiáticos en la esfera de la CEI y convertirlos en estrechos aliados, y denegar el acceso estratégico a poderes externos a Asia Central» (Berlin Information-Center for Transatlantic Security, 2005).

1.3. Política económica y energética rusa en Asia Central

La política económica rusa en Asia Central está orientada hacia los energéticos, área en la que ha ejecutando un gran «juego de hidrocarburos» con acertada precisión y excelentes dividendos. Este juego incluye garantizar que las compañías rusas participen en el desarrollo de los recursos petrolíferos y gasíferos de la región y que los exportadores centroasiáticos continúen utilizando la red de oleoductos y gasoductos rusos.

Con el establecimiento de la OCS estas políticas se han visto reforzadas. La OCS le viene brindando a Moscú una favorable oportunidad de retornar a la región, y de obtener nuevamente el estatus de gran poder mundial. Estas estrategias económicas ven reforzados sus objetivos en Asia Central recurriendo a su condición privilegiada de puente y de tránsito para abastecer a Europa y al resto del continente asiático de hidrocarburos.

Por medio de acuerdos bilaterales o multilaterales y con la creación de empresas mixtas para la participación conjunta en proyectos de desarrollo, prospección, explotación, comercialización de hidrocarburos y su transporte a través de su red de ductos, las empresas rusas especializadas en energéticos (Gazprom, Transneft, Rosneft, Lukoil) han venido incrementando aceleradamente su actividad en la región.

Rusia ha entendido que los recursos energéticos juegan un doble papel: son una ventaja y un instrumento geoestratégico. La conexión entre recursos energéticos, relaciones exteriores y seguridad nacional están cada vez más en estrecha relación. Asegurar la influencia en la región centroasiática dependiente de inversiones y de capital extranjero, lleva a rivalizar con otros poderes que buscan hacerse con el control y sus recursos. Por esta razón los objetivos rusos buscan: a) priorizar que estos Estados utilicen las infraestructuras de exportación de que dispone Rusia; b) promover las compañías rusas de gas y petróleo y ayudarles a obtener la máxima participación posible en proyectos disponibles; y, c) utilizar una variedad de instrumentos para bloquear aquellos proyectos que no promueven los intereses de Rusia (Trofimov, 2003: 76).

Estas políticas han fortalecido la cooperación regional desde 2002, como el acuerdo entre Rusia, Kazajstán y Turkmenistán para cooperar en el sector energético, sobre todo en la esfera del gas, que concuerda con el llamado de Putin a la creación de una «Alianza Eurasiática de Productores de Gas» —que agruparía a Rusia, Turkmenistán, Kazajstán y Uzbekistán— para coordinar las exportaciones a través del sistema de gasoductos gestionados por Gazprom (Burke, 2002). Pese a no materializarse aún, Rusia/Gazprom ha venido efectuando una serie de acuerdos exitosos a largo plazo con los gobiernos de la región, y mejorando el sistema de gasoductos para unificar los sistemas de gas centroasiático y ruso, de tal forma que le permita un posible control de la producción y las exportaciones de Asia Central.

En 2003, Rusia/Gazprom suscribió con Turkmenistán un contrato para el suministro de gas a Rusia, con ello la mayoría del gas turkmeno va a través de las rutas rusas de exportación. Y logró lo mismo con Kirguizistán y Tayikistán.

La cooperación rusa-turkmena en la esfera gasífera fue ampliada en 2007. Así como la modernización del gasoducto Asia Central-Centro, y la construcción de un nuevo ramal en la costa oriental del mar Caspio vía Kazajstán. El cual el año anterior, proyectó incrementar su capacidad de 44 a 80 billones de metros cúbicos (bmc) de gas por año (OGU, 2006). Gazprom es el operador de tránsito del gas turkmeno vía Uzbekistán y Kazajstán a la frontera rusa, que ya a su vez en 2006 importaba, 9 bmc de Uzbekistán y 7,5 bmc de gas de Kazajstán.

Rusia/Gazprom acordó con Turkmenistánen 2008 los principios guía para la fijación de precios del gas turkmeno durante los próximos veinte años (Bhadrakumar, 2008). Bajo la nueva fórmula Rusia paga a Turkmenistán entre 225 y 295 dólares por mil metros cúbicos de gas, más una paga adicional entre 9,4 y 12,4 miles de millones de dólares. Otro acuerdo convierte a Gazprom en donante para los proyectos energéticos turkmenos locales, que hace que Moscú mantenga el cuasi-monopolio y que garantice el control sobre las exportaciones de gas de Turkmenistán. Además, Moscú le ha ofrecido a Azerbaiyán un acuerdo parecido al de Turkmenistán —es de esperarse lo mismo con Kazajstán y Uzbekistán—. Las implicaciones que estos movimientos traerán a los intereses de EE. UU. y la Unión Europea con el proyectado gasoducto Nabucco, fundado en el gas de Turkmenistán y Azerbaiyán a través del mar Caspio, pronto se podrán apreciar. Denegado el acceso al gas turcomano, la viabilidad de Nabucco se ve ante serios desafíos, que no es otra cosa que su fracaso. Reafirmando así Rusia «su predominante posición el zona caspiana» (Bhadrakumar, 2007).

Estos acuerdos energéticos que consolidan el control de Rusia sobre las exportaciones de gas de Asia Central se han convertido en un punto clave en su geopolítica energética, y responden a tres cometidos: 1) Gestionar las exportaciones de gas regionales a través del territorio ruso, con lo cual de hecho socaba tanto el posible potencial del gasoducto transafgano como el proyecto Nabucco. 2) Continuar con las políticas de inversión a largo plazo en la región para desarrollar nuevos yacimientos. Y, 3) modernizar, mejor y ampliar el sistema local de gasoductos, que necesariamente deben estar conectados con la red del sistema ruso.

Esta política exterior, de «suave» diplomacia económica, seguramente posibilitará un avance lento pero seguro para las relaciones y la participación más activa de Rusia en Asia Central. Moscú no está tras grandes y rentables acuerdos ceñidos estrictamente a lo económico sino que se orienta a la política geoestratégica, en la que el «juego de hidrocarburos» del Kremlin cuenta con una gran estrategia, aplicada hasta el momento con grandes beneficios a su favor.

Y obviamente que la OCS pueda jugar en el futuro un importante rol geopolítico en el control, tránsito y seguridad de los recursos energéticos de Asia Central, y puede desempeñar el eje central de garantía y seguridad del «club energético» propuesto.

1.4. Rusia: interés securitario en Asia Central

Finalizada la Guerra Fría, Moscú acometió una serie de proyectos para que Asia Central fuera zona de seguridad y le sirviera de tapón para disuadir las posibles amenazas procedentes de o a través de ésta. Durante este primer periodo, se otorgó una mayor prioridad a las amenazas de naturaleza externa; se establecieron acuerdos militares y de seguridad en la región, y el acceso a infraestructuras militares locales. Esto termina por convertir a Moscú en el principal gestor securitario de Asia Central. Pero tras el 11-S se produce un importante giro en la seguridad regional, y un nuevo dilema para la política exterior rusa. La Operación Libertad Duradera y el despliegue militar de EE.UU. en Afganistán y en Asia Central, chocan directamente con sus intereses de seguridad y de relaciones privilegiadas con países de la región centroasiática. A pesar de que el despliegue militar avasallador de Washington en Asia Central pone en cuestión el predominio e influencia de Moscú en la región y la capacidad de garantizar seguridad, Rusia acepta la realidad, con la esperanza de que EE.UU. acuda en su ayuda para coordinar las medidas antiterroristas en Asia Central a través de las instituciones de seguridad que lidera. En lugar de aquello, Washington de manera clara desconoce la influencia rusa en la región, y establece acuerdos directos con los Gobiernos de Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán.

Frente a la avasalladora presencia militar de EE. UU. en la región, Rusia implementa denodados esfuerzos para ampliar la cooperación multilateral en asuntos antiterroristas con la Organización del Tratado de seguridad Colectiva (OTSC) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Configura una política regional para recuperar el espacio y la influencia perdida. A partir de 2002 Moscú implementa en Asia Central una política de seguridad regional que pone en práctica fórmulas multilaterales y bilaterales con los líderes de la región, para que revigoricen su influencia militar-securitaria, y que contrarresten el avance de otros poderes en la región, para lo que acude a la lucha contraterrorista como razón fundamental (Allison, 2004: 277-283).

Un paso importante en este sentido es la creación y establecimiento de la Estructura Regional Antiterrorista de la OCS en concordancia con la Carta de la OCS y de la Convención de Shanghái para Combatir el Terrorismo, el Separatismo y el Extremismo.

Kazajstán, Kirguizistán y Tayikistán acuerdan en 2004, modernizar sus fuerzas de defensa aérea con la asistencia de Rusia, y le conceden, además, el derecho a usar las infraestructuras militares estratégicas en sus territorios: en Kazajstán, el cosmódromo de Baikonur y el campo de prueba de antimisiles (Sary-Shagan); en Tayikistán, el centro de comunicaciones del espacio (Okno); y en Kirguizistán, el campo de prueba de armas navales (Lake Ysyk-Kol) (Paramonov y Stolpovski, 2008: 17) y la base aérea de Kant. Uzbekistán otorga a Rusia el acceso al aeródromo uzbeko en Navoi en 2007. Y posibilidad de una base permanente en las infraestructuras de la base en Karshi-Khanabad (K2) (Blank, 2007) cerca de Taskent. Esto le brinda a las fuerzas militares rusas un rápido desplazamiento en la región para el desarrollo de operaciones defensivas y de seguridad.

Con el pedido de los países centroasiáticos a EE. UU., tras los acontecimientos de 2005 en Kirguizistán y Uzbekistán, del establecimiento de un calendario de retirada militar de la zona, se da un cambio decisivo a favor de los intereses y la política de seguridad rusa en la región. Esto es reforzado y fortalecido con el acercamiento de Uzbekistán a Rusia mediante la firma del «Tratado sobre Relaciones Aliadas», que compromete la asistencia militar mutua en el caso de que cualquiera de las partes sufra agresión; y con la integración de Uzbekistán en la OTSC en junio de 2006. Realzando esto significativamente la influencia rusa en Asia Central.

1.4.1. Rusia: la OCS y la seguridad regional

Con la creación de la OCS Rusia ha afianzado en efecto su influencia con las repúblicas centroasiáticas. Junto con los otros miembros de la organización, ha ido sin duda convirtiendo la OCS en un mecanismo de contención a los intentos hegemónicos de EE. UU. en Asia central; y ha logrado que China sea un aliado estratégico en el tablero geopolítico mundial.

La estrategia de seguridad centroasiática rusa se apuntala sobre dos pilares. 1) la CEI y el fortalecimiento de la OTSC sigue siendo la prioridad. 2) el fortalecimiento de la cooperación y desarrollo de la OCS. Objetivos que se pueden resumir en: a) mantenimiento de la seguridad de las fronteras meridionales centroasiáticas para eliminar el tráfico de estupefacientes, armas, e infiltración terrorista; b) conservar y reconstruir mecanismos para continuar con su influencia en la región; c) proteger sus intereses económicos en la región, y lograr el control y dominio de las rutas de tránsito de los hidrocarburos; Y, d) cooperar con la CEI-OTSC y la OCS para evitar que otras potencias ajenas a la región le despojen su predominio.

La OCS ha coadyuvado al Kremlin a restablecer y ejercer su influencia en la región, y a obtener dos de más sus anhelados objetivos geopolíticos: hacer a los Estados centroasiáticos sus estrechos aliados e integrarlos en la esfera de la CEI; y, vedar a los poderes externos el acceso a Asia Central. Igualmente, le ha servido para: impulsar la necesidad de establecer un sistema internacional basado en la «multipolaridad»; estrechar las relaciones con Pekín y para compartir juntos un espacio contra el unilateralismo de Washington; y para oponerse manifiestamente a las políticas hegemónicas del mundo unipolar impuesto por EE. UU.


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