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El Salvador.- Monseñor Romero, el obispo rebelde salvadoreño y la lucha ideológica

Sábado 13 de junio de 2015 por CEPRID

Roberto Pineda

CEPRID

“Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador: la riqueza la propiedad privada, como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema…” Monseñor Romero, Homilía del 12 de agosto de 1979

El Vaticano en su novedosa planificación global, ha decidido la canonización del ceilandés Joseph Vaz, de dos monjas palestinas así como la del salvadoreño Monseñor Romero, que fue asesinado “por odio a la fe.” Esto forma parte de la ofensiva diplomática internacional del Papa Francisco que audazmente aspira a posicionarse incluso en la China de Mao, actúa ya en el Medio Oriente con el reconocimiento de Palestina y en su relevante papel mediador en el largo conflicto entre Cuba y Estados Unidos.

El Papa Francisco ya visitó Brasil en julio de 2013. En julio visitará a dos países del Alba, Ecuador y Bolivia así como a Paraguay. El Papa Francisco representa un viraje con respecto a la política diplomática reaccionaria anterior, pero su “progresismo” persigue claramente suavizar, darle un tono aceptable, edulcorar las duras realidades de este mundo capitalista neoliberal.

Sacarlo del bullicio de la calle y meterlo dentro del silencio de la iglesia El rasgo principal del pensamiento y la praxis de Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue la lucha por la justicia social. Fue esta característica la que le permitió ganarse la confianza y el cariño de los sectores populares organizados y no organizados así como el odio y el rechazo de los sectores derechistas al interior de la misma iglesia, de la oligarquía, fuerzas armadas e imperialismo estadounidense.

No es casual que 35 años después de ser asesinado, en esta nueva era de la Iglesia Católica Romana, presidida por el obispo jesuita argentino Jorge Bergoglio, convertido en el Papa Francisco del Vaticano, el obispo rebelde de El Salvador, Monseñor Romero, sea beatificado. Monseñor Romero el de Catedral y del Hospitalito, el de las Homilías de la YSAX, muy pronto estará en los altares de las iglesias católicas.

Se pretende sacarlo del ruido de la calle y meterlo dentro del silencio de la iglesia. Esta ha sido la conducta de la iglesia a lo largo de la historia de dos siglos con los rebeldes. Y el primero en ser “rescatado” de la calle y metido a la iglesia fue Jesús, el campesino de Chalatenango, perdón, de Galilea. Hoy “beatifican” al campesino de Ciudad Barrios. Y el jingle oficial del evento es un fiel ejemplo de esta apuesta, así como la cobertura espiritual que realizara TCS.

Y el 23 de mayo en la plaza al Divino Salvador del Mundo, presenciaremos un grandioso espectáculo mediático-religioso único en nuestro país, al que asistirán príncipes y reyes de la iglesia y del mundo, líderes de derecha e incluso de izquierda, y estarán también invitados al selecto templete un millar de “pobres, campesinos”, para legitimar la transformación de Monseñor Romero, la voz de la sin voz, en el San Oscar Romero. Y la apuesta estratégica es que habrá un Monseñor Romero de antes y un San Oscar Romero después. Es un tema muy polémico.

Algunos piensan que se trata de un justo reconocimiento incluso atrasado a un personaje singular de la iglesia, a un “mártir por amor.” Otros pensamos, desde los saberes de nuestra práctica eclesial popular, que se trata de un esfuerzo de la derecha religiosa global, aprovechado por la derecha religiosa, mediática y política local para ajustar cuentas y domesticar la figura de Monseñor, regresarla al seguro redil de la tranquilidad y el orden, enterrar políticamente de una vez por todas al obispo rebelde de Catedral.

Otros pretenden que la figura y el ejemplo de Monseñor Romero se convierta en el corazón de una política de conciliación de clases que permita mejorar la estabilidad y la imagen, quizás quien quita hasta atraer algunas inversiones. Otros pensamos desde abajo que el corazón sangrante de Monseñor Romero seguirá iluminando la lucha de los sectores populares que luchan por la justicia y la dignidad. Son varias visiones desde diversos jardines epistemológicos. Así es la vida.

Tenemos la convicción que el espíritu de humildad y la sabiduría popular de Monseñor Romero le permitirá salir invicto de este nuevo desafío planteado por la ballena de la globalización religiosa que amenaza con tragárselo, con devorarlo. Por de pronto, seguramente iremos a buscarlo dentro de las iglesias para invitarlo a que nos siga acompañando en las nuevas luchas y en las nuevas marchas por la justicia, que quedan muchas por realizar.

La vida y sacrificio de Monseñor Romero durante esos tres años 1977-1980 representó una ruptura histórica del eslabón religioso, quizás la principal del sistema de dominación oligárquico basado en la dictadura militar. Tanto es así que después vino una larga guerra para conquistar vivir en democracia. Y Monseñor Romero estuvo, está y estará presente en estas luchas. Estamos seguros que no podrán apagar el fuego de su amor de profeta por la justicia de los pobres.

Monseñor Romero: de pastor a profeta, de profeta a mártir, de mártir a santo

En 1977 Monseñor Romero asume como Arzobispo de San Salvador. Y su primera experiencia de conversión como pastor fue la de enterrar a un sacerdote asesinado por la dictadura militar en El Paisnal, al padre Rutilio Grande. Luego viene su apertura al dolor de las madres que llegan a denunciar la desaparición de sus hijos por “hombres fuertemente armados vestidos de civil.” Después descubre la riqueza espiritual y fortaleza masiva de las organizaciones populares, con las cuales establece un diálogo en el que aprende que la justicia en El Salvador se conquista con lucha organizada. Y la derecha sorprendida y asustada reaccionó amenazándolo de muerte y acusándolo de comunista.

Y el pastor se convierte en profeta de su pueblo y el espíritu divino que es un espíritu de justicia le impulsa a la denuncia del pecado y a la proclamación del Reino de Dios en la tierra. Y esta palabra viva choca con los intereses de los poderosos. Pero él continúa su camino y les pide a los ricos que se despojen de sus anillos, al gobierno de los Estados Unidos que no envíe ayuda militar para matar a sus hermanos y a los militares que cese la represión. El 24 de marzo de 1980 es asesinado en el altar en medio de la eucaristía.

Hay que destacar que Monseñor Romero no estuvo solo, tuvo el apoyo pastoral de sacerdotes como Ricardo Urioste, Gregorio Rosa Chávez, Rafael Urrutia. El apoyo teológico de sacerdotes como Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Rafael Moreno, Francisco Estrada. Y estuvo durante su gestión como arzobispo enfrentado a los demás obispos, a excepción de Monseñor Arturo Rivera y Damas. Y Monseñor también formó Tutela Legal del Arzobispado, dirigida por Roberto Cuellar e integrada por Boris Martínez, Dagoberto Campos, Florentín Meléndez, y Luis Ramírez.

Monseñor Romero tuvo entre sus amigos entrañables al mexico-americano Dr. Jorge Lara Braud, presbiteriano, que como representante del Consejo Mundial de Iglesias le dio todo su apoyo, así como del pastor metodista argentino Ángel Peiró y del pastor presbiteriano estadounidense Charles Harper.

Asimismo Monseñor Romero aprendió que los “hermanos separados” eran en realidad hermanos en la fe y en este espíritu participa en 1978 del Comité Ecuménico Salvadoreño, CES, dirigido por el joven católico Rogelio Cácerez, es amigo del Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) , dirigido por el joven bautista, desaparecido en febrero de 1980, Guillermo Castro. Y en este espíritu de apertura decide formar el Comité Ecuménico de Ayuda Humanitaria (CEAH), dirigido por la pastora bautista Marta Benavides.

En un corto periodo histórico, Monseñor Romero logró transformar y transformarse desde el discurso ideológico dominante de sumisión hacia uno de rebeldía y de liberación. A la base de esta profunda conversión estaba la lucha popular que lo convirtió en profeta en conflicto dentro de su iglesia con obispos reaccionarios, con el Vaticano de Juan Pablo II, así como con la oligarquía, los militares y hasta con el gobierno estadounidense.

Hoy convierten al profeta en santo, en cristiano ejemplar, en intercesor. La decisión del papa Francisco de agilizar el proceso para la canonización de Monseñor Romero viene a ratificar la decisión popular como Iglesia de Dios de santificarlo luego de su asesinato. La actual decisión meramente refleja evidentes cambios en el Vaticano y recientes cambios en el gobierno salvadoreño, que es un gobierno conducido por el FMLN.

E incluso cambios dentro de la misma derecha que prefieren un San Oscar silenciado y silencioso a un Monseñor Romero subversivo. Para el pueblo salvadoreño Monseñor Romero por su testimonio de vida y por su testimonio de muerte ya era santo. Y su sangre de mártir señalaba a gritos el nombre de sus verdugos y lo sigue haciendo. No murió de muerte natural, fue asesinado por órdenes de Roberto DAubuisson. (Informe de la Verdad).

La figura de Monseñor Romero, valiente seguidor de la causa de Jesús, durante estos 35 años después de su asesinato en Jerusalén, perdón, en San Salvador, se ha agigantado en el contacto con los sufrimientos y las luchas de su pueblo, ha estado presente en las marchas por el derecho a la salud y al agua, contra la privatización de la salud, por el empleo y la estabilidad laboral. En cada lucha popular la presencia de Monseñor Romero se hace sentir, acompañándonos en las derrotas como en las victorias.

La iglesia, una institución con modelos teológicos y eclesiológicos en disputa histórica

La iglesia salvadoreña desde su imposición colonial ha estado atravesada por la lucha de clases. El primer modelo, el modelo de la cruz colonial, llegó junto con la espada invasora y la primera evangelización estuvo vinculada a legitimar la conquista y la explotación de la clase de los encomenderos, encargados de “adoctrinar” a sus víctimas. Pero incluso dentro de esta iglesia de dominicos, mercedarios y franciscanos, florecieron visiones caritativas, solidarias con los indígenas oprimidos, antecedentes históricos de la praxis de Monseñor Romero.

A principios del siglo XIX surge una nueva iglesia, la de los criollos, en disputa con la iglesia monárquica española, esta vez imbuida de ideales independentistas y que jugó un papel destacado en la lucha por liberarnos del imperio español y del imperio mexicano de Iturbide, y que tuvo como figura destacada al también pastor, profeta y muy combativo, antiimperialista, de nombre José Matías Delgado. Pero la influencia de esta iglesia liberal duró muy poco y fue desplazada por la restauración conservadora. Muchos años después correrían igual suerte los partidarios de la teología de la liberación, vinculados a Monseñor Romero.

A finales del siglo XIX surge la iglesia oligárquica, construida alrededor de la cultura del café, al servicio de los grandes cultivadores y exportadores de este producto y encargada principalmente de predicar la resignación a los sectores campesinos para evitar que se rebelaran. En 1932 esta iglesia dirigida por el Arzobispo Alfonso Belloso (1927-1938), bendijo y acompañó la masacre cometida luego de la derrota de la insurrección indígena-campesina.

Y precisamente luego de esta masacre de 1932 surge la iglesia de la dictadura militar que por sesenta años y dirigida por el Arzobispo Luís Chávez y González (1939-1977), justificó la violación sistemática de los derechos humanos; los fraudes electorales, las masacres. Pero es al interior de este modelo eclesial en los años sesenta luego del Concilio Vaticano II (1962-1965) que surge una nueva iglesia, la iglesia de los pobres. La iglesia que acompaña la organización de los campesinos y de los obreros, que denuncia el pecado estructural de la injusticia, y es de esta tradición que surge Monseñor Romero (1977-1980) y luego los sacerdotes jesuitas asesinados en noviembre de 1989.

Además durante el conflicto armado (1980-1992) se construye una iglesia de la contrainsurgencia, particularmente entre las iglesias protestantes. Y durante este periodo las comunidades eclesiales de base se reducen, algunos sacerdotes se trasladan a acompañar los frentes guerrilleros en Chalatenango y Morazán y otros salen al exilio. La derecha religiosa logra recuperar sus espacios perdidos en el periodo anterior de Monseñor Romero y se convierte primero en una iglesia contrainsurgente y luego en una iglesia neoliberal.

En la actualidad la derecha religiosa controla la CEDES como ha sido la tradición pero están surgiendo diversas expresiones de sacerdotes y comunidades que se declaran seguidores de Monseñor Romero. Lo mismo entre las iglesias protestantes que rechazan la teología de la prosperidad predominante. Asimismo la derecha religiosa desde el periodo contrainsurgente se ha convertido en una poderosa red nacional de adormecimiento ideológico de la población, socavando el espíritu de lucha y de protesta y fortaleciendo el sometimiento a la opresión y explotación.

Incluso dentro de la Iglesia católica el Opus Dei ha avanzado considerablemente así como los llamados carismáticos, que rechazan participar en las luchas populares e impulsan la vida comunitaria pero según ellos, por medio exclusivamente del “bautismo del Espíritu Santo y el hablar en lenguas.”

Monseñor Romero es pan, semilla y camino.

Los desafíos de continuar siguiendo la fe en Jesús Liberador mediante el mensaje y compromiso de Monseñor Romero nos impulsa como pueblo de Dios a no permitir que los dioses del poder y del dinero nos determinen nuestra vida en tres dimensiones básicas: nuestro pan, nuestra semilla y nuestro camino.

Nuestro pan. Como vivimos nuestra vida. Monseñor Romero nos enseño a vivir la fe desde los pobres y sus sueños. Frente a un mundo globalizado donde lo principal en la vida es el consumo irracional, Monseñor Romero nos convoca a la lucha por un mundo justo como razón de nuestra existencia.

Nuestra semilla. Como vivimos nuestra sociedad. Monseñor Romero denunció el individualismo y a la indiferencia; nos enseñó a practicar la Solidaridad con los que sufren y sueñan; a construir desde estas realidades una nueva sociedad justa.

Nuestro camino. Como vivimos nuestro mundo. Monseñor Romero desde su autenticidad nos enseñó a cultivar la alegría de la Esperanza en un mundo nuevo. A confiar en la sonrisa de los niños y los ancianos. Y a que la ternura de los humildes nos acerque siempre a Dios. Amén.


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