Insurrección

«Insurrección. Las sangrientas jornadas del 3 al 7 de mayo del 1937»

Agustín Guillamón, Ed. Descontrol (2017)

Habiendo tantos libros sobre los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, si celebramos la aparición de otro más, es porque la obra de Guillamón aporta tesis y datos nuevos. De ahí, que merezca debatirlo en camaradería luego de leerlo. Aunque para ello se tenga que superar primero la lectura de algunas transcripciones de reuniones, intrascendentes, de la burocracia cenetista.

Guillamón, de alguna manera, descubre que los sucesos de mayo no fueron hechos espontáneos y no solo por el lado proletario que, a través de los comités de barrio y otras estructuras, se preparó para resistir al avance burgués, en la denominada «retaguardia». El ataque a la Telefónica, como muchos otros, fue orquestado, preparado y organizado desde los órganos de mando del estado republicano español y catalán. Un claro plan de recuperación y control, por parte de la burguesía «republicana», de producción y distribución de mercancías, policía (disolución de patrullas de control en marzo), fronteras, comunicaciones y frente. En este aspecto se apresuró a eliminar las columnas dirigidas por cenetistas que se negaban a fusilar a los desertores.

El autor también demuestra que, en los sucesos de mayo en Barcelona, no fue la única vez que se resolvieron por las armas las contradicciones, en la denominada retaguardia, los enfrentamientos en Bellver y Olesa, son un ejemplo.

La lectura de esta obra nos lleva a pensar en la preponderancia, incluso en mayo 37, a la guerra interburguesa por encima de la guerra de clases, como se demuestra con la partida de milicianos al frente (de la columna Rojinegra y la Lenin) que estaban de permiso o curándose en Barcelona, en plenos hechos de mayo.

Guillamón es uno de los investigadores que más ha rescatado y defendido el papel de los comités, del grupo Los Amigos de Durruti y de la fracción más radical del POUM, representada por Rebull. Eso no impide, sin embargo, que analice las limitaciones de todas ellas y describa el miedo que estas tenían a romper con sus direcciones reformistas para impulsar la revolución.

De los Amigos de Durruti llega a afirmar que «no hicieron prácticamente nada para desbordar a la dirección cenetista y arrebatarle el control de la masa confederal, que desoyó en repetidas ocasiones las órdenes de abandonar la lucha en las calles» y sobre los integrantes de la célula 62 del POUM

dice que criticaron a los dirigentes cuando estos ordenaron la retirada de las barricadas, pero sin oponerse directamente a la política de conciliación antifascista de la dirección.

También demuestra la inoperancia de ciertos integrantes de los comités más radicales de la CNT. Por ejemplo, Merino (portavoz de la Federación Local de Grupos anarquistas y uno de los responsables del levantamiento de barricadas) en vez de impulsar la rebelión fuera y contra de la CNT, empleó gran parte de sus fuerzas en debatir qué hacer, con los burócratas de la CNT, que a su vez hablaban con Companys de cómo parar el «enfrentamiento fratricida».

En mayo de 1937, al igual que en julio 1936, los revolucionarios, una vez más, fueron una minoría. Los que querían bajar a Barcelona a defender a sus compañeros insurrectos, los que permanecieron en las barricadas decididos a continuar la lucha, los que lucharon por la revolución, los que llamaron a ir a por el todo, desgraciadamente, fueron una minoría, de ahí la facilidad con la que se impuso la guerra interburguesa entre dos caras de una misma moneda, el capitalismo.

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